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Cooperación internacional
Vida, paz y libertad
Mugarik Gabe
Ecuador Etxea
Comunidad del Rif en Euskal Herria
Refugiada kurda de Rojhelat (Irán)
Qué duda cabe que en este nuestro pequeño país llevamos un año largo donde casi toda nuestra vida gira en torno a la pandemia del covid-19. No podía ser de otra manera cuando este virus nos ha arrancado familiares, amistades, conocidos; o nos ha tenido en un vilo con otros muchos que consiguieron superar la enfermedad; nos ha puesto patas arriba nuestra cotidianidad con nuevas incertidumbres sobre el presente y el futuro inmediato. Un virus que nos ha evidenciado nuestra fragilidad por mucho que nos creyéramos a salvo por ser parte del mundo enriquecido.
Pero este virus, convenientemente animado por diferentes élites políticas, económicas y mediáticas, también nos empuja a pensarnos en una burbuja donde solo es posible el combate y la victoria final contra la pandemia y donde todo lo demás no importa. Más allá de que esto sea un nuevo error, a esas élites les interesa salvar el sistema, y por eso se busca, una vez más, que solo nos miremos a, nuestro mil veces visto, ombligo. Pensar que debemos salvar nuestro modelo que vida (el mismo que nos ha traído hasta esta pandemia), a base de primar la gran economía sobre, valga la redundancia, la vida misma. Salvar el sistema con nuevas grandes infraestructuras, proyectos o la masificación turística a la europea; es decir, caminando por paisajes y ciudades seguras, gracias a nuestra capacidad de comprar y administrarnos millones de vacunas, aunque esto no llegue al resto del mundo y sea, por lo tanto, a costa de no mirar más allá de esas fronteras que cada día son más muros medievales construidos para no ser “asaltados”.
Y precisamente, en esto último radican algunas de las preocupaciones que nos unen a cada vez más decenas de organizaciones de solidaridad, cooperación, sindicales, de derechos humanos: no podemos ignorar que vivimos en un pequeño planeta llamado Tierra. No podemos y no queremos. Sabemos que lo que ocurra a otros pueblos nos alcanzará de alguna forma tarde o temprano; somos conscientes de que las decisiones de los gobernantes europeos afectan a millones de seres humanos más allá del Mediterráneo o el Atlántico. Y por eso, hacemos un llamamiento continuo a nuestra sociedad a fin de no perder de vista lo que ocurre más allá de nuestro ombligo. Un llamamiento a olvidar los intereses de insolidarias élites políticas, económicas y mediáticas y a tejer, consecuentemente, nuevos lazos de solidaridad.
Hemos asistido en los últimos meses a rebeliones y protestas sociales, en la mayoría de los casos, pacíficas, pero duramente criminalizadas y reprimidas por los diferentes gobiernos, allá donde éstas se producían. Hemos visto como miles de personas salen a las calles a pesar del virus, convencidas que, pese a la letalidad del covid-19 es más mortal asistir impasible a la pérdida de las mínimas condiciones para una vida digna. Recorremos América Latina, África o Asia y, más allá de la sordera y ceguera que puede provocarnos la pandemia y tantos inconfesables intereses por defender los privilegios de unas minorías cada vez más minoritarias, vemos pueblos vivos. Sociedades que pelean contra el virus pese a las inmensas dificultades, pero que también denuncian todo tipo de discriminaciones y vulneraciones de derechos humanos que, a día de hoy, siguen multiplicándose en distintas partes del mundo por cuestiones ideológicas, raciales o de género, pero también políticas, sociales, económicas o ambientales.
Pero es importante y urgente señalar que las causas que están en el fondo de estas cuestiones tienen que ver con los intereses de aquellos que defienden un sistema donde el beneficio económico prima por encima del cuidado de la vida digna para todas y todos. Así, se pelea contra empresas que expolian los recursos naturales; se hace igualmente para derribar leyes migratorias que solo tratan de imposibilitar el derecho a la libre circulación de las personas mientras abren las fronteras a las mercancías; contra sistemas que reproducen desigualdades, no solo entre las personas sino también entre los pueblos, mientras incentivan un modelo neoliberal salvaje que sigue encontrando las vías para acumular riquezas en cada vez menos manos, pero siempre a costa de las vidas de tantas y tantas personas.
Y a esta realidad, desde la anterior crisis del 2008, tenemos que sumar el auge paulatino del fascismo y las opciones de la ultraderecha y de la derecha ultra que, con mayor o menor maquillaje, construyen los falsos discursos populistas del miedo, la invasión o la Europa fortaleza. Todo ello después de que esta última, históricamente y aún hoy en día, siga esquilmando los recursos de esos otros pueblos a los que acusa, condenándolos a un presente y futuro sin opciones.
No podemos cerrar los ojos o mirar para otro lado. Queremos romper con cegueras y sorderas impuestas. La sociedad vasca ha sido un pueblo migrante y receptor de migración y en esa diversidad se basa gran parte de nuestra riqueza como pueblo. No queremos renunciar a la diversidad y a la solidaridad con las luchas de todos aquellos y aquellas que, desde sus territorios, o desde aquellos otros que hoy son el centro de su vida, mantienen la lucha por unas sociedades más justas, más iguales, donde mujeres y hombres, pueblos y estados, podamos no solo proclamar la libertad, sino también dotarla de su verdadero contenido, y ejercerla individual y colectivamente. Solo así construiremos un mundo mejor y conjuntamente acabar, no solo con la pandemia del covid-19, sino también contra la que ataca los derechos de las personas y de los pueblos, la de la injusticia social, la del empobrecimiento, por una vida, paz y libertad para todos y todas.
Por todo ello, este viernes, día 18 de junio, a partir de las 18:30h saldremos a las calles de Bilbao en nombre que quienes siguen peleando por un mundo mejor, los y las imprescindibles.