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Extremadura
¿Quién se acuerda de Enrique Díez-Canedo? A los 75 años de su muerte
Coincidiendo con la efemérides del Desembarco de Normandía, este 7 de junio se cumplen 75 años de la muerte del poeta e intelectual de Alburquerque (Badajoz) Enrique Díez-Canedo. Su importante obra literaria y su influyente figura en la España anterior a la guerra civil y en el exilio republicano resultan ahora desconocidas para el gran público. Una muestra más del ingente trabajo de recuperación de nuestra memoria más digna que aún queda por hacer.
En agosto de 1943, mediante carta remitida desde su exilio en México, Enrique Díez-Canedo declinaba la oferta que Juan Ramón Jiménez le había hecho poco antes para que se fuera a trabajar con él a la Biblioteca del Congreso en Washington. Don Enrique, con un gran sentido de la responsabilidad por sus compromisos adquiridos con diversos medios de prensa en México, con los que colaboraba, excusaba la oferta de su gran amigo escribiéndole: “No podría, pues, dejar de pronto todas estas cosas, y a mi gente, ya establecida aquí en diferentes ocupaciones diarias, con todo lo cual vamos viviendo, en espera de algo que parece relativamente cercano, sin que yo me haga muchas ilusiones: la vuelta a España”.
La Alemania nazi comenzaba a vislumbrar que estaba perdiendo la guerra. A la derrota de Stalingrado le siguió la de la batalla de Kursk, también en agosto de 1943, justo el mismo mes en que Díez-Canedo escribía estas letras y se despedía de Zenobia y Juan Ramón con una postdata: “Estoy semi-enfermo, los dos mil y pico metros de altura, y escribo desde la cama”. Como el resto de los españoles en el exilio, cuyo Gobierno de la República estaba constituido en la Ciudad de México y presidido por Juan Negrín, confiaba –no sin reparos- en que la derrota del fascismo traería el derrocamiento de Franco en España y la vuelta a la democracia.
Apenas un año después, el 7 de junio de 1944 (en algunos lugares consta el 6 de junio), ahora hace 75 años, Enrique Díez-Canedo Reixa moría en México D.F., después de haber pasado una larga estancia en Cuernavaca, en el campo, donde no le gustaba estar por considerarse hombre de ciudad y a donde se había retirado por prescripción médica debido a sus problemas cardíacos. Según dejó testimoniado uno de sus hijos, estos problemas se agravaron cuando supo de la suerte que había corrido su biblioteca en su residencia de Madrid, saqueada tras la entrada de las tropas rebeldes de Franco. Su esposa Teresa confesó en una carta escrita a la de Pedro Salinas que la biblioteca contaba con más de 50.000 volúmenes.
La celebración del 75 aniversario del desembarco de Normandía ha eclipsado el también 75 aniversario de la muerte de este gran poeta, políglota traductor y crítico ecuménico nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1879
La celebración del 75 aniversario del desembarco de Normandía ha eclipsado el también 75 aniversario de la muerte de este gran poeta, políglota traductor y crítico ecuménico nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1879. Fue mentor de diversas generaciones literarias, reconocido como maestro por quienes después pasaron a gozar de esta categoría en los libros de texto, impulsor de corrientes estilísticas, artífice de instituciones académicas y, sobre todo y como coincidieron en definirle quienes le conocieron, un hombre bueno. El poeta José Moreno Villa, amigo personal, le describió a la perfección: “Fue jovial, animoso, erudito y poeta, jugó limpio, vivió en impecable lealtad y ponderación, no dejó un solo enemigo”.
El mismo día de su fallecimiento el periódico mejicano Excelsior publicó uno de sus artículos de colaboración, Velázquez en casa, donde narraba su participación desinteresada en la fundación, en 1904, de la conocida como Universidad Popular de Madrid: entre sus labores estaba la de guiar las visitas al Museo del Prado de grupos de obreros analfabetos a quienes explicaba las pinturas.
Su legado permanece vivo por la labor de diversas instituciones y personas. Entre estas últimas destaca Aurora Díez-Canedo, nieta de don Enrique y profesora de la Universidad Autónoma de México que intervendrá en el I Congreso Internacional sobre el exilio republicano extremeño que se va a celebrar en Cáceres el próximo 13 y 14 de junio.
Entre las instituciones que han aportado su grano de arena a que la labor y obra de Díez-Canedo sea recordada y siga reconocida están la Editora Regional de Extremadura, que publicó en 2011 La obra crítica de Enrique Díez-Canedo, de Marcelino Jiménez León, y en el año 2010 una preciosa edición facsímil de la Pequeña antología de poetas portugueses, con estudio de Antonio Sáez Delgado, publicada en París en 1909 y 1911 por la Editorial Excelsior. También destaca la edición en homenaje a este poeta publicada por Cauce, la Revista de Filología y su Didáctica de la Facultad de Ciencias de la Educación de Sevilla, con patrocinio del Departamento de Publicaciones de la Diputación de Badajoz.
Hay una institución humilde que hace honor a su nombre: el Instituto de Educación Secundaria de Puebla de la Calzada Enrique Díez-Canedo. Son numerosos los eventos organizados por este instituto en remembranza del poeta
Pero hay una institución humilde que hace honor a su nombre: el Instituto de Educación Secundaria de Puebla de la Calzada Enrique Díez-Canedo. Son numerosos los eventos organizados por este instituto en remembranza del poeta, tales como la exposición realizada hace dos años, en el 2016, en los pasillos del centro, una muestra recopilatoria de fotografías de la vida y época de Enrique Díez-Canedo en la que, como escribí entonces, resultaba admirable ver su figura acompasada de los diversos estilos literarios, ya con bigote alfonsino y aires de romántico, ya con canotier propio de la belle époque, y muy siglo dieciocho y muy antiguo y muy moderno, audaz, cosmopolita, tal y como cantara su admirado Rubén Darío, a cuyas lecturas poéticas asistiera en vida del llamado Príncipe de las letras castellanas.
Este IES, con la ayuda de la Diputación Provincial de Badajoz, publicó una edición facsimilar del número que la revista Litoral dedicó en agosto de 1944 a la memoria de Enrique Díez-Canedo, donde Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Concha Méndez, Emilio Prados, Alfonso Reyes, Max Aub y muchos otros rendían homenaje a quien siempre habían considerado amigo y maestro. El ejemplar reeditado, con su característica portada azul en papel verjurado, supone un homenaje a la cultura española en el exilio, la que seguía fiel al Gobierno de la Segunda República Española, tan cercana a sus poetas y tan lejana de su tierra usurpada. Como se dice en la hoja volandera que hace la presentación preliminar del facsímil: “esta edición quiere recuperar la figura de cuantos, como nuestro autor, ejemplificaron, de forma inequívoca la vocación tolerante y liberal de aquellos, tantos extremeños, que consiguieron cambiar el paisaje social y cultural de su país en pocos años, y situarlo a la altura de las circunstancias”.
Periodismo
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Este instituto, que ha hecho seña de identidad propia la figura del poeta, también editó (con el patrocinio de nuevo de la Diputación de Badajoz), las Fabulas de La Fontaine, traducidas en verso por Enrique Díez-Canedo y publicadas en 1918 por la editorial Saturnino Calleja de Madrid con ilustraciones de T.C. Derrick. La preciosa y perfecta edición facsímil va acompañada de una nueva edición ilustrada por Pablo Melara y de un estudio preliminar de José Miguel Prado, profesor de Lengua y Literatura en ese mismo IES, sobrado conocedor de la obra de Díez-Canedo.
Hoy día la entrada de la RAE referente a Díez-Canedo solo cuenta con tres líneas y no refiere ninguna de sus obras, mientras que la de Unamuno, sin menoscabar su valía, se extiende por abultados párrafos con una amplia relación bibliográfica
En diciembre de 1935, Díez-Canedo ocupó la silla R de la Real Academia Española. Leyó el discurso Unidad y diversidad de las letras hispánicas, contestado en nombre de la corporación por Tomás Navarro Tomás. Podía haber obtenido un sillón tres años antes, pero renunció a contender con Unamuno, el otro aspirante que finalmente lo ocupó. Después de la guerra la docta Academia, presidida por Ramón Menéndez Pidal, borró su nombre de la corporación. Hoy día la entrada de la RAE referente a Díez-Canedo solo cuenta con tres líneas y no refiere ninguna de sus obras, mientras que la de Unamuno, sin menoscabar su valía, se extiende por abultados párrafos con una amplia relación bibliográfica.
Quien fuera más que su excelente amigo, Max Aub, publicó en Cuadernos Americanos, México, enero-febrero de 1971, el relato autobiográfico Una cena en Madrid de 1969. Con el mismo trasunto de lo narrado en La gallina ciega, Aub contó una cena vivida (sufrida) en compañía de Laín Entralgo y otros académicos y escritores de la España franquista del momento. En medio de la banal conversación literaria de quienes rendían pleitesía al régimen, Aub sacó a colación la publicación en México, dos años antes, de los cuatro tomos de los Artículos de crítica teatral de Enrique Díez-Canedo, la mejor historia del teatro español de 1914 a 1936, en sus palabras. Lamentó que ninguno de los comensales hubiera leído tal obra y dejó escrito, resolviendo para su coleto:
“¿De quién es la culpa? ¿Del distribuidor, del editor, del librero? En parte. La mayor, del público. Le tiene sin cuidado. No sabe quién fue Enrique Díez-Canedo, no le importa el teatro de esa época –ni de ninguna- con tal de saber los enterados de Ionesco o de Beckett (que son buenos, por otra parte). Además, era un rojo”.
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