Amianto
Rafael Pillado, víctima del amianto: “Una vida no se paga con dinero pero mi sentencia se ha quedado corta”

Histórico sindicalista y trabajador de los astilleros de Ferrol, Rafael Pillado, que sufre un cáncer terminal, consigue una indemnización de 127.905 euros por parte de Navantia. Asegura que seguirá batallando por una cantidad mayor por él y por todos sus compañeros.
Rafael Pillado Navantia
Rafael Pillado en una movilización en 2007. Foto: Cedida por Rafael Pillado

“He tenido que aceptar que estoy en un trayecto definido que se puede alargar más o menos, como una goma, pero tiene su fin y hay que asumirlo con la mayor naturalidad posible”. Rafael Pillado (Lugo, 1942), histórico sindicalista y ex trabajador de los astilleros de Ferrol, atiende a El Salto desde una cama de hospital. Con un hilo de voz, que se rompe cuando piensa en todas las víctimas del amianto que se han ido sin tener reconocida su enfermedad, describe que en febrero de este año, y de una manera casual, un diagnóstico puso coto a sus días. Pillado tiene un mesotelioma, un cáncer asociado a la exposición del amianto que se ha manifestado 60 años después de su primer contacto con este material. La semana pasada cruzaba el umbral de la justicia para sentar en el banquillo a la empresa Navantia, antaño Batán, hoy responsable de los daños sobre los trabajadores. La compañía no se presentaba en el juicio, pero sí un nutrido grupo de activistas para respaldar al trabajador afectado.

Este miércoles ya contaba con una sentencia en la mano: el Juzgado de lo Social número 2 de Ferrol ha dictaminado una indemnización de 127.905 euros. Pero no le parece suficiente, de hecho en su demanda pedía una cantidad de 379.276 euros. “Una vida no se paga con dinero, pero es una sentencia corta. Sabemos que hay sentencias de hasta 400.000 euros”, asegura Pillado. Recurrirá pues, pero no solo para él sino por todos sus compañeros y todos los afectados por el amianto. “Yo demandé en cuanto me diagnosticaron la enfermedad. Pero esto no es una demanda individual, es una demanda colectiva. En mi comarca puede haber más de 16.000 personas afectadas y no quiero que se sientan solas”, afirma mientras admite que, en su caso, ha estado muy arropado durante el proceso y que ha conseguido que su juicio tenga una amplia repercusión. Pero esto no pasa siempre.

“Mi caso no es una demanda individual, es una demanda colectiva. En mi comarca puede haber más de 16.000 personas afectadas y no quiero que se sientan solas”

Este miembro de la Asociación Galega de Victimas do Amianto (AGAVIDA) y del colectivo Fuco Buxán explica con detalle que el astillero estaba situado en el centro de la ciudad de Ferrol y manipulaban el material sin ningún tipo de protección ni parapeto. Detalla que la peligrosidad del amianto aumenta cuando se parte y se desprenden las microfibras que se introducen en el aparato respiratorio. “Yo entré en el año 57 como aprendiz. A los dos años pasamos de la teoría a la práctica. Me pusieron con una pareja de trabajadores para ir aprendiendo. En ese momento se estaba produciendo una renovación de unos barcos de guerra, cambiando maquinaria, tuberías... Estaban abarrotados de amianto. Había que cortar tubos y todo eso te lo tragabas. Yo he tragado mucho amianto”, rememora. “Hubo mucha gente que se murió en el entorno de la marina como consecuencia del contacto —añade—. Era un material que volaba hacia todas las zonas. Se decía siempre “este murió de pulmón”, pero la gente no sabía nada”, recrea.

Pillado une el auge del amianto con la familia March, una de las más ricas de España, quienes monopolizaban la comercialización de este material con el beneplácito de la dictadura franquista. No fue hasta mediados de los 80 cuando comenzó a transcender cierta peligrosidad en el uso de este material. “Se hablaba de que el amianto era contaminante, como una cosa genérica, se decía que había que tener cuidado pero no se tenía en la organización de las fábricas”, rememora. Su empresa se dio cuenta de que tenía un problema con ese material y contrataron a una persona para que se encargara de la seguridad y la higiene “para ir metiéndole mano a este tema sin que nadie se enterase”, explica Pillado. Pero ya era tarde. “Yo recuerdo que un compañero mío fuerte, alto, con una fortaleza extraordinaria, murió de repente. Eso me marcó”, asegura.

A finales de los 90, y ya constituidos como asociación, desde Fuco Buxan comenzaron a liderar protestas, concentraciones y un trabajo de concienciación que como hormiguitas intentaban que transcendiera entre la opinión pública. Hasta que en el 2002 se consiguió la prohibición de este material. “Pero la instalación del amianto sigue estando en todas las esquinas”, asegura.

En un mar de sentencias

En 2004, y después de que se prohibiera la utilización de este material, comenzó la lucha de estos trabajadores en los juzgados y ante las instituciones, para conseguir que la asbestosis y el mesotelioma derivado, se convirtieran en enfermedades profesionales. Es entonces cuando surge AGAVIDA. Ramón Río García, secretario de esta organización de víctimas del amianto, explica que la de Pillado es sólo una sentencia más. “En el último año hemos atendido entre 8 y 10 casos. Y los casos ahora se están resolviendo bastante bien, al principio lo pasamos muy mal”, explica.

Río García, también ex trabajador de los astilleros de Ferrol, confirma que en este tiempo han pasado por muchos jueces con distintas sensibilidades. “Al principio hubo muchos casos donde se valoraba todo a la baja”, asegura. En su caso tiene placas pleurales calcificadas, aún no ha llegado a desarrollar la enfermedad y no presenta problemas respiratorios. Es por esto que ni siquiera puede pedir la incapacidad ni comenzar un proceso judicial.

El pasado 13 de julio el Congreso aprobaba por unanimidad un fondo de compensación a las víctimas del amianto. El objetivo es que los trabajadores no tengan que ir a los tribunales para conseguir una indemnización. Para los afectados, la medida, que aún no se ha hecho efectiva, llega tarde. También para Rafael Pillado.

“El fondo de compensación está todavía en unos trámites previos, pero me huelo que muchos asuntos acabarán en los tribunales”

“La situación mejorará para los trabajadores cuyas empresas han desaparecido porque no tienen de dónde cobrar”, explica Jesús Porta, abogado de Rafael Pillado. “El fondo de compensación está todavía en unos trámites previos, pero me huelo que muchos asuntos acabarán en los tribunales”, asegura quien ve aún mucha incertidumbre en el anuncio.

Batalla a largo plazo

Mientras, explica el abogado, los trabajadores afectados viven insertos en dos procesos: de un lado el reconocimiento de la enfermedad profesional por parte del Instituto de la Seguridad Social (INSS) y, del otro, la demanda en los juzgados para conseguir una indemnización.

“No solo hay que conseguir la indemnización sino el reconocimiento de la enfermedad profesional. Hay mucha gente que muere antes, están tardando mucho”

Pillado ha conseguido lo segundo, pero aún está a la espera de lo primero. “Esto es una batalla a largo plazo, no solo hay que conseguir la indemnización sino la cuestión de la enfermedad profesional. Hay mucha gente que muere antes, están tardando mucho”, explica Porta. Pillado lo pidió en febrero, al mismo tiempo que empezó a litigar en los juzgados. Con el reconocimiento de la enfermedad profesional conseguiría un recargo en su pensión de entre un 30 y un 50%.

Entre tanto, seguirán reclamando justicia. El abogado insiste en que la sentencia no es justa. “Yo entiendo que tiene que ser indemnizado con mayores cantidades como está ocurriendo en otras comunidades autónomas. Hay sentencias de 300.000-400.000 en Catalunya o País Vasco. Cada caso es diferente, pero en el de Rafael no hay duda ninguna. Su enfermedad no es curable”, sentencia.

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Mientras la justicia camina y el INSS repta, Pillado se enfrenta a los efectos de la inhalación de un material que hoy sigue revistiendo tejados. “Este pasado viernes estaba en una situación de deshidratación alta y se me generaba un rechazo a la comida. La noche del jueves al viernes intenté cenar algo, pero me tuve que ir al retrete. Tuvieron que ingresarme de urgencias”, explica mientras su voz vuelve a transformarse en un hilo que se difumina por la línea telefónica. Quiere seguir luchando no por él, sino por el resto. Planea un homenaje a las víctimas para finales de noviembre. “Pretendemos erigir un monumento a las víctimas, porque muchas de ellas, que ya se han ido, se fueron solas con sus familias”, consigue emitir, mientras se empeña por cambiar el foco de la conversación, él no quiere estar en el centro. “Es el momento de pensar en todas las personas afectadas, que muchas siguen sin saber por qué”, zanja.

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