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Coronavirus
Los dos meses más largos de la historia de Livorno
El mar está en calma, acaricia las rocas calentadas por el sol. A mediados de marzo, el verano parecía estar a tiro de piedra, pero en Livorno el paseo marítimo estaba casi desierto. Pocas personas en la acera compuesta de adoquines cuadrados, alguien corre en chandal con música en sus auriculares, otros pasean a sus perros bien atados, los bancos que dan al mar generalmente muy llenos, ahora son ocupados, a lo sumo, por una persona.
Una chica lee un libro con las piernas cruzadas, dos pensionistas bronceados hablan y sonríen de un banco a otro, les cuelga una mascarilla quirúrgica bajo la barbilla. Parecía una situación surrealista pero no era nada comparado con lo que sucedería en las terribles semanas que estaban por venir. Sólo desde principios de mayo, con la disminución de los contagios y la relajación de las medidas gubernamentales, la ciudad junto al mar está volviendo lentamente a la vida. La llamada “fase dos” ha comenzado.
Parece que han pasado años desde el último domingo normal, cuando sólo había una persona en la ciudad con el virus. La alarma ya había afectado al carnaval, y la multitud no era tan densa, pero los niños corrían disfrazados
Parece que han pasado años desde el último domingo normal, cuando sólo había una persona en la ciudad con el virus. Por supuesto, la alarma ya había afectado al carnaval, y la multitud no era tan densa, pero los niños corrían disfrazados. Entonces llegó el 8 de marzo. Entre las muchas personas que disfrutaban del mar, podían verse también los carteles y banderas del movimiento feminista NonUnaDiMeno – Ni una menos.
Desde un megáfono la voz de las intervenciones se difundía por la plaza, la gente se detenía, aplaudía, nunca se había visto tanta atención en la calle, la tensión ya se sentía. Se suponía que iba a haber una manifestación, pero NonUnaDiMeno, ante el riesgo para la salud, había decidido en los días anteriores reformular la iniciativa tomando precauciones, y vulnerando la prohibición de manifestaciones vigente desde aquella misma mañana.
Ese día, se anunció por televisión un decreto ministerial que ampliaría la “zona roja” que antes se imponía sólo a los municipios más afectados por el contagio. Desde entonces, una serie de decretos han endurecido aún más las restricciones. La situación es bien conocida: eventos y manifestaciones prohibidas, derecho de huelga suspendido, bares, restaurantes y tiendas cerradas excepto tiendas de comestibles, supermercados, quioscos de prensa y otros negocios y oficinas considerados esenciales.
Coronavirus
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La verdad es que estamos acojonados —¿cómo no estarlo?—, pues nuestro sistema de mínimas seguridades vitales se viene abajo. Lo de estar en casa es lo de menos. De un día para otro, millones de personas se han despertado sin ingresos y con una perspectiva de futuro algo más que precaria.
Para circular por las calles debían certificarse razones válidas como trabajo, emergencia, necesidad y los controles —realizados también por el ejército en algunas regiones—eran muy estrictos. Medidas todas ellas que permanecieron en vigor hasta el pasado 4 de mayo, y que se han ido relajando de manera diversa en las distintas regiones.
El gobierno para detener el virus lanzó el eslogan #iorestoacasa, pero ¿qué significaba realmente? En Italia más de 50.000 personas no tienen hogar, 3.600.000 no tienen acceso a los servicios básicos de higiene, mientras que la falta de un domicilio fijo en las ciudades es del 11,3% según los datos de 2015. Además, la casa no es muy a menudo un refugio, sino un lugar de violencia para todas aquellas mujeres y niños que ahora se encuentran entre cuatro paredes con sus maltratadores. Por último, está la desastrosa situación de las cárceles, donde 63.000 personas viven ya en terribles condiciones de higiene y hacinamiento que provocaron motines en muchas prisiones entre el 9 y el 12 de marzo, durante los cuales murieron 14 presos en circunstancias aún no aclaradas.
A pesar de las restricciones, en el momento álgido del confinamiento, el 55,7% de los trabajadores de la industria y los servicios privados seguían activos en el lugar de trabajo, en la mayoría de los casos sin una protección sanitaria adecuada
A pesar de las restricciones, millones de personas nunca han dejado de ir a trabajar, en la mayoría de los casos sin una protección sanitaria adecuada. “Italia se cierra” titulaban los periódicos el 11 de marzo, pero en realidad las actividades de producción se detuvieron solamente después del 25 de marzo, cuando el gobierno cedió en parte a la amenaza de una huelga general, permaneciendo muchas actividades abiertas. Para el ISTAT a finales de marzo, en pleno lockdown, el 55,7% de los trabajadores de la industria y los servicios privados seguían trabajando en el lugar de trabajo.
La refinería de ENI en Livorno es una de esas plantas industriales “estratégicas” que nunca ha dejado de producir. Es mediados de marzo y a la entrada de ENI a las 7:30 a.m. algunos trabajadores llevan sus máscarillas y mantienen sus distancia charlando en fila para llegar al trabajo. A mediados de marzo hubo en todo el país una ola de huelgas por la defensa de la salud, una lucha nacida desde abajo a la que las secretarías de los sindicatos mayoritarios no se unieron hasta el final.
Entre Prato y Florencia se encuentra una de las zonas industriales más importantes del país. Darío Salvetti es un obrero de montaje y delegado sindical de la FIOM en la GKN, una fábrica cerca de Florencia que produce ejes para la FIAT: “Con la huelga habíamos ganado la posibilidad a trabajar solos en las estaciones de montaje donde normalmente trabajamos de a dos, reduciendo así la producción a la mitad. Pero eso no fue suficiente”. Así fue como se llegó a la interrupción de la actividad en gran parte del sector matelmecánico, que, después de casi un mes y medio de suspensión, sólo a partir del 4 de mayo volvió a producir.
La actividad pesquera, por otro lado, nunca se ha suspendido pero está en profunda crisis. En el puerto de Livorno los pescadores suelen vender pescado a los peatones, pero durante meses las calles estaban desiertas y nadie compraba el pescado. Ahora, durante la buena temporada, tienen dificultades para emplear los pesqueros más grandes, porque con una tripulación más numerosa es complicado cumplir con las regulaciones anti-covid a bordo.
Flora, tras mudarse desde Roma dos años atrás para una prácticas, se quedó en Livorno porque se enamoró de esta ciudad. Tiene 29 años y, como muchos otros jóvenes, ha visto desvanecerse cualquier posibilidad de trabajo con la pandemia. Se suponía que se mudaría a España en abril para trabajar en un centro de recuperación de vida silvestre, y todo explotó. Pero como ya había dejado su trabajo, ahora está desempleada. En los últimos meses ha salido de casa casi sólo para sacar a su perro.
Las clases en las escuelas y universidades se suspendieron el 5 de marzo, y no se reanudarán antes de septiembre. Siempre que es posible, las clases se dan online, pero no siempre es fácil
Las clases en las escuelas y universidades se suspendieron el 5 de marzo, y no se reanudarán antes de septiembre. Siempre que es posible, las clases se dan online, pero no siempre es fácil: “tienes que seguir adelante, es que no puedes pretender que estás en la escuela, como si no pasara nada, y obligar a los niños a pasar seis horas continuas delante de una pantalla, y no todos tienen un ordenador”, dice Patrizia Nesti, 63 años, profesora de Italiano en el Liceo F. Enriques de Livorno.
Es una sindicalista de Unicobas (Confederación Italiana de Base) y a menudo tiene que enfrentarse con la directora de la escuela para no renunciar a demasiados derechos en esta fase de emergencia. Tiziano, su esposo de 64 años, también está en casa; se ganaba la vida haciendo mudanzas y no sabe cuándo volverá a trabajar. Ahora siempre comen juntos con su hijo, y el ambiente es amistoso. Pero el tema principal de la conversación es siempre el mismo: el coronavirus.
En una terraza al norte de Livorno, Stefania hace su media hora diaria de ciclismo. Hay muchas personas que en los últimos meses han hecho en casa las actividades que solían hacer al aire libre. “No esperaba una epidemia, más bien temía un conflicto internacional, pero de hecho esto parece una guerra”, confiesa Stefania. Tiene 69 años y es abuela desde hace tres meses. Lamenta no estar viendo crecer a su nieta. Como muchas otras personas Stefania ha elegido el auto-aislamiento, casi no ve a nadie, y sale una vez a la semana para hacer sus compras. Piensa que de esta manera contribuye a evitar contagiarse, o trasmitir la enfermedad a los demás.
Para muchos, el aislamiento puede ser fatal: Las personas más vulnerables o ancianas, que no pueden salir de casa o tienen miedo de hacerlo. Para ayudar a estas personas, especialmente en las grandes ciudades, se han desarrollado grupos de apoyo mutuo y solidaridad que se encargan de entregar alimentos y medicinas a domicilio, sacar al perro, ofrecer apoyo psicológico por teléfono, e incluso asesoramiento legal y sindical. Se trata de actividades muy importantes dado que pueden resolver problemas concretos de las personas, al tiempo que ayudan a tejer y mantener redes sociales de solidaridad.
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También en Livorno hay grupos que realizan actividades de este tipo. Giulia tiene 25 años y participa en el proyecto de solidaridad lanzado por Potere al Popolo, recibe llamadas y se pone en contacto con los voluntarios que se han puesto a su disposición. “Con los voluntarios podemos cubrir casi todos los distritos de la ciudad” dice, preparando los turnos para el día siguiente. En el proyecto Potere al Popolo de Livorno participaron más de 40 voluntarios y se entregaron paquetes de alimentos a más de 700 personas con dificultades financieras durante el mes de abril.
La primera llamada fue la de Piero, un anciano que no puede salir de su casa, vive en el centro de la ciudad y necesita una pequeña compra semanas y algunas medicinas. Giulia recibe la llamada y se encarga de la compra y la entrega directamente, en el último piso de un edificio deshabitado. Ella baja de nuevo a la calle, mira hacia arriba, Piero la saluda desde la ventana, Giulia baja la máscara y agita la mano sonriendo.