Fútbol a este lado
Aquí nadie está solo

El estadio, como la parroquia y el pub, era una casa común. Tres lugares donde buscarle al mundo si no un sentido, sí una narrativa.

Viernes noche. Planeas una sesión doble de cine en casa. Te duermes antes de que acabe la primera película, que te estaba gustando. Eso que sientes no tiene mucha más poesía que la que posee la palabra “cansancio”. ¿Estamos cada vez más empujados por la producción a vivir el tiempo libre, justo el que más autodeterminado tendría que ser, a la defensiva? ¿El descanso, que cada vez se vende más caro, lo pagan nuestras horas de ocio? ¿El reposo forzado cura o estrecha vidas? ¿Se puede elegir no hacer nada en una existencia fulgurante?

No romantizaremos aquí el estar fundidos, la siesta de pijama y orinal, pero mucho menos validaremos —qué verbo de época— a quienes con neolengua esclavista inventaron términos como la power nap o cabezadita reconstituyente para seguir con pilas cargadas en la rueda, a quienes dicen que dormir es de cobardes, a quienes desprecian los domingos porque han tenido pocos lunes. El sábado es distinto. Te levantas y sientes que tienes todo el día por delante. Cuidado, que ese día va a velocidad x2, te adviertes. Hay que planificar todo con antelación. La ciudad ha sido hábil consiguiendo, sin trámites legislativos, prohibir la improvisación, la ocurrencia, la casualidad. Es su forma de tener miedo. A esta mierda de ciudad —la tuya, la mía, casi cualquiera— la han desesperanzado viva, te dices, y ya su única victoria es que los demás sean como ella, te agarra del tobillo como el cínico que no quiere que le ayudes a salir de las arenas movedizas, sino arrastrarte a ellas. Incluso ese ahogado prueba que hay algo que ni el capitalismo ni una pantalla ni una urbanización aislada han conseguido erradicar: la necesidad de contacto humano. Por eso te vas de cabeza a un concierto, lo saben los guardarropas de las salas llenos que hacen del invierno su agosto. Por los empujones, el pogo y el sudor, por sincronizarte con otras personas olvidando todo durante un momento, por comprobar que, a veces, un mundo incomprensible cae todavía derrotado por un estribillo.

Está por ver cuántos exaficionados ha generado el empacho de un fútbol que renunció al misterio, siempre reñido con la literalidad del dinero. Es —¿fue? ¿Vivimos ya en el posfútbol?— un deporte que en el pasado asociamos al domingo, pero que tuvo en sus orígenes un idilio con el sábado a la tarde, el momento en que los obreros británicos salían de las fábricas. El estadio, como la parroquia y el pub, era una casa común. Tres lugares donde buscarle al mundo si no un sentido, sí una narrativa. Sitios donde encontrarse a uno mismo con otros.

Lo siguiente sucedió hace unos meses en un campo de fútbol. Claro que no en uno cualquiera. En el único fondo del estadio de un equipo que no se entiende sin su entorno. Sería un sueño para los actuales gobiernos regionales y municipales madrileños desvallecanizar al Rayo. Esa relación, frente al paisaje impersonal, atomizado y dócil que fomentan las instituciones, construye arraigo, comunidad y autoestima colectiva. Decíamos que en Vallecas, durante un partido, leímos una pancarta: “La ansiedad es epidemia en nuestros barrios. Habla. Aquí nadie está solo”. La imagen no es nada habitual en la élite de un deporte que se pone incómodo cada vez que se le recuerda que es un juego atravesado por su contexto social. Pero tan bien tirado iba el mensaje que se adelantó a las cifras de un estudio que hemos conocido ya este año. En nuestro país, una de cada cuatro personas de entre 16 y 29 años siente soledad no deseada. Es un sentimiento, explica el estudio, más predominante en mujeres, agravado cuando hay dificultades para llegar a fin de mes y directamente relacionado con la ansiedad y una baja autoestima. Puede que vivamos un tiempo en el que la capacidad de acción para darle humanidad a un orden caótico parezca limitada. Que quizá nos parezca que verbalizar se haya puesto la camiseta del hacer. Pero pausemos y paseemos más que recorramos etapas, practiquemos ese decir que solo existe con la escucha. Estemos juntos a la mínima.

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SimónPeña
23/6/2024 18:45

Sí, el estadio fue el hogar de mucha gente, como el bar de la esquina, como la parroquia..., sí. Pero llegó un momento en que el capital metió sus sucias manos convirtiendo el hogar en un macro hogar inhóspito, el bar de la esquina, si resistió el empuje de la especulación, se convirtió en un karaoke, o cafetería, o pub..., la parroquia dejó de ser un lugar de comunión, o sea, unión, para convertirse en un centro de aleccionamiento de intransigencia (y da igual qué Iglesia está detrás)... Y la soledad se extendió como las sombras de un eclipse infinito.
Afortunadamente las sombras no impiden que la conciencia rebrote. Así lo anunciabas en enero de 2023 en la entrevista de José Durán. Afortunadamente hay parroquias libertarias, ahí tenemos a San Carlos Borromeo. Afortunadamente hay gestos en algunos equipos en los que las gradas presionan y que por muchos Presas, por muchos Vizcaínos que lo intenten, otros ya lo consiguieron en sus catedrales aleccionadoras cuando no convertidas en partido pero no de fútbol. Afortunadamente quedan bares en las esquinas y aún quedan miembros del baretismo (expresión recogida por Jesús Díez de Palma para expresar el deseo de encontrar a dios en el fondo de la botella), quizá tan vez heréticos, tal vez demasiado parlanchines, pero muy sociables y simpáticos.
Y, sobre todo, quedan muchos, muchas, y cada año más, seguidores de un equipo de fútbol, pero también del deporte tal vez más interesante que hay, contando desde luego con el Ruby. Peñas alegres, que animan continuamente a su equipo sin ofender a nadie, gentes que desean regresar al fútbol de base, donde no existan capitales destructores del deporte y encumbrados de ídolos de paja, eso sí, con mucho dinero en sus cuentas.
Pero nadie va a poder hundir la imaginación, esa que manifestaba, como apuntas, que “La ansiedad es epidemia en nuestros barrios. Habla. Aquí nadie está solo”. Imaginación para juntarse, cosa que odian los comerciales, imaginación para compartir, y no solo la afición al equipo, al fútbol, también a otras cosas.
Enhorabuena por el artículo. El fútbol necesita periodistas como tu, medios como panenka, etc.

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