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Antiespecismo
Los límites de la explotación
La pandemia con la que convivimos nos ha llevado a reconsiderar nuestros sistemas de producción global, entre ellos, el de la alimentación. En concreto, el sector cárnico está en el punto de mira de toda reflexión, ya que contribuye al cambio climático, a la deforestación, a la pérdida de biodiversidad y al malestar de millones de animales de diferentes especies. Además, implica un peligro higiénico-sanitario para nuestra salud y entraña una alta probabilidad de transmitir zoonosis.
Esta semana se ha publicado un reportaje en el diario The Independent que denuncia las condiciones pésimas en las que se cría a los pollos en explotaciones del Reino Unido para proveer de su carne a grandes marcas de supermercados. El hacinamiento legal de aves las condena a la inmovilidad y a múltiples lesiones causadas por esta. También en El Salto se ha publicado el artículo Violencia y gallinas hacinadas en el que se describe el trato vejatorio que sufren las gallinas ponedoras de huevos en granjas de Italia y también de España.
Entre otras cosas se denuncia que el manejo de estas a la hora de cargarlas en jaulas para ser transportadas de una a otra granja o al matadero les ocasiona contusiones, fracturas y el consecuente dolor. Las investigaciones que han dado a conocer las irregularidades que muestran en vídeos y fotografías aseguran que no son casos aislados, sino que forman parte de los procedimientos rutinarios en las granjas visitadas. Para las empresas ganaderas el tiempo es dinero y si las personas trabajadoras tuviesen que cargar a las gallinas con todas las precauciones para no herirlas tardarían mucho más en hacerlo. No es fácil manejar a gallinas alteradas que intentan huir.
Estas denuncias manifiestan las consecuencias de la explotación animal actual en el sector aviar. Los tiempos han cambiado y nuestro conocimiento sobre las necesidades de las gallinas y de los pollos es mayor. No obstante, el volumen de individuos criados es cada vez más elevado y sus condiciones de vida no mejoran. La organización Igualdad Animal está llevando a cabo una campaña para recoger firmas a favor de una ley que garantice más espacio que el de un folio para cada gallina en explotación. Explican que no pueden abrir las alas, anidar o escarbar —que son comportamientos instintivos básicos de estos animales—. Llevan desde el año 2017 luchando por ello. ¿Por qué lleva tanto tiempo cambiar algo para mitigar el sufrimiento de millones de individuos?
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Huevos de sangre
Por otro lado, el sector porcino español es el mayor productor de cerdos de la Unión Europea. En el artículo 22 cerdos por minuto, Gustavo Duch nos explica que en los últimos 30 años la cifra de cerdos sacrificados para el consumo de carne ha aumentado de manera exponencial. Hoy en España se matan 50 millones de ejemplares al año. Hace poco abrió el matadero más grande de Europa, en Huesca. La nueva maquinaria en este centro es capaz de matar a 22 cerdos por minuto. Se espera matar a 32.000 cerdos al día con el objetivo de 7 millones de cerdos al año. ¿Acaso las cifras no son descomunales? Es un exterminio homologado, permitido y respaldado por las empresas y la Administración, pero también apoyado por las personas consumidoras.
La publicidad y un discurso tan falso como tradicional, respaldado incluso por médicos irresponsables, que afirma que los humanos necesitan comer carne para disponer de buena salud han colocado a la industria cárnica entre los negocios más beneficiosos. Sin embargo, el volumen de trabajo y el ritmo de explotación necesarios para cubrir la demanda actual y para hacer rentable el negocio de venta de carne de seres vivos hacen muy difícil que se cumplan las medidas higiénico-sanitarias en los centros donde se desarrolla la actividad.
Aitor Garmendia ha investigado 32 granjas de cerdos y acaba de publicar Factoría; una extensa investigación en la que revela y denuncia la presencia de suciedad y de animales externos a las granjas como roedores y cucarachas en la mayoría de los lugares visitados. Los hechos expuestos y las imágenes que los corroboran demuestran la falta de controles para detectar esos problemas y la incapacidad de la industria para garantizar la limpieza de sus instalaciones. Los cerdos son prisioneros que no abandonan el área que ocupan en ningún momento durante toda su estancia, que dura una media de unos cuatro meses. Además, la normativa permite que cerdos de 20 kg dispongan de una superficie de 0,20 m² para vivir (menos de 4 folios juntos), lo que convierte el hacinamiento en una situación normalizada. Es fácil entender que limpiar de forma eficiente unas zonas llenas de animales hacinados resulta prácticamente imposible.
La acumulación de heces y orines favorece la aparición de bacterias y estas dan lugar a numerosos problemas de salud como infecciones, afecciones respiratorias u oculares y prolapso rectal. Además, el malestar que genera esta situación a los individuos hace que se den peleas y se lesionen unos a otros. Los casos de caudofagia y canibalismo son comunes y reconocidos por la propia industria, quien practica el llamado raboteo para remediarlo: la amputación de parte de la cola de los cerdos. Es un método legal para evitar que se la muerdan o se la coman los unos a los otros.
Me pregunto: ¿Mutilar a cerdos para evitar que demuestren su desesperación por estar en una situación repugnante, molesta y dolorosa de la que no pueden escapar es una solución? ¿A quién puede parecerle correcta esta solución y en base a qué criterios? La respuesta, causa y explicación a estas situaciones y procedimientos suele ser la rentabilidad. Las explotaciones animales son llevadas a cabo por empresas privadas que, como toda empresa, operan de manera que obtengan el mayor beneficio al mínimo coste con la mínima inversión. El problema es que en este caso el material con el que se trabaja son seres vivos sometidos a la esclavitud y esto parece quedar en segundo plano, aunque debería ocupar el primer puesto como cuestión ética y moral.
Antiespecismo
Así es la vida de los cerdos explotados por su carne
Hay otro tema especialmente difícil de asimilar y totalmente incomprensible. Las cerdas gestantes permanecen en jaulas de dos metros de largo por sesenta centímetros de ancho, sin capacidad para girarse o desplazarse, durante 4 semanas. Cuando dan a luz, son trasladadas a las jaulas de maternidad, que son muy similares, pero con un espacio al lado para las crías. Allí permanecen 5 semanas para alimentarlas. El espacio para maniobrar con su cuerpo es tan reducido que muchos lechones mueren al ser aplastados por el cuerpo de su madre. La solución de muchos productores es seleccionar las líneas genéticas de cerdas que proporcionen un mayor número de cerdos por parto.
Sin embargo, como bien se indica en Factoría, estos numerosos lechones nacen con pesos desiguales y esto acarrea otros problemas. Muchos mueren por inanición o hipotermia y otros siguen muriendo por aplastamiento. Tal vez mediante la prolificidad se consiga obtener más lechones supervivientes, pero, una vez más ¿el fin justifica los medios? El coste sigue siendo la muerte de cerdos, que en este caso son nacidos o “producidos” con una función de dudoso éxito y difícil justificación.
En nombre de la rentabilidad también se aplican criterios de acción muy cuestionables. Me refiero al trato que reciben los animales heridos, enfermos o considerados poco rentables en todas las granjas de explotación animal. De hecho, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación ha editado la Guía para la eutanasia de animales en explotaciones porcinas. En esta guía se especifica un criterio para concluir si es necesario o no sacrificar a los individuos.
Las fotografías que aparecen como ejemplo de heridas sin remedio parecen infecciones que han empeorado por no haber sido tratadas. No es necesario haber estudiado veterinaria para saber que el estado de esas lesiones no se alcanza de un día para otro. Parecería que tal vez se ha llegado tarde a detectar la lesión, a aplicar un tratamiento o que este no ha sido suficiente. En cualquier caso, esas imágenes de cerdos enfermos presentadas en la misma guía deberían ser suficientes para cuestionarnos el sistema de explotación animal actual. Como mínimo nos invitan a dudar sobre la atención prestada a estos cerdos y sobre su bienestar.
En esa guía también se indica que “hay otras situaciones no descritas o contempladas en la guía que podrían aconsejar practicar la eutanasia a un animal”. No sería de extrañar que muchas explotaciones se aprovechen de esta brecha de libertad de decisión para deshacerse de “gastos”. En el reportaje Factoría se confirma que esto sucede. Se mata a individuos enfermos que podrían haberse recuperado. Al fin y al cabo, el criterio basado en el equilibrio entre ganancias y pérdidas de cualquier empresa dicta que lo más prudente es eliminarlos. Tal vez, al tratarse de una decisión que implica a seres vivos, las cifras de costes y beneficios derivados de explotarlos deberían ser públicas para la ciudadanía. Aunque, sean cuales sean ¿matar por una cuestión económica está justificado?
También hay que tener en cuenta que un individuo enfermo puede representar un peligro para el resto. Por este motivo, se suele aislar a los animales que presentan signos de dolencias o enfermedades. Sin embargo, no siempre los trasladan inmediatamente al lazareto para tratarlos, sino que los dejan en un pasillo sin atender temporalmente y muchos mueren. Lo hacen sin contagiar a otros y sin causar pérdidas “destruyendo otros productos”. Pero ¿es admisible bajo algún pretexto abandonar a un animal sufriendo dolores en un rincón hasta que pierde la vida?
Precisamente para evitar el sufrimiento de animales enfermos, hay quienes justificarán las ejecuciones. En realidad, ese es el final que les llegará a todos más tarde o más temprano. En la guía se especifican al detalle los métodos y procedimientos de matanza de animales “descartados”, que son los mismos que se siguen para matar al resto de animales de cualquier explotación. No son nada especiales, más bien son los mismos que se aplican para llevar a cabo la pena de muerte de un ser humano.
Existe la cámara de gas o de CO2, la inyección letal, la electrocución y varios métodos llamados “mecánicos” como el uso de una pistola de perno cautivo penetrante para causar parálisis cerebral. Aunque tal vez lo que es especialmente sobrecogedor es que está permitido matar a animales de menos de 5 kg. dándoles un golpe contundente y preciso en la cabeza (con un martillo, porra o tubería metálica). Esto “no provoca la muerte del animal, por lo que debe ir siempre seguido de sangrado con cuchillo o bisturí”.
Tal y como indica su título, las instrucciones de la guía citada son las aplicadas en todas las explotaciones porcinas, tanto de ganadería intensiva como extensiva, ya que no se especifican otras medidas según las características de la granja o el modo de criar a los animales. Es decir, no existe ningún tipo de explotación animal que no someta a sus animales a los dictados de la rentabilidad y a la normativa de una legalidad que contempla un concepto de bienestar animal totalmente inmoral.
Alguien pensará que todas las irregularidades descritas y demostradas se acabarían con inspecciones. Sin embargo, actualmente, entre el tamaño y la cantidad de mataderos que existen, el sistema no tiene la capacidad de vigilancia o supervisión para garantizar un funcionamiento adecuado de estos. Según declaraciones del Gobierno en 2018: “El número de inspecciones realizadas en materia de bienestar animal durante el año 2017 en España fue de 11.195 de un total de 364.430 explotaciones ganaderas”. Además en España, como en Francia, EEUU, Australia y Canadá se han aprobado nuevas leyes que penalizan la filmación encubierta en el interior de sus instalaciones. Ocultar irregularidades parece ser un objetivo corporativo del sector cárnico que cuenta con apoyo gubernamental a nivel global.
En octubre saltó a prensa la noticia del maltrato de unos corderos en un matadero de Toledo. Las imágenes filtradas causaron tanta indignación social que hace un mes el Gobierno de España anunció la intención de instalar cámaras de vigilancia en los mataderos para detectar casos similares y poder actuar para que se respeten las leyes de bienestar animal.
Podríamos pensar que la videovigilancia es una buena alternativa a las inspecciones. Sin embargo, ¿quién decidirá dónde colocar las cámaras y qué mostrar al público? Ninguna cámara captará irregularidades como las denunciadas. ¿Qué interés tendría y para quién, si no se cuestiona el criterio de rentabilidad de una industria basada en el comercio de seres vivos?
Industria alimentaria
¿Cámaras de videovigilancia para asegurar el bienestar animal en mataderos?
Por otro lado encontramos que el concepto de bienestar animal no responde a las necesidades y cuidados básicos de las especies explotadas, pero es legal. Recordemos que es legítimo mantener a una cerda gestante en una jaula sin capacidad para moverse durante 9 semanas y matar a lechones golpeándoles con una barra de hierro. También se permite la prolificidad, el destete a la fuerza, la mutilación de genitales, rabo y dientes (sin anestesia antes del séptimo día de vida). Por lo tanto, las grabaciones podrán mostrar a cerdas en jaulas y a cerdos sin rabo ni dientes, porque todo son condiciones permitidas y algunos casos como el de aplastamiento de lechones se describirán como accidentes o gajes del oficio.
En definitiva, es hora de reconocer que la explotación de animales implica el maltrato sistemático de estos en todas las granjas y mataderos del mundo. No se trata de casos aislados o puntuales. Las situaciones que se dan y se denuncian tienen lugar en todas las explotaciones. Esto exige que nos replanteemos nuestra relación con el resto de especies. ¿Por qué entendemos que una gallina y una cerda pueden vivir en jaulas, pero un humano entre rejas es un prisionero o un criminal? ¿Por qué no tratar a los demás seres vivos con dignidad y respeto? ¿Cuántas imágenes más tenemos que ver antes de pasar a la acción?
Podemos pedir cambios en la legislación, podemos exigir medidas para que la estancia de los animales en explotaciones intensivas y extensivas sea más favorable y adecuada para ellos. Sin embargo, solo hay una manera de detener la violencia completamente y desde hoy: asumir que podemos vivir sin consumir carne. La explotación animal ha alcanzado un nivel de crecimiento que deja a la vista los límites éticos que traspasa.
Es hora de rectificar la trayectoria de nuestra economía y dejar de anclarla a un negocio que es totalmente innecesario, insostenible e inmoral basado en la violencia. Está en nuestras manos como personas consumidoras, respetuosas y responsables dejar de apoyar el infierno al que son sometidos millones de seres vivos, cada segundo en todas las granjas y mataderos del mundo.
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