We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Argentina
El Bonaparte: la historia del hospital de salud mental que le torció el brazo a Milei
“Hospital Nacional en Red Licenciada Laura Bonaparte. Especializado en Salud Mental y Consumos Problemáticos. Centro de referencia en Argentina”. El nombre se despliega en la fachada de un edificio señorial construido en el siglo XIX en la zona sur pobre de la ciudad de Buenos Aires. Los pisos de mármol brillan, de las paredes blanquísimas cuelgan obras de arte, un señor con uniforme abre las puertas y casi de inmediato dos mujeres recepcionan con un tono amigable mientras suena música de fondo. Ese es el escenario ahora mismo.
Pero en los primeros días de octubre, cuando comenzó el conflicto en el Bonaparte, lo que sonaban eran bombos y batucadas; y en las paredes blanquísimas se grafiteaban consignas contra la información de cierre que llegó un viernes y se transformó en la toma de las instalaciones durante cuatro noches por parte de los trabajadores y las trabajadoras del hospital.
En esos días, pacientes actuales y antiguos se acercaron a ese hospital único que tanto conocen y que de pronto creyeron expropiado por otros que nada entienden de dolencias mentales porque solo se preocupan por afinar el lápiz. Igual hicieron organizaciones políticas, sindicales, sociales, artistas, influencers, sueltos y sueltas, que se acoplaron para plantar cara a la crueldad de un Gobierno empecinado en que cuadren las cuentas a costa del sufrimiento de los sectores más vulnerables, de los más desvalidos, de los más necesitados.
Ocurrió a principios de octubre, cuando comenzó el conflicto en el Bonaparte y la gestión del presidente Javier Milei debió por primera vez dar marcha atrás y sentarse a negociar
Eso ocurrió a principios de octubre, cuando comenzó el conflicto en el Bonaparte y la gestión del presidente Javier Milei debió por primera vez dar marcha atrás y sentarse a negociar.
“Un viernes a la mañana me convocó el director del hospital para notificar que por orden del Ministerio Nacional de Salud se cerraba la internación, la guardia y el dispositivo de atención a la demanda espontánea, que es la puerta de entrada de los pacientes a los servicios. Al rato trascendía que ese próximo lunes o martes se publicaría en el Boletín Oficial el decreto del Poder Ejecutivo con el cierre definitivo del Laura Bonaparte, y para las dos de la tarde ya el rumor circulaba por distintas fuentes. Entonces, desde la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) convocamos a una asamblea con carácter de urgente. Vinieron muchísimos trabajadores y en conjunto decidimos quedarnos en el hospital”, recuerda Leonardo Fernández Camacho, Trabajador Social y delegado general de ATE en el hospital Laura Bonaparte.
El faro era defender los 612 puestos de trabajo, y muy especialmente a las personas internadas y los tratamientos de miles de pacientes ambulatorios. Pero la medida de fuerza imprevista y vertiginosa requería de organización serena, de una logística reflexiva. Así es que se conformaron comisiones: un grupo se dedicaría a la visibilización de la resistencia; otro a la asistencia de los pacientes; hizo falta que algunos imaginaran cómo dormir, cocinar y comer en el hospital, dónde armar las asambleas. Devenido estratega, el personal de salud fue organizando y decidiendo sobre la marcha.
Son las 10h de un sábado cualquiera de primavera en Buenos Aires. Fernández Camacho conversa relajado en el entretiempo del partido de fútbol que juega su hija de nueve años. Un mes atrás, en cambio, se transformó en una de las voces más buscadas por medios de comunicación de la Argentina y de la región interesados en cubrir la insólita toma de un hospital público especializado en salud mental y problemáticas de consumo con perspectiva en derechos humanos por parte de sus trabajadores y trabajadoras para enfrentar el cierre.
“Queríamos esperar al lunes o martes del bendito decreto resistiendo desde adentro, y tratar de conseguir una reunión con las autoridades del Ministerio porque nadie se había comunicado directamente con nosotros. Pero no fue fácil la decisión de permanecer en el hospital. Teníamos miedo a la represión. Nos pasamos las cuatro noches esperando que nos vinieran a sacar, que nos repriman”, reconoce el delegado.
Vanina Catalán es parte del Laura Bonaparte desde hace 11 años. Egresó de la universidad con el título de licenciada en Trabajo Social y dice que en el Bonaparte se siguió formando, siguió aprendiendo, entablando amistades y conoció a compañeros y compañeras de varias disciplinas con quienes construyeron un modo de intervenir en salud que los y las identifica.
“No fue fácil la decisión de permanecer en el hospital. Teníamos miedo a la represión. Nos pasamos las cuatro noches esperando que nos vinieran a sacar, que nos repriman”, reconoce el delegado sindical
“Viví el conflicto con angustia, obviamente, pero con emoción por ver cómo un conjunto de trabajadores tomó la difícil decisión de permanecer en una institución pública —explica Catalán—. Había mucho temor por lo que podía pasar, pero nos desesperaba que fuera viernes y que quizás el lunes no nos dejarían entrar más al hospital. Nunca antes había estado en una situación semejante, ni supuse que alguien evaluaría cerrar un hospital”.
Consensuada la permanencia, la asamblea propuso cortar la calle. Eran pocos. Hasta que de pronto, los médicos que habían terminado sus jornadas volvieron.. A las pocas horas vecinos del barrio aportaban cosas ricas para comer, usuarios del hospital aparecieron con carteles, los medios de comunicación llenaron de micrófonos el lugar… en un santiamén se hizo enorme, masivo.
Catalán evoca el torbellino: “Fue muy adrenalínico y a la vez sentíamos la necesidad de estar muy despiertos para decidir respecto a cuidar mucho el hospital, cuidar a los pacientes y a los que estaban internados, cuidar la información que dábamos a los medios… La verdad es que no esperábamos tanto apoyo, pero eso nos ayudó a aguantar y a mantenernos firmes para negociar”.
La motosierra Milei
El pasado 31 de octubre el ministro de Desregulación y Transformación del Estado de la Nación Argentina, Federico Sturzenegger, difundió como gran noticia en su cuenta personal de X un gráfico con la variación en la planta de empleados públicos desde la llegada del Gobierno ultraliberal a la Casa Rosada.
Según datos del ministro, en solo nueve meses de gestión se recortaron 33.291 puestos de trabajo: 20.026 eran empleados que pertenecían a la administración central y descentralizada del Estado; 11.014 correspondieron a trabajadores de empresas públicas; y 2.251 eran personal militar y fuerzas de seguridad. Todas las áreas, además, se vieron afectadas por ceses de contratos, jubilaciones y retiros voluntarios.
En concreto, tal desguace significó por ejemplo la desaparición de 13 ministerios; paralizar la obra pública; achicar los presupuestos de educación, salud, ciencia; la asistencia a las provincias; las jubilaciones; la disolución casi total del plan nacional que había logrado reducir a la mitad el embarazo no intencional en adolescentes, y de la Línea telefónica 144 de ayuda a mujeres víctimas de violencia.
La cantinela de las altas esferas de que “no hay plata” desentona, sin embargo, con los fondos para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) que desde enero crecieron un 216% en términos interanuales, y con los 350 millones de dólares invertidos en la compra de aviones de combate.
El intento de cierre del Bonaparte comenzó el 4 de octubre de 2024. Pero lo cierto es que los tijeretazos se notaron bastante antes, desde que comenzó la presidencia de Javier Milei en diciembre de 2023.
Fernández Camacho describe los tiempos previos al zarpazo: “Ni bien asumieron apuntaron a la cantidad de personal. Primero nos pidieron reducir la planta de trabajadores del hospital a la mitad, o sea pretendían echar a más de 300 personas de un saque. Desde el sindicato negociamos y conseguimos que los despidos fueran 27. Pero en paralelo existe una sangría de profesionales. Por la precarización, por el congelamiento de los salarios y la incertidumbre constante, el grueso de los profesionales busca otros horizontes. Y esa situación impacta en el abordaje asistencial de la institución”.
Susana Rossi es médica especialista en psiquiatría y ejerce en el Bonaparte desde hace siete años. Después de pasar por distintos dispositivos, hoy cumple funciones en consultorios externos. Todos los días sale de su casa a las seis de la mañana para viajar dos horas en transporte público hasta el hospital, donde atenderá pacientes cada media hora durante seis horas. Al terminar la jornada desandará las dos horas de viaje para volver al conurbano bonaerense donde vive.
“Me gusta la atención pública y me interesan las patologías que tratamos en el Bonaparte, que son problemas graves de salud mental y de adicciones. Es en lo que me especialicé. Igualmente, no es fácil —cuenta Rossi—. Trabajamos con poblaciones complejas: personas en situación de calle, con pocos recursos y poca red social. Lo elegimos, pero eso no lo convierte en algo fácil. Es todavía más complejo de sostener cuando el trabajo que hacemos no está bien remunerado”.
En abril de este año, Milei decretó la renovación trimestral de la totalidad de los contratos de la administración pública nacional. Incluso, habilitó la posibilidad de que sean dados de baja o actualizados por un período todavía menor.
“Mientras, atendemos pacientes que la están pasando mal. Crecen los casos de depresión, los intentos de suicidio. Nosotros tenemos que estar fuertes para recibirlos”, dice Rossi, médica del Bonaparte
Rossi retrata el ir a tientas: “Los contratos cada tres meses influyen en los proyectos de vida. La inestabilidad afecta también nuestra salud mental, porque hace meses recibimos noticias de montones de despidos. Mientras, atendemos pacientes que la están pasando mal. Crecen los casos de depresión, los intentos de suicidio. Nosotros tenemos que estar fuertes para recibirlos… pero a veces cuesta estar fuertes. Hay psiquiatras que abandonan el ámbito público y se pasan al privado por el mismo sueldo solo para tener alguna mayor estabilidad. O se ocupan en varios hospitales. Todo esto aumenta el trabajo de los que quedamos”.
Soledad Rivas cuenta nueve años como psicóloga en el hospital Bonaparte y dos como delegada general adjunta de ATE. Como psicóloga comparte las mismas preocupaciones y sobrecargas laborales que Rossi. Como sindicalista se agrega la titánica tarea de contener a sus colegas: “La incertidumbre genera mucha inestabilidad anímica. Compañeros que preguntan todo el tiempo qué va a pasar con el cierre, qué sabemos, o que nos cuentan que no les alcanza el sueldo. Encima, mucha gente ya no puede pagar la prepaga [sanidad privada] o perdieron el trabajo y la obra social por ende salen a la fuerza de esos subsectores de atención y aparecen en el público, con lo cual nosotros tenemos mayor demanda con salarios bajos. El resultado es que los y las profesionales se van”.
Azul
Cerrar o recortar la plantilla que sostiene un hospital público de referencia nacional en el abordaje integral de la salud mental y los consumos problemáticos no debería ser nunca una cuestión que se dirima analizando balances o contabilizando las camas ocupadas. Mucho menos si la Organización Mundial de la Salud (OMS) difunde que solo en el primer año de la pandemia de covid, la depresión y la ansiedad aumentaron más de un 25% en el mundo.
Azul estudia Medicina en la Universidad de Buenos Aires y trabaja de administrativa en el área de salud en el sector privado. Hace cuatro años comenzó un tratamiento por depresión.
“Atravesar la pandemia en una clínica fue traumático. El primer año lo logré llevar con meditación y yoga. Pero en 2021 me di cuenta de que mi angustia no era normal. Ya no me alcanzaba con yoga —relata Azul—. Es difícil contar el padecimiento mental. Si te operan, ves una cicatriz que duele. En cambio, el padecimiento mental es difícil de transmitir porque es una sensación de tristeza inmanejable. Perdí las ganas de comer, se me empezó a caer el pelo, dejé de menstruar, de reírme y de dormir. Realmente sentí que me iba a volver loca y entendí que precisaba ayuda”.
A lo largo de tres años Azul sostuvo con tesitura la búsqueda de alivio. A través de la prepaga, de manera particular, por referencias o recomendaciones.
“Era todo disgregado por distintos lugares. A veces me sentía cómoda con la terapia psicológica, pero no me gustaba el psiquiatra porque no escuchaba mi angustia —confiesa—. Me mandaba la receta y listo. Como si me estuviese haciendo un favor al atenderme. Se sumaba que mientras van probando la medicación sentís cómo crece el vacío, un rincón muy oscuro dentro de mí. Y en algún momento fantaseas con la muerte como idea de liberación de ese pesar”.
Recién en diciembre del año pasado una de las psicólogas que la atendió le puso palabras al abuso sexual que Azul sufrió tiempo antes de la pandemia: “Fue la primera vez que me dijeron que aquello no había sido una relación sexual sino un abuso. Ahí vino el absoluto desborde emocional. Empecé a tener pánico a salir, a tener náuseas si me alejaba dos cuadras de mi casa. Porque desde que entendí esa situación, no pude parar de revivirla. Estuve dos semanas recordando su voz, lo que me decía en tanto me abusaba. Llegué al consultorio del psiquiatra llorando desconsoladamente… al doctor solo se le ocurrió aumentar el antidepresivo”.
En la cena de Navidad un familiar de Azul le habló del Hospital Nacional en Red Laura Bonaparte; de la mirada integral que proponen, de la intervención clínica interdisciplinaria, de la línea telefónica gratuita de urgencias, de la atención a la demanda espontánea y de un universo de prácticas médicas de cuidados que Azul desconocía. Se acercó.
“Lo más sanador es cuando te dicen ‘cualquier cosa, estamos acá’. ¿Sabés lo que es para una persona que sufre su propia cabeza que le ofrezcan ayuda en cualquier momento? Además el trato respetuoso. Me tratan como a una persona, me dejan en claro que mis emociones y lo que me pasa vale”, cuenta.
Hay un hecho que Azul particularmente atesora. El día que llegó “absolutamente rota” a la consulta con su nutricionista Laura Godoy, sin voluntad para ocuparse de proteínas o carbohidratos. Sin voluntad de decir tampoco. La nutricionista lo notó, pero no insistió ni preguntó. La abrazó y la invitó a trasladar la consulta al jardín del hospital para que se desahogara y llorara tranquila. Sentadas las dos en el césped, al sol, escuchando los pájaros, sosteniéndose las manos.
“Una profesional que apartó su disciplina porque respetó que por mi angustia no iba a poder enfocarme —narra Azul— ¿Sabés lo que hizo al final de la hora, sintiendo yo que la había incomodado y que no la había dejado trabajar por mi llanto? Me miró fijo y dijo ‘te felicito porque viniste al hospital y en punto’”.
“El momento en el que me enteré que podía cerrar el hospital fue de total desesperación. Quedás muy desvalida si te quitan el sitio que te aloja”, dice Azul una de las pacientes del hospital
El tratamiento de Azul hoy en el Bonaparte incluye consultas semanales con una psicóloga, con una psiquiatra y con la nutricionista; dos veces por semana asiste a clases de gimnasia con los profes Manu y Mauro; y de tanto en tanto pasa por el espacio de salud integral donde médicos y médicas generalistas y clínicas chequean cómo su cuerpo va recibiendo el combo de intervenciones. El hospital le garantiza el total de la medicación. Y hace poco se inscribió en un taller socioproductivo donde le enseñan a confeccionar distintos productos, en el marco de una instancia terapéutica más.
“El momento en el que me enteré que podía cerrar el hospital fue de total desesperación. Quedás muy desvalida si te quitan el sitio que te aloja. Me costó estar en la toma, con tanta gente y ruido alrededor, pero sentí la necesidad de luchar. Solamente defendés lo que sentís propio”, dice.
Jesi
Jesi Jess se presenta como escritora villera. Tiene 36 años, es mamá, nació y vive en la Villa 21-24 ꟷal sur de la ciudad de Buenos Airesꟷ, y hace ocho años que está psiquiatrizada. También tiene muy a mano el shock que le generó la noticia del cierre del hospital.
“Cuando me enteré lo del Laura Bonaparte me agarró una crisis terrible —dice a El Salto—. Me puse a llorar, a pensar que me quedaba sin tratamiento, sin medicación y que seguro me agarraban ideas suicidas de nuevo. Mi cabeza voló. Me desregulé completamente. Solo cuando me acerqué a la toma y vi toda la gente apoyando me quedé más tranquila”.
Jesi estuvo internada. Hasta tres internaciones en un año. La última, durante un mes, antes de que naciera su segundo hijo. Jesi intentó suicidarse. Hoy su rutina de cuidados en el Bonaparte incluye consultas semanales con un psiquiatra y con una psicóloga. Retira su medicación y la de su hijo mayor, diagnosticado con un trastorno del espectro autista y paciente en el servicio de niñas, niños y adolescentes.
“Cuando me enteré lo del Bonaparte me agarró una crisis terrible —dice Jesi, una de las pacientes—. Me puse a llorar, a pensar que me quedaba sin tratamiento, sin medicación y que seguro me agarraban ideas suicidas de nuevo
“Me dan la medicación. Solo uno de los remedios de mi hijo vale 50.000 pesos [unos 50 euros]. Y a mí nadie me da trabajo. Primero por los horarios de las terapias, porque si trabajas ocho horas de corrido tenés que dejar el tratamiento. Segundo, si vos avisás que tenés padecimientos mentales no te contratan. Nadie quiere una loquita en la empresa”, cuenta Jesi.
Bonaparte en lucha
Javier Milei se muestra orgulloso de manejar la motosierra que llegó al poder para inmolar el Estado argentino y así cumplir con su promesa de campaña.
Pero ¿qué pasó en el Hospital Nacional en Red Licenciada Laura Bonaparte? ¿A qué se debe el volantazo del Poder Ejecutivo que finalmente planteó una reestructuración y no el cierre? ¿Fue la pacífica y poderosa toma del organismo la primera frenada al desarme de años de políticas de derechos humanos en Argentina? ¿O será la única?
Para Rodolfo Aguiar, secretario general de ATE Nacional, en la resolución del conflicto del Bonaparte confluyeron varios factores: “En principio tuvo que ver con un cuerpo de delegados y delegadas sindicales del hospital convencidos de que no existe mayor poder que el de los trabajadores, y decididos a representar de manera incondicional esos intereses. El Bonaparte se convierte en un antes y un después en la lucha de los estatales precisamente porque se profundizaron las acciones, y se demostró que las instancias de diálogo a veces aparecen infructuosas si no están precedidas de un conflicto. En segundo lugar, lo que se logró fue un fuerte consenso social. Se movilizaron los trabajadores pero fue clave la movilización del pueblo”.
“De algún modo nuestra lucha encarnó valores y conquistas que la sociedad argentina no quiere resignar, que es tener acceso a un sistema de salud público y de calidad”, dice una de las trabajadoras del hospital
Por su parte, Vanina Catalán cree que lo que ocurrió va más allá de una institución singular: “De algún modo nuestra lucha encarnó valores y conquistas que la sociedad argentina no quiere resignar, que es tener acceso a un sistema de salud público y de calidad. La ciudadanía quiere que sus instituciones públicas mejoren, no que desaparezcan. Somos parte de un campo de salud que está en crisis pero que no quiere renunciar a existir”.
El pasado 8 de octubre, la viceministra de Salud, Cecilia Loccisano, anunció ante la prensa la firma de un convenio con los gremios para la creación de una mesa de trabajo, integrada por autoridades nacionales y profesionales de la salud propuestos por ATE, en el marco de un “proceso de reestructuración” del hospital Laura Bonaparte.
Fernández Camacho explica cómo van siendo los primeros movimientos post temblor: “Se llevó a cabo una única reunión, con la participación de los dos sindicatos, los jefes de cada servicio del hospital y autoridades del Ministerio de Salud. La propuesta de ellos es que nosotros les facilitemos proyectos de mejora de los servicios para un proyecto institucional general que muestre otros números. Y acordamos, por supuesto, la garantía de que no se cerraba el hospital ni la internación, la guardia ni la demanda espontánea; y la renovación completa de los 612 puestos de trabajo hasta diciembre”.
¿Se firmó la garantía? Continuará…