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“La Surada es un viento del sur por impropio perturbador, inquietante, extraordinario, una discusión al lugar hegemónico del viento del norte, algo así como decirle al mar que se esté quieto, un momento, y escuche, escuche, escuche. La Surada es ese instante mínimo de silencio, y luego la vorágine de voces, voces de cuerpos, voces de memorias, voces de instrumentos, incluso voces de voces para pedir un momento de escucha, escucha, escucha….a la intemperie”. Así describe el poeta vasco Pablo Müller La Surada. Pero, ¿de qué surada habla?
Las gentes de Santander (Cantabria) saben que la surada climatológica puede tener consecuencias por culpa del efecto Foehn, viento catabático que en en otras latitudes se conoce como cierzo, poniente o levante.
Unas consecuencias, aparentemente, pequeñas: dolor de cabeza, mal rollo, un poco de locura al pairo de ese viento seco y fuerte que golpea la Bahía sin piedad. Otras, inmensas: trenes parados por árboles que se postran a su paso, aeropuerto cerrado porque no se han inventado aparatos para luchar contra la revuelta del viento, o, en el peor de los casos, incendios nacidos minúsculos que la surada hace gigantes capaces de arrasar ciudades, como ocurrió en la madrugada del 15 al 16 de febrero de 1941 en este Santander reconstruido a punta de vientos y de urbanismo falangista.
La Surada a la que se refiere Müller es la que sorprendió el año pasado al poeta colombiano Juan Manuel Roca. Maestro consagrado en su país, Roca vino invitado a la tercera edición de La Surada Poética y describía así su experiencia: “Llegué a Cantabria, a Santander, con los ojos tranquilos que se fueron llenando de asombros. Tres pasos amorosos, ir, ver y soñar, me llevaron en forma circular a encontrarme con la poesía, ese ‘pensamiento desinteresado’ y sin servidumbres, en un evento que ocurre muy a su antojo y a espaldas de cualquier llamado del desaliento, tan en boga en el mundo. La poesía crítica o, mejor aún, el espíritu crítico y libre siguen acá y allá andando por caminos inesperados, valga decir independientes. Así fue para mí el ámbito cálido de La Surada”.
Müller, por tanto, se refería a un viento sur poético capaz de disputar el espacio hegemónico de los festivales de grandes firmas y presupuestos, un viento que reta al efecto Foehn de la cultura espectáculo o espectacularizada.
Eso es lo que intenta hacer desde 2014 La Surada, un certamen organizado por el colectivo que impulsa la librería asociativa La Vorágine, y que este año va a llegar a 12 espacios diferentes de la ciudad con una veintena de poetas locales e invitados, música y propuestas para experimentar y jugar poéticamente.
Entre los invitados a esta edición hay poetas especiales, los de los barrios Cueto y Cisneros, que, después de pasar por laboratorios poéticos incendiados por el hacedor de versos cántabro cántabro Vicente Gutiérrez Escudero, se la van a jugar en las denominadas Descargas, leyendo sus poemas al lado de autores y autoras consagrados en vientos tan pocos consagrados como los de la poesía de la conciencia crítica. Los poetas de barrio van a compartir micrófono y encuentro con los invitados de allende las montañas: Gonzalo Escarpa (Madrid), Pablo Macías (Cádiz), María Ángeles Pérez López (Salamanca), Enrique Falcón (Valencia), Conrado Santamaría (Burgos), Javier Arnaiz (Bilbao), Andrés de la Orden (Murcia), Rosa Silverio (República Dominicana), Manuelle Parra (Francia) y Carlos Da Aira (Galiza). De Cantabria también participarán el propio Vicente Gutiérrez, Alberto Muñoz, Alicia Villares Frías y Patricia Fernández.
Además de los laboratorios poéticos y las tres grandes Descargas, la Surada programa encuentros íntimos bajo el título de Palabra Amanecida y siembras poéticas en institutos denominadas ¡Poeta lo serás tú!.
También conecta memoria y poesía con la exposición Cajas Negras del Exilio, de la francesa Manuelle Parra, y un homenaje performático a los 81 españoles que murieron en el campo de internamiento de Septofonds (Francia) entre 1939 y 1940.
Múltiples encuentros cercanos para confirmar lo que asegura Inma Luna: “La poesía te da la oportunidad de ser entregada en el espacio cercano, de entrar en contacto íntimo con las personas que tienen la generosidad de escucharte, de cerrar de alguna forma ese recorrido que tiene el poema y que, desde mi punto de vista, va de afuera hacia adentro para ser devuelto a quienes pertenece, a quienes están ahí para recogerlo y completar su sentido”.
Luna ha sido una de los 47 poetas invitados en las tres ediciones anteriores de La Surada, que no ha repetido formato ni contiene certezas. “Cada año buscamos nuevas formas de acercar la poesía de la conciencia crítica a un público con ganas de dejarse sorprender”, explica Álvaro del Rincón, uno de los miembros del colectivo La Vorágine. “Hemos programado en una carpa de circo plantada junto al mar, debajo de un inmenso esqueleto de ballena, en pequeños teatros alternativos, en cafés. Creemos que La Surada tiene sentido si cada edición trae un viento diferente que nos saque de la zona de confort poético y cultural”.
La Surada también ha querido apostar cada año por otras formas de poética, como la música o la danza contemporánea. En la edición 2017, que se prolonga del 6 de octubre al 25 de noviembre, participarán músicos locales, como el trío Arrayán o el proyecto La Mala Hierba, y un invitado internacional, el ecléctico músico colombiano Edson Velandia.
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La actividad está financiada por el Ayuntamiento de Santander (PP) y la Fundación que gestiona por delegación municipal las actividades culturales de la ciudad, de la que es patrona, entre otras, la Fundación Botín (Banco de Santander). En el acto público han comparecido ante los medios la consejala de cultura (PP) y el responsable de la Fundación acompañando al representante de la asociación organizadora. Al césar lo que es del césar.