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Política
Lamernos las heridas (Oda a la militancia)
Compañeras, pienso en vosotras a menudo.
Cuando me planteé escribir este artículo fue el momento en el que decidí dejar de llamarlo artículo, es un aviso a navegantes para las personas que surfean este texto cargado de sentimientos: esto no es un artículo, es una carta a mis compañeras. Es un sentimiento que quizá solo compartamos los que hemos estado en espacios de militancia política —e incluso habría que ver qué espacios lo aportan y cuáles no—. Creo que poca gente comienza la lucha política para ganar amistades, pero es difícil no encontrar a nadie en el camino.
Al andar hacemos camino, pero también construimos alternativas, comunidades, redes. Quizá ahí está la clave de lo que he vivido en un año de construcción política: la comprensión de la tan manoseada cita “lo personal es político”. Hoy sé que nuestros cuerpos se protegen de su estado de crisis permanente en el deseo de los mundos nuevos que se construyen en estos espacios.
Hoy sé que nuestros cuerpos se protegen de su estado de crisis permanente en el deseo de los mundos nuevos que se construyen en estos espacios
Es difícil demostrar a qué me refiero con esto, pero lo intentaré. Marx descubre en una crítica magistral a los derechos humanos al verdadero sujeto de la sociedad burguesa: el hombre egoísta. La sociedad burguesa o, mejor, el individuo de la sociedad burguesa, no se construye en la sociedad con los otros, sino que se construye en la sociedad sobre todo a pesar de los otros. El principio máximo de la sociedad como la plantea Marx es que la sociedad capitalista garantice el egoísmo.
Cuando se agota la creatividad política que nos permite transformar la historia, solo queda el agotamiento y la angustia individual. Entrar en una organización política, tomarte un café con tus compañeras, ayuda a romper el mito del individuo apolítico que encumbra nuestro sistema: pareciera que en nuestra capacidad política somos simplemente un ser alegórico, moral, que cuando más desclasada está nuestra esencia, más desnuda sentimos nuestra naturalidad. Sin embargo, al hablar con tus compañeras te das cuenta de que, en nuestro pensamiento político, en el momento de tender puentes entre lo personal y lo político, es cuando más tiernos somos, es cuando despertamos esa ternura revolucionaria que decía el Che.
Cuando se agota la creatividad política que nos permite transformar la historia, solo queda el agotamiento y la angustia individual (...) Tomarte un café con tus compañeras, ayuda a romper el mito del individuo apolítico que encumbra nuestro sistema
“Así me he apasionado por la vida a través de la lucha de la clase obrera. Pero cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando nunca se había querido a nadie, ni siquiera a la familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante, no iba a esterilizar y reducir a puro hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad revolucionaria? he pensado en eso, y he vuelto a pensarlo en estos días porque he pensado mucho en ti, que has entrado en mi vida y me has abierto el amor, me has dado lo que me había faltado siempre y me hacía a menudo malo y torvo”.
A mí, como a Gramsci, se me haría hoy imposible construir sin amar a aquellas personas individuales que se juntaron para formar una comunidad y abrigarnos en los chispazos que surgen de la esperanza de crear en compañía. Se me haría imposible construir sin aquellas personas que a través del anticapitalismo más profundamente arraigado en el corazón me enseñaron que los cuidados no son una teoría abstracta, sino una praxis diaria. Fue en espacios de militancia donde comprendí que había un hilo infecto de la clase dominante que nos ahogaba hasta impedirnos cuidar de los demás. Son mis compañeras las que eliminaron todo lo que había de malo y torvo en mí, las que dieron una praxis y un sentido a muchos textos que he escrito y estarían vacíos de significado sin la capacidad de comprender cómo la política se construye día a día en nombre del más profundo presente, tanto, así como el sufrimiento.
Se me haría imposible construir sin aquellas personas que a través del anticapitalismo más profundamente arraigado en el corazón me enseñaron que los cuidados no son una teoría abstracta, sino una praxis diaria
A mí, como una persona relacionada de una manera u otra teóricamente con el sufrimiento psíquico, se me ha acusado constantemente de iluso por las acusaciones de pretender un mundo sin sufrimiento. Responder a estas acusaciones conllevaría no más de un par de líneas, pero creo que no hay nada más iluso que el hombre egoísta: aquel que cree que mientras la guerra, la enfermedad y la muerte no lo alcancen, será feliz, sin darse cuenta de que, hablando con el novelista Rafael Chirbes en una de las más preciosas lecciones que me ha enseñado una compañera, el verdadero problema está en que la miseria no nos deja querernos.
Esto pretende, sí, ser una carta a mis compañeras, quizá la más personal que he escrito nunca, pero tiene también un trasfondo: pretende ser una forma de animaros a construir en espacios políticos, desde la posición de que imaginar mundos nuevos no es solo una forma de teorizar, de despertar los cadáveres de la historia y sacarlos de paseo (aunque resulta necesario), sino también una forma política de relacionarte con las compañeras, contigo mismo y con tu sufrimiento.
Si hoy el hombre egoísta es incapaz de ser feliz es porque está solo, y solo es capaz de enfrentarse al mundo del sí mismo, porque no hay un más allá fuera del mercenarismo y el salvacionismo más absoluto, y porque la mano que me tienden me hunde en las heladas aguas del cálculo egoísta. Imaginar mundos nuevos no solo es esperanzador, también es necesario. Antes dije, en una cita encubierta a Voloshinov, que cuando la creatividad de la historia se agotaba solo quedaba consumirse en la angustia. Hoy la angustia reina en el mundo y parece que también es una prisión gris que impide recuperar esa imaginación política. Invirtiendo la fórmula de Bruno Bauer: esta carta quiere hacer comprender que el militante debe participar en los padecimientos de la sociedad, debe conocer y regodearse en la amistad, el odio y el recelo porque es imposible construir sin las pasiones que te muevan por un mundo nuevo.
Esta carta quiere hacer comprender que el militante debe participar en los padecimientos de la sociedad, debe conocer y regodearse en la amistad, el odio y el recelo porque es imposible construir sin las pasiones que te muevan por un mundo nuevo
Por esto, a veces, los espacios políticos se nos presentan como heterotopías. En una preciosa sesión de radio, Foucault define estos lugares como barcos o islas, en contacto con el mundo, pero aislados en su esencia: son lugares con normas especiales, con tiempos diferentes, con espacios extraños. Para mí en gran parte hay mucho de eso en mi espacio político. Cuando leí esa sesión de radio me llamó la atención que en un momento hablaba sobre la posibilidad de heterotopías con puertas abiertas, heterotopías de las que entrar y salir, un prado en el que el tiempo pasa lento y se respira la tranquilidad y el sosiego extraños para la ciudad neoliberal, que son, en parte, una heterotopía a cielo descubierto. Tengo la certeza de que hay mucho de eso en esos espacios políticos, en muchas organizaciones.
¿Por qué creo que hay mucho de eso en las organizaciones? Aquí viene la respuesta a la desoladora acusación de construir un mundo sin sufrimiento. A mí la militancia me sirvió para romper con ese hombre egoísta del que hablaba Marx, me ayudó a comprender que el sufrimiento jamás se iría, pero que puede ser sanado en común —¿se os ocurre un futuro mejor?—. Me ayudó a comprender que hay que construir un horizonte de interdependencia que es políticamente necesario y humanamente posible porque lo llenaron de significado. Por resumirlo en un par de líneas, ya que aseguré antes que así lo respondería: me ayudó a llegar a la conclusión de que volvería a llorar, pero no volvería a hacerlo solo.