Palestina
Asmaa Alghoul: “Cuando cese el genocidio, todo el mundo debería recorrer las calles arrasadas de Gaza”

Nacida en Rafah en 1982, la periodista y escritora Asmaa Alghoul es una de las voces palestinas más independientes. Muy crítica con Fatah y Hamás asegura que no va a permitir que sus libros sean traducidos al hebreo.
Asmaa Alghoul
Asmaa Alghoul.
21 ene 2025 05:40

Es la tarde del miércoles 15 de enero de 2025. La posibilidad de un alto el fuego que, tal vez, detenga el genocidio israelí contra Palestina nos alcanza viajando junto al equipo de Èter Edicions entre Barcelona y La Garriga, un municipio de la comarca del Vallès Oriental, donde Asmaa Alghoul presentará su libro La insubmisa de Gaza (2024) esa tarde. Va sentada delante de mí, conversando con Miguel Jelelaty, quien la acompaña como intérprete y le ofrece, además del descanso de una lengua común entre una palestina y un libanés, acceso a internet para seguir de cerca la evolución de las noticias. Mientras reviso algunas notas de su libro, tropiezo con este párrafo: “Gaza ha sido siempre rebelde. Desde Sansón. Nadie ha podido gobernarla más de veinte años. Es una ciudad loca, testaruda, adictiva, soy hija suya y me le parezco. ¡Soy yo quien ha ganado esta guerra, son mis hijos, los hijos de Gaza, porque aún estamos vivos, y yo llevo un vestido rojo!”. En ese momento, Asmaa nos confirma el avance del acuerdo que podría detener esta barbarie. Cuando nos abrazamos, le digo que estaba releyendo el final de su libro, ese fragmento que habla de la rebeldía de Gaza: “Ponlo así en la entrevista”, me responde, “significa muchas cosas”.

Sélim Nassib, periodista y escritor libanés coautor del libro, describe a Asmaa Alghoul con las siguientes palabras:

“Musulmana, creyente, secular, reducirla a su oposición a Hamás no la definiría bien. No tiene palabras suficientemente duras para fustigar la corrupción ilimitada de Al-Fatah, la inhumanidad criminal de Israel —y su crítica se extiende a las organizaciones de derechos humanos, a los movimientos feministas, a las instituciones internacionales, a Europa, a los Estados Unidos, quien más quien menos todos cómplices de un sistema corruptor que, finalmente mantiene las cosas sin cambios. ¿Con quién se alinea ella, entonces? Con los oscuros, los rebeldes, los anónimos, las personas ordinarias de Gaza”.

Con motivo de su paso por Catalunya para la gira de presentación de la edición al catalán de la mano de Èter Edicions, magníficamente traducida por Oriol Rissech, iniciamos esta conversación en la Llibreria Finestres de Barcelona con Asmaa Alghoul (Rafah, 1982), periodista y escritora palestina, defensora de los derechos humanos y madre de dos criaturas con las que reside en la localidad francesa de Toulouse desde 2016. Es autora de la antología de relatos Separación sobre cuadro negro (2006) y de L'insoumise de Gaza (2016), el volumen autobiográfico traducido ahora al catalán, escrito junto a Sélim Nassib, cuya traducción al castellano prepara igualmente Èter Edicions. En su trayectoria periodística, Alghoul ha trabajado para Al-Ayyam, Al-Monitor y la Fundación Samir Kassir. Como activista, junto a una quincena de compañeras y compañeros, fundó el movimiento secular ¡Isha! (¡Despierta!) en el año 2010, un colectivo enfrentado al cierre de escuelas mixtas y al uso obligatorio del velo en espacios laicos. Ese mismo año fue galardonada con el premio Hellman-Hammet otorgado por Human Rights Watch y recibió las primeras amenazas. Logró refugiarse temporalmente en Egipto y allí, el 17 de diciembre, la alcanzaron las imágenes de Mohamed Bouazizi, el humilde trabajador tunecino cuya inmolación impulsó la Primavera Árabe.

Los levantamientos en Túnez y Egipto, sus réplicas en Bahréin, Siria o Libia contagiaban de esperanza a los pueblos vecinos. El 15 de marzo de 2011, tanto en Gaza como en Cisjordania, la Primavera Palestina estalló en sendas manifestaciones. Cuenta una joven Alghoul,

No podíamos gritar con los otros pueblos árabes que exigíamos “la caída del régimen”, porque se trataba de “regímenes”, teníamos dos —y no llegaríamos a ningún sitio si persistía la división entre Al Fatah y Hamás. En nuestro caso, sería más bien: El pueblo quiere la unidad nacional, y fue el eslogan que adoptamos.

En ese contexto sufrió su segunda detención como represalia contra su trabajo periodístico y su activismo. A finales de 2012, la International Women’s Media Foundation reconoció su trayectoria con el premio al Valor en el Periodismo y en noviembre de ese año, tras el asesinato del líder de Hamás Ahmed Jaabari por parte de un soldado israelí, comenzaba una nueva ofensiva militar de Israel contra el pueblo palestino, la operación “Pilar de nube”. Alghoul explica en su libro:

El ejército israelí no invadió el territorio, se limitó a bombardearlo por todas partes, por tierra, mar, aire. El estruendo era incesante, un ruido espantoso que amenazaba con explotar nuestros tímpanos. Particularmente, los F16, que lanzaban bombas y misiles, realmente me aterrorizaban, e, ignoro porqué: había vivido sin temor bombardeos similares durante la guerra de 2008.

Apenas dos años más tarde, durante la operación llamada “Margen Protector”, el ejército israelí asesinó a nueve miembros de su familia. Never ask me about peace again (“no me hables de paz nunca más”) fue el grito de rabia y dolor compartido que brotó de esa sacudida irreparable. Retomando la consigna de la Primavera Palestina en reclamo a la unidad nacional, es necesario referir, tal como se recoge al inicio del recopilatorio Gaza no se calla, Gaza responde, editada por Laila El-Haddad y Refaat Alareer, asesinado en diciembre de 2023 por un bombardeo israelí, que dicho despliegue militar tenía un objetivo más inmediato identificado por algunos: el deseo de interrumpir las conversaciones de reconciliación entre Al Fatah y Hamás y de convertir Gaza en un “gueto dócil”, en palabras de Rashid Khalidi.

Cuando se publicó por primera vez, L'insoumise de Gaza no tuvo el impacto que está teniendo ahora, y es una pena que alcance repercusión a partir del genocidio

Hoy es imposible hablar de Gaza y de su gente sin denunciar, en primer término, el genocidio que el Estado colonial de Israel lleva perpetrando contra el pueblo y el territorio Palestino, el asesinato de entre 46 y 64 mil personas, si se cumplen los nefastos cálculos publicados en enero por The Lancet, que estimaban en un 41% más las muertes reportadas por las autoridades palestinas, en un régimen de violencia y muerte extendido durante casi ocho décadas que dura la ocupación. Alghoul se suma a la lista de denuncias radicales contra el genocidio y en diciembre de 2023 declara en un artículo aparecido en Le Monde: Cuando los tanques, aviones y buques de guerra de una potencia ocupante invaden Gaza, matando a más de 14.000 civiles, con el pretexto de erradicar a Hamás, sólo hay un enemigo: la ocupación. A partir de ese momento, es imposible separar a Hamás de la población.

La insumisa de Gaza forma parte de ese conjunto de textos que nos permiten adentrarnos en las complejidades y contradicciones de la sociedad palestina con una mirada propia, brotada de un testimonio individual que abarca lo colectivo. Hablamos un libro escrito a cuatro manos, atravesado por la oralidad, la traducción, los check points y las fronteras. Un libro amenazado, como refieres en el prefacio, por un lost in translation permanente derivado de tales circunstancias y de los propios límites del hecho de narrar, de la impotencia que reside en la escritura. Sélim Nassib es el depósito primero, el compañero de viaje que escoges para tu narración. A nivel literario, la operación no es baladí, pero parece una decisión impulsada más bien desde lo político, desde lo que tú misma describes como dificultad para escribir sobre Gaza.
Para mí era un sueño trabajar con Sélim. Yo había leído su famosa novela sobre Umm Kulthum y presentía que él me entendería profundamente, que podríamos escribir un libro juntos, en francés, a pesar de todas las dificultades que entrañaba. No queríamos hacer un libro donde yo exponía una idea y él traducía, sino una escritura conjunta, todo un reto. En primer lugar, era muy difícil encontrarnos cara a cara debido al cerco sobre Gaza. Logré salir dos o tres veces a Europa, siempre con gran dificultad. Así escribíamos. Fueron días increíbles de los que guardo un grato recuerdo. A veces yo hablaba y él escribía. Otras, grabábamos o yo escribía y él traducía. Visitamos Normandía y París buscando aire fresco, pero la escritura venía de mi pasado, de mis vivencias, de la guerra, de momentos de tristeza y alegría que se superponían. Sélim fue un gran compañero. Cuando se publicó por primera vez, L'insoumise de Gaza no tuvo el impacto que está teniendo ahora, y es una pena que alcance repercusión a partir del genocidio. En cualquier caso, es un libro que retrata otro momento de mi vida. El tiempo y las circunstancias me han hecho cambiar algunas ideas de entonces.

En el libro explico las veces que Hamás me paraba por ir con mis amigos por la calle, uno de ellos era mi hermano, y era muy complicado convencerles del vínculo que había entre él y yo

El libro tiene un comienzo impactante, cuentas que, en tu infancia, era habitual jugar a árabes y judíos. Dices que, “en general, los niños hacían de judíos y las niñas de árabes. Porque los judíos son más fuertes y más brutales. Nadie se paraba a pensar qué quería decir aquello, no hacíamos política, lo importante era divertirse. El juego nos encantaba, y solíamos jugar en la calle, es decir, cuando no había toque de queda”. Es un párrafo breve que adelanta el terror y la violencia que engarza con una de las preocupaciones más lacerantes ante el actual genocidio, los derechos de la infancia en Palestina, masacrada y asediada por el ejército israelí. Para los que quedan con vida, las mutilaciones y los diagnósticos médicos dan cuenta de secuelas irrecuperables. ¿Qué quedará después de esta brutalidad de Israel contra la infancia palestina, una brutalidad financiada y consentida por la comunidad internacional?
En mi infancia, me servía de la imaginación para salvarme. Yo nací en Rafah, en el campo de refugiados, pero mi imaginación era mi verdadero refugio, y lo que aparece en el libro es lo que guardo de esa memoria. Hoy es terrible lo que este genocidio ha hecho contra las niñas y niños de Palestina. Cerca de 18.000 criaturas han sido asesinadas. Miles de vidas exterminadas. Miles de sueños irrecuperables. ¿Cómo podemos convivir con este horror? Cuando cese el genocidio, todo el mundo debería recorrer las calles arrasadas de Gaza. Les invito a visitar nuestro lugar, a conocer de primera mano el desastre, a encontrarse con esas niñas y niños que han sobrevivido. A trabajar por ellos y acompañarlos en la reconstrucción de su futuro. Creo que es eso lo que tenemos que hacer como sociedad.

Uno de los ejes centrales del libro, y probablemente de tu trabajo periodístico de los últimos años, es el reclamo de libertad. Pero no una libertad abstracta ni superficial sino muy pegada a la tierra, a los gestos cotidianos de la existencia, al derecho de alimentarse, caminar por las calles si miedo, convivir, pensar, disentir. Una libertad truncada por distintas formas de violencia: la ocupación de Israel y el asedio cotidiano a la población palestina. Hamás, a partir de su radicalización política y del uso de la religión como canalizador de la represión y el sometimiento de la población gazatí. Al Fatah, por su corrupción, sus torturas, su enfrentamiento con Hamás y la división de la sociedad palestina. ¿Dónde crees que radican hoy en día las posibilidades de liberación del pueblo palestino?
La gente tiene que estar segura, necesitan comer, ir a la escuela, y también necesitan una existencia normal, tener amigos, chicos o chicas, y esto es muy difícil en una sociedad conservadora como la gazatí. Al mismo tiempo existen leyes. En el libro explico las veces que Hamás me paraba por ir con mis amigos por la calle, uno de ellos era mi hermano, y era muy complicado convencerles del vínculo que había entre él y yo. Necesitamos testigos entre los vecinos e ir en busca de nuestros documentos de identidad para probarlo. Era difícil sentirse libre. Tanto el gobierno como la sociedad se han vuelto muy conservadores. A veces, en Gaza, es difícil ser simplemente humano. No solo se trata de estar seguro. Por eso no hablo de un solo tipo de libertad sino de todas, incluyendo la libertad de los partidos, de Al Fatah, de Hamás. Necesitamos reconstruir nuestra sociedad, necesitamos nuevos valores. Lo que está pasando en Gaza con el genocidio actualmente supone un gran retroceso en todos los sentidos. No estoy segura de lo que traerá para las nuevas generaciones que no han visto algo parecido a la vida normal y tampoco la verán durante años. Es muy complicado hablar ahora de libertad con la sociedad y la ciudad destruidas. A nivel individual, siempre luché por mi libertad, pero no se trata de mí. Mi anhelo de libertad se extiende a la gente, a las chicas y chicos de Gaza. No deseo que sufran bajo una sociedad conservadora, pero, al mismo tiempo, lo primero es que estén vivos, y es el genocidio lo que les está quitando la vida, les está robando la opción de luchar por la forma en que quieren proyectar su futuro. Mientras dure el genocidio, es imposible hablar de ninguna forma de libertad.

Es duro pensar que sea Netanyahu quien cambie el Medio Oriente, pero está pasando. Es triste que todos los cambios que podrían haberse producido tras las Primaveras Árabes no vinieran de nosotros

Durante tu infancia atestiguas el surgimiento de Hamás, al principio del libro explicas que su popularidad y su forma de conquistar el corazón de la gente se debía, entre otras cosas, a una lograda estrategia de comunicación. Se distinguían de Al Fatah, que “cada vez parecía más fuera de juego”. Pero, puntualizas, “el hecho de añadir el pensamiento religioso a lo que se denomina 'espíritu de resistencia' dividía a la gente. Desde entonces estaban los 'verdaderos musulmanes' y el resto, a menudo implicados en una batalla que podía ser sangrienta”. Fuera del contexto árabe existe un gran desconocimiento de las disputas internas en el panorama político y social palestino. Recuerdo un artículo de Abdaljawad Omar en Mondoweiss, traducido al castellano por Viento Sur bajo el título “La cuestión de Hamás y la izquierda”, donde apuntaba:

La principal línea divisoria entre las facciones políticas palestinas no es el cisma entre laicismo e islamismo, la lucha por programas socioeconómicos divergentes o los méritos de una táctica concreta al servicio de la liberación. (…) lo que realmente está causando una fractura en el escenario político palestino es el abismo entre una política de desafío crudo y una política de acomodo, cooperación y colaboración. Y añadía que la búsqueda quijotesca por parte de la izquierda occidental de una alternativa progresista laica a Hamás pasa por alto un simple hecho: en esta coyuntura histórica concreta, las fuerzas políticas que siguen manteniendo y liderando una agenda de resistencia no pertenecen a la izquierda laica. (…) Israel y sus aliados cultivan y moldean meticulosamente un liderazgo palestino que se alinea con sus ambiciones coloniales, al tiempo que detienen, intimidan y asesinan a las corrientes alternativas.

¿Qué factores te han parecido determinantes para esa transformación que describes en Hamás?
El problema de Hamás no es el islamismo, es la falta de honestidad. En 2017 hicieron público un documento, un nuevo redactado de sus principios que corregía el de 1988, donde aceptaban y reestablecían los límites geográficos de la Palestina de 1967 [Las fronteras de 1967 se refieren a las que existían antes de la ocupación por parte de Israel de Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza]. Al parecer, se volvieron más pragmáticos y decidieron modificar su discurso respecto a Israel, flexibilizando su propia definición hacia una organización dinámica y abierta. Ahora, tras el 7 de octubre, vemos que nada ha cambiado, y que incluso las voces menos radicales, como Ghazi Hamad, vuelven a los postulados anteriores con respecto al territorio, por eso hablo del problema de la honestidad. Hay algo que no tiene sentido en su discurso. ¿Por qué cambiaron sus principios en 2017 para luego regresar a su visión anterior? Estoy segura de que tienen disputas internas y discrepancias, pero jamás las transparentan. Es lo opuesto de los partidos y gobiernos seculares, incluso el israelí. Hamás nunca será honesto con sus divergencias, actúan como si fueran una sola voz, es una de sus características más relevantes. Aunque Ghazi Hamad tenga su propia visión, nunca van a posicionarse contra Sinwar o los otros líderes, pero sabemos que esas críticas existen. Es la verdad. La gente lo sabe, lo percibe y lo comenta. El discurso de Ghazi Hamad hablando en CNN es algo que no había ocurrido antes. Por tanto, no es un problema de islamismo, sino de que no son honestos con la gente ni consigo mismos. Nunca han sido capaces de arreglar sus problemas internos. Cuando Sinwar tomó las decisiones del 7 de octubre, no negoció con los demás, mantuvo la información en secreto junto con Deif, pero dejaron parte de la cúpula fuera. Si estuviera en su lugar, ojalá nunca lo esté, declararía mi desacuerdo, pero sería una decisión individual, y esto nunca ocurriría en Hamás. Es uno de sus errores. A veces pienso que su forma de hacer política es naif. Han perdido líderes relevantes. Ahora, en mi opinión, se han debilitado. Han perdido apoyos, como Hassan Nasrallah o Al Assad, que eran sus amigos, aunque Hamás haya apoyado la revolución en Siria. Nasrallah era uno de sus amigos, y había apoyado mucho a Al Assad, protegieron su gobierno y su régimen cuando estalló la revolución en Siria. Es duro pensar que sea Netanyahu quien cambie el Medio Oriente, pero está pasando. Es triste que todos los cambios que podrían haberse producido tras las Primaveras Árabes no vinieran de nosotros. ¿Por qué debe venir el cambio de nuestro enemigo? Solo van a empeorar la situación. Tenemos una responsabilidad en ello porque somos muy naif en política. Y la izquierda no representa nada, se limitan a seguir a los islamistas. Tenemos muchas bromas sobre la izquierda en Gaza, tanto la interna como la externa, pero sobre todo la interna. ¿Y por qué? Pues porque quienes estamos en contra de los errores políticos de Hamás —no de Hamás, porque Hamás forma parte de la sociedad, no son la sociedad, pero forman parte de ella—, sabemos que la izquierda jamás se atreverá a criticarlos.

¿Dónde quedó la solidaridad de los gobiernos árabes con el pueblo palestino?
Esto nunca ocurrirá. La gente lo sabe. Nosotros lo sabemos. Querríamos haber visto protestas y reacciones más potentes en el mundo árabe, pero no ha sido así debido a los regímenes nefastos que tenemos. Hemos visto las manifestaciones de Londres, Berlín o España, que han sido increíbles. La gente no puede hacer más. Estoy satisfecha en ese sentido, a pesar de que el genocidio de Gaza es una vergüenza mundial.

Unas semanas antes de la creación del Estado de Israel, el 9 de abril de 1948, miembros de las milicias sionistas Irgun y Stern Gang atacaron la aldea de Deir Yassin, matando a casi doscientos palestinos y provocando el desplazamiento de miles de familias, entre ellas, la tuya. En tu libro apuntas: “Les dijeron: 'El honor' (entiéndase el de las mujeres) pasa por delante de la tierra. (…) Es este 'honor' lo que nos ha reducido siempre a la esclavitud. Es decir, es la ocupación lo que establece esta analogía entre el territorio ocupado y el cuerpo de la mujer”.
La gente no tiene la culpa de haber huido ni de tener miedo. Igual que ahora, si no se marchaban tenían dos opciones: que violaran a las mujeres o que las asesinaran. No culpo a mis abuelos por haberse marchado. Es un gesto humano, normal. Los palestinos y palestinas no somos superhombres ni supermujeres, no somos héroes ni santos. He cubierto muchas historias donde las familias han tenido que dejar atrás a sus propios hijos e hijas o a otros seres queridos para sobrevivir. Era la única forma de salvar una parte de ellos. La huida de mi familia de Deir Yassin en 1948 era normal. Lo que no es normal es lo que hizo y hace Israel. Ellos son los culpables, los criminales, entonces y ahora. En este genocidio, los soldados israelís amenazan a las mujeres con violarlas. ¿Qué puede hacer la gente? Un amigo de mi padre dijo que prefería que mataran a su hija antes de que la violaran. Imagina a un padre teniendo que plantearse esta disyuntiva. Es terrible y está pasando ahora. Los israelís propagan rumores para asustar a la población. Al mismo tiempo, hay gente que decide quedarse, como en Jabalia, familias enteras asesinadas porque no han querido moverse de su lugar. Cuando vemos las cuentas de redes sociales de los soldados israelís, sus fotos con contenido sexual usando la ropa interior de las mujeres que vivían allí, haciendo movimientos obscenos o colgando los juguetes de los habitantes de la casa, es horrible. No solo las víctimas necesitan terapia. El enemigo también la necesita.

Israel
Israel Una cuenta en las redes sociales para exponer a los soldados del genocidio en Gaza
El exterminio en Gaza también tiene lugar en las redes sociales. Una cuenta recoge pruebas de la participación de soldados en las operaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).


En tu libro criticas las organizaciones feministas financiadas por la UE, Suecia, Suiza, mujeres que no trabajaban sobre el terreno antes de 2012 y que se limitaban a redactar informes. Una disputa habitual que surge en torno a las posturas del feminismo blanco, hegemónico. ¿Cómo valoras estas tensiones?
No me considero feminista y tampoco soy una experta para hablar de feminismo en general, feminismo blanco o feminismo europeo, pero sí sé que, desde siempre, las grandes organizaciones feministas que apoyaban las organizaciones menores en Gaza han tenido todo el tiempo objetivos y mensajes muy lejanos a la realidad de las mujeres que vivían allí. Es hilarante que cuando la gente está desesperada buscando comida, o cuando las carreteras están atestadas de perros hambrientos y peligrosos que dificultan el trayecto de las niñas y niños a la escuela, venga una organización feminista a hablarles del género, o de si los hombres ayudan lo suficiente en la cocina. ¡Algunas personas ni siquiera tienen una cocina! Vivimos en un genocidio, muchos no tienen ni casa. Estas organizaciones extranjeras siguen hablando de roles de género mientras nos asedia el ejército israelí. Sin embargo, en las mezquitas, los movimientos islamistas, como los Hermanos Musulmanes, tienen una aproximación completamente distinta, por eso vencen en comparación con las organizaciones feministas extranjeras o influenciadas por ellas. Porque conocen las necesidades reales de las mujeres. Las ayudan. Establecen puntos de atención sanitaria, ofrecen apoyo a algunos de sus proyectos. Hemos discutido mucho acerca de esta divergencia entre la propuesta de estas organizaciones feministas y las necesidades reales de las mujeres y la población de Gaza y nunca se lo han tomado en serio. Realmente tienen que repensar sus mensajes de divulgación, sus proyectos y programas para el Medio Oriente.

Háblanos de tu encuentro con Mahmud Darwish, en este sentido de la identidad palestina que él mismo intentaba superar. En una entrevista publicada en El poeta troyano, dice: “La Ocupación quiere que el poeta palestino se encarcele en la jaula del discurso sobre la Ocupación, que se estanque en el llanto eterno por la madre simbólica, y le obliga a dar vueltas a las cuestiones primarias de la existencia, como a nuestro derecho a unas exigencias mínimas —¿tenemos derecho a cruzar la valla o no lo tenemos?—”.
(Sonríe). Lo conocí en Corea y terminé haciéndole de guía, aunque yo tampoco estaba familiarizada con el lugar y no sabía los nombres de los sitios que visitábamos. Así entablamos amistad. Como palestinos nos sentíamos identificados con su poema, con el grito de soy árabe, pero él ya no estaba orgulloso ni se sentía cómodo con aquella proclama. El propio Darwish es el ejemplo, y así lo cuento en el libro, de esa necesidad que tenemos de sacudirnos la responsabilidad del héroe y de lo complejo de establecer una identidad única con respecto a nosotros. Igual que cualquier pueblo, somos diversos, y debemos defender esa diversidad.

*

Justo basándose en la reacción de Darwish, dice Asmaa Alghoul que sobre Palestina hay algo más que expresar que la posición militante, una cosa menos clara y más difícil. Puede que parte de ese ‘algo más’ descanse en las páginas de este libro, una lectura que mira hacia el interior de la sociedad palestina y relata sus contradicciones con una mirada realista, no idealizada y vivencial, que tiene derecho de ejercer una crítica interna a sus propios estamentos de poder sin dejar de señalar en ningún momento la violencia histórica de la ocupación israelí. Durante la concurrida presentación en el Ateneu Safareig de La Garriga, surge entre el público la pregunta de su interacción con el activismo israelí que aboga por los derechos del pueblo palestino. Asmaa contesta de manera tajante: “Soy contraria a la traducción de mi libro al hebreo. No quiero que se traduzca porque estoy en contra de cualquier normalización de las relaciones con Israel hasta que no puedan tenerse en igualdad y libertad. Todavía existe un porcentaje muy elevado de la población israelí que está a favor del genocidio, que lo observa en sus pantallas como si se tratara de un juego virtual, pero no se trata de un juego, son nuestras vidas”.

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