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Sesenta kilómetros Madrid, vendo ruinas, magnífico monasterio, con 4.500 metros cuadrados [de] terreno. También vendería 60.000 metros cuadrados en total. Precio todo incluido, doce millones. Escrig José Antonio, 36.
Sería en esa mañana de invierno cuando el arquitecto Mariano García Benito leería en el periódico este enigmático anuncio que cambiaría no sólo su vida, sino la suerte de toda la población, y decidía ponerse en contacto con el vendedor.
Abandonada a su suerte se encontraba una de las joyas arquitectónicas de la Comunidad de Madrid. Mezcla de los fragmentos de la historia en los que había sido construido, reunía en él estilos como el mudejar, románico cisterciense, gótico isabelino y trazos renacentistas y barrocos.
Nada más verlo quedó prendado y selló el trato de la compra rápidamente. De no haber adquirido las ruinas del monasterio, muy probablemente hubieran terminado siendo derruidas para construir chalets, como los que ya le rodeaban y junto a los que formaba parte en una urbanización.
“No pensé en hacerlo para construirme un palacio, ni mucho menos para especular. Fue un impulso del corazón. Conseguí las escrituras de la propiedad en un tiempo récord, y al verlas en mis manos tomé conciencia de la complicada tarea que tenía por delante”, declaró en un artículo posterior.
A partir de entonces se dedicó primero a su estudio y protección, hasta que consiguió que el monasterio más antiguo de la Comunidad de Madrid fuera catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC), algo para lo que tuvo que esperar hasta el año 1983.
Mientras tanto, se hizo cargo del monasterio con los medios económicos que contaba —en un principio sólo obtenía la ayuda de sus propios amigos para ello, llegando a desescombrar por su cuenta el claustro (la montonera alcanzaba los dos metros de escombros)—. Unos que sólo le permitían conservar a duras penas los elementos del monasterio.
Sus investigaciones revelan no sólo la dejadez con la que fueron tratadas las ruinas, sino el abandono absoluto en el que habrían caído de no haber sido por la actuación de García Benito.
Esfuerzo que Mariano mantendría hasta su muerte en 2012. En 2003 había propuesto al Municipio donarle el monasterio, “a título totalmente gratuito, condicionado a que el Ayuntamiento, una vez propietario del mismo, lo aportase a la constitución de una Fundación Municipal con el fin de conseguir su recuperación y rehabilitación”.
27 de abril de 1998
Avanzamos detrás de una espesa línea de chopos y nos detenemos junto al puente.
El edificio permanece enigmático y lejano, nos sentamos sobre unas piedras mientras el profesor nos cuenta la verdad.
Este monasterio es muy antiguo —empieza—, de la época del Císter, en la Edad Media.
Yo le escucho atentamente aunque todo me suena a bruma.
Cuando vuelvo la mirada de nuevo hacia la torre que está junto a la portada una figura aparece sobre una de las ventanas, mirando fijamente.
Me invade un terror agudo. Cuando se lo comento a mis compañeros ellos se vuelven con cara de miedo, pero también divertidos. A la segunda vista podemos distinguir otro monje, que parece cerrar una puerta.
—¿Pero ahí vive alguien?
— Sí. Su dueño— Nos responde el profesor.
Y nadie más.
Se me hace un nudo en la garganta, pero no dejo de mirar el edificio, rodeado de pinos.
No será hasta más tarde cuando descubra que no es más que un trampantojo pintado por el propio Mariano, que hace honor a sus propias historias de fantasmas.
“El monasterio debía de ser muy famoso por el siglo XVI en la zona de Toledo, porque aquí vino a refugiarse un pintor y escultor que se llamaba Rafael de León. Había tenido un ataque de celos. Había matado a su propio aprendiz porque creía que su mujer le estaba engañando con él. Así que, para librarse de la justicia, se hizo fraile. Trabajando ya aquí en el monasterio, haciendo la sillería, tuvo la noticia de que su esposa se estaba muriendo de peste en Toledo. Allí fue a verla. Cuando murió, se cree que fue enterrada en el monasterio. Las noches de luna llena, sobre todo, se oyen cantos de mujer”.
Aún hoy, se mantiene la leyenda: sillas caídas, objetos cambiados de sitio y los cantos de la que llaman “Doña Elvira”.
Durante muchos años el monasterio adquirió un aire de imperturbable misterio, que continuó con el tiempo, haciéndose historia misma de nuestro crecimiento, Siendo tan testigo nuestro como nosotros lo éramos a su vez del florecimiento de sus ruinas. Haciendo descubrirnos mirándolo, esperando que el monje se mueva. A que el monje comience el movimiento de la historia.
1150
Según el Tumbo del Monasterio de Santa María de Valdeiglesias, ese año se dispuso la primera piedra del templo en el valle gracias a que el monarca Alfonso VIII se había interesado por el lugar, poblado anteriormente por una comunidad de monjes y eremitas.
Esto se hizo siguiendo la estricta regla de la nueva orden monacal fundada por Bernardo de Claraval, de la que Alfonso VIII era impulsor, y que suponía una renovación basada en la reforma gregoriana del panorama monástico planteado por la Orden de Cluny. El enclave, que ha sido un valle eremitario desde la época visigoda, sería el lugar indicado donde esta filial del Císter perteneciente a Claraval establecería el cenobio, puesto que cumplía con los requisitos de la orden: lugar apartado de poblaciones, boscoso, con tierra fértil y una cercana fuente de agua.
“El monasterio se construirá de tal manera que todo lo necesario, es decir, el agua, el molino y el huerto, esté en el interior del monasterio y allí se ejerzan diferentes oficios”.
Había sido entregado a los monjes cistercienses del Monasterio de La Espina (Valladolid) que iniciaron la obra por la cabecera del templo con el carácter austero que era obligatorio en la orden cisterciense: sobrio y falto de decoración. La obra debía estar muy avanzada cuando en 1258 un incendio destruyó casi toda la construcción, salvo la cabecera que aún se conserva hoy en día y que es uno de los elementos arquitectónicos más destacables del monasterio.
A partir de ese momento, la estructura de la iglesia seguirá el modelo gótico —como puede apreciarse en la bóveda de crucería del ábside—, añadiéndose posteriormente elementos renacentistas en la fachada. Además, hay elementos gótico isabelino y barrocos que conviven con los restos románicos y mudéjares supervivientes en la zona del lavatorio y el claustro.
Será entre la mitad del siglo XIII y el siglo XVI cuando el monasterio alcance su máximo esplendor, económico, social y artístico. Debido en buena parte a la incorporación del monasterio por parte de Fray Martín de Vargas al final del siglo XIV a la Regular Observancia de Castilla, que permitió su autonomía sin dependencia del Capítulo del Císter en Francia.
Su auge extendió el cultivo y roturación de los campos del valle del Alberche, abrió canteras para la construcción de edificios, creó granjas —adquirió algunas otras de lugares tan alejados como Alarza (Cáceres)— y agrupó trabajadores y criados a sus expensas, cumpliendo la característica cisterciense del autoabastecimiento.
En estos buenos tiempos llegó a aglutinar a una población de 400 monjes y aproximadamente 2.000 seglares vinculados al monasterio.
Cuestión que dará lugar a conflictos y pleitos no sólo entre los pobladores del valle y la comunidad monástica a lo largo de los siglos, llegando a las armas en una escena digna de novela de Ken Follet.
A partir de esta infinidad de pleitos y la pérdida de poder sobre la villa de San Martín, se procedió a nombrar villa de Pelayos a “unas casas-cortijos que el convento tenía para sus mozos de labor, carretas y ganados”.
7 de abril-12 de julio de 2018
Para entrar dentro del edificio hay que atravesar el bosque de pinos que enmarca el recinto del monasterio. Avanzamos hacia dentro y todos los relatos que rodean al lugar se mezclan con el ambiente. El edificio acusa la gran cantidad de incendios que tuvo que soportar y su estructura también se ve baqueteada por el abandono que sufrió desde la desamortización. Los recuerdos — los ajenos, los que nos pertenecen— se mezclan con la mampostería descarnada de las paredes, con la ampulosidad que dan los enormes bloques de piedra granítica que aún quedan imperturbables, junto a los esqueletos de la estructura.
“Han tenido que sellar la mampostería, que cada vez que llovía se deshacía más y más haciendo que los muros de carga, al no tener ese apoyo, caigan. Todo esto se realiza casi de forma artesanal, así que se tarda muchísimo”, comenta el alcalde de Pelayos, Antonio Sin, señalando los arreglos realizados en el ábside, junto a la llamada Puerta de los Muertos, lugar prioritario.
Desde 2011, las partidas para los trabajos de restauración del Monasterio son más bien modestas, sobre todo para un pueblo pequeño como es el de Pelayos. El millón de presupuesto que podría haber llegado gracias a la ley del 1% cultural se perdió por no por no presentar un proyecto para el monasterio en tiempo y forma desde la Comunidad de Madrid.
Aunque, como informa la sobrina de Mariano y presidenta de la asociación del monasterio, Ana Muñoz está llegando más dinero desde los fondos Feder, con los que se ha podido reconstruir —gracias a la ayuda de las fotos— el arco del claustro que se había caído, bajo la dirección del premiado arquitecto Ignacio Barceló de Torres y la consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid.
A pesar de que aún le queda un buen trecho para la restauración completa, los trabajos de restauración están avanzando.
El valor del monasterio es prácticamente incalculable. La pregunta clave no sólo reside en cómo llegó hasta este estado de olvido, sino en cómo éste se ha perpetuado hasta casi nuestros días, a excepción de algunas iniciativas como la que realizó Antonio Ponz en la época de la Ilustración.
El monasterio más antiguo de la Comunidad de Madrid permaneció completamente invisibilizado después de la caída de la orden del Císter y debido a los desastres de la guerra napoleónica —añadiendo la posterior desamortización de Mendizábal—, salvo para la expropiación, expolio y venta de las numerosas obras de arte que contenía.
Algunas piezas de valor —sobre todo pictóricas— fueron llevadas al convento de La Trinidad en Madrid —desaparecido en la actualidad—, para más tarde reposar en los archivos del Museo del Prado, como las Tablas de Juan Correa de Vivar.
Obras tan importantes como la sillería del coro, realizada por el fantasmal Rafael de León o parte de la portada renacentista del Monasterio se desmantelaron y se trasladaron a la Catedral de Murcia y a la finca El Alamín en Toledo respectivamente.
En todo caso la recuperación de piezas, o su localización está resultando también una tarea ardua. Del monasterio no sólo se han sacado obras de arte pictóricas —se rumorea acerca de una pieza única como una pintura religiosa de Sofonisba Anguissola— o escultóricas: en el siglo XIX se utilizó como cantera, y de él se extrajeron también los elegantes azulejos provenientes de Toledo que adornaban sus interiores.
El investigador y exconcejal del ayuntamiento de Pelayos, Mario Cuellar que también se ha interesado en la historia del monasterio ha recopilado los vídeos y los títulos de las películas en los que el monasterio era plató de cine de algunas películas en las que actuaron actores bien conocidos como Toni Leblanc, Concha Velasco, Burt Reynolds, Rafaela Carrá o Alfredo Landa.
Pese a ello, los datos no son muy conocidos, ni siquiera en la zona.
Como Ana Muñoz recuerda: “Aquí antes de Mariano nadie puso en valor este lugar. Las cosas van poco a poco, antes con mi tío no se hacían estas cosas y ahora sin embargo se organizan visitas guiadas cada poco tiempo y cada vez viene más gente. Además estamos queriendo hacer alguna exposición sobre el monasterio”, sugiere con una sonrisa.
Mientras tanto el monasterio reposa, con su energía intacta pese al desgaste, esperando desde sus numerosas capas de tiempo a que reconstruyamos junto a él sus piezas.
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Gracias por este gran artículo. El Monasterio es una verdadera joya, ubicado en un entorno maravilloso. Gracias a Don Mariano por su gran labor, por salvar esta joya del olvido y por donarlo a Pelayos de la Presa. Y al Ayuntamiento por sus esfuerzos.
Una absoluta delicia de articulo que te deja con las ganas de visitarlo.
Cuando miro El Salto busco artículos como éste, porque se disfruta de su lectura, se obtiene información, se reconcilia uno un poco con el mundo.