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En la noche del 28 de octubre se ha confirmado lo que se veía venir ya desde la sorprendente primera vuelta de las elecciones presidenciales: Brasil confirma su transición hacia la derecha más reaccionaria y conservadora. La victoria del ultra-derechista Jair Bolsonaro puede marcar un punto de inflexión en las dinámicas geopolíticas regionales, además de abrir el paso a una etapa oscura en el país carioca.
¿Cómo es posible que un candidato de extrema derecha haya arrasado en las urnas? ¿Cuánto han influido los medios de comunicación, la ausencia de Lula del tablero y los demás elementos clave que han marcado el rumbo de estas presidenciales?
Para contestar, hablamos con el consultor y asesor político Amauri Chamorro. Con una trayectoria muy importante como comunicador —ha trabajado en Brasil, Ecuador y Argentina— analizamos las últimas elecciones brasileñas y, de paso, el estado de salud de la izquierda en América Latina. “Este tipo de trabajo realizado por ustedes son la alternativa a esa matriz hegemónica e informativa que tanto ha afectado al destino de nuestros pueblos”, reconcoe Chamorro.
Lo primero ¿qué es lo que ha pasado en Brasil en la primera vuelta? ¿Cómo ha sido posible que Bolsonaro consiguiera un éxito tan rotundo?
Bueno, nadie se lo esperaba (ni el propio Bolsonaro). Él hablaba de la victoria en primera vuelta, pero como forma de crear un hecho político mediático y llamar la atención más para sí, de que realmente se creyera que casi ganara la primera vuelta. Más de 46 puntos porcentuales es mucho para un candidato que hace un año era apenas un diputado federal de Río de Janeiro, con un discurso fascista —que, de cierta manera, estaba en el imaginario brasilero— pero a partir de una óptica “graciosa”: por el tema del humor negro con el sentido de su locura y forma de pensar el mundo a través de las armas. Básicamente, ese es Bolsonaro.
Como comunicador político sabes que primero hay que analizar el público a que nos dirigimos. Brasil es el país donde más gente muere en el mundo. Si no me equivoco, el año pasado murieron casi 70.000 personas
Entonces, ¿qué ha sucedido en estas elecciones? No podemos dejar a un lado la contradicción de este proceso electoral, sin traer sobre la mesa el tema del presidente Lula. El presidente Lula está en este momento condenado, se le impidió participar en las elecciones, y eso permitió que básicamente la disputa se diera a partir de Jair Bolsonaro (de la ultraderecha brasilera) y del PT, a través de Fernando Haddad, que era un candidato conocido por el gran público brasilero. Fue ministro de Educación de Lula y alcalde de San Pablo (con 10 millones de habitantes).
Las encuestas de opinión enseñan que el prestigio de Lula, al respaldo de la sociedad sigue muy elevado, ¿no? Entonces, ¿cómo se explica esa derrota del PT si, al fin y al cabo, los brasileños siguen teniendo mucha confianza en Lula da Silva?
Mira, Haddad, como todo candidato que sucede a un gran liderazgo como es el del presidente Lula, no recibe una votación masiva, simplemente porque es el nombre que va a representar a Lula. Esa transferencia de votos es difícil y no se construye apenas por la inercia de la fuerza del presidente Lula. Fernando Haddad no recibió esos votos que habría podido conseguir Lula y que probablemente le habrían permitido de ganar ya en primera vuelta.
En segundo lugar: Brasil es un país ampliamente pobre, de clase media-baja, de gran connotación conservadora y muy vinculada a la Iglesia evangélica (en gran parte en esos sectores). De cierta forma, no sentía esa diferencia con el discurso de Lula. Por cuanto estuviese de acuerdo con el gobierno de Lula y su discurso, se fundamentaba en el lado económico: del crecimiento económico, de desarrollo, de más trabajo, de mejores salarios.
La gente veía en Lula, en el lado económico, una opción para salir adelante. Una agenda válida también para gente conservadora. Ahora bien, una semana antes de la primera vuelta, se organizó una gran manifestación, una marcha (“el No”) en contra de Bolsonaro. ¿Y que ocurre? Que entre todos esos conservadores —morales (no económicos), de clase medio-baja y afines a la iglesia evangélica— que vieron mujeres, trans y drag queens marchando por la avenida paulista, se generó un rechazo tremendo a Fernando Haddad.
Entonces, ¿ha habido algún error de comunicación por parte del PT o Hassad simplemente no era el candidato perfecto?
Primero, tengo que decir que estoy en favor del aborto, del matrimonio igualitario y de la agenda feminista. Pero hay que decir que estamos disputando unas elecciones generales. En el momento en que se interpone una agenda de minoría, cuando justo necesitas una agenda que consiga un gran apoyo popular, se permite a los conservadores de unirse en contra de Haddad. Aquí, entonces, el tercer elemento: el antipetismo. Mucha gente decía: “Yo voto cualquier cosa, menos al PT”. Pero también hay que decir que muchos no veían a Bolsonaro como un fascista, agresivo, violento, que llama al asesinato.
Me parece que este es un error comunicativo que se ha visto en muchas ocasiones con las izquierdas europeas. Sin embargo, el perfil de Bolsonaro es verdaderamente duro: una persona reaccionaria, autoritaria, ultraconservadora. ¿Cómo ha cuajado el discurso de Bolsonaro en la sociedad brasileña?
Como comunicador político sabes que primero hay que analizar el público a que nos dirigimos. Brasil es el país donde más gente muere en el mundo. Si no me equivoco, el año pasado murieron casi 70.000 personas. La gran mayoría de ellos, hombres, jovenes y negros. Hay un genocidio silencioso y la sociedad absorbe esta violencia con mucha naturalidad. También tenemos que entender que un 30% de la población brasileña se declara evangélica, y que por lo tanto está ligada a una firme doctrina moral de carácter conservador. También hay que asumir que hay una arraigada cultura machista. Lula no forzaba una decisión entre desarrollo y LGTBI. El desarrollo va de la mano con los derechos sociales y civiles. Pero no se puede decir eso.
Porque esa es una agenda que va más vinculada a una minoría social: a los jóvenes, de centro urbanos y de clase media-alta. Correa decía que tenemos que entender que la gente sigue muriéndose de diarrea. Que hay un problema grave ligado a la llegada de agua potable. Por ello: no es que no sea importante la agenda feminista. Sino que no se puede construir una agenda a partir de esas luchas, porqué esas no van a movilizar la gente de manera masiva.
Hay que considerar que Haddad no es muy conocido en Brasil y no tiene el mejor carisma del mundo, a pesar de haber sido el mejor ministro de Educación en la historia del país. Pero al otro lado tenías a Hitler con los panzer. Se necesita una personalidad y un discurso fuerte. La sociedad brasilera ha vivido en los últimos seis años un incremento de la percepción de caos, de corrupción.
En el incremento de la percepción del caos y de la corrupción, ¿qué papel han jugado los medios de comunicación?
Eso es clave. Los medios han difundido el caos. Brasil estaba creciendo económicamente: Dilma tenía los menores niveles de desempleo en la historia del país, y eso que el país estaba en recesión. Y luego llegaron esos grupos, como la Globo o el grupo Abril, con una agenda antilula y antiizquierda, que han dicho: “aquí es todo un caos”. Entonces, ¿cuál es la respuesta? Un país conservador, machista, racista, evangélico e ignorante desde el punto de vista de la educación, ha encontrado en Bolsonaro un candidato ideal.
Con la victoria de Bolsonaro en Brasil, parece que se acabe ese ciclo que ha permitido a la izquierda de gobernar en la región por una década.
No hay fin de ciclo. Si medimos apenas numéricamente, no podemos hacer ese análisis. Porque la mayoría de esos procesos no han sido democráticos. Lenín Moreno en Ecuador, Sebastián Piñera (Chile), Mauricio Macri Argentina, Michel Temer. Todos ganan o acceden al poder por prácticas antidemocráticas, como el lawfare, influyendo en el proceso e impidiendo la expresión popular. En América Latina tuvimos cinco golpes de estado.
¿Crees que haga falta un cambio, tanto en las prácticas políticas como en el ámbito comunicativo? Quizás este es un discurso que se tiene que extender al contexto mundial. Las derechas —a partir de Donald Trump—, han conseguido renovar su discurso, mientras que las izquierdas sigue estancadas.
Europa nunca tuvo una época de izquierda. El caso de Podemos no puede ser referente. Aquí no llegó la izquierda. Aquí tenemos a Macron, a Theresa May. Nunca hubo una nueva izquierda al poder. Por otro lado, en América Latina nunca hubo un giro social natural a la derecha, sino una práctica sistematizada de persecución, que la impedía concluir sus mandatos. Se mire el caso de Correa con Moreno, y lo que ha ocurrido con Jorge Glas, que lo han llevado preso sin tener pruebas.
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Muy clarificador y contiene analisis que deberiamos tener en cue ta para mi pais,España