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Hay muchas maneras de entrarle al análisis de un documental o una docu-ficción. Si su tema es la vida o la acción política de gente con escaso acceso a los medios de producción cinematográfica, una de las más productivas es fijarse en quién habla y desde dónde —lo que en la jerga académica se suele llamar lugar de enunciación— para detectar prácticas de ventriloquía y extractivismo. En general, el capital cultural y simbólico que resulta de una película de no ficción lo acumula el director o directora y no se redistribuye, así que es nuestro deber como espectadoras críticas cuestionar la pretensión de “dar voz a los sin voz”. Porque poner a un grupo social en pantalla no es darle voz.
La activista, artista y pensadora anarco-feminista boliviana María Galindo ha estrenado su última película titulada Revolución puta (2023), una producción de Mujeres Creando. En el documental de cincuenta y pocos minutos hablan prostitutas autogestionarias organizadas en Bolivia y también habla ella, aunque no escuchemos su voz. Después deslindaré este diálogo, pero primero un poco de contexto. Galindo lleva más de veinte años colaborando con mujeres en situación de prostitución. En el año 2007 publicó, junto con Sonia Sánchez, el libro Ninguna mujer nace para puta, que, para su disgusto, ha sido cooptado y convertido en una de las biblias del abolicionismo.
Ni regulacionista, ni abolicionista, Galindo genera un posicionamiento ideológico en las antípodas de la victimización del colectivo
La postura de Galindo respecto al trabajo sexual es refrescante pues no se ha enzarzado en la sangrante disputa que divide al movimiento feminista. Ni regulacionista, ni abolicionista, Galindo genera un posicionamiento ideológico en las antípodas de la victimización del colectivo. Considera a la trabajadora sexual “anfitriona del cambio social (…) figura central (…) la puta tiene la vara con que remover sexualidades, romper mitos, diluir estructuras de todas las mujeres y por eso es un sujeto imprescindible” (Feminismo bastardo 55). No es que hay que salvar a las putas, más bien, ellas manejan una información que puede salvar a las que no lo somos. Porque nosotras andamos bastante desubicadas y sabemos poco de los hombres. A decir verdad, conocemos en profundidad solo a unos pocos, en cambio ellas acumulan “cantidad de conocimientos sobre la afectividad, la sexualidad, el cuerpo, las dolencias y los complejos del macho” (Feminismo bastardo 60). Además, porque diariamente hacen de dique de contención de las violencias machistas, saben como evitarlas y combatirlas. Por todo ello —por su intel y conocimientos especializados— las putas son aliadas imprescindibles en las luchas antipatriarcales.
Como aliadas, a su vez, Mujeres Creando han apoyado una política concreta, encarnada en la práctica de la prostitución autogestionaria, que consiste en trabajadoras organizadas sin proxenetas en locales gestionados por ellas mismas. Y lo que hace décadas parecía una utopía, ahora es ley. Gracias al trabajo de la Organización de Mujeres en Estado de Prostitución (OMESPRO) y Mujeres Creando se ha conseguido que la Alcaldía de La Paz apruebe una ley municipal que regula los establecimientos en los que se ejerce el trabajo sexual de manera libre y autónoma con el objetivo de resguardar la seguridad y salud de las trabajadoras sexuales independientes.
En Revolución Puta, el lenguaje fílmico es heterodoxo, difícilmente clasificable y no aceptable por los guardianes del gusto cinéfilo europeizante y colonizado
Galindo siempre se ha interesado por el registro visual de la performance, tanto en foto como en vídeo. Hay grabaciones muy tempranas y hermosas de intervenciones callejeras en las que se juega prácticamente la vida junto con otras fundadoras de Mujeres Creando. Con el paso del tiempo estos registros han ido mutando y convirtiéndose en ejercicios cinematográficos en sí mismos, aunque siempre partiendo de la performance como elemento estructurante.
En Revolución Puta, el lenguaje fílmico es heterodoxo, difícilmente clasificable y no aceptable por los guardianes del gusto cinéfilo europeizante y colonizado. Galindo usa formas de creación artística provenientes del ámbito popular urbano, que a menudo recuerdan a la estética la televisión local y la publicidad chicha, recursos como pantallas partidas, abundantes fundidos, cortinillas y transiciones digitales con efectos visuales tipo croma, inclusión en el montaje de imagen fija, intertítulos animados, y ausencia casi total de planos tomados con trípode (en esta ocasión llega a utilizar planos de dron). Su deliberada elección de lenguaje visual, a la vez que efectiva y atractiva para todos los públicos por bastarda, impide que una película así pase el corte de un festival europeo. El gusto cinéfilo está claramente codificado, homogenizado e higienizado.
Por eso, y paradójicamente, Galindo distribuye sus películas en Europa a través de un circuito aún más más elitista que el de los festivales, el de las instituciones de arte contemporáneo, en el que tiene fácil entrada debido a su prestigio y contactos. Esa es la paradoja que acompaña la figura pública de María Galindo: en Bolivia es ninguneada por élites culturales, mientras en Europa es abrazada por las instituciones que las mismas acomplejadas élites culturales bolivianas tienen por referente. Y ella se ríe.
Al principio he dicho que quería deslindar cuando habla Galindo y cuando las compañeras trabajadoras sexuales en Revolución Puta. Galindo habla a través de la puesta en escena, guionización, dirección de las performances, diseño de vestuario, decorados y los movimientos de cámara. Esto no lo hace sola, Danitza Luna, muralista y miembro de Mujeres Creando, colabora en el diseño del setting; la coreógrafa trans Devi Beatrix introduce una sorprendente profesionalidad y espectacularidad y ayuda a sacudir la vergüenza y rigidez corporal de las protagonistas, que no son bailarinas ni actrices profesionales. La cámara es de Rafael Venegas, entre otros. De la músicalización se encarga su antiguo colaborador Sergio Calero, y el himno de las putas, el leitmotiv de la película, es una letra creada colectivamente por decenas de mujeres y musicada por la banda argentina Kumbia Queers. Además, Galindo colabora siempre con artesanos locales en la producción de la utilería. Y el cuerpo y la sapiencia lo ponen las trabajadoras sexuales que actúan y son corresponsables de la escritura de guion. En resumen, Galindo asume la dirección que no la autoría de un documental que es una co-creación.
El filme se divide en cuatro episodios que van in crescendo. Empieza con una pregunta sencilla, ¿Qué es un trabajo?, y termina quemando en efigie al Estado proxeneta. En la apertura un grupo de trabajadoras sexuales desfilan danzando tras el estandarte de su cofradía por un mercado callejero de El Alto mientras interrogan a los comerciantes sobre las diferencias entre sus respectivos trabajos. El proceso fílmico propicia un vuelco en los roles tradicionales. Las normalmente silenciadas son aquí las que hacen las preguntas. Destaca la empatía demostrada por las vendedoras, otro de esos colectivos permanentemente reivindicados por Galindo ya que son las dueñas informales del espacio público. La película permite así el encuentro entre estos dos grupos de mujeres que deberían estar hermanadas porque como se afirmará más adelante, las fruteras, las lavanderas, las doctoras y las ingenieras también tienen sus chulos.
Siguiendo esta línea argumental, el segundo y tercer episodios, “Lecciones para esposas y novias” y “Testamento”, buscan mostrar “la continuidad entre puta y no puta” (Feminismo bastardo 59) y dar valor a los saberes propios del oficio. En el episodio grabado en Santa Cruz de la Sierra, la performance colectiva se moviliza mediante la coreografía de Oscar Rea, quien ejerce de arquetipo masculino, llevando escritas en el cuerpo desnudo las palabras hijo, policía, juez, abogado, pastor, senador, Dios. Se funden cortes del bailarín enmascarado interactuando de manera juguetona con las trabajadoras sexuales, no enmascaradas, con planos de testimonios que nos informan de manera muy concreta sobre el comportamiento de los hombres en la intimidad de la habitación de un prostíbulo. El objetivo de la sección es ofrecernos información sobre el rol de profesora, terapeuta y asesora, que forma parte inseparable del ejercicio del trabajo sexual.
El siguiente episodio es el conmovedor testamento de Cristina Fernández, quien con cuarenta años de ejercicio a sus espaldas decide jubilarse y, como matriarca, reúne a sus compañeras para pasarles su legado. La recreación registrada con planos cámara en mano, desde adentro, es muy similar formalmente al trabajo de cámara llevado a cabo por Antonio Eguino en El Coraje del Pueblo (Jorge Sanjinés, 1971) en una escena en que Domitila Chungara se dirige a las compañeras de la asociación de amas de casa de la mina Siglo XX. No creo que Galindo o el camarógrafo (nombre) tuvieran esa escena de la película testimonial de Ukamau como referente, ni que estuvieran intentando comparar los liderazgos de Cristina y Domitila. Supongo que la similitud es simplemente resultado del modo orgánico de registrar un reenactment de este tipo, pero el paralelismo nos permite conectar y afirmar la “continuidad fundante entre puta y no puta” en la memoria audiovisual de la cultura política de las mujeres bolivianas.
Como buena anarquista, Galindo termina su película con la exigencia de que el Estado boliviano deje de ser proxeneta. En la plaza San Francisco, lugar de la ciudad de la Paz que ha servido tradicionalmente de coliseo callejero para todo tipo de espectáculos y protestas, Mujeres Creando erigen un gran panel frente al cual dos trabajadoras sexuales alegorizadas como la Puta Medusa y la Puta Bendición inquieren al numeroso público con la frase ¿alguien ha oído alguna vez hablar a una puta? La reivindicación de la agenda colectivo de trabajadoras sexuales en la plaza se enraíza en protestas centenarias llevadas a cabo en ese mismo espacio urbano cargado de simbolismo, pues es donde se encuentran la ciudad india y la colonial. El espectro de las voces de las campesinas indígenas, las amas de casa mineras, las vendedoras ambulantes, los sindicatos anarquistas de cocineras y floristas, que han desfilado en el pasado por el mismo lugar, se materializan en la plaza acompañando a Puta Medusa y Puta Bendición quienes terminan prendiendo fuego al enorme escenario que representa las instituciones del Estado. Finalizar una película con un incendio es un recurso catártico bien testado. Las alegorías, Medusa y Bendición, epitomizan a las mujeres bolivianas de las clases populares cuando afirman “el Estado boliviano no nos ve como personas pensantes, como parte del pueblo. Nos quiere mudas”. El público en la plaza San Francisco aplaude enfervorecido por las palabras y el efecto del fuego.
Galindo nos ofrece una ventana, pero no es una ventana “naturalista”, sino mediada por una apuesta visual provocadora que distorsiona cualquier inercia de victimización o revictimización
La que será la reacción de las audiencias europeas o colonizadas es otro cantar. Galindo nos ofrece una ventana, pero no es una ventana “naturalista”, sino mediada por una apuesta visual provocadora que distorsiona cualquier inercia de victimización o revictimizacion y evita que las espectadoras nos podamos colocar en el lugar de la que otorga la gracia de su compasión. Las espectadoras blancas, de clase media no nos podríamos apoderar de este relato, aunque quisiéramos. No se nos entrega el testimonio de las putas para nuestro consumo. No van a ser cooptadas y usadas como peones en conflictos ideológicos entre feministas burguesas.
Revolución puta es una interpelación directa, una mano tendida a esas otras putas que no cobran y ni saben que lo son, nosotras, las espectadoras. Nos regalan generosamente una lección, si es que la podemos entender y aprovechar. Y si no la podemos entender, no la vamos a poder digerir a nuestro antojo. Nos producirá indigestión. Esa es la mediación que aporta Galindo a la voz de un colectivo al que no pertenece. Esa es la materialización de su alianza. En este particular momento político en el que la ultraderecha, aliada del proxenetismo organizado, está tomando el poder en el estado español, una alianza entre todas las que tenemos cara de puta, seamos o no trabajadoras sexuales, es crucial. Si esto es una guerra, Galindo nos propone abrirnos a la posibilidad de incorporar como compañeras estrategas a quien conoce más íntimamente a nuestro oponente. ¿Las escuchamos?
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Vaya artículo bien escrito.
Que lección de cine, de militancia y de feminismo.