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Filosofía
La trampa de la identidad, el antídoto de la diferencia: de idiotas a koinotas
El libro de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad nos ha colocado ante un importante debate que es preciso abordar. Sin embargo, se nos antoja que su postura, lejos de solucionar problemas, los ahonda, al participar de la misma posición esencialista, y por tanto sectaria, de aquellos planteamientos que pretende combatir.
No cabe duda de que el fundamento de cualquier propuesta teórica adecuada, en el ámbito de lo político, debe partir de un correcto diagnóstico de la realidad. A ello es a lo que nuestra tradición materialista ha denominado como realismo. Y es, precisamente, lo que la diferencia de un idealismo que, como bien argumenta Althusser, consiste en contarse cuentos que uno acaba por creerse. Sin embargo, la izquierda, que también experimenta sus derivas idealistas, se apresura, en ocasiones, a contarse cuentos que, si bien mitigan sus sufrimientos, erosionan su eficacia política.
El último cuento que parece quererse contar una cierta izquierda es aquel que hace de la diversidad una taimada trampa neoliberal, ideada para erosionar las poderosas herramientas teóricas y las prácticas hegemónicas del pasado. La nostalgia suele ser una poderosa lente deformante, como lo eran los espejos cóncavos del callejón de Gato, que dieron lugar al esperpento. Figura encomiable en lo literario, pero poco recomendable para tareas políticas. No parece que refugiarse en el verso de Manrique que nos dice que “todo tiempo pasado fue mejor”, en unos tiempos en los que la termodinámica ya ha mostrado científicamente la irreversibilidad del tiempo, pueda tener alguna utilidad política. Amén de que resulta muy cuestionable la superioridad del pasado sobre el presente, tema en el que, de todos modos, no voy a entrar.
Como ya se habrá adivinado, estas reflexiones iniciales vienen a cuento del polémico libro de Daniel Bernabé La trampa de la diversidad. Libro que tiene la oportuna virtud de suscitar un debate necesario, aunque el enfoque que se le da en el mismo me parece muy impertinente. Por muchos motivos, aunque aquí me voy a centrar solamente en uno de ellos, el que da título al libro, la diversidad.
Bernabé apunta en su libro varias cuestiones polémicas al respecto, pues la diversidad es entendida como un fruto intencional del neoliberalismo posmoderno que ha desviado al activismo político de las luchas verdaderamente relevantes, que son las que tienen que ver con lo que él entiende como el ámbito de lo material, es decir, económico. Ello hace que su propuesta esté teñida de un reduccionismo economicista, muy coherente con esa tradición que él pondera y añora, que le hace llegar a argumentar incluso que detrás de todo conflicto relacionado con la diversidad se hallan causas económicas.
Entre los muchos problemas que se derivan de su crítica de la diversidad, el que me parece más relevante es que, en realidad, se realiza desde la misma perspectiva esencialista e identitaria que se pretende combatir. Más que de una trampa de la diversidad, ante lo que nos hallamos es ante la trampa de las identidades, una trampa que imposibilita la construcción de un sujeto político antagonista de amplio espectro. El resultado es que, lejos de solucionar el problema, Bernabé recae en esa política idiota (de idion, particular, propio) que pretende impugnar.
Ciertamente, el libro denuncia un problema preocupante: el de la idiocia de ciertos movimientos sociales, que solo saben pensar en su estrecho campo de interés. Pero es un problema que no se soluciona argumentando que la identidad de clase subsume el resto de contradicciones y luchas, porque bebe del mismo esencialismo que se critica. No se trata de buscar qué identidad es más inclusiva, pues las identidades no implican posición política: ser obrero no implica ser revolucionario, como ser mujer no implica ser feminista, ni ser homosexual te convierte en defensor de los derechos de los oprimidos. Eso ya lo supo explicar de manera magnífica, y muy divertida, Paco Vidarte en su Ética marica.
Intentaré abordar esta espinosa (¿Spinoza?) cuestión desde dos autores que creo que contribuyen a colocarla en sus justos términos: Marx y Deleuze.
No se trata de buscar qué identidad es más inclusiva, pues las identidades no implican posición política: ser obrero no implica ser revolucionario, como ser mujer no implica ser feminista, ni ser homosexual te convierte en defensor de los derechos de los oprimidos.
Marx o el sujeto como multiplicidad
Comencemos por Marx, un autor que, cuando lo lees, te enteras de muchas cosas que desconoces cuando eres marxista. Y esto lo digo por mí mismo, que desde siempre me he considerado marxista y, sin embargo, la lectura de Marx no deja de aportarme argumentos para romper tópicos. Marx es, sin duda, un autor moderno, pero de lo que podríamos denominar una Modernidad antagonista, perfilada por un potente materialismo que le hace oponerse a muchos de los tópicos de la Modernidad.Marx es un autor que, desde su lógica materialista, erosiona el esencialismo de la tradición filosófica idealista y desarrolla una propuesta que tiene muy en cuenta la complejidad de lo social. Por decirlo de manera muy contundente: Marx carece del simplismo en el que han caído muchos de sus seguidores. En la caracterización del sujeto, lo entiende como “el conjunto de sus relaciones sociales” (Tesis VI sobre Feuerbach, también algo semejante escribe en su Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel), es decir, no entiende que pueda ser definido, de modo exclusivo, por su posición de clase, sino por el conjunto de mediaciones (como luego desarrollarán Lukács y Sartre), que le atraviesan.
Claro que la posición laboral del sujeto es determinante para Marx, no puede ser de otro modo en un momento histórico en el que la mayoría de la población está sujeta a interminables jornadas laborales y apenas dispone de tiempo para cultivar otras relaciones sociales, pero no es, en absoluto, la única. Y, desde luego, con el paso del tiempo, con la aparición de otras formas de capitalismo, en las que el tiempo libre es colonizado por el consumo y los medios de comunicación, como bien apunta Bernabé, las relaciones constituyentes del sujeto no pueden ser entendidas como lo fueron a finales del siglo XIX. Pero aunque Marx conceda privilegio a la cuestión laboral, esa posición de clase no es determinante políticamente. Porque una cosa es la clase desde una perspectiva sociológica y otra desde una perspectiva política. Marx pone cuidado en distinguirlas, pues si es evidente que quienes comparten espacio en la fábrica pertenecen a la misma clase sociológica, no tienen por qué hacerlo a la misma clase política. No en vano, una de las tareas de los comunistas (y creo que Marx lo era, a pesar de no trabajar en ninguna fábrica) es constituir a los proletarios en clase, como bien dice en el Manifiesto comunista. Es decir, por el hecho de ser proletarios no constituyen, políticamente, una clase, pues la clase, lo recuerda en Miseria de la filosofía, es posterior a la lucha de clases. Primero se establece una lucha y, en esa lucha, se constituyen las clases, los sujetos políticos, reflexión que podemos extender al conjunto de los movimientos sociales. Como ya he argumentado en alguna ocasión, la condición de mujer no te convierte en feminista, ni la de hombre te incapacita para participar en el movimiento. Desde esta perspectiva, ajustada al planteamiento de Marx, pertenece a la clase obrera quien, como Marx, participa en la lucha contra el capital, y, del mismo modo, pertenece al movimiento feminista quien lucha contra el patriarcado. No se trata de esencias, de posiciones sociales determinantes, sino de prácticas, como no se cansa de insistir Marx.
La clave no es cargar contra la diversidad, sino pasar de políticas idiotas a proyectos koinotas, es decir, superar ese sectarismo que, por cierto, no ha nacido con la posmodernidad, sino que ha sido seña de identidad –identidad- histórica de una cierta izquierda. Por ello se trata de crear una izquierda diferente, pero no idiota.
Deleuze y la diferencia
Por otro lado, Deleuze nos proporciona una magnífica argumentación para hacer frente a esa idiocia que, con razón, Bernabé critica en ciertos colectivos sociales, y de la que no están exentas tampoco las argumentaciones obreristas. Lo hace cuando, en Diferencia y repetición, aborda la cuestión de la diferencia desde una perspectiva política. Escribe Deleuze:
“Consideremos dos proposiciones: sólo lo que se parece difiere; y sólo las diferencias se parecen. La primera fórmula plantea la semejanza como condición de la diferencia; sin duda, exige también la posibilidad de un concepto idéntico para las dos cosas que difieren a condición de parecerse; implica también una analogía en la relación de cada cosa con el concepto; e implica finalmente la reducción de la diferencia a una oposición determinada por los tres momentos. Según la otra fórmula, en cambio, la semejanza, y también la identidad, la analogía, y la oposición, sólo pueden ser consideradas como efectos, productos de una diferencia primera o de un sistema primero de diferencias”.
Deleuze nos está hablando de dos modos de entender la diferencia. La primera es el resultado de la destrucción de la semejanza y supone la promoción de la diferencia, la glorificación de la misma. Frente al histórico primado de la identidad, se trata de promover las diferencias, lo que, desde una perspectiva política, desemboca en esa idiocia de la que venimos hablando. A fuerza de buscar diferenciarnos, nos volvemos incapaces de encontrarnos con los demás, pues construimos una identidad de rasgos extremadamente específicos. Ciertamente, esa es una práctica presente en ciertos colectivos actuales, para los que es preciso acrisolar una serie de características para no resultar sospechoso de pertenecer a un grupo privilegiado. Pero ese listado de características acuñado por un colectivo es replicado por otro, que coloca al anterior en el listado de los privilegiados, y viceversa, en un aberrante y peligroso juego de sospechas y descalificaciones que conduce al más profundo sectarismo. Tiene razón Bernabé en denunciar esas prácticas, pero no en convertirla en la única posible en el campo de la diversidad.
Existe, por el contrario, una segunda posibilidad, que es partir de la diferencia que nos constituye, esa que Marx constata al entender que somos el conjunto de nuestra específicas y singulares relaciones sociales (no en vano, Marx, en los Grundrisse, acuña el concepto de individuo social), y que solo admite un camino político, el de la búsqueda de lo que nos une, de lo que podemos construir en común. Frente a los idiotas, que se regocijan en su diferencia y que imposibilitan el tráfico político entre aquellos que no habitan los estrechísimos márgenes de su territorio, los koinotas, permítaseme el neologismo, desde la conciencia de su diferencia constitutiva, apuestan por la construcción de un proyecto común, por el paciente tejido de redes que diseñen un sujeto político, antagonista, sí, pero lo más amplio posible.
Conclusión
Sin duda, no es preciso ser vegana, homosexual, racializada y precaria para tener derecho a alzar la voz contra las injusticias, como parece quejarse, con mucha razón, Bernabé, pero tampoco es justo entender que cualquiera de estas posiciones es fruto de una estrategia neoliberal. No cabe duda de que el neoliberalismo, el capitalismo, posee una aguda inteligencia que le permite fagocitar en su favor, sobre todo en dinámicas de consumo, aquello que en un determinado momento ha nacido desde una voluntad crítica con el sistema. Pero sería un profundo error tirar al niño con el agua sucia. La clave no es cargar contra la diversidad, sino pasar de políticas idiotas a proyectos koinotas, es decir, superar ese sectarismo que, por cierto, no ha nacido con la posmodernidad, sino que ha sido seña de identidad –identidad- histórica de una cierta izquierda. Por ello se trata de crear una izquierda diferente, pero no idiota.
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Qué razón tienes camarada Aragües, por ser obrero no se es revolucionario, pero como tú has defendido siempre, sin ser obrero no se puede luchar por la revolución. Recuerdas la Zaragoza de los ochenta. Donde tú, obrero y trabajador con callos en las manos y otros como tú, creíamos en la utopía, en la liberación de la clase trabajadora. Nos reíamos y burlábamos de aquellos niños bien, de colegio religioso, tan bien alimentados de cuerpo y tan desnutridos de cerebro, que dedicaban sus horas a jugar al balonmano o cualquier otra actividad decadente y burguesa.
Gracias por este enfoque necesario para combatir intereses editoriales que podrían solucionarse en un artículo periodístico.
Bernabé quiere elevar al rango de filosofía o denuncia del sistema neoliberal, una opinión sin demasiado fuste que estaría en linea con partidos políticos que quieren patrimonializar la lucha contra el sistema imponiendo una renuncia a luchas más específicas.
Por ser más claro, si Podemos no es capaz de aglutinar bajo su marca de diseño vertical y personalista, al mayor número de luchas identitarias, debería hacer autocrítica y no encargar un libro falaz y contraproducente.
Ay la academia . . .cuándo en la retórica - que no la dialéctica, te va el sustento. ' Haraway killed the ciborg star '. La élite es inevitable.