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Teatro
María Luisa frente al César, de cómo unos cuantos salvaron un teatro
Como si se tratara de una premonición de lo que estaba por llegar en apenas un par de semanas, el Teatro María Luisa de Mérida estrenó el domingo 5 de julio de 1936 la película Tempestad al amanecer, una superproducción de la Metro Goldwyn Mayer dirigida por Richard Boleslawski en versión “totalmente hablada en español”. Para la sesión infantil de ese día estaba previsto proyectar un film protagonizado por James Cagney y que también tenía algo de augurio: Avidez de tragedia.
El entonces Teatro, que pronto se convertiría en Teatro-Cine María Luisa, se había inaugurado apenas seis años antes. Mérida contaba ya con una gran afición de público al teatro y al cine. Solo en los años veinte, antes de que se abriera el María Luisa, había seis salas de cine: el Ponce de León, el Liceo, Artesanos y Cinema Moderno, a los que se unía, en verano, el Ideal y el Victoria. En 1971 se podían contar todavía nueve salas.
Dña. Luisa Paula Gragera y de la Vera (1899-1955), fue la mecenas que costeó la construcción del Teatro. Dama de caridad, muy religiosa, de familia aristocrática, decidió ponerle el nombre de María Luisa no por ser ella la promotora y dueña, sino en honor de la infanta María Luisa, hija de Fernando VII.
Mérida contaba ya con una gran afición de público al teatro y al cine. Solo en los años veinte, antes de que se abriera el María Luisa, había seis salas de cine
Conocemos los avatares de este Teatro-Cine y de otros gracias al excelente libro de José Caballero Rodríguez, Historia Gráfica del Cine en Mérida (1898-1998), Editora Regional de Extremadura. Dicho volumen da noticia del declive del cine María Luisa, que siempre ha estado en la memoria de los vecinos y vecinas de Mérida y que durante un tiempo se llamó Cine Navia. El 15 de julio de 1998 proyectó su última película: Kundun, de Martin Scorsese, una historia de derrotas y destierros.
Aquello parecía ser el final del Teatro-Cine María Luisa, a pesar de que en 1989 la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura, propietaria ya del inmueble, había cedido al Ayuntamiento de Mérida la explotación del cine durante un plazo de 99 años, mediante un acuerdo sellado con un apretón de manos entre el consejero, Jaime Naranjo González, y el alcalde de la ciudad, Antonio Vélez Sánchez.
Sin embargo, la desidia política, unida a la mediocridad en la gestión cultural de una ciudad que centraba toda su valía en el Teatro Romano y en su festival, hacían presagiar que al Cine María Luisa le quedaban dos telediarios y que acabaría, casi con toda seguridad, siendo pasto de la especulación y del ladrillazo y convertido en un hotel o edificio administrativo, en una ciudad que no disponía de ninguna sala que pudiera llamarse cine o teatro con todas las de la ley, a excepción del Teatro Romano mencionado, cuyo afán elitista lo alejaba del sentido de cultura popular que siempre había tenido el cine.
La desidia política, unida a la mediocridad en la gestión cultural de una ciudad que centraba toda su valía en el Teatro Romano y en su festival, hacían presagiar que al Cine María Luisa le quedaban dos telediarios
Es así como -cuando el Cine María Luisa llevaba ya siete años cerrado y no había visos de que volviera a abrir-, un grupo de vecinos y vecinas de Mérida, muy poquitos, deciden rescatar para la ciudad, para el pueblo, lo que había sido albergue de entretenimiento, fábrica de fantasía y motivo de diversión para tantas familias emeritenses durante 70 años, un pedazo de la historia de la capital de Extremadura, ciudad que ya no contaba con ningún teatro o cine popular, salvo el Teatro Romano, dedicado a labores más encumbradas, junto a un Museo Nacional de Arte Romano de planta hierática y arrogante alzado, que mira con soberbia desde su altura al populacho no cultivado que no sabe de estas cosas del Arte con mayúsculas.
La idea partió del entorno que frecuentaba el Ateneo Libertario de Mérida (Calle San Antonio, 19), cuyo frontispicio web señala que es un “Lugar para amantes de la libertad y de la cultura, a quienes no les gusta la cultura oficial, no aspiran a ser líderes de nada, no les gustan los jefes, no quieren nada de nadie, ni votos ni manipulaciones, quienes jamás piden subvención y donde nadie cobra”.
Este conjunto de personas (mujeres, hombres, niñas, niños y demás seres sintientes) se reunieron por primera vez en la fachada del Cine María Luisa el 27 de marzo de 2005, Día Mundial del Teatro, para reivindicar la recuperación de este cine. El objetivo: salvar de la ruina y del olvido aquel edificio cuya fachada originalmente simulaba el casco de un barco y cuyo interior llegó a albergar hasta 900 localidades. Desde entonces, todos los años, ininterrumpidamente y hasta el día de hoy, se han seguido reuniendo en esa fecha tan singular con el mismo motivo, en el mismo lugar y con la lectura del manifiesto sobre el Teatro de cada año.
Entre quienes apuntalan este empeño siempre ha destacado Javier de Torres, quien nos ha facilitado la información: mimo, payaso, actor, autor de Las mil caras del mimo, en Editorial Fundamentos, año 2000. Junto a las concentraciones, Javier ha ido dejando un reguero de testimonios a través de la prensa escrita y de la difusión de panfletos, octavillas, convocatorias, carteles. Cada año, desde el 2005, conforme se acercaba la fecha del 27 de marzo, el Teatro Taller del Ateneo Libertario de Mérida invitaba a sumarse a la concentración a quien quisiera expresar su cariño por el arte pisoteado y en ruinas que suponía el olvido de María Luisa. Como expresaba en uno de estos escritos, compañías de teatro de Mérida, actrices y actores, técnicos y profesionales de la escena, dramaturgos, aprendices teatrales, malabaristas, mimos, payasería emeritense, carnavaleros, artistas de todas las artes plásticas y visuales, cinéfilos, artistas callejeros, músicos, poetas y amantes del teatro y de las artes de cualquier edad y condición, se reunían para reivindicar la apertura del María Luisa, cada año con un lema que solían exponer en un cartel y en un bando que ellos y ellas llamaban Contra-Bando: ¿Pa´cuándo? (2006). Blablablá, jajajá (2007), Con gaviota o con rosa, no cambia la cosa (2008), Aquí no empiezan las obras (2009), etc.
Por lo general, después de las concentraciones se realizaba un festival (en la antigua DT, en La Salita, en la sala Maikel´s, en el Ateneo…), en el que todo el mundo, artista o no artista, participaba y aportaba su arte por la cara, sin cobrar nada a cambio.
El 27 de marzo de 2011 fue una fecha muy especial. La convocatoria del acto asemejaba una esquela que recomendaba guardar luto por la desaparición del Teatro. Ese día hubo una concentración en la puerta del Teatro Romano de Mérida, y acto seguido se depositó un ramillete de margaritas a los pies de la estatua de Margarita Xirgu que hay en el interior del recinto, para lo cual hubo que pedir permiso al Consorcio de Mérida (organismo institucional), el cual fue concedido bajo unas estrictas medidas que impedían, en principio, grabar o fotografiar el acto.
El acto estaba lleno de significado, no solo por lo que siempre tuvo la figura de Margarita Xirgu de actriz conflictiva, pródiga en desplantes al convencionalismo imperante (en palabras de Antonina Rodrigo, una de sus biógrafas), sino porque la actriz siempre recordó con cariño y emoción que ella se subió por primera vez a un escenario en el Ateneo libertario del Distrito V de Barcelona, al que pertenecía su padre, Pedro Xirgu, a la edad de 12 años.
Desde que en 1998 el María Luisa echara el cierre no hubo más que promesas incumplidas por parte de la administración y de quienes la gobernaban, fueran del signo que fueran. Cuando arreciaban malos tiempos los políticos de turno, con su alcalde a la cabeza, decían que en Mérida ya había suficientes teatros (a excepción del Romano, de escasa raigambre popular, no había ninguno, salvo que se considerara como tal el centro cultural Alcazaba, algo que evidentemente no era un teatro), o calificaban a quienes se concentraban el 27 de marzo como “progresistas de segunda fila” o “un puñado de culturetas”. Sin embargo, cuando se hacían de nuevo promesas o venían mensajes de esperanza desde las altas esferas -léase Ministerio de Cultura y Gobierno de España-, todos aquellos políticos y políticas corrían a ponerse las medallas.
Desde 2019 se está llevando a cabo la restauración del Teatro Cine María Luisa, cofinanciada entre el Ministerio de Fomento (55%) y el Ayuntamiento de Mérida (45%), por un valor de 3.316.894,91 euros. Las obras, debido a la pandemia provocada por la Covid-19, han sufrido bastantes retrasos. Habrá quien crea que esta restauración es producto del interés de algunos profesionales de la política por salvaguardar el patrimonio de Mérida. Sin embargo, a quienes se ha visto a las puertas de este teatro año tras año, llueva o truene, en soledad o en compañía, con micrófono o sin él, ha sido a un grupo de vecinos y vecinas amantes del arte sin más, conscientes de que el patrimonio que ha de protegerse no solo es el que se guarda en vitrinas o en museos, sino también el que forma parte de la memoria familiar, emocional, cultural de un pueblo.
A quienes se ha visto a las puertas de este teatro año tras año, llueva o truene, en soledad o en compañía, con micrófono o sin él, ha sido a un grupo de vecinos y vecinas amantes del arteTienen nombres y apellidos que no figurarán nunca en placas de mármol o inscripciones de reconocimiento a las puertas del Cine María Luisa, cuando por fin se abra al público anónimo que siempre acogió, el de las entradas baratas que gusta más de ir al cine que a los museos. Como las de don Quijote, sus batallas fueron contra molinos de viento que eran gigantes en la llanura del desprecio. Su arma fue la risa y la perseverancia de una voz unánime, clamor sobre la escena de la frivolidad de los gobiernos. Tal vez, por fin y como nos dice Javier de Torres, estemos ante lo que es una historia con final feliz. Puro Teatro de la Vida.