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En los años ochenta comencé a estudiar música. Mis padres me apuntaron “al conservatorio”. Un día me soltaron en una aula y con ocho añitos me vi asistiendo a clases magistrales de piano y de solfeo. Tengo vagos recuerdos de los comienzos, pero después de un par de años asistí a episodios de maltrato psicológico e insultos variados. Y los siento en mi cabeza como si me estuvieran taladrando el cerebro aún hoy. Y todo porque según mis bondadosos docentes: “yo no daba la talla”, “la música no era lo mío” y “no tenía cualidades”. Además, eran tan sinceros que se lo comunicaban a mis padres en mi presencia, para que me quedara bien clarito.
Mis padres intentaban hacerle entender al profesorado que la idea era disfrutar de la música, como cuando uno se apunta a judo o atletismo, y que nadie se planteaba ganar el oro olímpico a los ocho años. Tan solo disfrutar del deporte, hacer amigos y socializarse. Pero resulta que en el conservatorio no cabían medias tintas: o eres apto o no lo eres. On/Off. Uno/Cero.
Recuerdo que en la asignatura de solfeo se trabajaba con ahínco el ritmo, la teoría, la entonación y el dictado. En piano había que tocar una obra, dos obras, tres obras… y así hasta nueve obras cada curso. Todo pasaba por la lectura de una partitura, como quien quiere aprender a escribir poesía exclusivamente recitando poemas una y otra vez, y de memoria. Quizá haya alguien que de tanto recitar, un día escriba poesía. Pero seguramente la mayoría serán buenos lectores de poemas. Pues a eso enseñaban: a interpretar música.
Aguanté varios años viendo cómo metodologías antiguas hacían que algunos de mis compañeros y compañeras fuesen abandonando la clase, como la uva abandona a su racimo en otoño si no la recoges a tiempo. Las clases me hacían sentir inútil y por aquel entonces me preguntaba para qué servía todo esto si yo lo único que quería era cantar “Escuela de calor”, acompañándome con mi piano, y disfrutar de la canción como lo hacía con las cintas casetes en el coche viajando en verano a mi pueblo. En su lugar, aparecían Czerny, Cramer y Bertini, tres famosos compositores dedicados a fortalecer la musculatura y destreza de mis manos.
Pero había una cosa que me gustaba aún menos: los famosos “tribunales”. Cada persona emérita que los integraba parecía un personaje malvado de cualquier película de Tim Burton y sus calificaciones machacaban mi autoestima una y otra vez. No apto. No apto. No apto. ¿Me estaban diciendo entonces que no era apto para aprender música? ¿Me estaban quitando mi derecho a aprender música debido a mis “escasas cualidades”?
A día de hoy, siento una profunda envidia por quien disfruta haciendo música
A pesar de tal despropósito, y de acabar con valentía abandonando los estudios musicales sin llegar a terminar el grado elemental (lo cual querrá decir que no sé ni lo elemental que hay que saber), seguí escuchando y valorando la música en todas sus dimensiones. Eso sí, cuando después de años me sentaba al piano, era incapaz de tocar nada sin tener una partitura delante. Me quedaba bloqueado mirando el blanco y el negro del marfil sin saber adónde acudir…. hasta que abría el libro de Albéniz y desempolvaba “Rumores de la Caleta”, la cual volvía a destrozar una y otra vez porque era incapaz de leer la partitura y tocar al mismo tiempo. A día de hoy, siento una profunda envidia por quien disfruta haciendo música, ya sea cantando en el coro del barrio o siendo solista en el Auditorio Nacional, y yo mismo disfruto como loco cantando en la ducha o escuchando “a la carta” en Internet. Pero nunca me enseñaron a disfrutar en el piano, aunque tuviera una partitura delante.
Podría haberme olvidado del tema de estudiar música y obviar que a mi hijo le encanta y que nos hacemos kilómetros y kilómetros cantando en el coche, ya no con los casetes, sino escuchando Spotify por Bluetooth y disfrutando de los suyos (Petit Pop, El Kanka, Rozalén, Antílopez, Rosalía…) o los míos (Silvio, Kiko Veneno, Alaska, Radio Futura…). Pero no pude.
Treinta años después de mi atormentado pasado en el conservatorio, mi hijo de siete años me ha hecho cuestionarme si las cosas han cambiado o no. Me lo ha dicho. Frontalmente: “papá, quiero tocar un instrumento”. Ahí comenzó un problema para mí. ¿Quiere estudiar música o quiere tocar un instrumento? Estaba claro que no era lo mismo. Él dijo “tocar un instrumento”. ¿Es el conservatorio de hoy el mejor lugar? ¿Hay otros centros educativos que cumplen con esta función?
He preguntado a amigas músicos, he buscado por Internet, he leído proyectos educativos de conservatorios cercanos y me he empapado de la normativa que regula las enseñanzas de música actuales. Y he llegado a varias conclusiones.
El profesorado enseña durante los primeros cuatro años de conservatorio con el objetivo de aprobar la prueba de acceso
La primera y más importante es que el modelo de antaño sigue vigente en el conservatorio de hoy: perpetuar un sistema de educación musical que se basa en la lectura de partituras para luego desarrollar una técnica instrumental basada exclusivamente en el virtuosismo. De hecho, el examen de paso de grado elemental a grado profesional (lo suele hacer el alumnado que estudia sexto curso de primaria y pasa a la ESO) radica exclusivamente en el desarrollo de capacidades que giran en torno al virtuosismo en el solfeo (ahora llamado Lenguaje Musical) y al virtuosismo en el instrumento. El profesorado enseña durante los primeros cuatro años de conservatorio con este objetivo: aprobar la prueba de acceso. Así garantiza que el alumnado puede seguir otros seis años más en el grado profesional, para, tras pasar otra prueba, poder acceder al grado superior. Cuatro años más. El sistema queda alimentado por una enseñanza que se basa en la enseñanza de quien enseñó hace ya más de treinta años.
La segunda es que siguen existiendo los tribunales, con los personajes de Tim Burton incluidos. El alumnado, tras estudiar cuatro años y con tan solo once añitos, se enfrenta a tres inquisidores a los que no conoce de nada y que deciden si sigue siendo apto o no para estudiar música. Se la juega “todo a una”. Más le vale controlar sus nervios y hacerlo bien, porque las notas que haya sacado en Grado Elemental no le habrán servido para nada. Si es apto, seguirá estudiando en grado profesional. Si no, se habrá librado de seis+cuatro años de enseñanza académica para perpetuar el modelo.
La tercera es que hay centros de enseñanza musical que tienen un itinerario totalmente flexible y que se adaptan a las características, gustos y objetivo del alumnado. No son conservatorios. Son Escuelas de Música. El éxito radica en adaptar el repertorio a los gustos del alumnado trabajando la atención a la diversidad. En formar “combos” para disfrutar en conjunto desde la primera clase. En trabajar con proyectos desde el primer día. En utilizar metodologías activas donde el oído es el vehículo por el cual todo fluye. Las partituras al principio no existen o se reducen a pequeños esquemas para recordar algunas cosas. Se disfrutan las clases como quien disfruta las etapas del Camino de Santiago. No hay que llegar al Obradoiro. El problema: que hay que pagar y suelen ser caras (cosa que veo normal porque la cualificación del profesorado suele ser muy alta), y tengo una familia numerosa con muchos gastos a mis espaldas.
El sistema público y gratuito no se moderniza y yo quiero que mi hijo vaya a un conservatorio público y de calidad donde se cante y toque en grupo, donde trabaje la frustración desde el cariño y la comprensión, donde no le traten como a una estrella individual en cada audición que haga.
Quiero que le enseñen a crear canciones, a componer desde pequeño, a bailar sin descanso y a tocar acordes para acompañarse sus canciones mientras las canta. No quiero que lea partituras como un virtuoso para que, cuando se las quiten, no sepa qué hacer.
Para ser justos, hay algún oasis por ahí que ha tomado conciencia de los nuevos tiempos que corren y de las necesidades del alumnado de hoy en día y que ha decidido ir contracorriente. No desisto, les daré una oportunidad, pero solo una. Si es que mi hijo, con ocho años, pasa la prueba de aptitud ante el tribunal correspondiente.
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He creado una escuela de música con un método basado en mi experiencia después de haber concurrido a toda la carrera de música en el conservatorio y la universidad en dirección orquestal y composición. Creo que esta enseñanza de la que hablas es industrial y se viene arrastrando desde antaño...(antiguamente funcionaba) pero los tiempos cambian y la enseñanza tanto musical como la obligatoria (primaria, eso, bachillerato) también deben cambiar, modernizarse y adaptarse a los nuevos tiempos y las nuevas generaciones!
Nadie considera un disparate enseñar a un niño/a de ocho años a leer las letras del abecedario... Leer una partitura no es más difícil, ¿por qué esa apología del analfabetismo musical? El tipo de enseñanza que reclama el artículo debería darse en la escuela pública, no en un conservatorio. Es verdad que las pruebas de acceso a grado profesional sigue siendo dura, pero ello es debido a que la administración pública ofrece muchas menos plazas de las que la sociedad demanda. Y no dude usted de la cualificación profesional de los enseñantes: suele ser mayor que en las escuelas de música (como lo es también el rendimiento del alumnado, se mire como se mire).
No ha dicho eso. Repita Vd. la lectura e interprete, interiorice, extraiga la idea esencial que pretende comunicar el autor... eso quiere decir como si tuviese Vd. que expresarla y hacerla entender a otros interlocutores, como propia.
Esto último es leer, lo que Vd. hace es "decir" palabras escritas (tocar las notas escritas), como el 99'9% de los músicos de "vieja escuela". Pensando así, no habrá evolución y sólo crearán odio hacia la música (el método es erróneo), pero por suerte eso está empezando a cambiar.
Otra cosa que es errónea es confundir el aprendizaje con la meta (elevada meta que condiciona el aprendizaje). Se discrimina el "todos" por "los que valen", cuando hay muchos que sólo quieren aprender, por gusto.
Soy músico, he estudiado en un conservatorio y puedo darte la razón en que es una institución lenta a los cambios y hay profesores a los que les cuesta mover de su zona de confort. Por lo demás creo que el problema no es el conservatorio sino que tú buscas otro tipo de formación. En grado elemental no se exige ningún nivel virtuoso, ni siquiera en 6 de profesional. Que hay que estudiar?, si, y mucho, porque es imposible aprender sin hacerlo. Leer partituras a partir de 8 años? Necesario, en un conservatorio formamos músicos, hay que saber hablar, leer y escribir y en música es igual...y el lenguaje musical es el que cuando se sabe te ayuda a poder escuchar algo y tocarlo sin ver la partitura, poder entender las estructuras que te permiten crear un acompañamiento, componer etc.
Creo que tu mala experiencia hace que no quieras que tus hijos repitan lo mismo pero debes buscar la escuela que se adapte a lo que tú buscas
Has dado en el clavo y me siento identificado contigo. Como músico que estudió en un conservatorio y como padre. MI hijo que está en 3º de grado medio lo ha dejado harto de ver lo poco motivador que es y la poca pasión que le ponen al hecho musical. Yo soy músico y lo sé muy bien. Se equivocan y si en diez años no reconducen se van a ir al pijo todos,...la sociedad va por otro lado señores funcionarios de la música. Un saludo!
He leído el artículo y me encanta, lo he compartido con gente que lo encontrará relevante. Espero que encuentres un espacio similar y provoques algo de reflexión.
Me has recordado la primera vez que me enfrenté al tribunal ese, tendría 13 años recién cumplidos, y atravesaba la alameda de la mano de mi tía. No sé en qué iba pensando. Creo que sencillamente en nada, y que aquello ni me iba ni me venía. (para mí era un extra, las buenas notas había que sacarlas en el cole y yo las sacaba. También es verdad que hasta un año antes de ese momento, incluso en el conservatorio había sacado buenas notas).
El caso es que recuerdo perfectamente cómo mi tía me preguntó si estaba nerviosa. No lo estaba. Pero imagino que esa pregunta me hizo pensar que aquello era importante. Y me puse nerviosa.
Quizá no sabía todavía nada de tribunales ni de los hombres grises que me iba a encontrar ahí. Mi tía sí sabía, y sin querer me puso nerviosa.
Mientras escribo me doy cuenta de que otra de las cosas hungas del conservatorio era que en verano siempre había que estudiar. Aunque hubiera aprobado, te llevabas una colección de cintas de dictados para que no se te olvidara (?)... Y por supuesto, cuando ya tocabas instrumento, había que tocar una hora al día, o qué sé yo. (y eso habría sido mucho más potable, claramente, si con la guitarra hubiéramos aprendido a tocar cualquier canción de campamento.