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Represión
El infiltrado en el 15M que rompió los movimientos sociales de Sevilla
Luis era el vértice que unía la personalidad del policía y la del activista del 15M que fingió ser. Mantener el nombre era un detalle pequeño, pero importante para evitar equívocos cotidianos y sospechas prematuras sobre su identidad. Esa prevención no evitó los riesgos que suponía infiltrar a un policía en la misma ciudad en la que había crecido y estudiado, donde fácilmente podía ser reconocido. Pero a Luis le acompañó la suerte desde el principio. El primer día que apareció en una asamblea, se colocó al lado de un chico con rasgos parecidos a los suyos —los dos rubios y con los ojos claros—, y ese gesto azaroso llevó a muchos a pensar que eran familia. Desde entonces ellos se llamaron primos para mantener la broma.
A partir de ahí, su cara se convirtió en una de las habituales de las asambleas vinculadas al 15M y, con el paso de las semanas, su presencia se extendió a otros movimientos más cerrados; para entonces ya había burlado el celo inicial y pudo moverse con facilidad en centros sociales, en espacios anarquistas y, en su última etapa, en las corralas —edificios abandonados pertenecientes a bancos y ocupados por familias desahuciadas—.
“Entonces entraba mucha gente nueva. Yo misma no había estado metida en política nunca antes. De hecho, el grupo que estuvimos más cerca de Luis nos conocimos todos en el 15M”
Una de las activistas del 15M en Sevilla, Elena Cayeiro, recuerda que “su entrada fue muy natural. Entonces entraba mucha gente nueva. Yo misma no había estado metida en política nunca antes. De hecho, el grupo que estuvimos más cerca de Luis nos conocimos todos en el 15M y éramos gente muy diversa: algunas participaban en acciones directas y otras solo participaban en asambleas. La entrada entonces era muy fácil, tan fácil como participar”.
Durante nueve meses frecuentó a diario estos espacios, se acercó y convivió con los activistas y, en las últimas semanas, con las familias de las corralas. Cuentan que hablaba poco, que nunca bebía alcohol y que se mostraba siempre “dispuesto a escuchar un problema, una queja”, asegura Elena. “Era callado, pero poco a poco se fue introduciendo y participaba también en las acciones. Me acuerdo perfectamente que durante la huelga fue él quien puso silicona en la cerradura del banco que había en la Ronda de Capuchinos”, recuerda la activista. Juanjo García, del movimiento de la vivienda en Sevilla, señala que eran llamativas algunas de sus propuestas: “En las reuniones preparatorias del Primero de Mayo de ese año, Luis propuso que la manifestación de los sindicatos alternativos y movimientos sociales tuviera un recorrido opuesto al de los sindicatos mayoritarios para generar un encontronazo. Evidentemente, la propuesta se rechazó”.
“Fue duro. Sentí mi intimidad violada. Fueron muchas horas con él y lo consideraba mi amigo, le conté cosas muy personales y me jode que eso esté grabado”
Fueron nueve meses. “Un parto doloroso”, dice Diego Cruz, otro de los activistas del movimiento de la vivienda que estuvo más cerca del policía en ese tiempo. Habla de él con pena, reconoce que se sintió traicionado y dolido hasta el punto de entrar en una depresión que arrastraría durante más de un año. Compartió con él confidencias y recuerdos. “Lo curioso es que contaba casi la verdad de su vida. Él decía que sus padres eran ciegos y luego supimos que, efectivamente, lo son. Contaba que había estado en Barcelona estudiando y volvió a Sevilla. Cuando lo conseguimos identificar, hablamos con sus compañeros de la discoteca Antique que nos dijeron que era un trepa. Yo localicé sus oposiciones. Y conseguimos averiguarlo porque esta ciudad no deja de ser un pueblo grande”, relata Diego. “Fue duro. Sentí mi intimidad violada. Fueron muchas horas con él y lo consideraba mi amigo, le conté cosas muy personales y me jode que eso esté grabado. En la huelga general de marzo de 2012, detuvieron a un compañero por su culpa cuando tratamos de cortar el tráfico al estilo de los astilleros de Cádiz. Me sentí muy responsable”, recuerda. “Yo puedo entender que te infiltres en una red de tráfico de personas, ahí sí estás haciendo una cosa buena, pero aquí no, aquí estaba jodiendo a quienes estábamos intentando hacer cosas buenas”, continúa el activista por el derecho a la vivienda. “Por eso nos resistíamos a creer que pudiera ser policía”, concluye.
Luis —el nombre fue el único dato real de su DNI falso—, a diferencia del policía infiltrado en Barcelona destapado por La Directa, nunca mantuvo relaciones sexuales con ninguno de los y las activistas de los que recababa información. “Y pudo tenerlas porque se generaron muchos momentos de intimidad, pero nunca quiso”, insiste una de sus compañeras del movimiento anti-carcelario, que prefiere no revelar su nombre. Meses después de que Luis fuera descubierto y desapareciera de sus vidas, ella, una de sus mayores confidentes en los movimientos de Sevilla, fue detenida mientras colgaba una pancarta en el Puente de Triana. Años más tarde, durante el juicio en el que fue acusada de hacer una pintada en la fachada de la sede del PP de Sevilla —del que salió absuelta—, quedó evidenciado que había estado sometida a seguimiento policial. Para ella, todo está conectado, y la vigilancia comenzó cuando Luis entró en su vida como informador.
El 1 de junio, fue el último día en que Luis se relacionó con “sus compañeros” del 15M de Sevilla. Durante nueve meses había conseguido esquivar su pasado. Ni compañeros de su etapa de estudiante ni de su etapa de camarero en una discoteca de la ciudad, cuando se preparaba las oposiciones para policía, lo habían identificado. Pero en mayo, varias personas lo reconocieron. Entre quienes dieron el aviso, el periodista Gregorio Verdugo, que reveló en la Comisión de Vivienda que la pareja de un compañero lo había reconocido como policía del municipio sevillano de Morón de la Frontera. “Lo descubrimos durante un acto del 15M. Creo recordar que fue el primer aniversario en las Setas —el lugar donde se ubicó la acampada en Sevilla—. Avisamos a Diego y a la gente del Punto de Información de Vivienda y Encuentro (PIVE) de Triana. Lo publicamos también en Sevilla Report, un periódico digital que fundamos y que ya no existe. Luego supimos que seguía viviendo donde siempre”.
Cuando le descubrieron, dos policías nacionales motorizados los pararon y se lo llevaron. Luis dejó allí su bicicleta. “Luego la sorteamos”, recuerdan
Ese día, el 1 de junio, su círculo más cercano en el activismo le preguntó a bocajarro si los rumores eran verdad, si era policía. Lo negó, enseñó un DNI al que le faltaban datos y aceptó ser acompañado a la que se suponía era su casa. En el rocambolesco trayecto, dos policías nacionales motorizados los pararon a él y a Diego Cruz. “Nos identificaron y me dijeron que se lo tenían que llevar porque estaba en búsqueda”. Los agentes se llevaron a Luis, que se dejó allí su bicicleta. “Luego la sorteamos”. Nunca más lo volvieron a ver en una asamblea.
“Nos costó creerlo”, recuerda Elena Cayeiro. “Y a partir de ahí se creó una gran paranoia. En las asambleas estudiantiles en el Rectorado se echaba a gente si no te conocía nadie. Fue un tiempo donde muchos pensaron en dejarlo. Yo decidí parar”.
“El ambiente cambió radicalmente, la gente empezó a ver fantasmas en todos lados”
La sombra de Luis ya era muy alargada. Las sospechas y recelos se instalaron en los movimientos sociales por donde había pasado. Algunos preguntaban cómo quienes estaban más cerca de él no se habían dado cuenta de que era policía si casi nunca hablaba de su vida ni llevaba a nadie a su casa. Otros miraban alrededor con la duda ya inoculada. “El ambiente cambió radicalmente, la gente empezó a ver fantasmas en todos lados”. Así lo recuerda Antonio Moreno, otro de los activistas del movimiento de la vivienda. “El 15M se había producido en un ambiente de respaldo social por lo que estábamos haciendo. No teníamos actividad violenta, no hacíamos nada que hiciera pensar que hubiera un infiltrado entre nosotros. Entramos en el Centro Social Okupado Merkado Provisional [antiguo mercado de abastos], que llevaba mucho tiempo abandonado. Iniciamos todo el proceso de las corralas, que era realojar a familias desahuciadas en edificios abandonados por los bancos y las entidades de crédito. En la época pre-Luis gozábamos de respaldo social. Los camareros del bar cercano al Merkado nos traían café porque estaban muy de acuerdo con que diéramos vida a este espacio lleno de ratas. Partíamos de una situación muy amigable, se hablaba de la gestión del espacio okupado casi a puertas abiertas; después de Luis todo eso cambió. Y el impacto se empezó a ver, sobre todo, años después”.
“Muchos decidieron dejar el 15M por el miedo que se generó —relata Antonio—, otros continuamos pero vivimos un tiempo muy doloroso bajo sospecha. En mi caso alguien empezó a preguntarse ‘de dónde ha salido el tío este que hasta hace un año no lo conocía nadie y ahora está en todos lados’, y se me hizo un juicio sumarísimo donde se me acusaba de manera indirecta de ser policía infiltrado, y entonces decido entregar las llaves del Centro Social Okupado Andanza en el que tanto trabajo había dejado. Y eso fue más de un año después de lo de Luis”, afirma Antonio. “Nunca había visto en un movimiento social acusar sin pruebas a alguien de ser policía infiltrado, y eso se explica por la paranoia colectiva que se había creado”. Después de eso, Antonio estuvo dos años alejado del activismo social.
Diego Cruz lo recuerda con bochorno: “A partir de ahí se generó una paranoia compartida. A Antonio le hicimos pasar un quinario, y también a mucha gente nueva, de la que ya se sospechaba porque no confiábamos”, afirma. “No sé si fue por esto, pero durante más de un año el activismo en Sevilla sufrió un bajonazo”.
Las ‘listas negras’
El abogado Luis de los Santos apunta otra consecuencia importante del paso del infiltrado por los movimientos sociales de Sevilla: los ficheros policiales se llenaron de información sobre gente nueva que había llegado al activismo a través del 15M. Una renovación de las llamadas listas negras. “El 15M había multiplicado a la gente en la calle y la policía quería saber cómo se estaban organizando esos nuevos movimientos. Esa es la explicación que yo encuentro a que infiltraran a un policía en las asambleas”, señala.
Luis de los Santos apunta que es un buen momento para pedir que “se regulen esas zonas grises… porque un agente encubierto vigila con orden judicial a delincuentes, pero un policía infiltrado informa sobre ciudadanos en base, solo, a su ideología. Y eso, desde mi análisis jurídico, es ilegal”
Luis de los Santos cree que, tras el caso del policía infiltrado en Barcelona, es un buen momento para poner en cuestión estos procesos, y pedir que “se regulen esas zonas grises… porque un agente encubierto vigila con orden judicial a delincuentes, pero un policía infiltrado informa sobre ciudadanos en base, solo, a su ideología. Y eso, desde mi análisis jurídico, es ilegal”.
No era la primera vez que se hablaba de esas listas en Sevilla ni en Andalucía. El abogado recuerda que su existencia “fue admitida en juicios como el de la Red de Estudiantes Anti Lou en Sevilla en 2011” o el del “represaliado de la Velá en Córdoba en 2013”. Dos años después, en 2015, el Juzgado de Instrucción número 1 de Granada investigó a cuatro agentes de la Policía Nacional por el uso de las listas negras para multar a manifestantes del 15M, aunque sin atribuirles ningún delito concreto. Un caso que finalmente quedó archivado, recuerda Ariana Sánchez, de Stop Represión Granada, pero que supuso un trabajo ingente del 15M granadino después de ganar más del 80 por ciento de los contenciosos por multas a activistas; unas multas que habían interpuesto cinco agentes de la Brigada de Información “a través de identificación visual a personas que, salvo un solo caso, no estaban en el fichero PERPOL (fichero de personas de interés policial)”. Eso hizo sospechar que los policías que ponían esas multas eran infiltrados en el propio movimiento, aclara la integrante de Stop Represión.
En el caso de Luis y el 15M de Sevilla, Elena Cayeiro apunta a una relación directa entre el infiltrado y las detenciones que se produjeron en los meses posteriores, lo que generó miedo a que les endilgaran delitos que no habían cometido. “Muchos decidimos parar por el temor a que se nos acusara de cualquier cosa. Para nosotras fue la certificación de que existían las famosas listas negras”, puntualiza Elena.
Más allá del impacto en lo personal, emocional y en la organización social, Antonio Moreno, apunta a otro daño: “Una de las cosas más dolorosas fue constatar que, con lo difícil que es tejer redes solidarias, lo fácil que fue destruir todo este trabajo sin ningún propósito positivo. Por eso digo que quien más perdió fue el barrio”.
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A ver si en la nueva versión que haya de la mordaza prohíben estas infiltraciones vergonzosas. Y ver también se si castigan por ilegales. Y a ver si se va empequeñeciendo y democratizando la policía.