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Sanidad pública
¡Exprópiese!
25 de mayo, mañana primaveral. Brilla el sol y canturrean los pajaricos. Buen momento para hacer la compra. Cojo el ascensor, meditabundo, aunque el zumbido de los acúfenos me impide concentrarme. Veo el buzón abarrotado. Propaganda de grandes superficies, un panfleto de alguien que compra oro y un par de sobres. Los abro. Mala suerte: New Left Review y Viento Sur. ¿Cuánto llevarán ahí? A punto de perder toda esperanza, tropiezo con una octavilla. Busco la distancia mágica en que la miopía y la presbicia se anulan mutuamente. Profesor Mamadou: resolver todo tipo de problemas, resultados muy positivos, 100% garantizado. Por fin algo útil. Voy leyendo camino del ultramarinos. Cruzo una pequeña zona verde ligeramente elevada, y al reincorporarme al terrazo blanco y granate, me trastabillo con una baldosa rota, pero el que tropieza y no cae avanza dos pasos. Me pongo en la cola. Paso la lengua por la muela de juicio que se está montando sobre la pieza dental anterior. Quitar hechizo de mal de ojo, dolor de cabeza, curar cualquier problema de amor. Me toca. Guardo el papel en el bolsillo, por si acaso. Dos cabezas de ajo, media docena de plátanos, un empaste, barra y media de pan, unas hojitas de estramonio...
como necesites gafas graduadas, un puente en la boca, o un sonotone, ya puedes entrar en el banco con una media de seda en la cabeza, un objeto contundente en la mano y pegar cuatro gritos
Tenemos una de los mejores Servicios Públicos de Salud del mundo, sí, pero como necesites gafas graduadas, un puente en la boca, o un sonotone, ya puedes entrar en el banco con una media de seda en la cabeza, un objeto contundente en la mano y pegar cuatro gritos. Eso, o dejar de leer por las noches, sujetarte el trozo de muela con Loctite, y comprar la trompetilla de Edadepiedrix en el rastro.
25 de mayo, un rato más tarde. Me siento en un banco. Veo tirado en el suelo, por el hueco que queda entre los listones de madera, el suplemento dominical de un diario generalista. Lo ojeo. Me detengo en el reportaje Tercera edad, época de oportunidades. Los protagonistas visten de blanco y sujetan enormes bolsos veraniegos beiges y lapislázulis. Miran al infinito intensamente. En una foto hay un señor haciendo el spagat. Busco el retoque de Photoshop pero no lo encuentro. En otra panorámica, un grupo sonriente bebe cubatas en un espigón de madera desvencijado. El brillo de sus dentaduras provoca un reflejo especular que me deslumbra. Me pongo las gafas de sol. Sé feliz y no mires a costa de quién. Tengo que volver a correr si quiero llegar a los cuatrocientos cincuenta y dos años fresco como una lechuga.
Tenemos uno de los mejores Servicios Públicos de Salud del mundo, sí, pero quita de ahí casi todas las residencias, que están privatizadas y se han convertido en talegos-aparcamientos entre la penúltima y la última estación.
26 de mayo, por la noche. Mi proveedor habitual me pasa el enlace de una nota del Gobierno de Progreso de Navarra. Vamos a pagar cerca de cuatro millones de euros a la sanidad privada por los servicios prestados durante el mes de abril, incluido un plus sobre las tarifas habituales, dadas las circunstancias excepcionales. Por qué será que no me sorprende. Imagino que en la Comunidad Autónoma Vasca será parecido. Para contrastar, llamo a un amigo anarquista, celador en el Complejo Hospitalario de Navarra. Me habla de rescate de la sanidad privada, le contesto que suena a propaganda bolchevique. Me aclara que él es más de la Primera Internacional y que, hasta el 22 de mayo, los centros privados de la Comunidad Foral habían atendido a 352 pacientes y el sistema público a más de 1.500. Titular: no se han llegado a emplear todos los recursos públicos. De hecho, no se ha utilizado Retena, el Ifema foral, ni se ha usado el hospital de campaña que se montó en el sótano de Urgencias. Cuando la sanidad privada tenía las constantes vitales más planas que la curva del coronavirus en mayo, el Gobierno de Progreso le ha hecho una transfusión de casi cuatro millones. Por el momento, nadie ha propuesto colgar a la consejera de Sanidad de los pulgares, en uno de los txistus de la Plaza de la Paz.
Tenemos uno de los mejores Servicios Públicos de Salud del mundo, sí, pero quita de ahí casi todas las residencias, que están privatizadas
Tenemos uno de los mejores Servicios Públicos de Salud del mundo, sí, pero una cosa son enfermeras, conserjes, celadores, limpiadoras, anestesistas, auxiliares, doctoras y médicos especialistas, y otra políticos profesionales, direcciones y jefaturas. No hay que politizar la administración pero, como siempre, lo primero es garantizar las tasas de beneficio de las élites locales, por lo civil o por lo militar. Le doy las gracias a mi amigo y cuelgo.
28 de mayo, hora de la siesta. Acaba de presentarse una plataforma que denuncia el modelo económico basado en el ladrillo. Por insostenible, por incompatible con la vida, y porque no garantiza la universalidad del derecho a la salud. Intuyo a algunos sospechosos habituales en la fotografía de la concentración. Me llega otro comunicado de un sindicato abertzale que denuncia a la Dirección de Cuidados de Enfermería del Complejo Hospitalario de Navarra: están denegando permisos al personal sanitario para cuidar a sus familiares. Todo esto con un gobierno que pone los cuerpos en el centro.
Tenemos uno de los mejores Servicios Públicos de Salud del mundo, sí, pero que no cuida bien ni las personas pequeñas ni a las personas sabias, y que es muy inaccesible para las que limpian culos y recogen tomates. Y más ahora, con las calles llenas de militares y policías.
—Hola, señor polichía, ya que acaba de subirse a la acera con su vehículo y ha frenado a veinte centímetros de mi rodilla, ¿sería tan amable de indicarme la dirección para ir al Centro de Salud?
—No faltaba más, señor inmigrante, ¿ve usted esta furgoneta con barrotes?
—Bonitas furgonetas tienen ustedes, señor polichía.
—No lo sabe usted bien, señor inmigrante, acompáñeme, que se la voy a enseñar por dentro.
28 de mayo, medianoche. Cojo papel y bolígrafo, es hora de ordenar ideas y tomar decisiones. Homeopatía para bajar la tripa. Medicina tradicional china para la caída del cabello. Ayurveda para quitar las verrugas del hombro. Cuarzoterapia con amatistas en la frente y en los sobacos para dejar de oír voces en la ducha. Discos de mancuernas para alargar las partes nobles... no acabo de verlo claro. Lo tacho. Me doy cuenta de que no tengo dinero suficiente. Tampoco lo tendré para pagar una residencia cuando sea mayor. Da igual, porque nadie quiere acabar ahí después de leer El arte de volar y El ala rota. Viviré con mis camaradas, hasta que la muerte nos separe. Tendremos dentaduras postizas con luces de colores que parpadearán cuando sonriamos y que se apagarán cuando guiñemos el ojo. Jugaremos al parchís con las pastillas del ambulatorio, con concupiscencia y con The Passenger sonando a todo volumen. Chángala. Me como la azul, cuento veinte, tú te comes las amarillas, subimos en bragas y calzoncillos al Auñamendi, tiramos la llave a la Sima de San Martín, y el último que apague la luz.
Los botiquines domésticos de las personas mayores son bazares tristes, y sus almanaques un galimatías de productos, dosis y horarios
Tenemos uno de los mejores Servicios Públicos de Salud del mundo, sí, pero la salud mental sigue basándose en una farmacopea desempoderante. Los botiquines domésticos de las personas mayores son bazares tristes, y sus almanaques un galimatías de productos, dosis y horarios, más tenebrosos que las pulsiones profundas de los políticos profesionales. Y mejor no sigo, que hoy no me he tomado la medicación. Amets ederrak egiteko ere gogorik ez.
31 de mayo, tengo una epifanía mientras doy una paseo con la bici: ¡exprópiese! Clínicas dentales, ortodoncias, oculistas, otorrinolaringólogos, fábricas de gafas, talleres de mascarillas, empresas de respiradores, farmacéuticas, laboratorios, mutuas, servicios de ayuda en carretera, ambulancias, facultades de medicina, clínicas, hospitales, servicios de limpieza, subcontratas de catering, residencias, tanatorios, funerarias... ¡Exprópiese! A la mayor brevedad, y con las migajas que ofrecen los faraones cuando expulsan a la gente de su casa para construir pantanos y autopistas.
Pero no puedo lanzar la piedra y esconder la mano. Alguien tiene que dar el primer paso. ¿Qué haría el Profesor Mamadou en estas circunstancias? Vuelvo a casa, meto en la mochila el material de escalada y las cáscaras de plátano del cubo marrón, y me voy a comprar un bote de spray y un par de gallinas. Media hora después, y flanqueado por las aves, que cuelgan de sendas farolas, el eufónico lema bolivariano preside la entrada de la Clínica Universitaria del Opus de Pamplona. Veo que dos guardias de seguridad hablan entre ellos y me señalan. Uno de ellos echa a correr hacía mí. Lanzo las cáscaras de plátano a mi alrededor, meto el pie derecho en el calapié y espero a que se acerque. Carraspeo y toso, hace días que perdí el olfato, pero esto me huele a que la chispa ha prendido la pradera.