Crisis climática
Jugando con el clima en Bonn

Aunque muchos gobiernos puedan creer que ganan algo con sus posiciones, la realidad es que están atrapados en una versión climática del dilema del prisionero.
Justicia Climática Valencia - 2
Pancarta con alusión al objetivo internacional de limitar el calentamiento futuro del planeta a 1,5. Miguel Ángel Bauset
21 jun 2024 06:00

“La emergencia climática no es un juego y las negociaciones climáticas no pueden responder a la teoría de los juegos”, se oía el 15 de junio en el plenario final de la pasada cumbre del clima celebrada en Bonn, un encuentro que debía servir para acercar posiciones y preparar el terreno para XXIX Conferencia sobre el Cambio Climático (COP29), que tendrá lugar en noviembre en Bakú (Azerbaiyán). Los fenómenos meteorológicos extremos que se están acelerando, como las lluvias torrenciales de la tarde anterior en Murcia y la sucesión de olas de calor, deberían ser lo suficientemente alarmantes como para que los gobiernos mundiales se dieran cuenta de que esto va de colaborar y no de competir. Sin embargo, los acuerdos climáticos internacionales resultan un terreno de juego geoestratégico en el que parece que la estrategia ganadora es la de lanzar acusaciones y bloquear avances.

Aunque muchos gobiernos puedan creer que ganan algo con sus posiciones, la realidad es que están atrapados en una versión climática del dilema del prisionero. Este dilema plantea el caso de dos presos entrevistados por separado a quienes se les ofrece una reducción de condena si delatan a su compañero, aunque, de no delatarse mutuamente, sería difícil demostrar el delito. En este caso el delito del que se acusa a los gobiernos es el de no hacer lo suficiente frente a la emergencia climática, y la pena es perder la batalla frente a la emergencia climática.

Nuestros prisioneros se encuentran atrapados justificando recurrentemente que es “el otro” quien tiene que actuar. Así, de un lado está el prisionero del Norte Global, que intenta que nadie se fije en los siglos que lleva extrayendo y quemando combustibles fósiles y que quiere poner a cero el marcador para que se olviden sus antecedentes históricos. La responsabilidad moral que le endosa su compinche del Sur es respondida con un “¡Pero tú ya sabías lo que había!” y las reparaciones históricas que le reclama ni siquiera son tomadas en serio.

Si algo nos muestra el dilema es que, aunque contraintuitiva para las partes involucradas, la mejor opción es actuar con altruismo ciego

Por el otro, el prisionero del Sur Global intenta repetir los erróneos pasos de su compinche del Norte, bajo el pretexto de decir “Yo también tengo derecho”. Procura que nadie ponga fin a sus aspiraciones y oculta bajo su embozo intereses fósiles que no debería legitimar. Mal desenlace nos espera si continúa con ese camino, si no aprende de los errores del Norte y sigue sin optar por hacer las cosas mucho mejor.

Sin embargo, si algo nos muestra el dilema es que, aunque contraintuitiva para las partes involucradas, la mejor opción es actuar con altruismo ciego: no delatarse, asumir que ambos son cómplices del mismo delito y confiar en que el otro cumpla con su parte. La mejor estrategia es que ambos dejen de buscar en el comportamiento del otro la excusa para proteger sus beneficios. ¿Qué pasaría si los países asumieran esa realidad?

¿Cuántas conflictos y emisiones podrían evitarse si, en vez de malgastar en la industria de la muerte, financiásemos la vida?

Para empezar, los países del Norte Global que se han negado a aportar un nuevo objetivo de financiación climática garantizarían unos fondos públicos y suficientes. Así, en lugar de ignorar la propuesta de Sudáfrica de 1,3 billones de dólares anuales, empezarían a crear una forma de disponer de esos fondos. Dejando atrás la excusa recurrente (que no se cree nadie) de que no hay dinero, solo hace falta ver cómo, según el Transnational Institute, Stop Wapenhandel y Tipping Point, hemos llegado a gastar hasta 2,24 billones de doláres en gastos militares, o los 91.400 millones que costó mantener el armamento nuclear en 2023, según nos recuerda la Campaña por la Abolición de las Armas Nucleares. ¿Cuántas conflictos y emisiones podrían evitarse si, en vez de malgastar en la industria de la muerte, financiásemos la vida?

También este Norte global debería cejar en su actitud hipócrita de pedir a otros países financiación o llorarle a las empresas privadas y filantropías, y ponerse las pilas estableciendo medidas fiscales que hagan cumplir la obligación de “quien contamina paga” (y repara, ya que estamos). Podría también dejar de confiar en un sistema de mercado mundial que ha traído las múltiples crisis que enfrentamos y también reformar las reglas de juego para que cuestiones como la deuda externa, ilegítima en muchos casos, no siga ahogando a los países más vulnerables.

De hecho, instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional son responsables directos de la dependencia a los combustibles fósiles, ya que han atado a muchos países a devolver sus deudas mediante la exportación de crudo. El consiguiente impago (si dejasen de exportar crudo) les sometería a duras medidas de “disciplina económica” como la devaluación de su moneda o la falta de acceso a fuentes de financiación internacional. Esta estrategia oculta la perpetuación de un modelo colonial de servidumbre del Sur al Norte global que debe cesar inmediatamente con, entre otras, la reforma integral de los bancos multilaterales, la condenación de la deuda y una financiación climática en base a ayudas o préstamos sin intereses.

Arabia Saudí, Emiratos Árabes o China parecen haber olvidado en Bonn el acuerdo de Dubái de “transicionar fuera” de los fósiles

Y si se dieran todas estas acciones por parte del Norte, serían muchos los países del Sur global los que se quedarían sin justificación para continuar con la extracción de combustibles fósiles. Esto destaparía a muchos de los países petroleros que, escondidos bajo el paraguas de la “necesidad del desarrollo”, intentan conservar los ingentes beneficios que le reporta la extracción y tráfico de combustibles fósiles. Países como Arabia Saudí, Emiratos Árabes o China… que en Bonn parecen haber olvidado el acuerdo de Dubái de “transicionar fuera” de los fósiles. Estos gobiernos persisten en intentar, con malas artes, bloquear un programa de trabajo sobre la reducción de emisiones que es fundamental, si queremos estabilizar el incremento de la temperatura global en 1,5ºC a finales de siglo.

La triste realidad es que, de momento, quienes siguen atrapados y sin futuro son países muy vulnerables como los pequeños estados insulares, que año tras año nos recuerdan que su supervivencia no es negociable. También es prisionera la sociedad civil, que grita en los pasillos que estamos llegando demasiado tarde y que es injustificable el retraso que se acumula año tras año. La falta de atención a sus demandas no solo es resultado de la sordera de los gobiernos sino, también, de una estrategia comunicativa que tiende a centrar la atención mediática en hechos superfluos, en vez de abordar en profundidad las soluciones.

La próxima cumbre en Bakú no pinta mucho mejor. Será una cumbre que repetirá el error de una presidencia ligada a la exportación de los combustibles fósiles y en un país en el que no se respetan los Derechos Humanos. Una cumbre que no es percibida de especial importancia en los países del Norte global, ya que se centrará en los temas de financiación, y será falta de atención lo que pondrá aún más fácil bloquear una financiación climática a la altura de las circunstancias, especialmente ante la ausencia de presión en la opinión pública de los países con mayor responsabilidad histórica. Sin cerrar una financiación adecuada no se podrá avanzar en la reducción de las emisiones, se incrementará aún más la desconfianza entre los países y, si ya estamos haciendo muy poco, haremos aún menos.

La próxima cumbre del clima en Bakú, no será un paseo idílico, sino una nueva batalla para que los gobiernos hagan más

La lucha por la justicia climática se vuelve, cumbre tras cumbre, más difícil. En ella la frustración y la procrastinación chocan contra la realidad de vivir en un mundo en estado de emergencia climática. Este espacio sigue siendo la única forma de poner a los gobiernos de acuerdo en avanzar en la reducción de las emisiones pero, también es una oportunidad en la que reclamar reparaciones climáticas históricas del Norte al Sur Global. Este reconocimiento de la deuda climática no vendrá por la bondad de los gobiernos, sino por la presión de la sociedad civil que desde todos los espacios exija el cambio sistémico que necesitamos. La próxima cumbre del clima en Bakú, no será un paseo idílico, sino una nueva batalla para que los gobiernos hagan más. Ante la ceguera de la comunidad internacional, las activistas repetiremos incansablemente: que asuman que la mejor de las estrategias es hacer todo lo posible sin esperar nada a cambio.

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