Palestina
“Cada taller de Dabke es una semilla de resistencia que planto ante el borrado de la identidad de mi pueblo”

Mohammad Ali Deeb, bailarín palestino presenta su espectáculo ‘Al Fin’ que le ha llevado por más de 30 ciudades en todo el Estado español combinando su performance con talleres de Dabke
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Mohammad Ali Deeb durante su espectáculo 'Al Fin' Javier Díaz Muriana
1 jul 2024 09:25

Mohammad retuerce los dedos de los pies contra el suelo en posturas imposibles antes de cada actuación. Es parte de un ritual que empieza con una selección musical que le sitúa en su contexto cultural y le introduce al desafío que cada espectáculo implica: volver a sentirse refugiado como opción, y no como prisión, para ahondar en su propia identidad. El calentamiento termina cuando las palabras de Lora Abu Aita, su manager, le dan paso para interpretar “Al Fin”. Un espectáculo que le ha llevado por más de 30 ciudades en todo el Estado español combinando su performance con talleres de Dabke. 

En el patio trasero de la iglesia de San Lorenzo, en la ciudad de Úbeda (Jaén), Mohammad nos atiende mientras realiza el calentamiento previo a su actuación. Mientras fuma un pitillo de liar, bebe un sorbo de café solo y se quita uno de los auriculares para atendernos. Por el otro, se escucha un coro de música clásica. Resuena la intro de Los Nativos, un tema de Assala con Acapella Masreya & Fares Katrya. “Habla de la resistencia palestina en Gaza”, subraya, emocionado. La Fundación Huerta de San Antonio, que gestiona el espacio, ha logrado llenar el auditorio que espera impaciente al artista, quien nos emplaza a realizar la entrevista de forma más pausada días más tardes en la localidad granadina de Las Gabias, donde descansa brevemente entre actuación y actuación. 

El 70% de los niños en Gaza son refugiados. Sentía que necesitaba gritar, hablar con Dios para decirle ¿por qué tenemos que pagar este precio? Llevamos décadas de expulsión.

Cuéntanos. ¿Cómo surge la idea de esta performance?
Esta idea surge desde mi yo como refugiado. Yo soy refugiado palestino en Siria, pero nunca he visto mi país de origen. El país de origen del que huyeron mis padres en 1948, que son palestinos de la región de Safed, en la Galilea. Yo nací en Siria, así que también son sirio y salí de allí, de Siria, en 2013 para atender un evento de danza internacional en Argelia. Cuando quise regresar, mi hermano me dijo que temía que yo fuera arrestado por los servicios de inteligencia de Al Asad, por lo que me quedé sin posibilidad de regresar.

Y ‘Al Fin’ cuenta tu historia como refugiado
Mi historia que es la historia de todos los refugiados del mundo. El trayecto migratorio es duro. Después de dos años en Argelia, yo decido salir hacia Europa con otros refugiados palestinos más. Así que viajo a Marruecos y cuando me acerco a la valla con Melilla no nos permitían pedir asilo legalmente, por lo que no te queda otro camino que entregarte a las mafias. Una vez allí, y junto a tres familias sirias más, encontramos a un traficante que nos pedía 1.000 euros por cabeza para cruzar a Melilla. Yo iba a pagarlo, pero me dije: ¿Cómo es posible que mi teléfono sea más caro que yo? Es como ponerle precio a una vida. Así que me negué a pagarlo y finalmente lo logré, más tarde, por mi cuenta.

Ahí es donde arranca Al Fin, en Melilla. Allí trabajé con niños que habían viajado solos, que estaban en una sociedad que no les entendía y que yo, como refugiado, sí que empatizaba con ellos. Comencé a trabajar como animador con la Cruz Roja y pronto me marché a Berlín, donde vive mi hermano y donde pude volver a ser bailarín. Fue en Alemania donde pude ponerme a escribir todo lo que había vivido y donde ahondé en mis sentimientos y mi identidad como refugiado y como palestino. Allí conocí a un director de danza, y empezamos a trabajar durante dos años sobre mis escritos para llevar el texto al movimiento, al escenario.

Sin embargo, en la introducción a la performance, dices que esta historia es la historia de los niños que ahora sufren el genocidio en Gaza
Exacto. Porque es la historia de todos los niños refugiados palestinos. El 70% de los niños en Gaza son refugiados. Sentía que necesitaba gritar, hablar con Dios para decirle ¿por qué tenemos que pagar este precio? Llevamos décadas de expulsión. Yo tengo casi 40 y aún no he podido regresar a mi tierra. Y esto no es algo único de los palestinos, también de los niños en Myanmar, de México, de Sudán, en muchos puntos de África. Esto te hace sentir muy triste y este es mi objetivo con la obra: tiene que conmover a la gente. Por eso muchas personas acaban con lágrimas en los ojos, porque nuestra realidad es una realidad triste. Los niños en Gaza siguen sufriendo.

Yo intento unir todas esas líneas como refugiado, como sirio, como palestino, como todos esos niños que he conocido en mi trayecto migratorio y que simbolizo en el Handala, ese personaje que es ya el símbolo de los refugiados palestinos.

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Es una historia triste, pero que, en la última parte de la performance, introduces una parte final feliz, con un baile y una música alegre, ¿qué es lo que se celebra?, ¿a qué se debe esa parte final?
Al principio de la actuación no era solo sobre Palestina, era sobre Siria. Y representaba mi historia como un ejemplo. Porque pienso en que no hay esperanza y que nadie cuida de nosotros, los refugiados. Solo somos números para el resto de mundo. Pero como palestinos, no queremos morir en el olvido. Ellos quieren ser personas normales. Quieren celebrar la vida, quieren bailar, beber, comer cada día.

Lo que está pasando en Gaza con los niños es algo de lo que debemos hablar a diario. Yo tengo la responsabilidad de hacerlo. Y lo que nos están enseñando es que, a pesar de todo, hay gente que está trabajando con esos niños para seguir enseñándoles, para ver los partidos del Real Madrid y el Barcelona, para distraerlos de la guerra, para jugar con ellos. La forma de resistir de los palestinos nos está enseñando que aman la vida. ¿Qué necesitamos como refugiados? Tener una vida normal. Una vida que merezca la pena ser vivida. Queremos llorar la muerte por un cáncer o por un accidente de coche, no por las bombas.

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Mohammad Ali Deeb durante su espectáculo 'Al Fin'

Es lo que haces con los talleres de Dabke. ¿Por qué enseñar este baile tradicional palestino a la gente en Europa?
Quiero enseñar a la gente que tenemos una historia rica, no solo muerte y tristeza. Nosotros bailamos. Nosotros celebramos también. Nuestra danza tiene un significado muy importante porque bailamos todos juntos como si fuéramos una sola persona. Quiero mostrar este lado de Palestina a la gente.

¿Dónde aprendiste a bailar Dabke?
En el campo de refugiados de Jaramana, en Damasco, Siria. Recuerdo la primera vez: yo era un niño y estábamos en la boda de mi primo y yo estaba mirando cómo bailaban todos hasta que mi mamá me tomó de la mano y me llevó a la fila del Dabke y ahí empecé a bailar. No es algo que debas aprender, simplemente lo bailas, lo sientes, de verlo ya sabes cómo se hace. Diría que el 95% de los refugiados palestinos en Siria bailan Dabke, porque es parte de nuestra identidad como palestinos. No tenemos DNI palestino, no tenemos pasaporte palestino, no tenemos un documento que hable de nosotros como palestinos, así que, nuestra tarjeta de presentación como palestinos, es el Dabke, nuestros trajes tradicionales, nuestra comida, nuestras canciones…

Solo somos números para el resto de mundo. Pero como palestinos, no queremos morir en el olvido. Ellos quieren ser personas normales. Quieren celebrar la vida, quieren bailar, beber, comer cada día.

Has dado más de 30 talleres en todo el país y se han creado grupos de baile de Dabke por toda la geografía del Estado español.
Yo simplemente le he dado la llave a la gente para que baile de la forma más fiel a la original. Al final mi objetivo con esto es que la gente difunda el mensaje. Cada taller de Dabke es una semilla de resistencia que planto ante el borrado de la identidad de mi pueblo. Hace un tiempo vi la película “Cadena de Favores” y pensé que sería una idea maravillosa hacer algo por los demás sin esperar nada a cambio. Es un ejercicio de puro amor. Algo que actualmente escasea. La gente siempre quiere algo a cambio. Esto es para mí enseñar Dabke, una semilla que espero que germine.

¿Por qué decidiste comenzar a bailar?
Fue una coincidencia feliz. Mi amigo del cole empezó a bailar y a viajar mucho y yo lo vivía con envidia. Yo quería viajar, pero claro, para mi el baile no era ballet, era simplemente Dabke. Nosotros, ni siquiera lo llamamos un tipo de baile, usamos el dabke como verbo. “Vamos a dabkear”, no decimos “vamos a bailar dabke”.

Así que fui a verle a un show, pero la entrada era muy cara para mí. Costaba 300 liras (como 5 euros) y yo tenía 10 liras al día para ir y venir del cole que me daba mi madre. Así que cuando puede recaudar ese dinero, y para ello tuve que trabajar muy duro, fui al teatro. Cuando vi el espectáculo en seguida dije ¡Oh Dios mío, esto es para mí! Imagina ver gente saltando, vestidos espectaculares, música, colores… ¡Esto debe ser mi vida!

Seis meses después fui a una audición para entrar en la academia de baile del Enana Dance Theatre. Recuerdo que en aquel entonces yo jugaba al baloncesto y fui a la audición con mi balón. Me llamaron para decirme que estaba dentro y claro, dejé el baloncesto y mis estudios de mecánica en la Universidad y me dediqué de lleno a la danza. Lo tuve claro desde el principio.

¿Fue fácil para ti, como hombre y como refugiado, poder dedicarte al ballet?
Mi familia en ningún momento evitó que me convirtiera en lo que soy hoy en día, un bailarín. Pero es cierto que al principio no les gustó la idea de que dejara todo para dedicarme al baile. Creo que evitaron cortarme las alas porque sabían que yo era feliz. Mi principal apoyo fue mi hermano mayor, que siempre me asesoraba y me aconsejaba y también defendía mi decisión.

Claro, todo cambia cuando empiezo a viajar por todo el mundo, alojarme en hoteles de lujo, en compañías con grandes artistas de todo el mundo árabe y traigo regalos de mis viajes y también ingresos para la familia. Desde entonces todo fue más fácil.

Después de lo de Gaza todo ha cambiado mucho en Alemania. Ahora se ve mucho más clara la división entre los que son propalestinos y los que están a favor de Israel. La gente siempre ha estado ciega sobre el conflicto, el problema es que ahora están ciegos pero hablan. Y ahora no tienen miedo a mostrar su racismo

Ahora vives en Berlín y tu familia sigue en Siria. ¿No has podido regresar?
Es casi imposible para mí volver a Siria. Si me marcho pierdo los derechos que como refugiado tengo en Alemania, la posibilidad de trabajar y de viajar. Me apena no haber podido despedirme de mi padre, que falleció hace dos años. Echo mucho de menos a mi madre que no veo desde hace 12 años, pero para mí es un sueño imposible regresar al lugar donde nací.

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El bailarín Mohammad Ali Deeb Alas Alatrash

¿Qué diferencia ves entre España y Alemania al respecto de lo que está pasando en Palestina
Fue muy difícil para mí marcharme a Alemania. Cuando crucé a Melilla, de ahí fui a Málaga, de Málaga a Madrid y de Madrid volé hacia Berlín. Y yo me preguntaba ¿por qué no me quedo en España? Vosotros sois muy parecidos a nosotros en la forma de relacionarnos. En Alemania son muy estrictos y prudentes en sus relaciones sociales. Ahora comienzo a entender a la sociedad alemana, pero creo que la forma de ser tiene mucho que ver con el clima. Especialmente en Andalucía me siento como en casa. La gente tiene color, la vida es dinámica, alegre. Yo soy un bailarín, esta forma de ser es inspiradora para mí. El pasado árabe de Andalucía es un valor diferencial que nos conecta como sociedad y eso dice mucho de la capacidad de escucha de la gente de aquí, que te pregunta y quiere escuchar tu historia.

Después de lo de Gaza todo ha cambiado mucho en Alemania. Ahora se ve mucho más clara la división entre los que son propalestinos y los que están a favor de Israel. La gente siempre ha estado ciega sobre el conflicto, el problema es que ahora están ciegos pero hablan. Y ahora no tienen miedo a mostrar su racismo. Antes la gente, por educación, aunque no les gustara yo como refugiado o como palestino en Alemania, te respetaba. Ahora, desde que empezó la guerra, la gente ha empezado a hablar fuerte, te dicen “¡No eres bienvenido aquí. Si no aportas, puedes irte de nuestro país!” ¡Imagínate!

Yo he perdido a una de mis mejores amigas. Una vecina mía. Ella es una gran persona, y me ha ayudado mucho y nunca lo voy a olvidar. Pero cuando un día empezamos a hablar de que llevamos 76 años ocupados, de lo que están haciendo a nuestros niños en Gaza y de que Alemania apoya esto con sus impuestos, ella no quiso verlo. Para ella es un conflicto religioso y desde entonces no hablamos. Incluso sin mostrar mis posicionamientos al respecto, simplemente a través de mi arte, he perdido a muchos amigos por posicionarme claramente a favor de Palestina.

Resulta curioso que gente que nunca se ha interesado por los palestinos, de repente te pregunta ¿quién eres tú? Y da igual que detalles tu procedencia. Para ellos somos todos árabes que vivimos en desiertos. Es una cosmovisión que viene de los tiempos de Aladín y esas historias simplificadoras del Mundo Árabe.

¿Quién es Mohammad Ali Deeb?
Soy una persona refugiada de origen palestino. Pero para mí, mi identidad más genuina es ser refugiado. Eso me iguala a cualquier otra persona refugiada del mundo. Ser refugiado es duro, pero es lo que me hace ser humano. Mis orígenes palestinos son importantes porque son mis raíces culturales.

¿Con qué sueña Mohammad, el bailarín, pero también el refugiado?
Mi sueño es volver a ver a mi madre 12 años después. Si algún día tengo un pasaporte, intentaré ir a Gaza para trabajar con los niños. Porque se merecen que alguien les haga sonreír de nuevo después de toda esta catástrofe. También lloré por las personas mayores cuando vi las fotos del genocidio.

Cada guerra tiene víctimas y verdugos y los palestinos en Gaza son las víctimas, especialmente los niños. Supongo que este es el precio de la liberación. Si quieres pelear por la libertad, luchar, el precio es este. Pero, ¿qué pasa con los niños? Los niños merecen reír, jugar, bailar, amar, y me gustaría ir para ver tan solo a un niño en Gaza recuperar su sonrisa. Este sería mi granito de arena. Mi sueño.

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