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Salud mental
“Hartas de sentir”: ¿estamos yendo más allá de la salud mental?
Llevo unos días pensando en una pintada que vi en la calle: “Estoy harta de sentir”. El malestar que recoge esta frase puede deberse a muchos factores diferentes. Pero no da ninguna pista. No dice “estoy harta de sentir depresión”, “estoy harta de sentir incomprensión por parte de mi familia”, “estoy harta de sentir los efectos secundarios de los psicofármacos”, “estoy harta de que mi pareja me maltrate” o “estoy harta de sentir que mi vida no es lo que yo quiero que sea”. Por otra parte, la pintada no solo es importante por su posible significado, sino también por el modo de expresión elegido.
La artífice podría haber hecho un cartel, una publicación en redes sociales, un tatuaje o una canción, también podría habérsela expresado a un grupo de amistades, a sus familiares o a su terapeuta (si tiene), pero consideró que su lugar era otro: la acera ancha de una avenida muy concurrida de la ciudad de Valencia, como si tuviese más prisa por escribirla que miedo por que la pillara la policía.
Sea como sea, lo cierto es que la pintada no proporciona un análisis definido ni sigue ninguna escuela terapéutica, no quiere adscribirse a una escuela de pensamiento “psi” ni tampoco encajar con un discurso activista. Está fuera de las categorías habituales de la salud mental y de los modos de pensar disponibles, y sin embargo, es evidente que hay un sufrimiento que está ahí, de manera indudable, en bruto.
Pese al desconcierto inicial, lo más probable es que la mayor parte de quienes se encuentren con ella intenten interpretarla desde las perspectivas ya conocidas. Podemos elucubrar sobre cuatro de las lecturas más probables: (1) la persona pasa por un momento dramático; (2) está sola, sin un espacio en el que poder hablar sobre lo que siente para recibir apoyo; (3) tiene algún tipo de trastorno, diagnosticado o por diagnosticar, y toma, o debería tomar, medicación; y (4) pintar en la calle es el modo que ha encontrado de “sacar” fuera de sí un malestar profundo.
Se habla más que nunca de ella: la salud mental ha pasado de ser un territorio marginal a ocupar un espacio central en nuestra sociedad
Si bien estas interpretaciones pueden ser perfectamente acertadas, en realidad muestran una forma de pensar concreta y específica sobre el sufrimiento, asentada sobre la noción de salud mental y los discursos e ideas que la componen. Y no habría ningún problema si no fuese porque esta noción está en un momento agridulce. Por una parte, se habla más que nunca de ella: la salud mental ha pasado de ser un territorio marginal a ocupar un espacio central en nuestra sociedad. Pero por otra, esta misma visibilidad está mostrando sus puntos ciegos: la reciente eclosión de malestares y formas de expresarlos dan cuenta de que padecer es una experiencia mucho más compleja de lo que se estaba planteando.
Se me ocurren algunas interpretaciones alternativas a las cuatro mencionadas, con el fin de ejemplificar otros puntos de vista posibles y de dar paso a nuevas interpretaciones fuera de los discursos convencionales. Respecto al dramatismo, podríamos responder que no todo lo relacionado con el malestar psíquico o emocional ha de ser descrito, necesariamente, con desgarro e intensidad. De hecho, si nos paramos a pensar en la frase de la pintada, el dramatismo puede ser un añadido nuestro, en tanto es perfectamente posible pensar que se trata del fruto de un largo y relativamente calmado proceso reflexivo.
Respecto al individualismo, no hay nada que nos haga pensar que dicha persona esté sola, ni en el momento de realizar la pintada, ni en la vida en general. Tampoco hay nada que indique que se trata de una necesidad individual y puramente personal, ya que su intención también puede ser la de intervenir sobre lo público y colectivo.
Es probable que la autora considerase adecuado compartir este dolor precisamente porque quería que la sociedad no se olvidase de que, en su seno, hay personas padeciendo. También es posible que hiciese la pintada acompañada por un entorno comprensivo y consciente de que esta amiga no debía cargar con su sufrimiento como si la sociedad no existiese, es decir, siendo conocedor de la necesidad de que las heridas salpiquen. Desde este punto de vista, la pintada cobra otros significados: un alegato a favor de poner en común lo que nos pasa, una frase de apoyo para cualquier desconocida que lo necesite o invitar al viandante medio a cuidar de su gente, por poner algunos ejemplos.
Respecto a la idea de que la persona estará trastornada y/o medicada, podríamos señalar que no todo malestar puede clasificarse en un diagnóstico y que este último no explica la complejidad del sufrimiento. Decir que se trata de alguien con depresión o Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), solo nos lleva a clausurar la reflexión, dificultando la apertura a otras posibilidades. Es probable que la persona no tenga ningún diagnóstico, o que lo tenga y no le haya servido de mucho. De hecho, la propia pintada podría ser una manera de nombrar su padecimiento más allá de los términos clínicos, usando un lenguaje propio que, ciertamente, interpela a todo el mundo. En una palabra, diagnosticar no siempre significa entender, no diagnosticar no siempre significa no entender.
Y respecto a la idea de que la pintada es una manera de “sacar” el sufrimiento, podríamos señalar que, efectivamente, el malestar está en nuestro interior, pero también es producto de la interacción con el mundo exterior: otras personas, el lugar en el que se vive, la situación económica, el trabajo, la familia, las amistades, etc. Quizás, ahora que se está demoliendo el miedo a hablar sobre afectos y sufrimientos, ya no se trata tanto de “sacarlos” como de ponerlos en el lugar que les corresponde, no es tanto un “hacerlo salir” como una manera coherente de evidenciar que también están fuera. Por eso, cada vez conversamos más sobre nuestros padecimientos. La pintada, desde este punto de vista, sería la continuación de esta conversación por otros medios.
Quizás halla algo en esta ciudad [Valencia] relacionado con el “sentir” que altera los estados anímicos. Yo, por mi parte, que vivo en ella, siempre he percibido un manto de silencio y sopor muy difícil de rasgar
Pero además de proponer otras maneras de interpretar esta pintada, también me gustaría atender a las vías de reflexión que abre, y que quedan obstruidas si nos conformamos con las lecturas habituales. Se me ocurren un par de ejemplos relacionados con la ciudad. En primer lugar, preguntar sobre por qué está en Valencia y no en Segovia, Jaén o Barcelona. Quizás halla algo en esta ciudad relacionado con el “sentir” que altera los estados anímicos. Yo, por mi parte, que vivo en ella, siempre he percibido un manto de silencio y sopor muy difícil de rasgar.
Pero más allá de mi experiencia, Valencia es para mucha gente una urbe de cartón piedra, una ciudad-sonrisa que solo muestra interés por lo festivo, seguro y repetitivo. Todas las ciudades hacen sufrir, pero quizás Valencia lo hace de una manera que lleva a las que están “hartas de sentir” a pintar su hartazgo en la calle, para ver si alguien da cuenta de todo esto. Seguramente, en otros sitios necesitarán otras cosas, por lo que sería interesante saber cómo interacciona cada urbe con el malestar que alberga.
En segundo lugar, resulta interesante preguntarse por qué esta persona decidió hacer solamente una pintada y no una decena, o un centenar. Puede que considerase que con una era suficiente, o quería que funcionase a modo de invitación. Si por un momento imaginamos que se normaliza la práctica de que cada cual escribe en la calle aquello de lo que padece, nos queda lo diametralmente opuesto a una ciudad-sonrisa, tal y como la hemos descrito anteriormente. O lo contrario a una ciudad dormitorio, en la que cada cual se lleva su dolor a su casa y se repone para acudir al trabajo al día siguiente. Pasaría a ser una ciudad-queja, donde el sufrimiento ocupa un lugar en el espacio público proporcional al espacio que ocupa en nuestra vida. O una ciudad-insomnio, donde no se duerme si no es tras sentir que lo que nos pasa ha sido cuidado y escuchado. Sería interesante observar qué dinámicas relacionales, culturales y políticas cambiarían. Como llamamiento, entonces, la pintada resulta más que sugerente.
Podríamos detenernos a pensar en muchas otras cuestiones, como por ejemplo, reflexionar sobre el hecho de que la pintada esté escrita en femenino, o sobre si tiene sentido multar a alguien por hacer una pintada de estas características. Pero la idea principal que yo quería transmitir es que si no ampliamos nuestros modos de comprensión y reflexión, nuestro pensamiento reproducirá de manera automática una cultura de la salud mental todavía por reinventar, compuesta por un conglomerado de ideas que cubre una parte de las posibilidades abiertas por el malestar, pero que dejan sin explicar el resto y no van más allá. Lo interesante de la pintada es que no encaja en ninguno de los modelos previos, no podemos pensarla, y cuando lo hacemos, caemos en los lugares comunes, los tópicos y la poca imaginación. Se me puede reprochar que se trata de un fenómeno anecdótico, y sería cierto, pero creo que simboliza bien el hecho, cada vez más frecuente, de que se den actos y circunstancias relacionados con el padecimiento que quedan fuera de todo mapa. En primer lugar, quedan fuera los “nuevos” malestares. Por ejemplo, la llamada disforia de género, el sufrimiento por causas políticas, el sentimiento de “fin del mundo”, el miedo por el cambio climático, las adicciones a la pornografía o a la comida basura, las emociones derivadas de los nuevos modos de relacionarse sexoafectivamente, etc.
En segundo lugar, quedan fuera los “viejos” malestares, ya codificados, pero que se están saliendo de sus casillas. Por ejemplo, los múltiples significados que se le están dando a los conceptos de ansiedad o depresión, el creciente fenómeno de las personas que se autodiagnostican o los movimientos de activismo en salud mental como el Orgullo Loco o los escuchadores de voces. Y en tercer lugar, también quedan fuera los malestares que están “por venir”, derivados de un mundo cambiante que implica aflicciones aún desconocidas y de una manera de comprenderlas que cada vez se acerca más a la subjetividad y se aleja de la clasificación. La reciente centralidad de la noción de malestar está agrandando el desencaje entre los modos de expresar la infelicidad y los marcos de comprensión de la salud mental. En realidad, se trata de un desencaje que ha estado presente de manera permanente, el padecimiento siempre ha sido una realidad infinitamente compleja, diversa y subjetiva; la diferencia es que en la actualidad se hace más evidente. Es necesario ser conscientes de ello y hacer del malestar una conversación social, habitual e imaginativa. En este sentido, una pintada puede no significar nada, o puede significarlo todo.
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...Me hago preguntas parecidas, me respondo con reflexiones similares a las del del autor, D. Javier. Pero también puedo entender, e intentar explicar, el porqué del detenimiento e interés del hallazgo: "Estoy harta de sentir". Sobrepasando el contenido de la frase, se entiende que inesperadamente sea un mensaje único. En un mundo que replica mensajes en miles de pantallas, firmados por individuos de los que no importa el nombre, la identidad... porque todos son voceros de relatos programados, de tópicos manoseados, viajando de mente desatenta a mente desatenta, vaciando palabras y conceptos de tanto usarlos, frases que forman escritos de describen el mundo para hacerlo más borroso, consignas, explicaciones de una supuesta verdad, tan repetida ... Todo tan vacuo, tan escaso de sustancia, y a la vez saciante hasta el hartazgo por su rebozado grasiento, tanta exhibición de lo tremendo, cada día puntualmente, hasta el desgaste de cualquier sensibilidad, tanto repaso de nuestras miserias en frio y rítmico scroll de titulares sin fin... Yo también empiezo a estar harta de sentir.