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María Galindo: “Nos vienen robando hasta la palabra feminismo”

Hablamos con esta activista del colectivo Mujeres Creando sobre las luchas feministas, la despatriarcalización y los movimientos sociales en Bolivia.

María Galindo es uno de esos personajes incómodos que no deja títere con cabeza. Tras 23 años de militancia en el colectivo boliviano Mujeres Creando, ha conseguido consolidarse como referente del movimiento feminista y ser la china en el zapato de ONG, gobiernos y cualquiera que haya tratado de erigirse en “la voz” de las mujeres. Con un feminismo construido desde el hacer cotidiano, hace frente a lo que denomina la “fallida revolución feminista” y al papel que juegan instituciones y organismos internacionales como traductores de los movimientos de lucha, encargados de escribir en su nombre los guiones oficiales, imponiendo categorías y despolitizando el lenguaje.

“Soy consciente de que nos vienen robando hasta la palabra feminismo. Uno de los actos del poder es devorárselo todo, ser el todo y que nada tenga sentido por fuera del sentido que el poder asigna a las cosas, por eso la necesidad de apropiarse de la palabra, del territorio feminista, la necesidad de cooptarlo, devorarlo y despojarlo de su sentido subversivo e inquietante”.

Mujeres Creando nace en 1992. ¿Cómo han sido estos años?
Ha sido una acumulación de conocimiento político imposible de resumir. Hemos ido reelaborando nuestras ideas muchas veces, y toda esta acumulación de trabajo político desde una perspectiva feminista le ha dado a Mujeres Creando una originalidad muy especial. Empezamos muy pocas mujeres y ahora somos más, aunque nuestra vocación nunca fue de masas.

Hubo un momento en que Muje­res Creando era un sueño. Nuestro “indias, putas y lesbianas; juntas, revueltas y hermanadas” parecía algo imposible de construir, un enunciado poético que no iba a concretarse nunca. Pero hoy somos una organización que mantiene la vitalidad con un alto grado de complejidad social. Hemos construido una organización política que ha jugado un papel histórico en nuestro país. De ser un grupo de feministas hemos pasado a ser un fenómeno cultural y un referente de rebeldía para las bolivianas.

Conceptos como discriminación, igualdad o empoderamiento han abierto la puerta a la domesticación del feminismo

Tu último libro reclama la autoría de la tesis de la despatriarcalización para evitar los usos demágogicos que se estaban sucediendo. ¿Qué aporta esta teoría a la lucha feminista?
La despatriarcalización supone un reposicionamiento de los feminismos en función de una visión utópica y no de una visión de derechos que limita el empoderamiento de las mujeres a la participación en estructuras engañosas que forman parte de la visión capitalista colonial. Conceptos como discriminación, igualdad o empoderamiento son engañosos y han abierto la puerta a la domesticación del feminismo. Una cosa es impugnar, subvertir y cuestionar el sistema y otra muy distinta demandar la inclusión en el mismo.

Teniendo en cuenta las diferencias Norte-Sur, ¿crees que la teoría de la despatriarcalización es exportable al mundo occidental?
El neoliberalismo ha sido muy hábil en utilizar todas las expectativas sociales e individuales de las mujeres para funcionalizarlas a sus objetivos, tanto a las del Norte como a las del Sur. Este libro desmonta muy bien esa trama para el Sur del mundo, pero también permite utilizar muchas de esas categorías para desmontar la manipulación de las expectativas de varias generaciones de mujeres en el mundo occidental. Lo que el sistema neoliberal está vendiendo a las mujeres europeas como conquistas para ellas es falso, pues está asentado sobre la servidumbre de las mujeres del Sur, sobre las exiliadas del neoliberalismo, que funcionamos como chantaje.

Desde Mujeres Creando reclamáis una política feminista basada en la cercanía, lo cotidiano y el placer. ¿Cómo se materializa todo esto en vuestras prácticas?
Una de nuestras patas es la política simbólica, la construcción de lo ideológico, pero sobre todo nos centramos en lo que llamamos “política concreta”, como la que usamos en los casos de violencia machista. Pro­po­nemos acciones concretas a cada mujer y luego ella decide: el escándalo público, la acción ilegal o la vía jurídico-policial. Con respecto al hom­bre, cuando se niega a ser parte de la solución, lo cercamos a través de su trabajo, lugar de residencia, amigos. En nuestra radio difundimos listas de padres irresponsables y de hombres violentos. Estas prácticas y metodolo­gías del ingenio, de la espontaneidad y del acompañamiento han generado que hoy nuestro servicio contra la violencia machista sea el más prestigioso de la ciudad.

A pesar de que el Estado plurinacional ha puesto en marcha diferentes políticas de género, no tienes una opinión demasiado positiva de ellas.
Las feministas parimos la idea de que la violencia machista es un delito público, no privado, un acto de poder y de dominación política. Fren­­te a eso, nosotras generamos todas las categorías para interpretar esa lucha. Pero el Estado se ha apropiado de ellas a través de sus instituciones limitando el discurso y acabando con lo interesante del proceso, que era romper con el asistencialismo. Por ello la relación de la institución con la realidad es nefasta: las políticas de género cooptan el discurso para justificar la propia institución y domesticar la lucha feminista.

Como parte de los movimientos sociales bolivianos, ¿os afectó la llegada al poder de Evo Morales?
Fue un momento de mucha frustración. Evo supo aprovechar un espacio vacío que se dio en la sociedad, y eso lo entendimos. Sin embargo, eso no significa que no podamos cuestionar lo que con ese poder ha hecho. La sociedad boliviana logró en 2003, gracias a una revuelta popular sin vanguardias, entender que el modelo neoliberal estaba agotado y, sin embargo, Evo se apropió de ese discurso para darle continuidad de una forma disfrazada. Otra cosa que le impugnamos a Evo es la relación que establece entre la cúpula gubernamental y los movimientos sociales, que empieza a ser una relación de clientelismo, de entrismo con una pequeña dirigencia. Y a los movimientos que de alguna manera no han confluido se les ha intentado dividir y anular, como ocurrió en el caso de los indígenas de las tierras bajas con el conflicto del Tipnis.

Entonces, ¿cómo hacer oposición al gobierno de Evo Morales, reelegido con más de un 60% de apoyo?
Nosotras no hacemos oposición, intentamos generar nuestras propias alternativas y provocar un escenario social que no sea exclusivamente de reacción. Gobierno y Estado no lo son todo, hay una sociedad más allá. Y nosotras interpelamos y hacemos política con esa sociedad tratando de inventar nuestros propios escenarios políticos.
El feminismo “clasemediero oenegero”
En su último libro, A despatriarcar, la escritora boliviana carga contra el Gobierno de Evo Morales, contra el feminismo “clasemediero oenegero” y contra las propias mujeres que hacen gala de él, a las que clasifica dentro de una “tecnocracia de género” que lejos de construir movimientos sociales efectivos ha servido para desvirtuar horizontes de lucha y legitimar el proceso neoliberal en América Latina.
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