Filosofía
Adiós al macho: sobre micromachismos y deconstrucción

A raíz de los acontecimientos recientes, algunos conceptos como “micromachismo” o “deconstrucción” han saltado a la luz pública con más presencia aún si cabe de la que ya tenían. En este artículo intentamos rastrear el origen filosófico de dichos conceptos.

Campaña CUP Terrasa
Imagen de la campaña que la CUP propuso en Terrasa.
Graduado en Filosofía y Profesor de Filosofía
5 jun 2018 10:30

Tras los recientes acontecimientos políticos hemos asistido a un incremento en el uso y puesta en circulación de algunos conceptos como “micromachismo” o “deconstrucción”, cuyo origen filosófico pretendemos rastrear en este artículo a modo de pequeño glosario. Nos limitamos a analizar los conceptos que desde el feminismo apelan directamente a la masculinidad y sus privilegios, exigiéndonos una toma de posición así como la puesta en marcha de una serie de acciones en vistas a poner en cuestión, minar y eliminar el modelo dominante de masculinidad.

“Micromachismos”

El término “micromachismo” —que, como el de “deconstrucción”, tiene su origen en el postestructuralismo— remite al de “microfascismo”, que desarrollaron Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, y al que Guattari vuelve en La Revolución Molecular.

Su intención no es otra que la de mostrar cómo dentro de cualquier organización, comunidad o grupo social intervienen prácticas propias de los regímenes fascistas, que tienden a capturar el deseo e imponer formas de subjetividad a sus singularidades mediante distintos sistemas de control. Sin embargo, el microfascismo es, en general, una práctica tolerada por el Estado que permite que, allí donde la ley no llega, se extienda el orden del poder dominante. Por lo demás, los microfascismos, que se extienden por todo el campo social y se dan cita en todos los individuos, funcionan bajo distintas formas, en todos los estratos de la sociedad: desde responder al nombre propio a monopolizar una asamblea y desde presuponer la heterosexualidad de alguien a hacer chistes sobre violaciones.

Por eso mismo, nos dicen Deleuze y Guattari, el peligro está en que “los grupos y los individuos contienen microfascismos que siempre están dispuestos a cristalizar”; es decir, siempre existe el peligro de que estos microfascismos cristalizen en regímenes “macrofascistas”. Los regímenes fascistas, a su vez, no dejan de contener microfascismos; de hecho, los extienden y multiplican hasta que todo deseo queda recluido en sus nichos y agujeros, y es gracias a éstos que el fascismo adquiere tal poder sobre las masas.

Los micromachismos, como los microfascismos, operan en cualquier estrato de la sociedad, los reproducimos de manera naturalizada y quedan, por otro lado, fuera de la ley, que sólo responde con un silencio y, a lo sumo, con su ignorancia.
Esta misma idea se plasma en el término “micromachismo”, que recoge aquellas prácticas que se cuelan en la cotidianidad como aparentemente insignificantes pero que, en definitiva, extienden el régimen heteronormativo-patriarcal a todos los ámbitos de la experiencia. Los micromachismos, como los microfascismos, operan en cualquier estrato de la sociedad, los reproducimos de manera naturalizada y quedan además fuera de la ley, que sólo responde con un silencio y, a lo sumo, con su ignorancia. Esto es precisamente lo que los sitúa en el plano de lo micro. Se trata de las prácticas que llevamos a cabo en nuestras relaciones sociales, en nuestros espacios de militancia y nuestros espacios de ocio, y que no se ven, es decir, se encuentran en un plano de no-visibilidad, en un plano distinto del machismo de los Estados o del machismo en términos representacionales o globales.

Es por eso que Guattari nos indica que la diferencia entre las prácticas fascistas (y machistas) micro y macro no se diferencian por la escala, por su magnitud, sino por su plano. Que las prácticas micro no sean visibles, que puedan parecer insignificantes, no las salva de ser censuradas del mismo modo como se censuran —o se esperaría que se censurasen— las demás.

“Deconstrucción”

Derrida se inspiró en Heidegger para elaborar su “método” de la deconstrucción —o, mejor dicho, afirmó que éste se encontraba ya explícito en la obra del alemán, aunque Derrida fue el encargado de “sistematizarlo” y difundirlo. Derrida se resistió a ofrecer una definición sistemática de la deconstrucción, alegando que toda definición del tipo “la deconstrucción es...”, al someterla a la esencia que conlleva el verbo “ser”, escondía ya una pulsión metafísica de la que precisamente se quería deshacer. Pero sí llegó a reconocer —y así podríamos empezar a definirla— que la deconstrucción supone, en todo caso, una acción, una de las herramientas que desde el llamado “postestructuralismo” se utilizaron para intentar desmontar el aparato epistemológico racional-idealista tradicional que se remonta a Platón y alcanza todo su esplendor con Hegel. Una tradición también llamada “dualista” por operar sobre todo a través de una serie de oposiciones que estructuran nuestro pensamiento de una forma pretendidamente “ahistórica”, “universal” o “natural”—habla/escritura, espíritu/materia, interior/exterior, significado/significante, identidad/diferencia, esencia/apariencia, natural/artificial y por supuesto hombre/mujer, lo masculino y lo femenino, etcétera— y en las que el concepto que se pretende aislar y privilegiar alcanza su valor y su poder en base a la exclusión y desvalorización del concepto opuesto.

Derrida se encargará de demostrar, en textos como Voz y fenómeno, Escritura y diferencia o De la gramatología —todos de 1967— la dependencia que el concepto privilegiado y su propia posición tienen con respecto al concepto marginado, sacando así a la luz el carácter histórico de dicha oposición y mostrando la inestabilidad constitutiva de todos los conceptos que el idealismo y el dualismo han privilegiado históricamente, en la medida en que la deconstrucción pone de manifiesto cómo las razones que se arguyen para rechazar el concepto marginado se podrían aplicar perfectamente, en un momento dado, al concepto privilegiado. El concepto privilegiado y el marginado se muestran, desde este nuevo punto de vista, en un mismo nivel y el segundo se eleva así al mismo plano de la realidad en el que se encuentra el primero.

Pero, ¿cómo hacer la deconstrucción? Derrida trabaja textos clásicos y canónicos de esta tradición dualista para analizar no sólo las dinámicas de esta oposición dicotómica y sistemática de conceptos, sino también cómo dentro del propio texto sale a relucir la dependencia que el concepto privilegiado le debe al marginado. La diferencia atraviesa ya no sólo los textos sino, en definitiva —y haciendo las debidas extrapolaciones—, todas las identidades históricas: para Derrida, la diferencia es anterior a toda identidad y toda identidad es, en todo caso, producto de la diferencia. Al conducirlos a su propia auto-deconstrucción, Derrida hace tambalear tanto el dualismo como el idealismo, y aquí es desde donde podemos empezar a vislumbrar las potencialidades tanto políticas como éticas de la deconstrucción —Manuel Asensi llegará a afirmar que “la deconstrucción es un modo de resistencia política”— ya que supone, desde este punto de vista, un acontecimiento que abre la puerta a lo nuevo y lo imprevisto, a la posibilidad de trastocar todos los discursos y situaciones en vistas a resarcir el rechazo a todas las diferencias, a todas las “otras” que han quedado históricamente apartadas de la metafísica occidental: las extranjeras, los colectivos sexualmente disidentes o los cuerpos no normativos, pero sobre todo y en primer lugar, lo femenino y la mujer.

Para eliminar las jerarquías constitutivas y los privilegios que conllevan, las masculinidades no pueden ser simplemente “superadas” sino “transgredidas” o “deconstruidas”, detectando y “tachando” todos aquellos “micro” o “macromachismos” que se han ido sedimentando en las subjetividades a lo largo de los años.
Buscando textos canónicos de la metafísica occidental que fundamenten la oposición entre lo masculino y lo femenino, Derrida llega al momento en el que Freud define a la mujer por su constitutiva “falta” y “deseo” del pene; más tarde, Lacan –alumno de Freud– se encargará de trasladar el pene al plano de lo simbólico a través del concepto de “falo” como significado trascendental, es decir, como condición de posibilidad de toda significación particular y como un atributo constitutivo de “lo que es” en cuanto tal —es decir, de la propia existencia. El psicoanálisis en todas sus acepciones es así, desde este punto de vista, eminentemente metafísico y por tanto susceptible de deconstrucción, en la medida en que constituye la subjetividad masculina rechazando todo lo que considera los términos de su “otredad”, es decir: la “pasividad”, la “sensibilidad” o el “enigma”. Derrida llegará a afirmar, de hecho, que “al igual que la escritura [con respecto al habla], la mujer es considerada un suplemento”, y que “los pronombres masculinos la excluyen sin prestar atención a su exclusión”.

Para eliminar estas jerarquías constitutivas y los privilegios que conllevan, las masculinidades no pueden ser simplemente “superadas” sino “transgredidas” o, dicho de otro modo, “deconstruidas”, detectando y “tachando” todos aquellos “micro” o “macromachismos” que se han ido sedimentando en las subjetividades a lo largo de los años: una heterosexualidad obligatoria, una sexualidad impositiva, una insensibilidad ciega —el uso “utilitario” de las personas, la represión de los sentimientos, la extrapolación de la propiedad privada liberal a las relaciones—, una prepotencia concreta incapaz de reconocer la derrota —con su correspondiente competitividad—, la justificación del abuso, la violación del espacio, la violencia machista y patriarcal en la base de las relaciones de poder que atraviesan los vínculos afectivos y, en definitiva, la constitución de la desigualdad a través de la supremacía de lo masculino. Pero no se trataría simplemente de volverse repentinamente “sensibles” o “paritarios”, de reconocer la propia vulnerabilidad o de empezar a gestionar las emociones, sino también de reivindicar activamente los derechos, de demandar continuamente la igualdad, de interpelar sin excusas la exclusión, la opresión, el control, el poder y, en definitiva, de renunciar sistemáticamente a los privilegios que la metafísica occidental nos ha otorgado históricamente en tanto que hombres: esta es la única forma de decir “adiós” al machista que todos llevamos dentro.

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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#90351
18/5/2021 17:15

Muy buen desarrollo del tema. Una pena que se quiera imponer esto que es una fantasía máxima a la actual sociedad. Es lo mismo que se diga que si te pones unos lentes determinados, vas a ver extraterrestres caminando por la calle.

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#67318
12/8/2020 15:05

Más bien lo que hoy en lo cotidiano y popular (entiéndase como no precisamente resguardado de un marco académico) se entiende (o, mejor dicho, se quiere hacer entender) por deconstrucción se asemeja más a un posicionamiento cartesiano respecto de los conceptos preadquridos, en pos de destruir la estructura lógica y considerada racional de lo que el sujeto establece como tal, que al concepto estricto de deconstrucción desarrollado el siglo pasado.
Lo que sí está a la vista y este ensayo lo remarca muy bien es el error común en el que suele caer hoy en día la gente a la hora de intentar comprender qué es realmente la deconstrucción, que resulta por tanto y por sobre todo, incoherente: "las personas se deconstruyen".

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#63387
17/6/2020 7:04

Si entiendo bien, Derrida "demostró" que toda la filosofía desde Platón hasta Hegel se basa en supuestos errados? Demostró eso? Y desde cuándo hombre y mujer son dualidades, ideas, antes que seres biológicos?

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#48665
6/3/2020 20:29

Buen texto.
Gracias

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#34648
22/5/2019 21:10

Yo tengo una verga grande. Eso califica como "macromachismo"??

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#37407
19/7/2019 20:49

Pff

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#91433
2/6/2021 0:00

No. Tú calificas com hiperpelotudo.

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Adios a la revolucion
19/7/2018 12:54

Y para aclarar no estoy defendiendo a esa horrible figura del macho, sino poniendo de manifiesto que es el sistema el que se está deshaciendo de él, ya no lo necesita. Mi crítica va dirigida a la figura del "entrañable" hombre deconstruído, que prácticamente no se diferencia en nada del ciudadano responsable que esta fase del capitalismo ya había creado: el bloom.
El pensamiento emanado de este texto, el pensamiento débil, se muestra como una poderosa herramienta para el desarme: convierte la cobardía en valor y la debilidad en virtud. Justo como nos quiere el sistema

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#22294
30/8/2018 14:18

No necesitas, entonces leer, puedes tomar cuando quieras las armas del pensamiento fuerte y echarte a pegar tiros. 😘

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Adios a la revolucion
19/7/2018 12:16

Vuestra ideología, en el sentido de pensamiento muerto y sometimiento de lo que está vivo a las ideas, está marcando cada vez más claramente el rumbo que el capitalismo desea tomar. La deconstrucción es una forma masoquista de autodestruirse, profundamente occidental y creado y promovido por y para el individuo atomizado. No se dirige hacia nuestro ser real sino hacia la pantomima caricaturesca en que la alienación espectacular (en el sentido situacionista) ha convertido nuestras vidas.
Resultados concretos:
- Esta ideología es complementaria a los mecanismos de represión policial física, desarma la revuelta y condena la violencia de la misma forma que el estado condena el terrorismo. Sólo que haciéndose pasar por lucha por la "igualdad"
- Crea en los movimientos sociales un clima irrespirable de hipocresía, con su control sobre el lenguaje, el comportamiento, el pensamiento y hasta el más insignificante de los gestos, Todo en nombre de la ideología. Si ya es difícil sobrevivir a la guerra de todas contra todas, de apariencias, engaños, mentiras y otros aspectos de la alienación moderna, en estos espacios se multiplican por 2.
- No se avanza ni un átimo en la construcción de una comunidad libre, porque o bien se da un sometimiento acrítico a la colectividad o prevalecen los más miserables intereses egoístas.
- El capitalismo avanza a un ritmo cada vez más frenético en nuestras condiciones y en nustras conciencias, pero aquí nos vamos dejando domesticar y separar revisando privilegios abstractos y combatiendo opresiones abstractas.
Creo que todo espíritu honesto que haya pasado por los movimientos sociales sabe de lo que estoy hablando

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Luis Bonino
6/6/2018 11:57

Me alegra mucho que el autor se ocupe de rastrear el origen filosófico del concepto micromachismo y reflexionar sobre ello. Sin embargo, echo en falta alguna alusión, no solo a Deleuze y Guattari, sino también a los origenes más experienciales del término y a quien lo introdujo ya hace 25 años en sus textos,reflexionando sobre los haceres cotidianos masculinos. El autor, yo mismo, Luis Bonino, que he pensado la temática desde la práctica clínica, aunque por supuesto desde una perspectiva de las relaciones de poder de género. Si os interesa:
http://www.pikaramagazine.com/2017/09/micromachismos-25-anos-despues-algunas-reflexiones/

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#28466
28/12/2018 9:21

gracias, algunas ya sabemos a quién echar pestes

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