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La vida y ya
Disfrazar la pobreza
El texto del que voy a hablar está recogido en un libro que ha escrito la profesora del taller de escritura del que participo hace años, “Leer, escribir, acciones de revuelta”, de Laura Swartz. Ella decidió colocarlo ahí junto a otros para hablar del disfrute de leer y de darte cuenta de que entrelazar palabras y crear frases es posible en cualquier circunstancia.
En uno de los capítulos cuenta un taller que hizo con chicos de una villa en Argentina. Primero les leyó “Villas”, de Camilo Drajaquis, un texto en el que, cada una de las palabras, te trasladan a sentirte caminando por una de esas calles desordenadas donde las casas tienen suelo de tierra y techo de chapa.
Pienso la cantidad de veces que he escuchado criticar, desde el privilegio de no tener que disfrazar el no llegar a fin de mes, que haya gente que se gaste dinero en cosas menos imprescindibles que la comida
Hacia mitad del texto, escribe: “Los muchos sueldos flacos destinados a un celular, a ropa nueva, a disfrazar la pobreza”. Y, dos frases antes, “El guiso salvador del mediodía, el mismo guiso a la noche, lo que queda del guiso mañana”.
Releo esa frase, la de disfrazar la pobreza. Pienso la cantidad de veces que he escuchado criticar, desde el privilegio de no tener que disfrazar el no llegar a fin de mes, que haya gente que se gaste dinero en cosas menos imprescindibles que la comida. Pienso en las veces que lo he hecho yo. Como si, las que estamos a este lado del margen, pudiésemos poner por delante de la necesidad de subsistencia (el alimento, tener una vivienda…) a otras necesidades como la de afecto o identidad que, en nuestra cultura, se resuelve en muchas ocasiones en relación a la capacidad de consumo. Como si fuese fácil decir: “mírame, llevo ropa barata, paso de las marcas, llevo el móvil más simple del mercado”. Como si fuese fácil caminar por el margen. Como si se pudiese ignorar cuando sabes que estar dentro o fuera depende, en gran parte, de eso.
Ese juzgar, esa manera de hacer responsables del bajo rendimiento de sus hijos e hijas o de su comportamiento, lo que hace que la relación con los colegios e institutos muchas veces acabe degradándose
En la escuela pasa. El profesorado, a menudo, juzgamos diferencialmente a las familias. Y es ese juzgar, esa manera de hacer responsables del bajo rendimiento de sus hijos e hijas o de su comportamiento, lo que hace que la relación con los colegios e institutos muchas veces acabe degradándose. Es como si el análisis de lo que sucede con los que no consiguen pasar de curso y obtener los títulos que te colocan adentro pusiera toda la responsabilidad en su implicación como madres o padres. Es como si fuese fácil obviar que tener una vida precaria, de las que están a punto de estallar todo el rato, influye en todo lo demás. Es como si los determinantes sociales no existieran, como si las dificultades económicas, el nivel de capital cultural y la ausencia de redes de apoyo familiar no influyeran.
Como si el insuficiente apoyo escolar e institucional no mordiese más fuerte a quiénes tienen menos opciones para elegir. A quiénes saben que, a menudo, sus posibilidades dependen del arte que tengan para disfrazarse.