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Salud mental
¿Qué hacer con los regalos que le hiciste a alguien que ha muerto?
Nadie te explica qué hacer cuando un familiar ha muerto. Inmediatamente después, digo. Cada vez se habla más del necesario duelo, de la aceptación de la pérdida, del tiempo que tenemos que darnos para superarlo y se exige un margen social más grande para poder reponernos. Qué necesario es esto, pero, ¿y antes? Las pocas referencias que tenemos de la muerte, de cómo muere una persona, vienen muchas veces de la ficción. El cine o la literatura relatan escenas en las que sabemos que esa persona va a morir. La respiración se entrecorta, se acelera, se dificulta. Unas últimas palabras, tal vez, una música que anuncia el fin. Pero cuando te expones a esta situación, ¡sorpresa!, puede ocurrir de una manera muy diferente. Tanto que al no tener estas señales, te puedes sentir estúpida cuando llega el momento y no lo reconoces como tal. Así me sentí yo.
Y es que esa falta de referentes, de naturalización de la muerte, por la que pasaremos todas y todos, puede generar más trauma que el fallecimiento en sí. El personal sanitario lo sabe y, por eso, en una planta de terminales o de geriatría se esfuerzan al máximo en ser lo más comunicativos posibles. “Este fármaco es para esto”, “este tratamiento puede provocar esta reacción”, “ahora nuestro objetivo es que no haya dolor”. Hay un esfuerzo palpable por acompañar a paciente y familiares, incluso en tiempos del covid, donde el permiso de las visitas se ve drásticamente mermado. Una persona por paciente. Si está muy grave el enfermo, puede que faciliten el acceso las 24 horas, pero solo una persona por paciente. En esa situación, en la soledad de la habitación de un hospital puede que con tu familiar enfermo incluso sedado, gestionar que ha llegado la muerte puede ser más difícil aún. No tienes referentes de cómo será ‘el momento’. Las enfermeras y auxiliares acompañan lo que pueden (porque sigue faltando personal sanitario, mires donde mires). Y no tienes el apoyo de otro allegado para saber qué está pasando.
Respetuosas siempre, las sanitarias te dejan con el fallecido en la habitación ‘a solas’. Habrá quien tenga que llorar, despedirse. Pero habrá quien ya no tenga más lágrimas y no sepa qué hacer
Otra cosa que no aparece en las películas es el momento de después. Joan Didion describe muy bien en su libro El año del pensamiento mágico cómo quedó el salón de su casa después de que los sanitarios intentaran salvar la vida a su marido. Didion narra cómo tuvo que enfrentarse a la idea de que su marido había muerto, de que tenía que encargarse del papeleo y de limpiar la escena. Así, de golpe. Nunca vemos eso en las películas. Tampoco en las series te muestran qué debes hacer mientras esperas en la habitación de un hospital a que la funeraria se encargue después de certificar la muerte de tu ser querido y comunicar a los demás lo que acaba de pasar. Respetuosas siempre, las sanitarias te dejan con el fallecido en la habitación ‘a solas’. Habrá quien tenga que llorar, despedirse. Pero habrá quien ya no tenga más lágrimas y no sepa qué hacer. Mirar por la ventana, recoger los enseres, mirar el móvil una y otra vez. Al contrario que en la ficción, esa elipsis reparadora que te sitúa en el tanatorio o el entierro no llega. Incluso diría que el tiempo pasa más despacio.
Un descanso que parece no llegar ya que, después de todo el proceso funerario, toca hacerse cargo de lo que el que ya no está ha dejado tras de sí. Sus pertenencias
Claro que no tiene nada que ver si la muerte es por una larga enfermedad o por accidente. Que la persona que fallece fuera mayor o un adolescente. En muchos casos, los pasos protocolarios de la muerte salvan vidas. La despedida, el ritual, el velatorio, los pésames. Pero antes de todo eso, ¿sabes que debes elegir qué ropa lleva el fallecido? ¿Si el ataúd estará abierto o cerrado? ¿Qué pondrá en las cintas de las coronas de flores? ¿A quién y cómo convoco a venir al tanatorio? No entro en otras decisiones como la donación de órganos o si será entierro o incineración, algo que todo el mundo en vida debería tener claro y en conocimiento de sus allegados. El papeleo, la burocracia, el estar alerta para que no te la cuelen (sí, pasa), puede hacer que el dolor se retrase. “Cuando todo pase, ya descansarás”. Un descanso que parece no llegar ya que, después de todo el proceso funerario, toca hacerse cargo de lo que el que ya no está ha dejado tras de sí. Sus pertenencias.
Puede ser la parte más dura para muchos. No se me ocurre referencia más ligera pero actual de este momento: cuando Carrie Bradshaw intenta recoger las cosas de Big y se acaba cambiando de piso en la secuela de Sexo en Nueva York. Todos podemos tener la idea de quedarnos con un jersey que huela como ella, para recordarla. De quedarnos con ese juego de cartas que siempre tenía él, como si fijáramos su presencia. Pero más allá de la nostalgia llega la practicidad: ¿qué hacemos con los regalos que una vez le hicimos a esas personas que ya no están? ¿Tiramos esa foto de sus nietos que le regalaron la pasada navidad? ¿Devolvemos a su amigo la taza que le regaló con una frase ingeniosa? ¿Donamos el libro con dedicatorio que le regaló su hermana por su cumpleaños? Incluso, puede que nos encontremos con un regalo de Reyes que nunca pudo llegar a abrir. Insisto, ¿qué hacemos con esos regalos que les regalamos? Como este, mil detalles que no tenemos porque nos faltan referentes. Porque seguimos pasando por la vida como si la muerte no existiera, como si no fuera parte de la vida, como si nunca fuéramos a estar expuestos a ella. Y eso puede dejar más dolor que la propia muerte.