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Opinión
La clase obrera no va al paraíso

El paraíso tiene “numerus clausus”[1]: Cinco trabajadores (hombres) entre 35 y 54 años, mueren ¿accidentalmente? y además una decena de heridos en una mina asturiana[2], por la deflagración del gas grisú acumulado en la planta en la cual trabajaban.
Dos bomberos (trabajadores hombres), mueren en un incendio de un garaje en Móstoles (CM) y 14 bomberos más se intoxican por la inhalación de los gases del incendio.
224 personas mueren a consecuencia de la DANA y cientos de miles de damnificados por pérdidas económicas (casas, comercios, campos, agricultura…), siendo la población más vulnerable mayoría de este colectivo damnificado.
Millones de personas palestinas son expulsadas en su tierra (Gaza y Cisjordania); asesinadas físicamente (más del 45% de los 55.000 asesinados son niños y niñas); destruidas el 90% de sus infraestructuras sanitarias, casas, carreteras, comercios, escuelas, universidades, etc.; anexionados sus territorios y anexionados sus recursos (agua, pesca, minerales, etc.).
La “plutocracia” trumpista origina una “explosión del desorden mundial”[3] y pone en jaque a la economía y a la política a niveles planetarias, empobreciendo, masacrando, humillando y eliminando los derechos humanos esenciales, los derechos civiles, los derechos políticos de millones y millones de trabajadores y trabajadoras, los derechos ambientales, etc., en nombre de la libertad y las “clases medias”.
Los tres “acontecimientos” relatados se encuentran no sólo relacionados, sino que todos ellos son consecuencias “no deseadas” del accionar del capitalismo sobre la vida de todos los seres vivos, de la tierra, de sus recursos, de sus ecosistemas, de la biodiversidad y no dejan de ser sino, meras manifestaciones, desde las más terribles (el genocidio palestino televisado y sin ninguna voluntad política de pararlo, impedirlo y aplicando las leyes internacionales a los responsables), hasta los dolorosos y trágicos (los muertos por la “tragedia” de la DANA y los muertos por el simple hecho de trabajar para “ganarse el pan”).
Acontecimientos que describen el horror y la catástrofe que Walter Benjamín tan bien reflejo en su tesis IX El Ángel de la Historia… “un ángel que parece estar a punto de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada. Sus ojos están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él los ve como una catástrofe única, que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que se arremolina en sus alas, tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. El huracán lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalada, mientras el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos progreso es ese huracán”.
Las personas asalariadas, las personas trabajadoras y las capas sociales populares (clases medias incluidas), vivimos y soportamos una realidad difícil, a veces muy sucia en el sentido social y humano, donde la muerte laboral y la muerte social, en nombre de la ECONOMÍA (el progreso) se convierten en la entrega de la dignidad a poderosos, empresarios, traficantes de mano de obra y ecogenocidas.
La muerte laboral y la muerte social, en nombre de la ECONOMÍA (el progreso) se convierten en la entrega de la dignidad a poderosos, empresarios, traficantes de mano de obra y ecogenocidas.
Son muertes humanas y de los ecosistemas, sin sentido, pues no existe mayor irracionalidad que producir para generar capital, riqueza, crecer y crecer, sobre las ruinas y acumular más y mas, para que de esta manera, alguien pueda llegar al paraíso. No existe explicación racional para esta “barbarie” sino aquella que muestra la violencia del poder, del capital y del dinero.
¿Dónde se encuentra el sentido “humano” en esta sociedad capitalista, globalizada e interconectada[4], que soporta en los países industrializados cientos de miles de muertos como consecuencia de la suciedad del aire, de los productos químicos y las centrales térmicas de los distintos procesos industriales, del cambio climático por la utilización insostenible de un modelo energético basado en los residuos fósiles, y soporta miles y miles de muertos por un sistema irracional de transportar mercancías por medio de vehículos a motor contaminantes y políticas de movilidad individuales que generan el 75% del efecto invernadero?
¿Dónde se encuentra el sentido “humano” en esta sociedad sucia, deleznable, que en los países empobrecidos (las tres cuartas partes de la humanidad se encuentra en esta condición), a diario, la lucha por la vida, la subsistencia, es su única tarea humana y a diario, pierden esa batalla miles y miles de personas, bien por trabajar o por no trabajar, bien por hambre, bien por guerras de rapiña, bien por enfermedades?
Lo desagradable, aunque real, es que “el personal” aceptamos el riesgo (por el hecho de trabajar y tratar de vivir) como habitual y, además, considera el mismo como inevitable[5].
Lo hemos normalizado y las respuestas ante la muerte de personas trabajadoras en el mundo laboral, como los “genocidios y desastres “naturales” televisados”, carecen de conflicto suficiente y fuerte y, se traslada la oposición o negativa ante estos acontecimientos tan negativos, a meras manifestaciones formales de dolor (minutos de silencio, concentraciones, comunicados, redes sociales…).
¿Para qué les sirve a las personas muertas el dolor de su patrón, de sus compañeros, de las Administraciones, del Estado o de la sociedad?
Ese dolor se convierte en un intento, de quien no ha muerto o no ha perdido lo esencial para seguir sobreviviendo, para probar su “bondad” [6], pues de haber sido así, se muestra la inutilidad de la acción sobre todo para el muerto y, para detener más muertes[7], pero al mismo tiempo es la coartada para seguir considerando inevitable la muerte laboral y social, y así justificar nuestra no responsabilidad por acción u omisión.
Al igual que el pensamiento mitológico el cual consideraba que el destino es algo ajeno al ser humano, el pensamiento moderno en lo relativo a todos los acontecimientos catastróficos generados por la acción del capitalismo, sean muertes laborales o muertes sociales, revela la carga metafísica oculta que caracteriza los sistemas de creencias de las cuales el capitalismo se dota.
Por ejemplo, creemos o nos interesa creer, que el automóvil es el medio “natural” para la movilidad de los seres humanos. Creemos y nos hacen creer que las prisas, el llegar “ayer”, el consumir tiempo, es la quinta esencia de la vida, creemos una serie de “barbaridades” porque nos regimos no por la lógica de lo necesario para todos y todas, sino por esa lógica de la eficacia…[8]
Y mientras tanto, desde el “paraíso que el capitalismo promete”, el viento huracanado que quien lo ocupa lo lanza a diario, nos impide acceder al mismo, a la vez que se incrementa el “numerus clausus” de estancia en el “paraíso”, por exceso de cupo.
[1] “Su significado actual es igual que el significado primitivo, y se usa para indicar que, ante una determinada lista o relación, bien de derechos, o de obligaciones, o bien de sujetos, etc., las normas que la regulan impiden que pueda alterarse dicha relación añadiendo una nueva unidad más, si es distinta de las predeterminadas inicialmente relacionadas”. (Wikipedia).
[2] Los antecedentes del antiguo dueño de la explotación hasta que se les traspaso a los actuales dueños son “típicos” de ese empresariado sin ningún respeto por los derechos laborales y ambientales.
[3] Del libro de Ramón Fernández Durán activista, ecologista y una gran persona, ya fallecido.
[4] Desde hace muchos siglos, el comercio, el intercambio de mercancías…, se han hecho y realizado a niveles planetarios. La utilización del “nacionalismo trumpista”, no persigue eliminar el mismo, sino reposicionar a EE.UU. en el puesto hegemónico que ha perdido en este (des)orden mundial.
[5] En el periódico El País de 4 de abril 2025 la viñetista Flavita Banana realiza una síntesis “terrible” del comportamiento humano actual… han tirado una bomba atómica en el exterior y las personas desde dentro de un local se dedican a hacer fotos de “tal acontecimiento”…
[6] Bondad… "inclinación o tendencia natural del ser humano a hacer el bien, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesita de una forma amable y generosa” (Bondad lo opuesto de la maldad según la RAE).
[7] Los accidentes, las muertes, siguen mostrándonos una realidad del dolor que es capaz de coexistir con todo lo que nos echen, por más información de que disponemos y posibilidades de conocimiento que tengamos.
[8] Nos encontramos en una continua lucha entre ambas lógicas, las cuales actúan sino a su aire, sí, al aire que “nos da” en función de muchas variables: estados de ánimos, emociones, afectos, alianzas, cooperaciones, etc.
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