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Martina Pérez tiene diez años y vive en Bilbao. Siempre le ha gustado el colegio, pero esa alegría se ha visto nublada por sentimientos nuevos para ella: el estrés y el agobio por los estudios. Tan fuertes son esas emociones que, muchas veces, se siente incapaz de ir a clase: “El otro día tuve un examen de Matemáticas y no supe hacer un ejercicio. La profesora dejó más tiempo, pero puso un vídeo y explicó algo que entraba en el examen siguiente. Había ruido, mis compañeros gritaban. Me agobié mucho y me eché a llorar. Estuve mal todo el día. Incluso en el autobús de vuelta a casa o después de ballet, lloraba”.
Irene Palacios es de Barakaldo y tiene nueve años. Los deberes y exámenes le generan mucha ansiedad porque quiere hacerlo todo perfecto y, si no lo consigue, se frustra y siente un torbellino de emociones negativas dentro: “Cuando algo no me sale bien a la primera o creo que no sé algo me agobio y lloro. La profesora me deja salir al pasillo para tranquilizarme. También estoy nerviosa todos los días y cuando tengo examen apenas duermo, pero estos últimos meses lo he llevado mejor”.
Alba Ojeda, de Algorta, tiene once años. La carga de trabajo le afecta. Todos los días tiene muchos deberes y, a veces, tanta tarea es incompatible con salir a jugar. No poder disfrutar de sus amigas, tener que estar constantemente pendiente de los exámenes y de los trabajos y sacar buenas notas le estresa: “Algunos días he tenido que faltar a las extraescolares o no he podido quedar con mis amigas por todo lo que mandan y eso me agobia mucho. He llorado. Llegas a un punto en el que piensas que se te va a acabar el mundo, que parece que te está dando un ataque”.
Las cosas no mejoran con el paso de los cursos, de los años. Van a peor. El futuro y la vida adulta están más cerca y la dificultad de las asignaturas y la exigencia del profesorado son cada vez mayores. Así lo siente Aitana Castillo que, con 16 años, está tan sobrepasada por todos sus quehaceres que cuando llega al límite del estrés se arranca mechones de pelo. Le pasa cada vez que siente que no puede con algo o una situación le supera. Y, por eso, pidió a su familia que la llevaran al psicólogo.
“Con tantos deberes, llegas a un punto en el que piensas que se te va a acabar el mundo”, dice Alba, de once años
Martina, Irene, Alba y Aitana —nombres ficticios para proteger la identidad de las menores— van a colegios y cursos diferentes, no comparten profesorado. Sin embargo, todas saben cómo es, conocen bien, padecen, estrés escolar.
El interés por el estrés infantil ha aumentado en los últimos tiempos. Antes se negaba, porque la infancia era vista, por fuerza, como “una etapa feliz”, reconoce Valentín Martínez-Otero en Prevención del estrés escolar. Hoy, según La realidad de la infancia y la adolescencia vasca en cifras, estudio realizado por el Gobierno Vasco en 2016, el 24,5% de la población de 11 a 18 años se siente muy estresada por el trabajo escolar, un porcentaje que ha aumentado un 20% desde la encuesta anterior hecha en 2006. Por su parte, la Encuesta Nacional de Salud ya mostraba en 2011 que el 0,24% de la población vasca menor 14 años, 780 niños y niñas, padecían trastornos de salud mental, como depresión o ansiedad.
Nora Andreu, psicóloga clínica en Urduliz, define la ansiedad escolar como el conjunto de reacciones cognitivas, conductuales y biológicas emitidas por el niño, niña o adolescente ante situaciones que se repiten en el ámbito escolar y que son percibidas como una amenaza. “Es cierto que durante mi carrera la mayor parte de la ansiedad escolar la he visto en adolescentes, pero, hoy, niños y niñas de edades muy tempranas están aquejados por este problema”, indica.
La estudiante perfecta
Exámenes, deberes, trabajos… esta es la base de la educación tradicional de gran parte de las escuelas vascas. Una educación rígida y uniforme, donde lo prioritario es evaluar lo académico. La barakaldesa Itziar Latorre, de 28 años, es maestra de Educación Primaria, especializada en Pedagogía Terapéutica, y corrobora que en la educación tradicional priman el rendimiento y los resultados: “Es un modelo educativo que te despersonaliza. Hoy nos estamos alejando de eso, pero muchas veces seguimos haciendo las cosas igual”. Le molesta volver a cometer los errores de siempre. Por eso, aboga por metodologías innovadoras que, explica, están avaladas científicamente. “El marco legal actual apuesta por esas metodologías, pero en los centros educativos cuesta llevarlas a la práctica”, explica Latorre. “El problema es que queremos meternos en tantos proyectos que no tenemos tiempo para planificarlos bien. Y necesitamos ese tiempo para aplicarlos porque, si no, vamos a seguir reproduciendo el modelo tradicional”, concluye.
Ander Lafuente, maestro barakaldés de Educación Primaria, de 31 años, comparte diagnóstico con su compañera de profesión: “En los diferentes centros del País Vasco predomina el trabajo cooperativo y la mayoría del profesorado se afana por ofrecer una educación de calidad. Pero, aunque hay un intento por dar importancia a otro tipo de contenidos, siguen siendo ampliamente mayoritarias las horas dedicadas a las asignaturas tradicionales”.
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Mientras, basta con ver cómo afecta este modelo educativo al alumnado para ser conscientes de que algo falla dentro del sistema. Martina, Irene, Alba y Aitana se esfuerzan por tener las mejores notas y por ser, como dice Irene Palacios, perfectas. Y eso es una carga muy grande. No solo compiten entre los compañeros y compañeras por sacar la nota más alta, sino que se autoexigen más de lo que pueden dar. Este fin de curso, Irene estaba tan nerviosa con las notas que le pidió a su madre que las mirara por ella. Y mientras la madre las leía, la niña solo repetía que, por favor, no le dijera que había sacado algún siete. ¿El motivo? Para ella es una mala nota. También sabe que su familia no la presiona, que no debe agobiarse, pero necesita esa “perfección”, estar entre las mejores. “Me enfado porque quiero sacar más nota. Es importante para mí porque me pone contenta”, explica Irene.
“Cuando mi profesora nos dice que en la otra clase hacen algo mejor, me siento mal, más tonta que los demás”, dice Martina, de diez años
Para el profesor Lafuente, la escuela es un pequeño reflejo de la sociedad, una idea en la que también insiste Latorre: “El sistema educativo está pensado para preparar al educando para el mundo laboral. Esa es su verdadera misión. Sin embargo, ese no debería ser el enfoque”, critica. “Como el sistema educativo está pensado para acceder a un mundo altamente competitivo e individualista, eso se traslada a la escuela y el alumnado sufre estrés. Nuestra forma de vida fomenta la aparición de enfermedades mentales, como la ansiedad o la depresión, y los niños y niñas no son inmunes a ellas”, añade.
Familias preocupadas
El estrés y la ansiedad infantil también afectan a las familias porque no saben qué hacer para combatirlos. Mónica Regúlez tiene una hija en 3º de Primaria a la que le cuesta dormir y se levanta muchas veces para repasar el temario porque cree que se le ha olvidado. Al día siguiente está cansada y sufre grandes dolores de cabeza. “Mi hija siempre ha sido así. Pero en clase le afecta más, porque se pone muy nerviosa. Llora mucho, duerme muy mal, está cansada…”, confiesa, preocupada. “Este último cuatrimestre parece que ha mejorado un poco. Está aprendiendo a tranquilizarse sola”, añade, alegre por esa mejora, pero intranquila por el futuro de su pequeña. “Me da miedo que de mayor tenga este estrés. Si la sigo viendo mal, la llevaré al psicólogo, no voy a esperar”.
Marta Tobalina tiene una hija en 6º de Primaria. Le indigna la carga de trabajo que le mandan en clase porque le ocupa gran parte de su tarde: “Me ha insinuado que igual tiene que dejar las extraescolares porque le dan las once de la noche haciendo deberes y está agotada. Pero yo no quiero que las deje porque le gustan. Otras tardes también ha pedido irse a casa para hacer los deberes cuando estaba con sus amigas y he sido yo la que se ha negado para que haga lo que tiene que hacer una niña: jugar”, indica, enfadada.
Inés Hernández comparte preocupaciones con Mónica y Marta. Su hija acaba de terminar 1º de Bachillerato y fue ella la que pidió ir al psicólogo porque los estudios la estaban superando. “Desde que va a terapia es más consciente de lo que le pasa. Intuíamos en casa que algo le pasaba porque en época de exámenes o cuando tenía más carga de trabajo le dolía la tripa y la cabeza”, explica.
“Me da miedo que de mayor tenga este estrés”, dice Mónica, madre de una niña de 3º de Primaria
Para la psicóloga clínica Nora Andreu, estas situaciones de estrés y ansiedad a largo plazo pueden afectar al nivel académico y en la salud del alumnado. “Puede haber un fracaso escolar que conlleve su abandono. Puede haber consumo de alcohol y/o drogas para calmar esa ansiedad, ya que el alcohol lo usan para desconectar de la realidad y el tabaco como ansiolítico. Además, pueden aparecer estados depresivos y ansiosos que se transforman en crisis de pánico y fobia escolar”, explica.
Profesorado competitivo
La psicóloga Andreu señala que hay colegios en los que la competitividad está “a la orden del día” y que, si no llegan a unos mínimos, se “invita” al niño a abandonar el centro escolar. Esto, explica, hace que aumente el estrés y puede llevar al alumnado a ser más autoexigente y tener una baja tolerancia a la frustración. Sin embargo, gran parte del profesorado, lejos de reducir esa competitividad, la fomenta al comparar unas clases con otras. “A menudo cuando se piensa en la ansiedad escolar nos referimos al miedo a ser examinado o evaluado, pero solo es una pequeña parte del problema. Hay niños que presentan fobia escolar porque acumulan una serie de experiencias estresantes continuadas como pueden ser el acoso escolar o el trato vejatorio o insensible por parte del profesorado o figuras de autoridad en el centro escolar”, matiza.
Martina confiesa enfadada que “muchísimas veces” sus profesores han comparado su clase con otra y han dicho que sus compañeros de otras aulas son más listos o rápidos en hacer los ejercicios: “Siempre nos dicen que la otra clase se porta mucho mejor o que ha necesitado menos tiempo en hacer los exámenes. También se lo dicen a otras clases, pero yo me siento mal porque es como si dijeran que soy más tonta que los demás”. “El nivel de clase debería quedarse dentro de la clase”, dice también Alba. “Me parece mal que un profesor nos compare con otros porque la gente puede sentirse mal”, añade.
Esta forma de fomentar la competitividad no es sana para el alumnado, puede hacer surgir sentimientos negativos hacia sí mismos. ¿Por qué lo hacen entonces? La profesora Itziar Latorre reconoce que es una práctica corriente y que el propio profesorado traslada su estrés al alumnado porque su propia exigencia les hace ir a la par que el resto de clases: “Cuando ven que el aula de al lado va un poco por delante, el profesorado se frustra porque no está llegando a esos ritmos de aprendizaje. Entonces, en vez de gestionarlo para dar respuesta a las necesidades del aula, difunden su estrés y ansiedad por llegar y culpa a su alumnado”.
Señales de estrés
En su informe El estrés escolar, el doctor Alejandro Maturana y la psiquiatra Ana Vargas señalan que en la etapa escolar los estudiantes se ven enfrentados a situaciones de alta demanda y tienen que desplegar sus capacidades para poder afrontar el exceso de responsabilidades. Sin embargo, no todo el alumnado es capaz de hacerles frente y surgen los síntomas asociados al estrés en tres vertientes: síntomas físicos involuntarios, síntomas psicológicos y síntomas conductuales.
“El miedo a ser examinado solo es una pequeña parte del problema”, dice Nora Andreu, psicóloga
Si las personas adultas reconocen estos síntomas, es más fácil poder detectar, gestionar y prevenir el estrés antes de que empeore. Los síntomas físicos están relacionados con la taquicardia, el aumento de la actividad respiratoria, insomnio o cefaleas. Los psicológicos se pueden apreciar en la inquietud, desasosiego, irritabilidad o atención dispersa. Y la sintomatología conductual se muestra en la imposibilidad para relajarse, situación de alerta, tensión muscular, frecuentes bloqueos, respuestas desproporcionadas a estímulos externos.
En estas situaciones, los menores son incapaces de salir de ese bucle sin ayuda. Y necesitan que las familias y el profesorado les den herramientas para reconocer sus emociones y poder hacerles frente. Para el profesor Lafuente, la educación emocional es fundamental: “Es evidente que en nuestra sociedad es necesario trabajar lo emocional y que donde se debe aprender es en la escuela. Si queremos que el sistema educativo genere individuos capaces de gestionar sus emociones, debe cambiarse el currículum, enfocarlo desde otro prisma, atender a pedagogos expertos y no a la idea desfasada de preparar al alumnado para el mundo laboral”.
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Por su parte, la profesora Latorre también está de acuerdo en que es primordial trabajar este aspecto en las aulas: “Creo que lo primero es legitimar la emoción y darle espacio porque es imposible negar lo que estamos sintiendo. Debemos preguntarnos por qué lo estamos sintiendo y desmontar los discursos que nos damos a nosotras mismas. Dejar de pensar en el no llego, en que no voy a ser capaz, en tener que ser la mejor. Es algo difícil de aprender, por eso tenemos que hacerlo desde la infancia, porque así haremos ciudadanos y ciudadanas más felices”. Además, en su opinión, es importante que el profesorado comparta experiencias propias y muestre al alumnado que ellos también se estresan, mostrarles cómo lo solucionan, porque eso les va a ayudar luego a poder hacerlo.
Martina Pérez cree que sería bueno que les enseñaran a relajarse antes de los exámenes, cuando están nerviosos o surge algún conflicto en clase. Mónica Regúlez, Marta Tobalina e Inés Hernández están de acuerdo en que se debe priorizar la gestión emocional para prevenir enfermedades mentales. Por su parte, para la psicóloga clínica Andreu es importante que las personas adultas entiendan e identifiquen la ansiedad escolar para poder actuar e impedir que vaya a más. “Para eso estamos los adultos. Tenemos que ver lo que pasa en el aula y no cerrar los ojos ante la problemática”, dice. Además, hace hincapié en que nadie debe olvidar que estamos hablando de menores y que como tales se les debe tratar, educar.
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La "educación" es una mercancía más a la venta en el mercado de la competencia, poco importa revestirla de cooperativa. El alumno -falto de luz, así es considerado- se convierte en mercancía del sistema que lo compra para alimentarse, como el pobre alimenta los servicios sociales.
La escuela no está diseñada para proporcionar saberes sino para clasificar personas para el mercado. Se trata de un descarte de carne humana mediante criterios arbitrarios y crueles. Se llega desde contextos diferentes, distinta madurez, ritmos diversos, capacidades distintas... Se adoctrina en la guerra y la eliminación, repito, se puede fácilmente presentar en un lenguaje contradictorio, cooperación, equipo, igualdad, pero el sustrato es el mismo y sí, además de socialmente suicida, esto el ya es una evidencia empírica generalizada a nivel mundial, es patogénica, mucho. Por cierto, el suicidio en adolescentes sigue en aumento y los ingresos de los mismos en psiquiatría han aumentado un 50% en pocos años.
Son vidas rotas, vidas de sufrimiento y vacías. Esto también es el mercado, el crimen eugenésico cotidiano.
Desde hace centenares de miles de años nos hemos adaptado y reproducido la vida mediante la cooperación y la ayuda mutua. Compartimos el fuego y las herramientas, produjimos lo necesario. Nos hicimos simbólicos mediante la necesidad de sociabilidad, y comprendidos de sociabilizar no era un medio sino un fin mismo, vivir es relación. Por ello, comprendimos tempranamente que debíamos decidir conjuntamente, que nadie podía tener poder, capacidad de obtener obediencia mediante intimidación, y que las relaciones debían estar presididas por el respeto.
Bien, todos estos saberes se adquirieron en el Mundo, la escuela enseña, cuando lo hace, sobre el mundo.
Este, artículo que por suerte nos proporciona El Salto, es un signo más entre los muchos que nos abruman, que anuncian la descomposición de un sistema de valores criminal y que en su caída -colapso se está llevando lo mejor de lo humano.
Ayuda mutua, reciprocidad, compartir, compasión!!!
La generación de cristal se ha construido gracias al discurso hipócrita de la clase burguesa. A los hijos de los mineros no les estresaba la escuela, lo hacía la mina. Cuanto bobo disfrazado de progre, cuanto artículo plañidero apto para el consumo de la élite acomplejada por sus privilegios de clase. Cuanto cinismo.
Cada cual con sus disfraces y corazas, revisa los tuyos por si acaso...
Opino que es bueno atender a las propias necesidades, capacidades y sensibilidades de cada escolar, con el fin de que vaya construyendo y descubriendo su propia persona, precisamente para ser un adulto o adulta lo más crítica y libre posible, entre otras cosas, libre de sus propias corazas
A este paso veremos el Yoga como asignatura obligatoria en primaria. Abramos los chakras y olvidemos la educación pública como herramienta para el ascenso social de las clases populares, que eso estresa a los niños. Eliminemos contenidos y hagamos proyectos interdisciplinarios, ay, que eso ya se hace. Eliminemos las pruebas finales en primaria y pongamos fin al estrés, ay, que eso también se hace. Vaya, pues eliminemos a los profesores y pongamos monitores de esplais, ay, que eso todavía no se hace pero van en camino. Cuanto pedabobo suelto.