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Filosofía
Camus y sus 111 años
Leí L´Étranger. Así, tal cual, a pelo, en versión original, sin notas explicativas a pie de página. Lo leí pasados los quince. Había estudiado francés durante todo el bachillerato, pero eso no me convertía en apto para entender aquel devenir tortuoso de un personaje enfrentado al cinismo de una sociedad sin sentido, que destruye a las personas, incapacitada para hacer algo por los seres deformes que va creando.
No entendí mucho, pero tuve la suerte de que el profesor de Filosofía llegó aquel año al tema del existencialismo, dentro del cual Camus se había ganado un apartado propio y especial como filósofo del absurdo. Esperé pacientemente hasta descubrir La Peste. Y entonces sí. Ahí estaba cuanto podía ofrecerme aquel argelino, de origen francés, o aquel francés ce origen argelino, llamado Camus, Albert Camus.
Hemos vivido una pandemia. Sabemos cuánto de bueno y de malo puede suceder en un mundo asaltado por sus propios errores y golpeado por la peste, una de las formas que adoptan Los cuatro jinetes del Apocalipsis, que otro excepcional novelista, nuestro valenciano Blasco Ibáñez, hace acompañar por los jinetes de la Guerra, el Hambre, la Muerte.
Ahí estaba el hombre, sin Dios, sin ética alguna que oriente su comportamiento, sus decisiones. El hombre, la mujer, libre y consciente de su absoluto abandono, de su incapacidad para gobernar su destino, de su condena al absurdo. Y, sin embargo, ese mismo hombre, esa misma mujer, precisamente por la libertad, elige la solidaridad y no el suicidio.
Continúa Albert Camús, en el Orán asediado por la peste, el camino que había iniciado con El mito de Sísifo, aquel ser mitológico, rey de Corinto, cegado por los dioses y condenado a empujar cada día una piedra hasta lo alto de la montaña, para comprobar cómo volvía a rodar, una y otra vez, hasta la base. El ensayo comienza con una declaración de intenciones vitales que recupera un poema de Píndaro,
No aspires, alma mía, a una vida inmortal,
pero agota todo aquello que se pueda hacer.
El absurdo podría concluir en suicidio. Pero no en Camus. Sus seres absurdos, sometidos a un esfuerzo inútil, enfrentados al absurdo de su propia existencia, apuestan por la libertad, la solidaridad y una cierta esperanza en los seres humanos.
No hay respuestas en El extranjero.
“Yo no digo, yo muestro”, parece decirnos Camus, tal como antes lo dijera Walter Benjamin y más tarde Eric Rohmer. Ese mismo año, en 1942, con Francia ocupada por los nazis, aparece El mito de Sísifo, que se encamina a través de La Peste (1947), hacia El hombre rebelde (1951).
El hombre rebelde culmina el camino emprendido por Camus hacia la libertad, su punto de conexión con el anarquismo. El camino recorrido por los seres humanos, alzados contra su Dios, sus dioses y contra sus amos. Un camino hacia la libertad, la emancipación. La rebeldía del hombre conduce a la rebelión, a la crítica, a la libre elección de la solidaridad, a la ética de la acción que cuida los medios muy por encima de los fines.
Camus, con sus 111 años a cuestas, ha envejecido mucho mejor que sus coetáneos. Mucho mejor que el resto de los existencialistas, incluso
Vivimos tiempos complicados para aquellos a los que nos ha tocado transitarlos. Tiempos de mentiras presentadas como verdad, de anulación del individuo, de libertad convertida en caricatura, muñeca rota, esclavitud elegida, aceptada, autoimpuesta. Tal vez por eso, Camus, con sus 111 años a cuestas, ha envejecido mucho mejor que sus coetáneos. Mucho mejor que el resto de los existencialistas, incluso. No me es posible olvidar la dedicatoria de su discurso, en el momento de recibir el Premio Nobel de Literatura de 1957, a su profesor en Argel, Louis Germain, al que escribe una carta de agradecimiento poco después,
-Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto.
Decididamente, Albert Camus envejece bien y, pese a tanto adoctrinamiento pesebrero y motetizado, frente a tanta intranscendencia viralizada, contra tanta mediocridad adocenada y tanto suicidio obsolescente programado, se sigue alzando la poderosa voz de un hombre rebelde que nos llama a una ética de la acción en lugar de al desencanto, la desilusión y el abandono a las fuerzas de la Peste, el Hambre, la Guerra, la Muerte.
No quiero cerrar el año que va terminando sin recordar este 111 aniversario del nacimiento de Albert Camus, porque en los tiempos que corren, llenos de absurdo al que nos condenan el dinero y el poder, seguimos necesitando su filosofía del absurdo, su filosofía de la esperanza.