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Crisis financiera
Turbulencias financieras, ¿síntoma de futuros estallidos?
La secuencia de turbulencias financieras que se han sucedido este último mes supone el shock global más importante desde 2008, reactivando la sensación generalizada de desconfianza en la fortaleza del sistema para enfrentar estallidos de envergadura.
La génesis de dicha secuencia se sitúa en el cambio de rumbo en la política monetaria hegemónica. Y es que esta ha transitado abruptamente de una expansión cuantitativa, en la que la inyección masiva de dinero barato mantenía la renqueante dinámica capitalista bajo respiración artificial, a una política de carácter restrictivo, centrada en la lucha contra la inflación — variable que bordea el doble dígito tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea— como objetivo prioritario.
Pese a que la persistente y elevada inflación actual no deriva de un “calentamiento” de la economía, esto es, no se debe a un exceso de demanda sino a un problema de oferta (incremento tendencial de los precios de la energía, los materiales y los alimentos; especulación; mantenimiento de los márgenes de ganancia empresarial; guerra en Ucrania), las autoridades monetarias han entrado en una espiral de subida de los tipos de interés: 4,75% en EEUU; 3,5% en la UE; 4,24% en el Reino Unido. Así, por encima de cualquier otra consideración (precarización de la clase trabajadora, agravamiento de la situación de deuda pública y corporativa), se ha priorizado el “enfriamiento” de los mercados globales. Y se ha situado a la inflación como enemigo económico número uno, apuntando a la reducción del consumo y la inversión como vía para frenarla, incluso aunque nos acerque a una situación de recesión generalizada y desaparición de determinados agentes corporativos y bancarios.
Eso es precisamente lo que ocurrió el pasado 10 de marzo con las quiebras del Silicon Valley Bank (SVB) y Signature Bank (SB). La entrada en el mercado financiero de nueva deuda pública a tipos de interés notablemente más altos hizo que los bonos públicos acumulados hasta el momento perdieran valor rápidamente. Las entidades financieras con un volumen significativo de inversión en dichos títulos, como era el caso de ambos bancos, vieron afectados sus balances y trataron de ampliar capital como respuesta, lanzando a los depositantes señales de riesgo de falta de liquidez para cubrir sus depósitos y generando, en última instancia, las condiciones para la quiebra. La onda expansiva ha alcanzado también a un tercer banco californiano, el First Republic, que ha tenido que recibir el respaldo de diversos bancos estadounidenses en forma de depósitos milmillonarios.
Estas turbulencias se han producido dentro de un marco financiero de regulación muy superficial y de una pírrica cobertura de liquidez para responder a retiradas de depósitos
Estas turbulencias, para completar el cuadro, se han producido dentro de un marco financiero de regulación muy superficial (especialmente, para los bancos de tamaño medio en EEUU), de una pírrica cobertura real de liquidez para responder a retiradas colectivas de depósitos (únicamente de una media del 1% sobre el total, un apalancamiento altísimo) y de un muy escaso riesgo corporativo (seguro público para todos los depósitos, incluso los que superan los límites normativos de 250.000 dólares; junto a un programa de créditos blandos para responder al retiro de depósitos).
La desconfianza en los mercados financieros y en su liquidez, en estas condiciones, ya se había instalado. Y su dinámica se expandió rápidamente a escala global. La cotización de grandes bancos internacionales sufrió fuertes descensos, suspendiéndose durante días para frenar la espiral. Es significativa la bajada del histórico, opaco y corrupto Credit Suisse: el incremento del precio de los seguros de cobertura de sus productos financieros (CDS) fungió como indicador de su situación, y la negativa de su principal accionista (el Banco Nacional Saudí) a inyectar más liquidez precipitó su desplome bursátil. Ante ello, la firme voluntad de la autoridad monetaria suiza de sostener a la institución se tornó insuficiente, y se forzó su venta a su principal competidor, UBS, por 3.000 millones de euros. En el paquete se incluía un apoyo de 100.000 millones de dólares en liquidez para hacer frente a posibles retiros de depósitos.
La secuencia, en todo caso, no termina en Suiza. La dinámica de desconfianza e incremento del precio de los CDS ha alcanzado al Deutsche Bank, llegando a desplomarse su cotización en un 14% y haciendo tambalear también las cotizaciones bursátiles de un número muy significativo de entidades bancarias.
No podemos hablar de casuísticas específicas, de hechos aislados, de problemas técnicos estrictamente contextualizados. Asistimos a una verdadera crisis de liquidez y confianza que afecta a todas las entidades financieras, con balances y negocios más o menos sólidos, pero aquejados de males similares y estructurales, dentro de un sistema crecientemente vulnerable.
El sistema financiero se convierte en una bomba de relojería, máxime en su gigantismo actual, dentro de una fase económica de crecimiento estancado
Más allá de si la secuencia actual de turbulencias financieras ha terminado o no —cuestión sobre la que no nos atrevemos a aventurar—, pueden constatarse tres dinámicas complementarias insertas en el ADN del sistema financiero que auguran oscuros nubarrones, de los cuales este episodio bien pudiera ser un síntoma.
En primer lugar, el sistema financiero se convierte en una bomba de relojería, máxime en su gigantismo actual, dentro de una fase económica de crecimiento estancado. El capital ficticio, pese a su relativa autonomía en términos especulativos, no deja de ser en última instancia una prevalorización de una ganancia futura en la llamada “economía real”, por lo que necesita de sendas estables de crecimiento económico. No obstante, si algo caracteriza al capitalismo actual (desde hace décadas, pero especialmente ahora) es su incapacidad para establecer una nueva onda expansiva (no es baladí, por cierto, que los quebrados SVB y SB estuvieran vinculados a start-ups tecnológicas, empresas de capital riesgo y criptomonedas), aventurándose más bien por escenarios marcados por la estanflación y la recesión.
Las consecuencias son múltiples y muy peligrosas: el peso específico alcanzado por las finanzas permite bosquejar la agenda económica en favor de sus intereses (precarización de los salarios, políticas de austeridad); definir las prioridades políticas según sus expectativas de ganancia (sean las renovables, el petróleo, el carbón o la digitalización); pero sobre todo ampliar las condiciones para nuevos estallidos financieros como el de 2008, al convertirse la prevalorización de la ganancia futura en humo, en burbujas no contrastadas por la dinámica capitalista.
Sin crecimiento que lo sostenga —complicado lo tiene, dado tanto el contexto ecológico como la incapacidad manifiesta de la digitalización—, el capital ficticio, tarde o temprano, por una vía o por otra (ya fueran las especulativas subprime en 2008 o la supuestamente segura deuda pública en 2023), mostrará su carácter quimérico y estallará. Las turbulencias de este último mes son precisamente un síntoma de que el capital ficticio sobreacumulado se está disolviendo, evidenciando la realidad de la dinámica capitalista actual.
Pese a las pruebas de estrés y el marco regulatorio surgido tras el estallido de 2008, no hay nadie al volante del sector financiero
La bomba de relojería financiera, no obstante, es aún más peligrosa si le sumamos una segunda dinámica estructural: los mercados financieros cuentan con una regulación muy laxa. Pese a las pruebas de estrés y el marco regulatorio Basilea III, surgido tras el estallido de 2008, no hay nadie al volante del sector financiero. Las “finanzas en la sombra”, esto es, la versión más especulativa del capital ficticio que ha ido creciendo en las últimas décadas (derivados, opciones, futuros, titulizaciones, CDS), impone actualmente su ley y no cuenta con regulación alguna. Ni siquiera se refleja en los balances de las entidades.
Si sumamos a este descontrol los guarismos antes señalados de apalancamiento (porcentaje mínimo de liquidez disponible para cubrir los depósitos) o la relajación en los análisis (por ejemplo, se posibilita mantener en los balances el valor de la deuda pública cuando se compró, no el valor de mercado actual), vemos cómo las hipotéticas crisis de desconfianza y liquidez son un fenómeno estructural, todo ello acentuado por el estancamiento económico. En este sentido, los accionistas de SVB y SB, así como los tenedores de bonos de Credit Suisse, han podido comprobar la futilidad del marco regulatorio actual.
La progresiva concentración y centralización del capital financiero es una amenaza para la democracia y la igualdad
Por último, sumamos una tercera dinámica estructural al ADN del sistema financiero vigente: la progresiva concentración y centralización del capital financiero es una amenaza para la democracia y la igualdad. Si tras 2008 ya asistimos a un proceso de absorción de entidades financieras pequeñas por otras más grandes, la secuencia de este mes ahonda en la misma dirección: HSBC ha comprado la filial británica de SVB, mientras UBS se ha quedado con Credit Suisse.
Además, si escarbamos en el accionariado y bonistas de los bancos implicados en las últimas quiebras y descensos en las cotizaciones, observamos que son los megafondos soberanos (Banco Nacional Saudí, Qatar Investment Authority) y de inversión (Blackrock, Pimco, Vanguard, State Street, Capital Research, etc.) quienes protagonizan en última instancia el sistema financiero. Entidades que cada vez más son “demasiado grandes para dejarlas caer”, y que por tanto imponen su ley en términos de rescates, apoyo político y préstamos blandos, frente una clase trabajadora completamente desamparada.
Las declaraciones de Biden garantizando todos los depósitos de SVB y SB incluso por encima de los 250.000 dólares estipulados —recordemos que los depositantes son fundamentalmente start-ups y fondos de inversión, no personas comunes—, o la garantía de 100.000 millones a UBS para sostener el retiro de depósitos de Credit Suisse, sumados a los milmillonarios rescates tras el anterior estallido financiero, caminan sin duda alguna en esa dirección.
Un sistema financiero gigante, descontrolado y crecientemente centralizado, en el marco de un capitalismo estancado, supone un peligro manifiesto para la democracia, la igualdad, la transición ecosocial y los derechos de la clase trabajadora en su conjunto. Pese al coro de autoridades políticas y financieras que afirma que el sistema es fuerte y que las regulaciones funcionan, la sociedad global se asienta sobre una bomba de relojería a punto de estallar. La secuencia de turbulencias financieras del último mes podría ser un síntoma de este funesto horizonte.
Frente a ello, hay alternativas. El sociólogo filipino Walden Bello ya propuso en 2019 un programa de mínimos al respecto, en términos de recuperar la democracia y poner coto al poder de las finanzas en la sombra. Si, por el contrario, ahondamos en la dirección actual, ya aventuró tras el estallido de 2008 que no habría que preguntarse si habría otra crisis financiera, sino cuándo y dónde surgiría esta.