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Cine
‘No other land’: poner rostros y cuerpos al sufrimiento palestino

¿Cómo poner imágenes a la colonización de Palestina, al desplazamiento y la deshumanización de su población? El audiovisual que tiene que ver con la denominada cuestión palestina suele relacionarse con los vídeos realizados por periodistas o por habitantes o activistas sobre el terreno. Es solo una parte del conjunto, porque también hay un flujo moderado de ficciones diversas. Véase el sugerente filme The stranger, de Mahmud Abu-Jazi, o 200 meters, una propuesta más convencional que toma forma de drama social thrillerizado a través de una narracion con situaciones contrarreloj. Algunos realizadores, como Kamal Aljafari (An unusual summer) o Basma Alsharif (Ouroboros), han optado por enfoques en la órbita del ensayo fílmico, de un cine político conceptual que mantiene las distancias con el audiovisual comercial y narrativo.
Cine
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Aljafari, por ejemplo, explica la larga historia de una experiencia colectiva a través de imágenes de archivo que recupera y en las que interviene. Sus obras no son solo conceptualmente rotundas, sino que también llegan a comunicar una cierta vehemencia a través de la estética. Véase el uso casi violento del color en su reciente A fidai film. El realizador suele extraer información de fuentes de baja definición, e incluso trabaja con los márgenes y las periferias de estas imágenes (véase Recollection, donde reencuadra escenas de producciones británicas o israelíes rodadas en Palestina a la búsqueda de los palestinos infiltrados en las imágenes, o relegadas al trasfondo).
No deberíamos necesitar un rostro con un nombre propio y una historia específica para compadecer a quienes son objeto de limpieza étnica, pero quizá puede ser útil que se muestren (una vez más, otra vez más) algunos rostros e historias
Este método de trabajo dificulta la generación de empatía. Expone figuras espectrales que simbolizan el borrado de un pueblo, pero no proporcionan historias personales detalladas, ni siquiera rostros remotamente nítidos que reconocer. Y ya lo dicen los gurús de la difusión de contenidos a través de internet: las publicaciones que no incluyen unos ojos que miren a la pantalla, a la persona que está al otro lado de esta, tienen más difícil llegar a la audiencia. No deberíamos necesitar un rostro con un nombre propio y una historia específica para compadecer a quienes son objeto de limpieza étnica, pero quizá puede ser útil que se muestren (una vez más, otra vez más) algunos rostros e historias.
Un protagonista para encarnar una historia colectiva
No other land, obra ganadora del premio al mejor documental en los pasados premios Oscar, explica las décadas de resistencia en la zona de Masafer Yatta. El ejército israelí se apropió esta área de pequeñas aldeas como una zona propia y el derecho de los residentes a permanecer lleva años judicializado y obstaculizado por todo tipo de trabas burocráticas, expropiaciones, demoliciones y agresiones. Cuatro cineastas firmaron el documental: Basel Adra, Yuval Abraham, Hamdan Ballal y Rachel Szor.
La tarea acometida por este cuarteto es diferente, y complementaria, a las denuncias lacónicas del mencionado Aljafari. Se parte de un espacio concreto y se maximizan las posibilidades de identificación al dotar de un protagonismo especial a una persona concreta: Adra, codirector y protagonista del filme. El público sigue sus acciones, conoce su pertenencia a una familia de activistas y descubre su compromiso con la resistencia política y cultural a la ocupación de Palestina. Le escuchamos hablar en momentos de acción activista y en momentos de calma, en enfrentamientos y en momentos reflexiones.
Hay retazos de otras vidas específicas dentro de la historia colectiva, pero la película trata sobre todo de Adra y de la amistad que mantiene con uno de los coautores israelíes, Abraham. Los responsables del filme combinan las llamadas a la paciencia con los momentos de ira e indignación. Durante la primera mitad del filme, abundan los apuntes veloces, el montaje rápido, como si los autores hubiesen sentido miedo a perder al público a través de una exposición más calmada. En el desarrollo central hay un poco más de pausa, una cierta profundización en la familiaridad con las personas y su entorno. Un cierto acercamiento al documental observacional que no acelera el ritmo de la vida, o no lo acelera tanto.
Es posible, claro que sí, sentir insatisfacción ante el resultado. El ejercicio de la crítica cinematográfica en documentales sobre tragedias, sobre tragedias en marcha, puede tener un componente autolesivo. ¿Incurrimos en un gesto de crueldad cuando hablamos de formas y enfoques, con todo lo que hay detrás de esas imágenes? Con todo, algunas voces han considerado que la cooperación entre realizadores israelíes y palestinos puede resultar frustrante si se observa desde determinados ángulos. Se puede entender que es una constatación, y quizá también un refuerzo, de que los cineastas palestinos necesitan de una especie de validación externa para poder tener una voz. O, al menos, para tener una voz que acceda a esos altavoces del mainstream que difunden (y, hasta cierto punto, generan) sentidos comunes supuestamente compartidos.
‘No other land’ retrata esa especie de unidad fundamental de la sociedad israelí alrededor de la cuestión palestina que señalan analistas como el historiador Ilan Pappé
También se ha cuestionado si el protagonismo de Abraham, como israelí comprometido con los derechos humanos, puede trasladar una idea equivocada de la sociedad a la que pertenece. En realidad, no hace falta leer mucho entre líneas: No other land retrata esa especie de unidad fundamental de la sociedad israelí alrededor de la cuestión palestina que señalan analistas como el historiador Ilan Pappé. Se visibiliza suficientemente que el posicionamiento de Abraham no es demasiado habitual. Quizá hay que asumir que una sola película no puede cargar el peso de todo lo que debe expresarse sobre una colonización que dura un siglo. Y que el resultado de una obra sobre un tema tan sensible será siempre cuestionable desde algún punto de vista.
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Quizá hay que tomar nota de la actitud de Basel Adra. De su ejercicio de persistencia que, aunque incluya algunos comprensibilísimos momentos de abatimiento, evita caer en una desesperanza paralizante. Resulta emocionante y a la vez desolador que él, que ha vivido toda una vida de resistencia a la expulsión a pesar de los abusos, le diga a Abraham que tenga paciencia, que no espere resultados inmediatos a su tarea como periodista. Habla la voz de la experiencia en el desencanto, de la coexistencia con realidades horribles.
Adra habla a la audiencia como alguien que cree, que tiene que creer, todavía, a pesar de todo, en el poder revulsivo de compartir imágenes e informaciones. Aunque se lleve décadas esperando tomas de conciencia del público, y presiones internacionales efectivas, y cumplimientos de las resoluciones de Naciones Unidas que no llegan. Aunque se sea consciente de que hay ignorancias buscadas. Y más aún con los laberintos de bulos que nos facilitan autoengañarnos un poco y fingir que aquello que intuimos que es cierto puede ser mentira (o viceversa). ¿Qué es verdad, al final de todo? Y a donde no puede llegar la ignorancia, o el escepticismo, puede llegar eso que Mauro Entrialgo ha denominado “malismo”.
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La vida al otro lado de la pantalla de cine nos proporciona actualizaciones. Nos recuerda también que la colonización sigue. Otro codirector del filme, Hamdan Ballal, ha explicado que ha sido agredido por colonos, detenido cuando estaba recibiendo atención médica y posteriormente liberado. Ballal también aparecía en el documental, aunque su presencia fuese menos prominente. Podría interpretarse que, cuando se intentar castigar a una voz, quizá se le otorga implícitamente un valor. Sería un reconocimiento de que su denuncia puede ser poderosa, peligrosa. Pero también se pueden ver en esa agresión la desfachatez de quienes han constatado que la violencia que ejercen queda impune. En todo caso, No other land está disponible para su visionado en plataformas de streaming. Y verla dota de sentido, al menos simbólico, al trabajo de estas personas que han puesto su rostro y su cuerpo en la película, para la película.