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Campo de cuidados
Conjugar la escucha
Jamás dejes de dibujar el horizonte
“El invierno de los jilgueros”, Mohamed El Morabet.
Varios días alrededor de la cama y, por fin, varios días en la cama. Tratando de esquivar la parada, cada vez con menos fuerza para hacer el quiebro de cintura. Me di cuenta de que no podía eludir la cama cuando sentí que no podía escuchar más. La persona que estaba frente a mí sentía un sufrimiento inabarcable. Eso es lo normal. Y también es lo normal que yo pueda sentir esa inabarcabilidad, sin perderme en ella. Sin embargo, la temperatura de mi cuerpo hacía que me quemase mi propio aire bajo la mascarilla, sentía rebotar el dolor de aquella mujer en casi todos los rincones de mi cuerpo. Fui capaz de escuchar, ardiente y doliente una hora, y traté de emplear la poca fuerza que tenía en despedirme con ternura y atención.
Hoy sí me iba a mi hogar, pasando dudosa y de puntillas por la culpa de saber que se iban a quedar unas cuantas personas sin ser escuchadas.
Campo de cuidados
Postales del territorio Salud mental en nuestro medio rural
No sé cómo llegué a casa, pero desde que me tumbé en la cama la fiebre no paró de subir. Sin capacidad para escuchar, ni para comer, ni para caminar, ni para dormir. Sólo dormitar y habitar un lugar intermedio en el que las imágenes y los segundos van a otra velocidad, y están hechos de un material no maleable. A veces transitas pasajes agradables, muchas otras, pasajes indescifrables y angustiosos. Sólo puedes dejarte llevar y cuando sientes que has perdido el equilibrio, acariciar alguna parte de tu cuerpo, para proteger el adentro, diferenciarlo del afuera, y seguir dormitando.
Hasta que he caído en el truco de mirar por la ventana. Sólo mirar. Las primeras veces he sentido que eso me hacía sentir algo de serenidad; ese leve mirar me permitía poner un punto y seguido en el sufrimiento. Luego me he ido dando cuenta de que al otro lado de la ventana, en el corral, sí encontraba algo que podía escuchar. Es como si los árboles, las hierbas, los pájaros, la perra, el leve viento, la luz…. habitasen un tempo en el que yo pudiese empezar a recuperarme. Ese es su tempo, y ellos están haciendo lo que hacen cada día. ¿O lo han cambiado para cuidarme? ¿Cómo me alejo yo tanto cada día de ese tempo?
Cuando las personas que trabajamos con personas con gran sufrimiento psíquico decimos que necesitamos ser más, y que necesitamos que los recursos en los que trabajamos tengan unas condiciones estructurales más estables, nos tienen que escuchar
Cuando ha bajado la fiebre he podido asomarme a otra ventana: un libro que me había regalado un par de días antes una amiga. También en su lectura he encontrado un tempo que yo así, desde la cama, podía habitar. ¿O es que el libro me quería cuidar? ¿Cómo me alejo yo tanto, cada día, de esa forma de leer? De la ventana al libro, y del libro a la ventana se han abierto otras dimensiones: mirando fijamente el movimiento de las ramas del laurel, he conseguido quedarme dormida; leyendo cocinar he vuelto a querer comer un poquito; observando a la perra perseguir a un jilguero he vuelto a sonreír; leyendo el deleite del personaje escuchando a Satie he recordado las ganas que tenía de volver a tocarlo en el piano.
La Naturaleza y la lectura me han dado fuerzas para volver a hablar, pero sigo muy débil, sin ser del todo capaz de escuchar la voz humana.
Creo que nos tenemos que escuchar antes. Antes de derrumbarnos en la cama. Eso lo veo claro. También veo claro que cuando las personas que trabajamos con personas con gran sufrimiento psíquico decimos que necesitamos ser más, y que necesitamos que los recursos en los que trabajamos tengan unas condiciones estructurales más estables, nos tienen que escuchar. Para que podamos seguir escuchando. Para que no se nos olvide escucharnos.