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Fútbol
¡Puto fútbol! Literatura vasca a balonazos
Una pintada cutre con lo que parecía un rotulador edding negro sobre un contenedor verde me estuvo gritando «¡Puto fútbol!» durante años. Cada vez que pasaba por la Campa del Muerto, lo leía bisbiseando. Y la verdad es que el borratajo se me coló bien dentro y lo repetía a menudo sin siquiera venir a cuento. Tardé algún tiempo en reparar en las razones qué llevaron a (¿un grafitero principiante, un aficionado al silencio, un txuriurdin?) alguien a escribir aquello sobre esa superficie de Bilbao.
Como práctica social, el fútbol es un hecho total –no solo social, también cultural, político y económico– (¿puto fútbol moderno, quizá?) que conlleva fuertes cargas de identificación colectiva (esto lo expresaba Fernando Carrión). Escribir «¡Puto fútbol!» es abrir hueco para que pase el aire. Si el fútbol es un elemento de integración simbólica y significa lo que hoy significa, «¡Puto fútbol!» es lo menos que se puede decir. ¿O no?
Mirar el fútbol desde la literatura vasca nos ayuda a reenfocar qué es eso de la literatura vasca.
En Libros en el terreno de juego. Literatura vasca y fútbol, el grupo de investigación LAIDA (UPV/EHU), en una edición coordinada por Jon Kortazar y Mari Mar Boillos, propone varios motivos por los que rescatar la reflexión futbolera desde la lectura. Tantos, al menos, como para compensar la ristra de razones por las que detestar el fútbol y su presunta capacidad para la integración simbólica. Mirar el fútbol desde la literatura vasca nos ayuda a reenfocar qué es eso de la literatura vasca.
Enseñar desde el fútbol
La profesora Ana Merino, de la Universidad de Iowa, relata cómo el fútbol y la literatura se unen y ayudan a conformar un camino de estudio, atención, de sillas ocupadas. Cuenta Merino que le gusta comenzar sus cursos con “Oda a Platko”, poema de Rafael Alberti, sobre cómo el guardameta húngaro del mismo nombre se convierte en héroe. Pero Alberti recurre a Platko para alumbrar otra cosa: la explosión de violencia de la que fue testigo en la final de la Copa de España entre la Real Sociedad y el Barça (“Nadie te olvida”, le dice Alberti a su querido portero). Gabriel Celaya contestó a Alberti en una especie de beef literario con el poema “Contraoda del poeta de la Real Sociedad” que dice así: “Y recuerdo también nuestra triple derrota / en aquellos partidos frente al Barcelona / que si nos ganó, no fue gracias a Platko / sino por diez penaltis que nos robaron”. (¿Puto fútbol?).
Fútbol a este lado
Colo Colo, trinchera por un Chile justo
Fútbol y literatura se han engarzado también para contar la historia. ¿Es inenarrable un golpe de Estado? Con toda sutileza, Alfredo Relaño escribía en una columna de 1973 que el asalto contra el Gobierno de Allende coincidía con la fase de clasificación del mundial del siguiente año. Chile habrá de enfrentarse a la Unión Soviética, que declina presentarse como repulsa a la sanguinaria represión de Pinochet. Concretamente, los soviéticos señalaban al Estadio Nacional, donde luego se probaron torturas y desapariciones forzadas. Pero la FIFA, tras una inspección, dio luz verde. Los soviéticos mantendrán su rechazo. Chile ganará 2-0 jugando sin oposición. Los estadios son construcciones complejas donde el encuentro es masivo, pero transpiran historia política del pasado que hay que reflexionar, argumenta Merino. Hoy, los estadios de fútbol se construyen como escaparates, como catedrales de la banalidad, que diría Ignacio Pato.
A Bolaño le costaba distinguir izquierda y derecha. Gracias a chutar con la zurda pero escribir con la diestra pudo tener el resto de su vida una referencia espacial que, quizá, le ayudó a escribir 'Los detectives salvajes'.
Un escritor y poeta chileno, precisamente, se dio cuenta de su dislexia al comprobar su “lamentable condición de futbolista”. Roberto Bolaño decía jugar una media de un partido bueno cada seis meses. Le costaba distinguir entre izquierda y derecha, y gracias a chutar con la zurda pero escribir con la diestra pudo tener el resto de su vida una referencia espacial que, quizá, le ayudó a escribir Los detectives salvajes.
Cuestionar la historia de la identidad
En 1979 la novela El otro árbol de Guernica (1967) había vendido un millón de ejemplares. En este clásico de la literatura vasca se aborda el exilio de todos aquellos niños que, saliendo de puertos como el de Bermeo, no saben si volverán a sus pueblos. Aunque el texto original es de Luis de Castresana, la película de Pedro Lazaga (1969) y la traducción de Jaime Kerexeta –en bizkaiera, como Gernika’ko beste arbola– son reinterpretaciones cargadas ideológicamente. “Tanto la versión del libro como la del film lo eluden todo: el porqué de la guerra, el porqué del golpe de Estado del general Franco y el porqué del bombardeo del Gernika. Según ese discurso ideológico, esa guerra es –simplemente– irracional”, analiza Miren Gabantxo. En la película hay tres elementos centrales: 1) la música –cantan el himno Agur jaunak en vez del Gernikako arbola–; 2) se produce un saludo donde dos protagonistas van ataviados con la camiseta del Athletic Club; 3) El santo árbol de Gernika. Así se pretendía refundar el casticismo vasco. El franquismo tratará de apropiarse de toda esa simbología: ¿ese roble, esa lengua y esos colores pueden soportar la refundación de una especie de sentimiento nacional?
José Luis Bilbao, siendo candidato a presidir la Diputación de Bizkaia llegó a expresar lo siguiente: “Lo más grande es ser del PNV, del Athletic y de la Virgen de Begoña”.
No muy lejos de esta trinidad casi mística, José Luis Bilbao, siendo candidato a presidir la Diputación de Bizkaia llegó a expresar lo siguiente: “Lo más grande es ser del PNV, del Athletic y de la Virgen de Begoña”. Un homónimo de la novela de Ramiro Pinilla, recoge Jon Kortazar, hará ficción la máxima (¿o fue al revés?): “Dios, la Virgen María, Jesucristo y el Papa son parte nuestra, son la tradición, y el pueblo vasco si es algo es tradición”.
Metarrealidad y metaliteratura
La escritura de Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) puede ayudar a comprender la relación tejida entre la sociedad vasca y el fútbol. Por ejemplo, en su Aquella edad inolvidable (Tusquets, 2012) narra ficticiamente el gol de Telmo Zarra al Real Madrid en aquella final de Copa de 1943.
Lo hace a través de la figura inventada de Souto Menaya, jugador que proviene del Arenas de Getxo y que, tras ser fichado por el Athletic, deja a Zarra en la suplencia en esa final. Además, marca el gol de la victoria (no se sabe, y no puede saberse, si con la mano o con la cabeza). En el primer partido de la temporada siguiente, un defensa le rompe la pierna y el goleador cae en la desgracia de tener que ganarse la vida metiendo cromos de Blancanieves en sobres. Las tensiones sociopolíticas y religiosas, el diálogo interno sobre la superstición y la identidad vuelven a marcar la obra del Premio Nacional de Narrativa.
Fútbol a este lado
Asier Villalibre y la “normalidad”
La editorial Tusquets llegó a vender cromos falsos (bueno, ficticios, mejor dicho) llenando de metaliteratura las casas. Imagino que en algún trastero guardará polvo una estampa de un tal Souto Menaya que nunca existió.
La metaliteratura es un charco donde Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951), quizá el autor vasco vivo más reconocido, se ha metido hasta las rodillas. En Sobre el tiempo (1995) Atxaga decide reunir a las letras del abecedario para, en una mesa redonda, debatir sobre la cuestión temporal. La letra H llega a interrumpir el acto para proclamarse hooligan recluyendo al tiempo como aquello que define lo que dura un partido de fútbol. Tras ellos, algunas letras deciden abandonar el debate para ir a ver el partido PSG-Milán. ¿Puto fútbol? Las letras habladoras de Atxaga parecen reflexionar sobre si pensar el tiempo es una pérdida de este. Para ello, algunas se declaran forofas de este o aquel pensador. Este capítulo lo estudia Paloma Rodríguez-Miñambres.
Coda
Ahora que unas pinceladas de cómo el fútbol se ha colado en nuestras vidas quedan atrás, cabe preguntarse cómo el fútbol se toma la literatura. Gracias a Miren Maite Billabeitia sabemos qué leen algunos futbolistas de algunos equipos vascos, como Eneko Bóveda, Ane Campos, Xabi Etxeita, Ander Guevara, Sara Navarro o Irati Uriarte.
Además de la Trilogía del Baztán, La chica del tren y Loba negra, anónimamente uno de ellos nombra un libro titulado Bitcoin, blockchain y tokenización para inquietos como lectura reciente. Otro se interesa por los genomas y unos pocos dan títulos en euskera. ¿Dice más la literatura sobre el fútbol o el fútbol sobre la literatura? También anónimamente, uno de los profesionales del balón menciona que se está “aficionando a los libros de autoayuda”. Otro reconoce que Miñan [Hermanito] tuvo una gran repercusión en la prensa, y por ello lo leyó.
Cuando les preguntan por qué libros recomendarían, sin embargo, se lanzan a la piscina de Dostoievski, de Houellebecq (¡de Houellebecq!) y otros apellidos largos y difíciles de pronunciar y escribir sin consultar. Me imagino a Eneko Bóveda pasando páginas de Los hermanos Karamazov y, la verdad, pienso, quizá es el momento oportuno para comprar un cromo con su cara.