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Coronavirus
Una reflexión sobre el covid19 de un grupo de italianos en Madrid
Hace solo unos días, en Italia, vivíamos un escenario muy similar al que tenemos hoy aquí. La epidemia difundiéndose, los anuncios del Gobierno, los expertos en televisión junto con comentaristas improvisados, las pasarelas políticas que aprovechaban la alarma mediática para tener algo de visibilidad, los medios de comunicación nos bombardeaban con noticias contradictorias... Muchos periódicos prefirieron el sensacionalismo, para ganar clics y ventas, mientras la información veraz y detallada se diluyó entre noticias falsas y titulares engañosos. Así que pasamos de la irracionalidad del pánico de “sálvate a ti mismo ya que puedes”, a la trivialización de “es solo una gripe”.
Entre las primeras medidas para contener la epidemia se encontraba la recomendación de evitar lugares concurridos. Enseguida abordábamos innecesariamente los supermercados pensando en hacer barricadas en casa durante semanas, pero sin renunciar a aperitivos, cenas, abarrotados centros comerciales, bares, pubs, discotecas, incluso en las llamadas “zonas rojas”, con alto riesgo de contagio. La economía no tenía que detenerse, por lo que mientras nos decían que nos quedáramos en casa, algunos nos pedían que continuáramos con una vida normal de consumidores.
“Quédense en los hogares para evitar el contagio”. No les escuchamos
Mientras tanto, los hospitales se estaban llenando de pacientes infectados con el virus, y las unidades de cuidados intensivos en las regiones del norte se dirigían hacia la saturación. Los médicos y los trabajadores de la salud multiplicaban sus turnos de trabajo para enfrentar el aumento de pacientes, apelando a la población para que cumpliera con las medidas preventivas. “Quédense en los hogares para evitar el contagio”. No les escuchamos. Las medidas de contención del gobierno se volvían más drásticas de una hora para otra.
Poco antes de que se impidiera la libertad de movimiento en las “áreas rojas” del norte de Italia, la noticia se filtró a los periódicos, muchos huyeron por la noche a sus lugares de origen al sur, ignorando el riesgo de poder expandir la infección, comenzando por los miembros de su familia a quienes querían unirse. Mientras en las redes sociales nos insultamos unos con otros, jóvenes y muy jóvenes, tranquilizados por la idea de que el riesgo era solo para los ancianos, continuaron abarrotando salas de fiesta. Muchos aún ignoran las medidas preventivas. El sistema nacional de salud está cerca del colapso en ciertas áreas del país y corre el riesgo de no poder curar a todos los infectados gravemente.
En la carrera contra el tiempo para contener la epidemia y evitar la saturación de los departamentos de reanimación, el gobierno finalmente ha declarado a todo el país como una “zona roja”, por lo que la movilidad está solamente permitida por razones laborales y de emergencia. Bajo la presión del lobby empresarial, los departamentos de producción no se han detenido, muchos trabajadores todavía se ven obligados a llegar a sus trabajos exponiéndose al contagio, mientras no paran de aumentar los números de infectados, ingresados y fallecidos. Ya no son solo números en nuestra percepción, empezamos a ponerles cara, pues son familiares y conocidos. “El otro” ya somos nosotros y nosotras.
Poco antes de que se impidiera la libertad de movimiento en las “áreas rojas” del norte, la noticia se filtró a los periódicos y muchos huyeron por la noche a sus lugares de origen al sur, ignorando el riesgo de poder expandir la infección, comenzando por los miembros de su familia a quienes querían unirse
En esta semana, la más larga de nuestro país, la epidemia ha expuesto nuestras contradicciones. Hemos sido testigos del triunfo del individualismo, de “sálvate a ti mismo el que pueda”, de “no me importa”, de la incapacidad de renunciar a las libertades de uno para cumplir con el deber cívico de proteger al otro, la comunidad, los grupos vulnerables de la población. El ruido del pánico, el silencio de la indiferencia. Hemos visto las certezas de la sociedad occidental avanzada y tecnológica, derrumbándose ante la fragilidad de nuestras vidas. La incapacidad de predecir, prevenir daños, de actuar, de actuar sin pánico, de activar con tiempo la solidaridad. No estábamos preparados, no entendimos.
Con retraso, ante el grave estado de emergencia, las muertes y las predicciones no tranquilizadoras, puede que estemos redescubriendo poco a poco la importancia de la solidaridad y la educación, de la empatía y el cuidado, en nuestro tejido social deshilachado.
Ya no son solo números en nuestra percepción, empezamos a ponerles cara, pues son familiares y conocidos. “El otro” ya somos nosotros y nosotras
Tal vez estamos empezando a comprender que nadie se salva solo, que las fronteras no existen, que la salud es un derecho universal, que la economía puede esperar, que la vida es frágil y que protegerla es un deber colectivo. El arrepentimiento crece como la curva de contagio: no haberlo entendido antes, pensamos, ha sido un error. Y escribimos con el objetivo de que lo tengáis en cuenta también aquí. Para que haya más prevención, sin esperar a que sea demasiado tarde.
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Buenas tardes. He visto el nombre del Sr Antonio Famiglietti, y recordé que yo tuve un compañero homónimo en 1962 en el Colegio Esteban Echeverría de Ramos Mejía, Argentina. Será la misma persona, o algún famimiar? Si resulta de interés, mi dir email es wizforever@hotmail.com. muchas gracias. Soy José María González.
Infelizmente a maioria continua individualista: preocupam-se em “não morrer” e não em “não matar”. Talvez a diferença seja que agora se percebam vulneráveis; que fatiar a sociedade em “grupo de risco” e “lugares de risco” é uma ilusão e um grande equívoco.