Estados Unidos
Trump y la Internacional del Odio, o cómo las tecnologías juegan al servicio del poder

Las nuevas tecnologías se habían convertido en el brazo armado del capitalismo, lo que no nos imaginábamos era el rol tan decisivo que terminarían jugando en el escenario político mundial.
Donald Trump y su 'Cloud Act' han cambiado el tratamiento de la información en la red. Fuente: Picryl
Donald Trump y su 'Cloud Act' han cambiado el tratamiento de la información en la red. Fuente: Picryl
21 ene 2025 06:00

Tecnología y poder. Desde que en 2016 Cambridge Analytica usara los datos privados de 87 millones de usuarios de Facebook para enviar mensajes personalizados a favor de la campaña presidencial de Donald Trump, tecnología y poder son dos ámbitos que no se pueden analizar por separado.

El mejor ejemplo lo representan las dos victorias electorales de Trump. Si hace ocho años fueron Cambridge Analytica y Facebook, en 2024 fue X la pieza clave en el triunfo del republicano. De hecho, según un estudio del Center for Countering Digital Hate, las publicaciones de Elon Musk en X tras su apoyo a Trump acumularon 17.100 millones de visitas, lo que a cualquier otro candidato le habría costado unos 24 millones de dólares en términos de alcance publicitario.

Ya sabíamos que las nuevas tecnologías se habían convertido en el brazo armado del capitalismo gracias a la producción de mercancías a gran escala y con ello la prescindibilidad y precarización de la clase trabajadora, lo que no nos imaginábamos era el rol tan decisivo que terminarían jugando en el escenario político mundial.

Hemos visto una ceremonia que bien podría llamarse la Internacional Odio si tomamos en cuenta el perfil de los invitados: Milei, Meloni, Farage, Zemmour y Abascal...

Lejos quedan aquellas risas de vergüenza ajena que nos provocaba el Trump de comienzos de 2000, aquel friki facha aspirante a presidente que nos sonaba más por haberlo visto en un capítulo de Sex and the city que por sus ideas políticas. Ingenuidad la nuestra. E incredulidad. La misma con la que le vimos este martes tomar posesión por segunda vez del cargo político más importante del mundo, en una ceremonia que bien podría llamarse la Internacional Odio si tomamos en cuenta el perfil de los invitados: Milei, Meloni, Farage, Zemmour y Abascal, aunque a este último todavía le faltan créditos para pertenecer a esta flor y nata del facherío internacional.

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Tecnopopulismo y bulos

La última victoria de Trump traerá consigo no solo la versión 2.0 de todos sus males, léase racismo, misoginia, patriarcado, LGBT-fobia, capitalismo, negacionismo del cambio climático, etcétera, también implica la inauguración oficial de la era del tecnopopulismo. Porque ya no importan las propuestas políticas en vivienda, educación, sanidad o pensiones, ahora lo que suma puntos (y votos) es el engagement, la viralidad, los repost y los followers que se consiguen con ideas rocambolescas como la de Trump de anexar Groenlandia a Estados Unidos o la de Milei de legalizar el mercado de venta de órganos en Argentina. Mención aparte merecen los bulos, aquellas mentiras absurdas dirigidas contra colectivos vulnerabilizados y que de tanto repetirse terminan siendo dadas por ciertas por una parte de la población.

Los discursos de odio terminan reforzando la narrativa dominante cis-heteropatriarcal racista, capacitista y gordófoba, fomentando así la violencia verbal y física hacia todo lo que no calce con ese relato, generando estigmatización y exclusión social

El aspecto más peligroso de los discursos de odio es que terminan reforzando la narrativa dominante cis-heteropatriarcal racista, capacitista y gordófoba, fomentando así la violencia verbal y física hacia todo lo que no calce con ese relato, generando estigmatización y exclusión social. En España Vox tiene un doctorado en bulos. No se les arruga la frente cada vez que lanzan una mentira, como cuando dijeron que los menores extranjeros no acompañados ganaban al mes 4.700 euros.

Lanzada la mentira, poco importan después los datos que la desmienten. Un estudio reciente publicado por la revista Science afirma que las personas enganchan con noticias que les produce indignación y que por eso están dispuestas a difundirlas aunque los datos no sean fiables. Esto lo saben los de Vox y todos los integrantes de la Internacional de Odio. No necesitan estudios de por medio, les basta con ver cómo sus bulos corren como la pólvora para entender que esa es la fórmula que deben seguir explotando.

En esta línea del ‘suelta lo que quieras, que da igual si es mentira’, Mark Zuckerberg, dueño de Meta (Instagram, Facebook y WhatsApp) emitió unas declaraciones a comienzos de enero en las que anunció que eliminaría su programa de verificación de datos -con el que era posible mantener cierto control sobre las noticias falsas- y que lo sustituirá por un sistema de apuntes de los usuarios, similar a lo que hace X. Dice que lo hace en favor de la “libertad de expresión”. Nosotras sabemos que lo hace para ganarse el favor de Trump, para quien este sistema de verificación no era más que “censura izquierdista woke”.  Zuckerberg se une así a la deriva iniciada por Elon Musk quién lleva desde 2022 -fecha en la que adquiere X- haciendo de su red social el vertedero de los discursos de la ultraderecha. 

Tenemos entonces a una Internacional del Odio experta en bulos y en desinformación que a partir de ahora contará con tres poderosas plataformas tecnológicas como X, Instagram y Facebook para esparcir sus mentiras sin ningún tipo de control y supervisión. ¡Que las diosas nos pillen confesadas!

Mientras miro en la tele la ceremonia de toma de posesión de Trump pienso en una frase que leí hace poco de Marta G. Franco en su libro Las redes son nuestras, una historia popular de Internet y un mapa para volver a habitarla (del que por cierto tomo prestada la frase 'la Internacional del Odio'), en la que afirma: “Lo que necesitamos es confiar en que podemos construir espacios digitales que habitaremos, en lugar de usarlos pasivamente, para recuperar los futuros que nos han robado. Como personas libres y conscientes”. Me quedo con esta frase. Me quedo con esta esperanza.

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