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Decía ayer el compañero Toni Hernández en Economía Directa que una de las causas importantes del adelanto electoral era la austeridad inevitable impuesta desde el IV Reich (también conocido como Unión Económica y Monetaria).
Nuestro querido gobierno más progresista de la Historia (y lo peor es que es verdad) se ha convertido en un auténtico adalid de la austeridad. La Intervención General de la Administración del Estado (IGAE) nos ha dado ya a conocer los datos de ingresos y gastos públicos del primer trimestre, y son auténticamente demoledores. El déficit público prácticamente se ha esfumado, pasando de 5.900 millones de euros en el primer trimestre del 22 a 510 en el primer trimestre del 23. Es decir, un ajuste de más de cuatro décimas del PIB en solo tres meses, que se ha producido básicamente por la congelación del gasto público que, de hecho, se ha reducido ligeramente. Los ingresos han seguido aumentando con fuerza, impulsados por la inflación y el brutal incremento de los beneficios empresariales. La presión fiscal sobre la clase trabajadora ha seguido aumentando, ya que, al no deflactar las tablas del IRPF con la inflación y subir los salarios en promedio un 3%, de facto los impuestos sobre los ingresos del trabajo han aumentado.
¿Qué significa esto? Pues que el Gobierno ha cedido sin siquiera dar la menor batalla, y poniendo la venda antes de la herida, a la austeridad venida desde Europa, y el peso de esta austeridad se ha hecho caer sobre la clase trabajadora de una forma desproporcionada, por varias vías:
-Incremento real de la presión fiscal al no deflactar las tablas del IRPF con la inflación.
-Reducción de las rentas indirectas al no aumentar el gasto público de forma acorde a la inflación, lo que se traduce en peores servicios públicos.
-Disminución de los salarios reales al impulsar la moderación salarial y subir estos mucho menos que la inflación. Solo se libran el salario mínimo y las pensiones, lo que está bien pero es claramente insuficiente.
Las consecuencias de esta austeridad son sobre todo la condena de millones de personas a peores condiciones de vida, una decisión totalmente arbitraria e innecesaria. El desempleo será mucho mayor del que sería sin la austeridad, los servicios públicos como sanidad, educación o justicia, mucho peores. No habrá dinero para nada, ni para impulsar políticas de igualdad, ni para paliar el dramático problema de acceso a la vivienda, ni para aliviar la pobreza que afecta a una que cada cinco personas, ni para intentar adaptarnos a la crisis medioambiental que tenemos encima (solo para un absurdo Green New Deal diseñado por y para las corporaciones). Y todavía habremos de dar las gracias porque la alternativa que son ofrecen es la ultraderecha. Nuestra “democracia”, con su férreo control de los medios, cierra el abanico de posibilidades y elimina del discursos público las alternativas, desde una gestión socialdemócrata de la democracia liberal hasta una superación de esta, y del capitalismo, con alternativas socialistas o libertarias, algo de lo que se debería hablar públicamente día sí y día también. Es el TINA thatcheriano, la distopía burguesa en que vivimos y que nos lleva a un presente sin justicia y a un futuro cada vez más tenebroso.