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Personas refugiadas
Por breñas y picachos: a 80 años del exilio español
En la noche del 22 al 23 de febrero de 1939, Juliette Figuères, propietaria de una mercería de artículos de punto enfrente del Hotel Bougnol-Quintana de Collioure, cosió la bandera tricolor de la España republicana que envolvería al día siguiente el ataúd de Antonio Machado. Se cumplen ahora 80 años.
En la noche del 22 al 23 de febrero de 1939, Juliette Figuères, propietaria de una mercería de artículos de punto enfrente del Hotel Bougnol-Quintana de Collioure, cosió la bandera tricolor de la España republicana que envolvería al día siguiente el ataúd de Antonio Machado.
El dato lo da Jacques Issorel en Últimos días en Collioure, 1939, donde hay un pormenorizado relato de las últimas horas de Machado y de la ayuda que a él y a su familia le prestaron los vecinos de esta localidad francesa. Los testimonios directos reflejan la disposición de Jacques Baills, el jefe de la estación que les indicó dónde podían hospedarse cuando llegaron en tren a Colliure el 28 de enero, y la hospitalidad de la dueña del hotel, madame Quintana, quien les facilitó dos habitaciones: una para Antonio y Ana Ruiz, su madre, y otra para su hermano José y la esposa de este, Matea. Todo ello sin cobrar de antemano y a pesar de que los huéspedes recién llegados le advirtieron de que no sabían si podrían pagar la estancia.
Las anécdotas y datos más que emotivos abundan en este libro de Issorel, de cuya edición francesa de 1982 bebe Ian Gibson (Ligero de equipaje) para relatar el viaje hacia el exilio que tuvo que emprender el poeta en compañía de su familia y otros intelectuales el 23 de enero, cuando salió antes de la madrugada de Barcelona vestido con su mejor traje, “uno azul marino, limpio y bien planchado”, y un maletín lleno de papeles que tendría que abandonar después en el camino. Barcelona había sido bombardeada 28 veces en las últimas cincuenta horas por la aviación italo-alemana y el frente estaba a menos de 30 kilómetros de la ciudad.
El motivo de que los hermanos José y Antonio Machado no bajaran a veces a comer juntos en el hotel se debía a que apenas tenían ropa
Al enterarse de que el motivo de que los hermanos José y Antonio Machado no bajaran a veces a comer juntos en el hotel se debía a que apenas tenían ropa, y “el día en que uno de los dos lava la camisa, espera a que el otro acabe la comida y suba para bajar a su vez”. Juliette Figuères, la propietaria de la mercería, les dio calzoncillos, calcetines, camisas y ropa para la mujer de José, Matea. “Y estaban encantados”.
Toda esta hospitalidad de los vecinos y vecinas de Colliure contrasta con el maltrato que a pocos kilómetros de allí, en los campos de concentración de Argelès-sur-Mer y de Saint-Cyprien, se les dispensaría a los más de 180.000 refugiados españoles recluidos. El mismo Castillo Real de Colliure se convirtió en prisión preventiva de republicanos españoles, cuyas torres seguramente llegó a ver Antonio Machado, sin saber que de intramuros de esa fortaleza, hoy día visitable, saldrían con un permiso especial los doce soldados españoles, pertenecientes a la Segunda Brigada de Caballería del Ejército español, quienes llevarían a hombros su ataúd, turnándose en dos grupos de seis (Ian Gibson).
Las penurias de Machado y familia, su declive personal, las adversas vicisitudes de su último viaje, son conocidas por lo que dejaron escrito muchos de los que le acompañaron. Corpus Barga, que tuvo que llevar a la madre de Machado en brazos, exhausta, para atravesar la frontera, lo contó en varios artículos de prensa. Joaquín Xirau, sobre cuya obra en catalán escribiría Machado uno de sus últimos artículos, nos dejó un hermoso y sentido relato pormenorizado desde su salida de Barcelona hasta su despedida, cuando desde la ventanilla del tren le vio por última vez en la estación de Colliure, “siempre del brazo de su hermano, camino del pueblo…”. Joaquín Xirau escribió este relato, Por una senda clara (mal citado, por cierto, tanto en la autoría como en el título por Andrés Trapiello en Las armas y las letras), en París, en marzo de 1939, tomando el título del poema escrito en 1915 por Antonio Machado en Baeza en honor a la muerte de Francisco Giner de los Ríos, cuyos primeros versos dicen:
Aparte de la última carta escrita por Antonio Machado a José Bergamín y fechada en Colliure el 9 de febrero de 1939, consta también lo relatado por José Machado, su hermano, en diversos artículos, cartas y testimonios. A él se debe que el cuerpo de Antonio Machado jamás fuera repatriado, a pesar de los intentos durante el franquismo por parte de algunas autoridades españolas e intelectuales. “Il n´y a pas de patrie sans liberté republicaine”, dejó manifestado José Machado, cuyo legado mantuvieron sus depositarios, Marcel Bataillon, José Giner Pantoja y Paul Combeau. Los embates para repatriar a Antonio Machado, símbolo del exilio español y de la vergüenza de las potencias europeas en relación al triunfo fascista en nuestro país, perduran en el tiempo. Como le recordó Antonio Muñoz Molina en 2004 a José Luis Rodríguez Zapatero, ante un nuevo intento del Gobierno, entonces del PSOE, por traer los restos de Antonio Machado, parafraseando uno de sus versos, “Sólo la tierra en que se muere es nuestra” (La tierra en que se muere, Antonio Muñoz Molina, El País, 15 de marzo de 2014).
Los embates para repatriar a Antonio Machado, símbolo del exilio español y de la vergüenza de las potencias europeas en relación al triunfo fascista en nuestro país, perduran en el tiempo
La noche del 27 de enero se abrió la frontera franco-española, a pesar de las reticencias del gabinete de Édouard Deladier, ministro y jefe del Gobierno francés, del Partido Radical Socialista (centro-izquierda), quien no tardaría en reconocer al Gobierno de Franco y mandar como embajador a Petain, que poco después se significaría leal colaboracionista de la Alemania nazi. La Cruz Roja francesa no asistió a los refugiados. Solo la Cruz Roja suiza y algunas congregaciones religiosas cuáqueras prestaron ayuda en la entrada de ancianos, mujeres y niños, principalmente. Mientras tanto, el 1 de febrero la República convocó las últimas Cortes en suelo español, en las caballerizas del castillo de San Fernando, en Figueras, asistiendo solo 64 de los 473 diputados. Finalmente, gracias a la presión de una parte de la ciudadanía y de la prensa francesa de izquierdas, el 10 de febrero de 1939 las fuerzas militares republicanas que quedaban del X Cuerpo en el sector Norte de Cataluña pudieron cruzar, desarmados, la frontera por cuatro puntos simultáneamente: por Bourg-Madame, por la Tour de Carol, por Oseja y por el puente internacional de Llivia.
Aquella retirada fue protegida por la 26ª División del Ejército Popular de la República, la antigua Columna Durruti integrada por los anarquistas que habían parado el avance fascista en Madrid en noviembre de 1936, en la Casa de Campo. Ellos fueron de los últimos en cruzar. Ramón Liarte, integrante de la Columna como jefe de frontera, contó en Entre la revolución y la guerra, de su trilogía Los pasos del tiempo, que una sección de soldados franceses, “al ver pasar aquellas fuerzas llenas de hidalguía y rebosantes de dignidad, tuvo que presentarles armas y rendirles honores”. Llevaban a cuestas 30 meses de lucha contra el fascismo y les aguardaban aún cinco años más. Miembros de esa 26ª División, antigua Columna Durruti, anarquistas, serían los primeros en entrar en París, en 1944, para liberar la ciudad.
No fue la población francesa, en su mayoría, quien trató mal a los refugiados españoles. Fue el Gobierno francés de Deladier quien les deparó los meses de infortunio y miseria en los campos de concentración. El 14 de abril de 1938 el ministro de interior Albert Sarraut pedía una acción enérgica “para liberar a nuestro país de elementos indeseables que circulan y actúan en contra de las leyes”. Poco después, en noviembre de 1938, el Gobierno francés promulga una ley sobre los “étrangers indésirables”, en la que se establece que “cualquier persona de nacionalidad extranjera sospechosa de poner en peligro la seguridad del país podría ser detenida en centros de internamiento o centros especializados debido a sus antecedentes penales y su actividad considerada demasiado peligrosa para la seguridad nacional”. Dos meses más tarde se levantaría el primer campo de concentración para refugiados, en Rieucros, en un terreno montañoso cerca de Mende.
Miembros de esa 26ª División, antigua Columna Durruti, anarquistas, serían los primeros en entrar en París, en 1944, para liberar la ciudad
Enrique Díez-Canedo, poeta nacido en Badajoz y de raíces familiares extremeñas, políglota, gran erudito, también exiliado, no reconocido aún como se merece, escribió un hermoso poema poco conocido a la muerte de Machado titulado La frontera. Elegía a Antonio Machado. En él unos versos dicen:
Los demonios de tez negra, los soldados coloniales marroquíes y senegaleses adscritos al ejército francés, levantaban en los campos de concentración el resquemor de una población que huía de la barbarie del Cuerpo del Ejército Marroquí, los “moros” de Franco.
Aquel “enero sin nombre”, como lo llamó Max Aub, autor de Campo Francés, cuarta entrega de El Laberinto mágico, quien cruzó por Port Bou junto con André Malraux y el equipo de rodaje de Sierra de Teruel, contempló el exilio de cerca de 500.000 personas derrotadas, entre ellos 5.000 brigadistas, aterradas por el cada vez más cercano ruido del frente y los raids de la aviación Cóndor, en prueba de nuevo armamento de guerra sobre la población que huía. La incertidumbre, el miedo a quedar atrapados, estaban en la mente de quienes se agolpaban a este lado de la frontera y eran tratados literalmente a palos por la policía senegalesa o la gendarmerie francesa. Muchos murieron de frío, algunos se suicidaron y otros, acuciados por el hambre, se dieron la vuelta dispuestos a caer en manos de los fascistas que les perseguían.
Tanto el Gobierno francés como algunos partidos políticos alentaron el odio y el rechazo a la población refugiada. Los insultos a los españoles más usuales eran Vermine!, Racaille! Sale race! Assasins! Voleurs! Canailles! Rouges! (¡Parásitos! ¡Chusma! ¡Escoria! ¡Asesinos! ¡Ladrones! ¡Canallas! ¡Rojos!). Vicente Fillol, refugiado en el campo de Argelés, narra en Los perdedores cómo algunos franceses iban a hacer turismo a los campos de concentración, a ver a los vencidos: “Éramos los rojillos, de los que tanto habían hablado los periódicos de todo el mundo”, “a veces nos tiraban mendrugos de pan, como si estuviéramos en un zoológico”.
Vicente Fillol, refugiado en el campo de Argelés, narra en Los perdedores cómo algunos franceses iban a hacer turismo a los campos de concentración, a ver a los vencidos
El grito más oído, y más odiado, era el de los policías senegaleses y los gendarmes franceses, Allez, allez!, como recuerda otro trasterrado, Juan Jesús González Ruiz en Huyendo del fascismo (edición de Julián Olivares). En este libro se cita los versos que compuso Celso Amieva (seudónimo de José María Álvarez Posada) en La almohada de arena, un relato de los meses en los campos de Barcarès y de Saint-Cyprien, donde el techo era el cielo, el suelo la arena y el mar la puerta:
José Machado narró que en su viaje de huida recalaron en algún que otro lugar donde no les quisieron dar ni agua para beber. No obstante, la hospitalidad les acogió en Colliure. El 18 de febrero de 1939, apenas cuatro días antes de la muerte de Antonio, el intelectual francés Jean Cassou publicaba en el periódico L´Humanité, Organe central du Parti Communiste FranÇais, un artículo, Bienvenue à Antonio Machado, en el que avisaba de la presencia en tierra de Francia, en calidad de refugiado, de uno de los mayores poetas europeos. En el artículo se dirigía a Antonio Machado y se lamentaba de que “esta Francia ingrata ha perdido la memoria y ya no se acuerda de cómo un país noble ha de dar la bienvenida a los héroes vencidos”. Recordaba a los miles deportados de la Comuna francesa y finalizaba su artículo:
“Antonio Machado, mon maître, mon ami, vous dont je sais les vers par coeur el que j´aime comme j´aime les plus grands poètes francais, comme j´aime Baudelaire et Verlaine, j´ai honte et je vous demande pardon”. (Antonio Machado, mi maestro, mi amigo, cuyos versos conozco de corazón y a quien amo como amo a los más grandes poetas franceses, como amo a Baudelaire y a Verlaine, yo me avergüenzo y te pido perdón).
Este colaboracionismo del Gobierno francés con la Europa fascista del momento, no tiene mucho que envidiar a la Europa actual en la cuestión de los refugiados
Vergüenza fue el sentimiento que acompañó a muchos franceses y francesas cuando supieron de la muerte de Antonio Machado y de la suerte de los refugiados españoles. Los periódicos Le Populaire y L´Humanité dieron la noticia el 24 de febrero de 1939, dos días después. La necrológica de Le Populaire acababa diciendo que su nombre sobreviviría en el tiempo mientras que los de Deladier, Bonnet y Berard serían olvidados por la Historia. Bonnet era el Ministro de Exteriores de Deladier y Berard fue el senador francés designado para negociar con Franco el reconocimiento de la España fascista, lo que se plasmó en el conocido y vergonzoso Acuerdo Bérard-Jordana el 25 de febrero de 1939. Este colaboracionismo del Gobierno francés con la Europa fascista del momento, no tiene mucho que envidiar a la Europa actual en la cuestión de los refugiados.
Jean Cassou fue uno de los primeros en acudir al sepelio de Antonio Machado en Colliure. Nada más conocer la muerte propuso a la familia enterrar al poeta español en París, con los honores que se merecía. Sin embargo, la familia, con José convertido en albacea, declinó la oferta por considerar que Antonio hubiera querido ser enterrado de modo humilde, sin grandes ceremonias. A los dos días murió su madre, Ana Ruiz.
Quedó allí enterrado, en un nicho prestado por una familia amiga de madame Quintana, junto al mar Mediterráneo, el mismo mar donde en estos últimos 16 años han muerto 35.597 inmigrantes, hombres, mujeres y niños, cuyos nombres y apellidos se pueden leer en The List (La Lista), un amplio listado elaborado por la artista turca Banu Cennetoglu que, en grandes paneles, recorre las capitales de Europa. Son muchos más los desaparecidos, los muertos en el camino, cuyos nombres e historia jamás conoceremos, porque el nuestro es un país donde también el Gobierno, los gobiernos, abandona a los refugiados a su suerte, olvidando su propia historia y la de los últimos días de Antonio Machado, a pesar de los homenajes que le pueda dedicar. A todos ellos, a esa población refugiada, como hiciera Jean Cassou hace ahora 80 años a causa de la vergüenza que sentía por trato tan miserable, yo les pido perdón.