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Ecofeminismo
Kit de supervivencia ecofeminista

Escribo estas líneas desde la perspectiva y la distancia, tanto física como emocional, que me permite hacerlo estando en tierras africanas. Me ha traído hasta aquí la propuesta por participar en un proyecto de prevención de la malnutrición en la infancia en calidad de enfermera y la inquietud por conocer otras formas de ser y estar en el mundo.
Salir de la rutina y de los espacios de seguridad siempre me supone un reto, aunque haya sido una decisión tomada con libertad. Sin embargo, no dejo de ser consciente de que mi condición de mujer europea apela a la blanquitud que me habita y a los privilegios que me atraviesan. Y es desde esa posición desde la cual me acerco a esta experiencia.
Por poner contexto esta reflexión en forma de relato, os contaré que mi compañera y yo estamos alojadas en una humilde casa con electricidad y agua (aunque los cortes de suministro sean tan continuos como impredecibles) amueblada con apenas una mesa con cuatro sillas y dos camas con colchón. Aún así sentimos que contamos con lo necesario para disfrutar de cierto confort en un contexto como este. Tal es la situación de adaptación al medio que el día que nos trajeron dos ventiladores - nuestro móvil nos decía que estábamos a 36 grados con sensación térmica de 42- , casi lloramos de la alegría.
A pesar de o como causa de ese calor, durante las últimas tres tardes consecutivas hemos vivido tormentas tropicales que, si bien no son las primeras que vivencio, sí han sido las que más han llegado a preocuparme por su violencia en forma de vientos semihuracanados y granizos del tamaño de canicas.
El kit de supervivencia de la UE
Mientras estábamos resguardadas al calor de nuestro hogar y a la luz de unas velas de citronela antimosquitos, nos venía a la mente el recuerdo velado sobre el kit de supervivencia recomendado por la UE en caso de guerra o desastre natural hace unas semanas. Según declaraciones, gracias a ese kit podríamos contar con una serie de elementos para poder subsistir durante al menos setenta y dos horas sin necesidad de “ayuda exterior”, contando con la mayor autonomía posible. Mi compañera y yo, con mentalidad decolonial, fantaseábamos con que esa ayuda del exterior pudiera llegar de países africanos o latinoamericanos, con la esperanza de que se entendiera de una vez que la interdependencia no opera únicamente dentro de nuestras fronteras y nuestros estados-fortaleza.
Recuerdo que, cuando escuché la noticia sobre ese famoso kit en la televisión de mi madre, me saltaron todas las alarmas. De inmediato sentí que se proponía, una vez más, una “solución” individual a un problema claramente global. Así que, mientras caían granizos como puños sobre el tejado de uralita, provocando un ruido ensordecedor, pensábamos en las estrategias de supervivencia que nos estaba mostrando el pueblo africano, en particular sus mujeres.
Hemos visto cómo son ellas las que preparan las semillas que después se convertirán, primero en harina y luego en nutritiva papilla. Son ellas las que saben disponer de un buen fuego para sus ollas, colocadas sobre unas grandes piedras que primeramente han colocado en un sitio estratégico sobre el suelo, con la madera que previamente han seleccionado y almacenado cuidadosamente. Son ellas las que generan la fuerza necesaria con sus cuerpos para extraer el agua de las fuentes o pozos a unos quince metro de profundidad y luego la acarrean con baldes metálicos en sus cabezas durante varios metros hasta sus casas. Un agua que es fundamental para lavar, limpiar, cocinar. Esencial para sostener las vidas.
Y todo ello lo hacen en comunidad, junto a otras mujeres, mientras portean, amamantan, atienden y alimentan a sus criaturas. Y charlotean entre ellas, y ríen y cantan animadas melodías, si se da el caso.
Aprovechamos nuestra estancia en aldeas más apartadas para integrarnos cual antropólogas inocentes entre las mujeres y su día a día. No compartimos idioma pero encontramos la manera de comunicarnos. Saben que estamos allí para compartir nuestros conocimientos como sanitarias y así poder ayudar al mejor desarrollo de sus hijas e hijos. Nosotras sabemos que estamos aquí para entender cómo las políticas internacionales impactan sobre las vidas humanas.
A la pregunta de “dónde están o qué hacen los hombres” nos responden “que ellos trabajan en otras cosas”, aunque en ciertos contextos sus tareas son bastante invisibles a nuestros ojos. Probablemente se encuentren en otros espacios menos domésticos, cotidianos o accesibles para nosotras como mujeres. Lo que no podemos obviar es que ellas conocen perfectamente los bienes naturales a su alcance en su entorno y los ponen al servicio de las tareas de reproducción de la vida social.
Nuestro kit
Así que con varias anotaciones en nuestros cuadernos y muchas imágenes coloridas registradas en nuestras retinas intentamos dar forma a nuestras reflexiones, con la intención de extraer aquellas lecciones que puedan sernos útiles en nuestras propias formas habitar el mundo.
Y con esos elementos nos proponemos ir conformando nuestro kit. O nuestra mochila, bolsa o zurrón, según preferencias personales y localismos varios. En él meteremos todo aquello que queremos y reivindicamos para nosotras pero también para el conjunto de la sociedad. Esa mochila deberá estar cargada de conocimientos útiles para poder compartir, de saberes populares y situados. Probablemente llevemos impresa una copia del manual de Técnicas Humildes para el decrecimiento de nuestras compañeras y compañeros de Ecologistas en Acción. Si se avecina un apagón generalizado, puede que nos sea de gran utilidad. Sin duda tendremos identificadas de antemano tantos las necesidades esenciales propias como aquellas de nuestras vecinas y de las personas que viven en nuestro entorno más próximo. Para ello habremos ido entretejido redes de confianza y resistencia colectiva por lo que, a esas alturas de la catástrofe de turno que pueda llegar, sabremos cuales son las mejores formas de satisfacerlas con los medios con los que disponemos a nuestro alcance.
En esa mochila habrá cabida para un mapa o croquis gracias al cual saber encontrar las fuentes de agua potable más cercanas pero también los refugios a los cuales acudir en caso de gravedad. Porque esos espacios serán, antes que posibles refugios climáticos o antibombas, centros sociales, autogestionados y de uso colectivo. Y en ese plano no faltarán tampoco señalados las personas y contactos a los cuales podremos acudir para compartir nuestros alimentos, que serán además con quienes podremos cocinar en un gran puchero colaborativo. Habrá personas que sepan como cultivar alimentos en terrenos inhóspitos e incluso habremos podido reflexionar de manera conjunta y sosegada sobre la necesidad ejercer una soberanía alimentaria bajo los principios de justicia y redistribución.
Yo ofreceré mi contacto para formar parte de esa lista previamente confeccionada, poniendo al servicio mis conocimientos como sanitaria para quien pueda necesitarlos. Y a su vez me propondré para servir de “medio de comunicación analógico”. En mi mochila no faltarán una libreta y un bolígrafo, para llevar mensajes entre personas o dejar notas útiles en uno u otro lado.
Con todo ello, y con el aporte de cada persona con la que me encuentre y así lo considere, iremos formado nuestro kit de supervivencia. Una vivencia y supervivencia basada en las relaciones de calidad, de reciprocidad, de confianza, de cuidados y apoyo mutuo. Un kit donde además, si la situación lo permite, tenga cabida la alegría, el disfrute y sin lugar a dudas, la dignidad de todas las personas.
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Gracias por contar esta construcción de sentires que cuidan la vida. Sí, el kit de emergencia debe tratar de poner la vida en el centro, y hay que decirlo mucho y en muchos sitios, a ver si se prioriza la vida aún sin ventiladores....
¡Mucho ánimo Salomé!, un abrazo solidario desde primera línea en Guatemala. Como decía Vicente Ferrer: ninguna acción buena se pierde en este mundo, en algún lugar quedará para siempre :)