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Cárceles
Una historia de maricones, cárceles y lucha contra el sexismo en los EE UU de los 70
Nacida en los 70 en una cárcel de Washington, Hombres contra el Sexismo fue la primera organización carcelaria abiertamente gay y en lucha contra las violaciones entre presos.
“Te diré lo que éramos: éramos unos maricones macarras”. La frase, escrita en el reverso de la imagen que encabeza este texto, fue escrita por Ed Mead, que en la fotografía aparece cogido de la mano de su novio Danny, paseando por el corredor de la prisión de Walla Walla, en Washington, durante un motín en los años 70.
La historia de Ed Mead, retratada en el libro Fuego Queer (Editorial Imperdible, 2016), es una historia de anarquismo, antirracismo y acción directa. Pero, sobre todo, es una historia de la lucha por los derechos de las personas presas y contra el sexismo y las agresiones sexuales dentro de las prisiones.
Ed llegó a la prisión de Walla Walla, cerca de Washington, en agosto de 1976 con dos condenas de 20 años de cárcel sobre sus hombros. Seis meses antes había intentado atracar una sucursal del Pacific National Bank en Tukwila, Washington, junto a otros miembros de la Brigada George Jackson, un grupo revolucionario que tomó su nombre de un miembro de los Panteras Negras asesinado en la cárcel. La Brigada George Jackson mezclaba ideas anarquistas y comunistas y actuó entre los años 1975 y 1976 con ataques contra bancos, infraestructuras y grupos empresariales conocidos por sus políticas racistas.
Hombres contra el Sexismo fue la primera organización de presos gays reconocida oficialmente por la administración penitenciaria, con una oficina propia en la que reunirse y donde recibir a gente de fuera de prisión
Aunque en sus ataques intentaban evitar las víctimas, el intento de atraco del Pacific National Bank acabó en tragedia. Dos policías y un miembro de la brigada murieron en el tiroteo, y Ed Mead y John Sherman —también miembro de la brigada— fueron detenidos. A pesar de que Mead, según afirmó en el juicio, no participó en el tiroteo, fue condenado a dos cadenas perpetuas. Así comenzó su siguiente lucha, ahora desde la cárcel de Walla Walla, también conocida como ‘The Walls’ (los muros), donde fue destinado a cumplir condena.
“Un grupo de unos seis prisioneros decidieron que querían violar al prisionero que estaba en la celda contigua a la mía, el chico al que habían ingresado en la unidad de aislamiento junto a mi [...] El carcelero logró abrir la puerta finalmente y todos los presos deseosos entraron en la celda del chaval”. Ed describe en el libro cómo las violaciones entre presos eran pan de cada día, toleradas e incluso facilitadas por los carceleros de Walla Walla. La escena narrada ocurrió tan solo unos días después de que llegara a la prisión estatal y, a la mañana siguiente, él y otros presos comenzaron a discutir sobre cómo luchar contra las violaciones de presos. “En la cultura carcelaria nadie considera que sea un comportamiento homosexual el meter la polla en cualquier agujero de otro hombre; solo el que te penetren está etiquetado y estigmatizado como gay”, continúa.
En esos años, la prisión de Walla Walla albergaba a entre 1.600 y 1.700 presos. Dentro de la cárcel se sucedían los episodios de violencia, los robos, los asesinatos, las palizas por parte de los funcionarios de la prisión, y también las violaciones. “Los presos eran comprados y vendidos unos a otros de forma rutinaria; los que eran jóvenes y vulnerables eran violados y obligados a prostituirse”, explica Mead en su relato. A Ed le salvó la fama lograda por las acciones de la Brigada George Jackson.
El primer paso fue hablar y dividir al grupo de presos violadores. “El lado negativo fue que el violador principal tomó la sucesión de los hechos como un desafío a su masculinidad”.
Las violaciones continuaron. “Una noche, dos tipos de la galería, un par de aspirantes a tipos duros, se hicieron pasar por nuevos amigos del chaval y le dieron algunos barbitúricos. Cuando el chaval estaba aturdido por las drogas, los dos se metieron en su celda y lo violaron”, cuenta Ed sobre la siguiente violación que conoció. El “chaval”, como le llama Ed, tenía 20 años, y además de violado, fue asesinado por los otros dos presos, que lo estrangularon haciéndolo pasar por un suicidio. “¿Por qué ocurría esto? ¿Por qué los presos abusaban unos de otros de esa forma?”, se preguntaba Ed. “Por un lado, había un tipo de canibalismo, con los presos violando y matando a otros. Y, por otro, había intensos periodos de ceguera y resistencia autodestructiva. Quería hacer que los presos fueran más conscientes y reducir sus prácticas autodestructivas”, continúa narrando Ed. Así comenzó a trabajar en la idea de formar una organización que luchara contra las violaciones entre presos. Los hermanos de Walla Walla fue el inicio. Las huelgas de trabajo, los escritos en las paredes, tirar basura a las galerías y prenderle fuego, presentar denuncias ante el tribunal federal, huelgas de hambre o atascar los váteres con sábanas fueron sus primeras acciones.
A la vez que iba naciendo lo que después se convirtió en Hombres contra el Sexismo, Ed Mead comenzó a “explorar el aspecto femenino de mi naturaleza”, según explica en Fuego Queer. “Mi salida del armario no fue el resultado de algún tipo de deseo sexual orientado a los hombres, o a un hombre en concreto; fue más el producto de una decisión política e intelectual que poco a poco se había formulado en mi consciencia. [...] Llegué a la conclusión de que [...], si mis necesidades emocionales y sexuales iban a estar así, debería tener contactos sexuales con los hombres”.
Hombres contra el Sexismo fue la primera organización de presos gays reconocida oficialmente por la administración penitenciaria, con una oficina propia en la que reunirse y donde recibir a gente de fuera de prisión. También editaba varias publicaciones impresas: The Bomb, que salía solo cuando alguien consideraba necesario hacer algún tipo de llamamiento a las armas, o The Lady Finder, un boletín de noticias mensual en el que, además de contar noticias para los gays y el resto de presos, también se denunciaba a los violadores y a los que compraban y vendían a presos.
Fue difícil al principio, ya que no contaban con el apoyo de la mayoría de presos heterosexuales, pero consiguieron hacerse hueco y ganar legitimidad bajo el ala del Comité de Justicia de Presos, una organización nacida en 1977 para luchar contra el racismo en las cárceles, como uno de sus subcomités. Pronto, la mitad del Comité de Justicia de Presos era, de hecho, gente de Hombres contra el Sexismo.
Ed Mead, con su pelo largo y sus pendientes de lavanda, no tenía reparos en usar la fuerza. “Hubo un incidente en el que el Club Chicano hizo un movimiento sobre uno de los gays más atractivos del talego, un homosexual de apariencia femenina llamado Sally [...] La dirección de los Chicano dijo a Sally que tenía que dejar al hombre con el que estaba viviendo y moverse a una de sus celdas. No había razón aparente que lo explicara, salvo que pensaban violarla y matarla”, narra Ed.
“Convoqué a una reunión urgente de Hombres contra el Sexismo. Con todos los miembros reunidos en asamblea en nuestra oficina, expuse la situación, diciendo que íbamos a luchar y probablemente habría muertos, pero por supuesto que evité decirles que tenía un revólver, ochenta balas y tres granadas de mano de fabricación casera. Probablemente pensaban que solo teníamos cuchillos”, continúa. “Ese día escapamos tras perpetrar un asesinato colectivo, pero todavía nos quedaba ver qué ocurriría a la mañana siguiente”.
Lo que ocurrió fue el principio del fin de Hombres contra el Sexismo. Ed Mead fue trasladado a la cárcel del Condado de Monroe para pasar sus últimos años de cárcel. En esa década, en Monroe no hubo ningún episodio de violaciones entre presos.