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Historia
‘Japó Roig’: la historia olvidada de la izquierda nipona en plena Guerra Fría
Japón es una gran potencia. ¿Quién lo duda? Miembro de las Naciones Unidas, la OCDE y el G7, su ejército se considera el cuarto ejército más poderoso del mundo. Desde la Segunda Guerra Mundial, Japón experimentó un alto crecimiento económico —convirtiéndose en 1972 en la segunda economía más grande del mundo—, lo que ha llevado al país a ser líder mundial en las industrias automotriz y electrónica. Considerado el segundo país más alto en el índice de desarrollo humano de Asia después de Singapur, mantiene la esperanza de vida más alta del mundo. En Europa, se nos ha transmitido la idea que la sociedad japonesa de los años 50 y 60 era una sociedad armoniosa, estable y alejada de las batallas políticas e ideológicas que impactaban con fuerza a lo larga y ancho del planeta. Una imagen de realidad social sin conflictos pretendidamente presentista, retrospectiva.
Ferran de Vargas nos acerca, con su libro Japó Roig (Manifest, 2024), a una realidad desconocida y escondida. La evolución de la izquierda revolucionaria japonesa en plena Guerra Fría. Un realidad apasionante y sugerente que amplía los debates del setentismo y rompe los mitos construidos sobre la realidad nipona en nuestro entorno cultural.
¿Por qué Japón?
En primera instancia, por un vínculo personal y emocional del autor. A finales de la década de 1980, la cultura japonesa aterrizaba en Cataluña: manga, anime y videojuegos. El autor asegura que creció “rodeado de producciones culturales japonesas”. Y esto le despertó un gran interés por la realidad nipona. “A medida que profundizaba en el conocimiento sobre Japón, me daba cuenta de que el interés general que suscitaba este país en mi entorno estaba marcado por una visión descontextualizada y naif. Lo que absorbíamos de Japón se limitaba a aspectos culturales a menudo folclorizados, vaciados de las relaciones y conflictos de poder que atraviesan a toda sociedad. Como politólogo me interesó investigar los conflictos políticos de la sociedad japonesa como paso necesario para formarnos una imagen de Japón más real y compleja”. Y, ¿cuál sería esa imagen real?
“Con este libro quería unir ambos mundos: por decirlo de algún modo, quería politizar a los fans de la cultura japonesa y japonizar un poco a los activistas políticos”, explica Ferran de Vargas
En los libros generalistas de historia y manuales escolares la evolución de Japón se pierde con Hiroshima y Nagasaki para volver, con contundencia, como potencia económica en los 70. Entremedias, se sitúa esta crónica ágil, instructiva y sugerente. De hecho, pese a que, siguiendo autores como Eric Hobsbawm o Josep Fontana, Asia concentra una parte muy importante de la conflictividad política en la Guerra Fría, Japón desaparece de nuestros referentes políticos después de la II Guerra Mundial. Especialmente entre las filas marxistas y transformadoras.
“El hecho de que el japonés sea la lengua que ha producido más teoría marxista después del inglés, el francés y el alemán (más que el español, el ruso o el chino) o que el 68 japonés fuese la revuelta estudiantil más intensa del mundo hasta la fecha, sumado al peso internacional de Japón como segunda potencia económica mundial durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, me hacía difícil comprender el poco interés que en general mostramos por la historia de este país, incluida la historia de su izquierda”, explica su autor. Y prosigue “Así como la gente atraída por Japón no acostumbra a estar interesada en la política y la izquierda, a la gente atraída por la política y la izquierda no acostumbra a interesarle Japón. Con este libro quería unir ambos mundos: por decirlo de algún modo, quería politizar a los fans de la cultura japonesa y japonizar un poco a los activistas políticos”.
Historia
Mayo de 1968: y la utopía cayó sobre nuestras cabezas
De París a la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, las revueltas del año 68 definieron los límites de la contestación al capitalismo en todo el mundo. En España, la falta de una masa crítica para propiciar un cambio de régimen no impidió que el franquismo desarrollara un plan represivo para contener al movimiento obrero y estudiantil.
Japón, cuna de revoluciones
Durante la posguerra, hasta bien entrada la década de 1970, la imagen que se tenía de Japón era muy distinta a la actual. Justo después de las revueltas masivas de 1960 contra el Tratado de Seguridad, la revista Time afirmaba que la sociedad japonesa tenía patrones culturales únicos que eran un misterio para la mente occidental, y que habían conducido a un “mal uso” de la libertad política y un “incomprensible” retorno a Marx. La revista sentenciaba: “Para los observadores occidentales, los motivos de los tumultos parecen inescrutablemente orientales”.
El fracaso absoluto de la apuesta insurreccional, la muerte de Stalin y el armisticio de Corea en 1953, hicieron virar al PCJ y alejarse de toda táctica subversiva
El embajador de Estados Unidos en Japón que colocó Kennedy justo después de las revueltas de 1960, Edwin O. Reischauer, dejaría escrito: “A diferencia de la sociedad anglosajona, donde manifestaciones como las que se produjeron en Japón contra el Tratado de Seguridad con Estados Unidos serían condenadas por antidemocráticas, los japoneses todavía no son conscientes de la incompatibilidad entre las manifestaciones violentas y la democracia representativa. Los japoneses son, en comparación con los pueblos de cultura anglosajona, más emocionales, como los latinoamericanos”.
El libro arranca en las postrimerías de la II Guerra Mundial. Durante los primeros años de posguerra, el Partido Comunista de Japón (PCJ) y los Estados Unidos se veían mutuamente como aliados contra un enemigo común: el fascismo. El PCJ se comprometía a no hacer la revolución y los Estados Unidos se comprometían a facilitar que los comunistas participasen en el juego de la democracia liberal. Un equilibrio calculado. Y, a su vez, precario. Con el inicio de la Guerra Fría se impuso una lógica anticomunista, a partir de 1947, y las bases del PCJ presionaron cada vez con más fuerza a la cúpula para que adoptase una táctica de confrontación directa. La cúpula se resistió hasta el triunfo de la Revolución China en 1949 y el estallido de la Guerra de Corea en 1950. Fue entonces cuando el PCJ decidió enviar guerrillas a las montañas para propiciar una revolución campesina inspirada en el maoísmo, con un resultado desastroso constante. El fracaso absoluto de la apuesta, la muerte de Stalin y el armisticio de Corea en 1953, hicieron virar al PCJ y alejarse de toda táctica subversiva, concentrando casi exclusivamente su actividad en las urnas. Este giro hizo surgir contra el PCJ una Nueva Izquierda que priorizaba la acción directa y pregonaba la revolución inminente.
Con el nacimiento de la Nueva Izquierda, Japón va a vivir una efervescencia política sin precedentes, El libro aborda con lucidez, sencillez y agilidad la evolución de la Nueva Izquierda nipona, su apuesta armada y su transformación ideológica hasta 1972. Mientras que los líderes del PCJ pertenecían más al mundo de antes de la guerra que al de la posguerra, la Nueva Izquierda irrumpió liderada por una generación más joven que se había hecho adulta ya en la posguerra. Desde dentro o desde su órbita, su desencanto con el PCJ fue su punto de unión.
En lo ideológico, pretendían recuperar al que consideraban el Marx original, un Marx revolucionario. “Consideraban que la historia la hacían los seres humanos, y que la revolución no era algo perteneciente a un futuro remoto que se tenía que esperar de brazos cruzados mientras se votaba cada cuatro años a políticos profesionales, sino algo que se llevaba a cabo en el aquí y ahora del entorno inmediato y cotidiano. No consideraban que Japón fuese un país semifeudal ni una semicolonia de Estados Unidos, sino un capitalismo pleno y una gran potencia cómplice del imperialismo americano. Por lo tanto, Japón estaba preparado para la revolución socialista y lo que se necesitaba eran sujetos con la suficiente voluntad y capacidades militantes para llevar a cabo las acciones en lógica revolucionaria”, explica su autor.
Entre 1968 y 1969 el sistema universitario japonés quedó prácticamente paralizado. Llegaron a dimitir 75 rectores
En el accionar, una Nueva Izquierda que busca inmediatez y promete trascendencia. Agitación, lucha en la calle y la llegada, de nuevo, de la práctica armada. Ahora, alejada de la disciplina del PCJ y acostumbrada a vivir sobre el asfalto. Esta nueva izquierda es la auténtica protagonista del texto de Ferran de Vargas. Su hilo conductor. Construida mediante contraposición de su mentor ideológico, el PCJ, entiende que Japón estaba preparado para la revolución socialista y lo que se necesitaba eran sujetos con la suficiente voluntad y capacidades militantes para llevar a cabo las acciones en lógica revolucionaria. Como resonó en Uruguay en 1966, “las condiciones objetivas se crean luchando”. Una Nueva Izquierda que ponía el foco en la autotransformación individual como vía para la transformación social y que era muy sensible a los elementos del desarrollismo nocivos para el bienestar del ser humano, como la contaminación, la destrucción del medioambiente, la expropiación forzosa de las tierras de los campesinos para proyectos urbanísticos e infraestructuras, la alienación del individuo en una sociedad cada vez más proletarizada, masificada y desconectada de redes comunitarias, el consumismo o la preeminencia de valores materialistas.
Guerra fría
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Auge y caída del proyecto revolucionario
El proceso revolucionario creció exponencialmente entre los sectores jóvenes universitarios durante los años 60 llegando a dirigir, en 1968, la revuelta estudiantil más grande el mundo. En el pico de lo que se conoce como Revuelta de los Zenkyōtō (las asambleas estudiantiles), en 1969, se produjeron conflictos de envergadura en 165 campus, la mitad de los cuales cerrados y bloqueados con barricadas. El movimiento tenía una capacidad de movilización de unos 260.000 estudiantes.
El 68 japonés motivó que el embajador de Estados Unidos en Japón recomendase al presidente Johnson que se inspirase en la policía nipona para contener los conflictos que empezaban a darse en su país
Entre 1968 y 1969 el sistema universitario japonés quedó prácticamente paralizado. Llegaron a dimitir 75 rectores. Como en Francia, en parte la juventud japonesa luchaba contra una estructura de poder institucional y culturalmente autoritaria. Pero en Japón la Guerra de Vietnam y el papel de complicidad del gobierno y el capital japoneses con el imperialismo estadounidense le dio a la revuelta estudiantil una intensidad añadida en las universidades y las calles, si bien el movimiento obrero se movilizó menos que en Francia.
El 68 empujó a una nueva dinamización orgánica de un espacio que conjugó una amplitud práctica evidente -organizaciones sociales, partidos políticos y grupos armados- con una producción y discusión teórica sin precedentes. El 68 japonés motivó que el embajador de Estados Unidos en Japón en ese momento, Alexis Johnson, recomendase al presidente Johnson que se inspirase en la policía nipona para contener los conflictos que empezaban a darse en su país. Pero fue el inicio de una expansión trepidante que transformó la Nueva Izquierda hacia la dispersión, la fragmentación y la práctica armada.
En 1971 se produjeron 51 ataques violentos en comisarías, tribunales y universidades en Japón. Estallaron 37 bombas, una de las cuales fue recibida en un paquete en la casa del superintendente general del cuerpo de policía matando a su esposa. El número de policías heridos ese año fue de 1.500. Poco después, las acciones armadas pasarían a ejecutarse sobre todo en el exterior y se extenderían las relaciones internacionales: Cuba, Beirut, Brigadas Rojas o las RAF, entre otros. Un ciclo que culmina, dramáticamente, en 1972. Un periodo que el autor caracteriza como “autodestrucción”.
La imagen internacional de Japón sucumbió a las acciones de grupos armados repartidos por distintos lugares del mundo. En ese contexto, un periodista japonés llegó a preguntar irónicamente a un representante del gobierno si Japón planeaba exportar “terroristas” además de coches y productos electrónicos. Es curioso que hoy esté muy extendida la imagen de que la particularidad de la sociedad japonesa es su carácter harmonioso, mientras que durante los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial la particularidad era más bien su carácter convulso. La imagen actual se empezó a imponer cuando los conflictos amainaron durante la década de 1970, las izquierdas se fueron desintegrando y Japón se convirtió en símbolo del “éxito” económico capitalista. Un símbolo que esconde una historia de las izquierdas transformadoras rica, sugerente y con lecturas para nuestro presente que Ferran de Vargas recupera y expone con una narrativa absorbente que equilibra el rigor académico con una escritura ágil y dinámica.