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Ceuta
El Príncipe: sobrevivir en la frontera del abandono
En la playa del Tarajal, Ciudad Autónoma de Ceuta, la frontera está muy presente. Y de múltiples formas: es una valla que parte el cielo en dos, de un lado territorio marroquí, del otro español. Es también el pedazo de mar en el que la gente, desde hace años, se juega a menudo la vida y el futuro. Allí al lado entraban cada día cientos de trabajadores de Marruecos, con su pase transfronterizo. El mismo camino por donde transitaba tanta mercancía, casi de incógnito, durante mucho tiempo sobre la espalda encorvada de las porteadoras.
Un ajetreo visible e invisible habitaba la zona. Mas ya no hay rastro de los coches que esperaban, se los llevó la pandemia, tampoco de las mujeres que cargaban kilos de mercancía, pues hace ya tiempo quue la aduana está cerrada. Tampoco están ahí las miles de personas que cruzaron a la ciudad entre el 17 y 19 de mayo: muchos fueron expulsados, otros esperan que se defina su destino en naves hacinadas y recursos insuficientes, muchos jóvenes y niños aguardan a la desesperada una oportunidad en las escolleras y los bosques.
En la playa de Tarajal lo que hay esta tarde de julio son familias que se bañan. Niños, muchos niños, que este verano se quedarán ahí. No podrán visitar a sus familiares en Marruecos, expandir el verano hacia los únicos sitios donde se lo pueden permitir. Muchos de estos chavales vienen de la barriada del Príncipe, zona de frontera, retratada por medios de comunicación y ficción como una ciudad sin ley, descrita en las estadísticas como uno de los lugares donde más alto es el abandono escolar y el desempleo, donde más limitadas son las expectativas de futuro. De todo esto los niños saben, lo explican sonrientes y estivales. Conscientes ya del estigma del barrio y de la falta de horizontes.
“Lo que tiene que hacer el Príncipe es independizarse —aventura un adolescente—, así la policía nos dejaría de una vez en paz”. “¿Entonces tendriáis vuestra propia policía?”. El muchacho se queda pensando
“A esta playa no vienen los cristianos —ríe un muchacho bronceadísimo— nos tienen miedo a los del Príncipe”. Un coro de chavales respalda el argumento entre risas. “Sí, en el Príncipe no nos gustan los periodistas como vosotros, les tiramos piedras porque mienten sobre el barrio”, añade un niño de unos 10 años. La conversación se anima: “¿Pero piedras muy grandes?, ¿incluso si vamos sonriendo así?”. “Piedras enormes —vacila otro— aunque sonrías”. La conclusión entre risas es que sí, que pongamos la cara que pongamos, los periodistas nos merecemos las piedras. No son los únicos que no son bienvenidos en la barriada: “Lo que tiene que hacer el Príncipe es independizarse —aventura un adolescente—, así la policía nos dejaría de una vez en paz”. “¿Entonces tendriáis vuestra propia policía?”. El muchacho se queda pensando.
Se acerca la noche en el Tarajal, los chavales están por volver a sus casas con sus familias, alguno se pone serio y deja como reflexión algo que llevan oyendo toda su vida: “Somos el barrio con más fracaso escolar, con mayor paro, hay poco futuro”. Otro, dicharachero y pequeño, dice que de mayor quiere ser militar o futbolista. Aunque lo de futbolista no lo acaba de ver fácil. “Entonces militar”. “¿Por qué?”. “Para cobrar todos los meses aunque se toque las pelotas”, contesta otro en su lugar. Y ríen. Lo de militar tampoco lo acaban de ver como una opción realista. Todo es difícil. “Mira a este le han quedado cinco asignaturas, a mí no, que si no mi madre me castiga”.
Los chicos se dirigen ya hacia la barriada, se acercan días de fiesta, pero será una fiesta deslucida. El Aid al Kabir, la fiesta del cordero, se celebrará un año más sin los familiares del otro lado de la frontera, y además, la falta de borregos preocupa. Después de que se limitara la entrada de animales, en parte por la postura contraria de Vox a la celebración de la fiesta aduciendo razones sanitarias, se ha acabado generando un problema en el suministro de corderos, tienen a la gente expectante ante otra nueva incertidumbre.
Mapa de la desidia institucional
Desde el descampado en cuesta se ve el mar, hay unas vistas preciosas, y kilos y kilos y más kilos de basura. Animales muertos, electrodomésticos abandonados, todo tipo de residuos como paisaje inmediato: ese es el camino que une el mar con la barriada. “Los chicos suben por aquí de la playa, van a sus casas, en el barrio no tienen ningún lugar, ninguna zona verde donde estar, ningún parque para jugar”, explica Bashir.
Este ceutí, integrante de la Asociación de Vecinos Príncipe Alfonso, visualiza una solución en su mente: convertir este descampado en un parque donde la gente se pudiera sentar, a la fresca, a mirar el mar, donde los chicos pudieran jugar, donde las 12.000 almas que se estima viven en el barrio se sintieran más ciudadanos. De momento la idea no parece cercana a materializarse. “En la campaña electoral dicen que van a hacer esto o lo otro, pero aquí nunca cambia nada, vienen una vez al año, se llevan algunas cosas, y esto sigue: si quieres cambiarlo límpialo, pon seguridad para que la gente no traiga basura, pon contenedores, si quisieran podrían hacerlo”.
La Asociación de Vecinos lleva mucho tiempo denunciando el abandono institucional del barrio. Bashir nos conduce entre las calles: señala la basura acumulada aquí, o el asfalto reventado allá. Ya lo intuimos, los niños de la playa exageraban, nadie nos tira piedras. Aunque habrá a quien no le falten ganas. “Cuando vienen periodistas, no muestran nuestros problemas, cómo estamos viviendo, solo dicen que aquí se dispara, que es todo muy peligroso... Por eso no nos gustan”. Alrededor, niños jugando en las callejuelas, trajín de gente que sube y baja, música que proviene de autos y ventanas, unos jóvenes arreglando un coche en un taller.
Bashir estima que el estigma que acompaña al barrio afecta psicológicamente a los jóvenes. “Les están discriminando, ellos mismos tienen que valorarse, alguien tiene que orientarles, ofrecer cursos, medidas, para que estudien, para que se espabilen”, reivindica antes de cargar de nuevo contra los políticos, que suben al Príncipe para pedir votos y luego se olvidan del barrio. La ausencia de políticas para dibujar un futuro para estos jóvenes, recuerda este vecino, es un problema que no solo afecta a esta barriada. Es gran parte de la juventud de Ceuta, los jóvenes de los barrios de población musulmana quienes están abandonados. Como lo están las calles que atravesamos.
Unas chicas baldean la acera frente a su casa. A pocos metros, acosa una montaña de desperdicios. “Ya casi un mes llevamos así y todo entra para dentro, los bichos, las cucarachas, mira cómo estamos hoy, limpiando todo, todos los días tenemos que limpiar, vaya verano, ¿no?”, protesta una de ellas. A poca distancia, un pequeño descampado concentra varios coches quemados. “Cómo van a jugar los niños aquí”, pregunta Bashir, “y mira el asfalto, ese asfalto lo ha puesto el vecino, si no no habría nada”. El vecino que arregló la calle saluda indolente.
Estamos en el zoco, el centro del barrio, y en el epicentro de este, El Jardín: una pequeña plaza triangular hecha de adoquines. Una obra sin acabar. Hay bullicio, y hombres reunidos charlando o jugando al parchís. Lo que no hay son árboles ni sombras, ni zona infantil. Said, quien también pertenece a la asociación, trabaja al lado de este espacio, así que cada día ve esa plaza yerma y a medio hacer como una humillación: “Lo han dejado peor de lo que estaba, vino el Faro de Ceuta, lo sacaron los medios de comunicación, y al día siguiente pusieron cuatro banquitos, hay cuatro tornillos en el suelo ahí en medio, mirad cómo está, en cualquier sitio de España hacen esto y a ver qué pasa”.
Said lleva una camiseta de la federación ceutí de fútbol, explica que los niños de la barriada pueden acceder a un centro deportivo cercano, gracias a la Federación, un espacio que también está descuidado, con la portería rota. ¿Por qué tanto abandono? Said lo resume así: “Aquí viene todo el mundo a hacer promesas, pasan las elecciones y se olvidan. Los políticos de aquí tienen al Príncipe como una mano abierta para pedirle a Europa, y luego cuando les dan lo toman todo para el centro, del Morro para abajo. Del Morro para acá, un montón de barriadas, Zurrón, Varela..., están abandonadas, no es la única esta”. Ante el vacío institucional queda la gente que vive en los barrios. “La asociación de vecinos y la asociación Al-Ámbar han hecho un gran trabajo, yo lo digo siempre: el Kamal lo que ha hecho por su gente, no lo ha hecho nadie más”.
Una cuestión de racismo
Kamal nos recibe en el centro de la ciudad, donde trabaja, es el presidente de la Asociación de Vecinos Príncipe Alfonso desde 2009. Admite que ya está cansado, demasiada presión y persecución por sus denuncias. Empleado municipal, considera que su activismo, junto su condición de musulmán español, le está pasando factura. “Creo que una de las luchas es pasar a la política para tener más fuerza, mantener el pulso y que no te veten, porque desde una asociación de vecinos no se puede hacer mucho”.
Son tiempos agitados en la arena política, mientras partidos formados por población musulmana —la Coalición Caballas y el Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía— van ganando espacio y visibilidad, la ultraderecha se ha ido haciendo fuerte. “Cuando salió el discurso más directo de Vox es cuando la gente ha empezado a despertar, a analizar la situación y a ver el sistema de discriminación de la parte musulmana. Así es como hemos empezado a notarlo, y con el cierre de la frontera todavía más”. Una situación que ha puesto el foco en un panorama tremendamente desigual: la gran mayoría del funcionariado y en general quienes trabajan con un contrato son de origen cristiano, son pocos los musulmanes que se han salvado de la debacle económica. “Los que estamos sufriendo más, tanto el racismo institucional instalado desde hace décadas, como el discurso del odio de Vox, aparecido ahora, somos la población musulmana, estamos en el epicentro”.
“Los que estamos sufriendo más, tanto el racismo institucional instalado desde hace décadas, como el discurso del odio de Vox, aparecido ahora, somos la población musulmana, estamos en el epicentro”
Cuando el pasado mes de mayo, Santiago Abascal, el líder estatal de Vox —recientemente declarado persona non grata en la Asamblea de la ciudad— visitó Ceuta en plena crisis con Marruecos, fueron muchos quienes se dirigieron al hotel donde se hospedaba. “Se armó la de San Quintín, tú no puedes venir a nuestra tierra a insultarnos. Yo estaba ahí presente, y la verdad, no se atrevió a salir. Puede salir a hablar en Madrid, o incluso en Cataluña o el País Vasco, en cualquier parte del Estado, pero yo te aseguro que, seremos pobres, estaremos marginados, pero ese tío aquí no sale”. Pero Vox es más que un Abascal listo para echar gasolina a cualquier incendio, es también las 10.000 personas que han votado al partido en la ciudad, “es muy difícil asimilar eso, estamos hablando de personas que han estudiado contigo, nos hemos criado juntos, hemos salido de marcha juntos”.
Una ciudadanía incompleta
Originalmente el barrio de Príncipe Alfonso estaba compuesto de acuartelamientos militares. En los años 70 y 80 se fueron instalando familias, formándose barrios. La población ya no es solo militar, empieza a componerse de obreros, trabajadores de la construcción necesarios para levantar la Ceuta moderna. Se instalan en esa zona por ser la más cercana a la frontera. La historia de la barriada la explica Mohamed Mustafa, politólogo y asesor de la Coalición Caballas. Estamos en el paseo marítimo, de fondo, el barrio y la frontera, siempre juntos. “El barrio va creciendo mucho y a lo largo de los años 90 sí que sufre una transformación entera: pasa de ser un barrio eminentemente obrero a un asentamiento muy irregular y donde acababa todo el excedente de mano de obra de Ceuta, que necesita asentarse en algún lado”. Se constituyen así barrios desordenados, marcados por la precariedad, habitados por mano de obra que carece de protección laboral. En los 90 también llega el narcotráfico, un negocio próspero en este barrio frontera. Un barrio frontera donde “las políticas públicas brillan por su ausencia”.
Mustafa denuncia que las medidas anunciadas —que no implementadas— tienen siempre que ver con infraestructuras básicas, saneamiento, cableado, conexión de la luz, cuestiones que deberían haberse resuelto hace décadas, mientras tanto, “no hay proyección de acciones sociales, educativas que tengan que ver con la barriada, no se ha intentado legalizar las viviendas”. El combate contra el fracaso escolar y el desarraigo social, “parece que no son políticas públicas sino ensoñaciones, nunca acaban en los presupuestos y si acaban en los presupuestos nunca son implementadas, siempre son brindis al sol”.
Y es que gran parte de la población del Príncipe ni siquiera está censada: son muchos quienes siguen siendo marroquíes, entre ellos muchos hombres y mujeres casadas con ciudadanos ceutíes, que tienen hijos españoles y no alcanzan la nacionalidad. Ahora con el cierre de fronteras se ven en una situación muy complicada, se agotan sus permisos de residencia o se caduca su pasaporte y se encuentran ante un laberinto burocrático, denuncia Kamal. En el trasfondo, una pugna demográfica: con la mitad de la población musulmana, el trabajo en el Estado no va nunca para ellos: “Hemos hablado de discriminación positiva, hemos hablado de diferentes cosas, pero cuando el sistema lleva muchas décadas aplicando ya políticas excluyentes hacia la población musulmana, es muy difícil combatir eso y cambiarlo, esto parece un sistema colonialista”.
Que los ciudadanos de la península lleguen a trabajar a Ceuta con buenos salarios, con sus familias, forma parte, para este líder vecinal, de la voluntad de querer mantener la balanza demográfica a favor de la población cristiana, para que la parte musulmana española no dispute el poder, y con ello, el acceso a recursos, por ejemplo en las urnas. Y uno de los sectores donde trabaja la gente venida de la península es, precisamente, el de la policía, la misma que tiene miedo a entrar en el barrio.
“Hemos hablado de discriminación positiva, hemos hablado de diferentes cosas, pero cuando el sistema lleva muchas décadas aplicando ya políticas excluyentes hacia la población musulmana, es muy difícil combatir eso y cambiarlo, esto parece un sistema colonialista”
Si el enfoque policial es limitado y estigmatizante, más deficitario es, explica Kamal, cuando ni siquiera las fuerzas del orden comparecen en la barriada. Desde la asociación recuerdan que han pedido numerosas veces una comisaría. Que haya policía, pero policía que conozca a la población con la que trabaja, gente del barrio: “Una persona que viene de Valencia, de Extremadura, entra ahí y no conoce a nadie, entonces empieza un poco el rencor por el trato y discriminación que se da, porque esa persona viene, se tira aquí seis meses y se quita de en medio. Le da igual, se lía a pedir la documentación a todo el mundo. Tú no puedes entrar en una población y cambiarlo todo de la noche a la mañana, con mano dura. Entonces te vas a encontrar a los antisistema y vamos a tener una lucha como hemos tenido muchas veces, es muy complicado”.
Mientras, Vox “ataca flagrantemente y directamente a la población musulmana y sobre todo a la barriada del Príncipe porque es la que abarca más población musulmana de toda Ceuta. La extrema derecha funciona así, buscan los barrios más castigados, los barrios marginales y concentran ahí su discurso, su fuerza, para salir en los medios”. Kamal considera Ceuta como un bastión de la extrema derecha, pero desde antes de que apareciera la formación fascista: “Lo que estamos viviendo ahora es por culpa de la derecha que ha abandonado a estos barrios a estas poblaciones marginadas y eso que llegaban millonadas con los fondos FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional), ¿y qué ha pasado con ese dinero? Aquí tienes, se han gastado millones en el auditorio-teatro, o en el parque marítimo, obras faraónicas. O poner farolas de 60 y 65.000 euros, ¡Estamos hablando de farolas de 10 millones de pesetas! En el barrio no hay ni papeleras”.
Exclusiones que arden
Para entrar en la casa de Bashir no es necesaria una llave, su puerta está siempre abierta. Su madre da la bienvenida mientras mira en la tele un reality sobre reformas de casoplones. Arriba en la azotea, a Bashir le esperan un grupo de amigos, están pasando allí la tarde del sábado, hablan de El Jardín. El espacio no solo ha cambiado su fisionomía, también la actividad se ha transformado por la pandemia.
“Antes del coronavirus venían las vendedoras ambulantes de Marruecos y vendían verdura, leche agria, manteca. Era barato: por ejemplo, un ramo de hierbabuena costaba 40 o 30 céntimos. Sin embargo, ahora una tienda te vende el ramo a un euro y medio, o dos. A parte el perejil, el apio, todo ha aumentado el precio”, explica Mohamed, uno de los amigos de Bashir. Para la gente del Príncipe, el cierre de la frontera ha sido un varapalo económico brutal, se han extinguido los trabajos de supervivencia, y del mismo modo que las vendedoras ambulantes ya no vienen a la plaza, ellos no pueden cruzar al lado marroquí para comprar mucho más barato. “Cuando se cerró la frontera era inédito, nunca lo vivimos en la historia, ya nos hemos dado cuenta de que hay muchos problemas políticos, geopolíticos, históricos, ahí. Que nosotros solo somos hormigas”.
Mohamed tiene una mirada muy clara sobre lo que pasa en el barrio, por eso cuando empezaron a venir periodistas y vio los relatos que acababan reflejando en los medios, propuso encargarse de vehicular las visitas al barrio. El famoso reportaje de Cuatro, que muchos recuerdan, hizo mella en el vecindario. No fueron los únicos. “Una vez me llamó una periodista de Mediaset, me dijo que quería hablar del paro, de las deficiencias que tiene el barrio”. Mohamed estaba listo para recibirla hasta que un colega que la conoce le avisó: iban a hacer un documental sobre radicalismo. “Un momento antes les dije que no, era Semana Santa, fíjate qué sensacionalistas y qué poco pudor y qué poca vergüenza que aprovecharon la Semana Santa para hablar de las cuatro culturas y centrarse en el radicalismo para abordar el Islam”.
Otros problemas urgen a la población del Príncipe, entre ellos que a tantas familias castigadas por la crisis no esté llegando el Ingreso Mínimo Vital. La falta de empadronamiento, la no legalización de las viviendas —a pesar de los reclamos por regularizar viviendas que están pagando luz, agua, e impuestos— constituyen algunas de las principales rémoras. Bashir considera que hay más: “Algún chanchullo ha pasado, mucha gente no se lo han llegado a dar, dicen que porque han trabajado el año pasado, vamos a ver, ¡si la gente es indigente! Luego están cambiando las normas, y hay gente que ha mandado la solicitud se la han denegado, y la han vuelto a mandar y denegada otra vez. Esta gente se queda abandonada. ¿De qué va a vivir?”.
“Aquí las ONG, las asociaciones nos estamos partiendo el alma”, evoca Kamal, recordando cómo en el estado de alarma fueron estas quienes tuvieron que atender las necesidades de una población muy vulnerabilizada. “Hemos tenido problemas incluso de alimentación, gente que no tenía nada para comer, con niños a cargo y, como tardaron las ayudas, tuvimos que organizarnos nosotros, fue duro. Lo que no hizo el Ayuntamiento o el Gobierno lo hicimos nosotros, todo con donaciones”.
“20 años de desidia de gobiernos de derecha han dejado huella, se trata de un régimen que solo ha trabajado para un sector concreto de la sociedad”
Uzman pertenece a la asociación al-Ámbar, otra de las asociaciones que se desviven por el barrio: “20 años de desidia de gobiernos de derecha han dejado huella, se trata de un régimen que solo ha trabajado para un sector concreto de la sociedad”. La consecuencia, es que la barriada vive inmersa en “la marginalidad de la marginalidad. Frente a una ciudad subvencionada, de funcionarios”.
Ante este abandono, considera Kamal, es normal que tantos jóvenes estallen. “La gente ve el sistema y lo odia, porque le ha marginado, no le ha dado oportunidades, lo ha discriminado, hay un rencor dentro, y eso son más problemas, más delincuencia, más fuego”, algo que Kamal puede entender pero no deja de denunciar, pues es justamente la población del barrio la que más sufre esta forma de respuesta.
Uzman cree que el abandono ha sido también funcional: “Se ha estado muy cómodo con esta situación por motivos muy evidentes, la extrema pobreza, el analfabetismo, ha hecho que la gente del barrio no sea un problema, estaba la frontera, una frontera permeable, un pulmón que des-asfixia de pobreza y marginalidad, esto hace que a las autoridades de la ciudad no se les vaya de las manos. Porque si no, eso es un polvorín, mira Francia. Esto estaba controlado porque estaba el pulmón de la frontera”.
En la prensa local, los coches quemados son una noticia recurrente, arden por goteo, como si estuviésemos en la banlieu de París, en 2005. Pero es 2021 y donde arden los coches es en las barriadas de Ceuta. Mustafa reflexiona: “El rol que cumple la criminalización es quedarse en un círculo vicioso: El Príncipe es un espacio marginal porque se producen actos de violencia porque El Príncipe es un espacio marginal. Hay una miopía muy grande que impide ver los fenómenos sociales de fondo. Y si no se ven, no podrán transformarse”.