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Palestina
Arranca el primer ciclo de cine palestino en Getafe como homenaje a la memoria e identidad de esta nación
El cine es, para muchos, un medio que nos permite evadirnos del aquí y el ahora, transportarnos en cuestión de instantes a otros mundos reales o imaginarios, conocer un poco mejor aquello que nos es ajeno y nutrirnos de esas historias lejanas hasta quedar empapados de ellas. Pero también nos puede ayudar a humanizar el horror para verlo con otros ojos. Esto es lo que ocurre cuando uno asiste a la proyección de una película de cine palestino siendo consciente del contexto de genocidio y de masacre perpetrada indiscriminadamente por el Estado de Israel contra la población gazatí.
En este sentido, conocido el escenario geopolítico internacional, el cine de producción palestina nos sitúa en frente de una realidad casi siempre narrada desde la voz del opresor, pero pocas veces desde la del oprimido. Así lo defiende ante El Salto Julio León, principal organizador del ciclo de cine palestino que arrancó el domingo 11 de febrero en el Soviet de Getafe, un centro social que se define como “un espacio de encuentro, trabajo conjunto, aprendizaje y debate entre personas que buscamos construir una sociedad basada en la solidaridad, los cuidados y la igualdad de derechos”.
La cita, programada en tres sesiones dobles de largometrajes de ficción reproducidos en árabe original con subtítulos, comenzó con la visualización de dos grandes joyas del cine palestino: Gaza, mon amour, una comedia humanista dirigida por los hermanos Tarzan y Arab Nasser en la que la ocupación israelí aparece retratada como telón de fondo, y Huda’s Salon, una producción dirigida por Hany Abu-Assad e interpretada por Ali Suliman y Maisa Abd Elhadi. Esta cinta, que resultó premiada en el Festival de Valladolid de 2021, narra la historia de una mujer que, tras acudir a la peluquería de su amiga, es engañada para colaborar con el servicio secreto israelí y acaba traicionando a su propio pueblo.
El poder hablar de Palestina a través del cine “te sitúa en un contexto previo a esta coyuntura actual que explica muchas cosas sobre cómo el pretexto del día 7 de octubre es simplemente eso y no una explicación"
Mariano, asistente al ciclo e integrante del Soviet de Getafe, reconoce a El Salto el poder movilizador que trae consigo el poder hablar de Palestina a través del cine y de cualquier manifestación cultural. “Te sitúa en un contexto previo a esta coyuntura actual que explica muchas cosas sobre cómo el pretexto del día 7 de octubre es simplemente eso, un pretexto, y no una explicación que viene de muchos años atrás de opresión y de agresiones constantes y cotidianas”, sostiene. Esto nos posibilita, afirma, “acercarnos a una realidad sociocultural diferente a la nuestra desde el respeto y la curiosidad”.
Gracias a las nuevas herramientas digitales y a las plataformas que permiten distribuir películas alejadas del cine convencional como películas de autor o cine independiente, es posible conocer largometrajes creados por realizadores que empiezan a contar la historia de Palestina o bien desde dentro de su propio país, o fuera de sus fronteras después de la Nakba. La iniciativa popular surgida en este espacio político, por tanto, pretende “despertar la curiosidad de conocer un cine más alejado de los nichos comerciales y visibilizar un conflicto pero a su vez homenajear la lucha del pueblo palestino”, sostiene el comunicador, que defiende que “la gente tiene que ver que la cultura no puede estar de lado de la barbarie sino que puede ser un arma muy potente”.
De la comedia al cine social
El abanico de géneros que recoge el cine palestino (thriller, comedia negra, género fantástico, cine documental…) es inmenso, tanto que sería imposible abarcarlo en su totalidad en un solo ciclo cinematográfico. Algunos de los que explora el cinefórum son la comedia, el género bélico y el cine social, un género que empieza a florecer a raíz de la primera intifada, que se distingue por ser mucho más contestatario y comprometido socialmente ya que se muestra más apegado al contexto del momento. Así pues, todas estas creaciones combaten titánicamente contra el olvido hacia el pueblo palestino, transmitiendo unas genealogías que merecen formar parte del los relatos sobre la humanidad. Se trata, en cierta manera, de un grito en pos de la memoria colectiva narrado desde las carnes de quienes viven desde hace décadas en una situación de violencia a penas contestada con firmeza por la comunidad internacional.
Cine
Cine La lucha del cine palestino contra los fantasmas del olvido y la tragedia del presente
El lenguaje resulta a menudo un arma esencial a la hora de visibilizar o, por el contrario, desterrar determinadas historias lejanas a la nuestra. Lo que no se nombra no existe, como se suele decir. En este caso, proyectar cine palestino implica a su vez hablar de él, mantener la cuestión de la ocupación israelí en el candelero, poner rostros a lo que subyace tras la barbarie de la que a menudo las imágenes atroces de las pantallas nos tienen anestesiados. Por ejemplo, en uno de los largometrajes, Gaza mon amour, se puede ver cómo los palestinos viven su día a día bajo las constantes violaciones de derechos por parte de Israel. Podemos visualizar detenciones y registros ilegales, falta de transporte público, cortes de luz y agua entre otras formas de injusticia sistémica que son moneda corriente en Palestina. De ahí el extraordinario valor simbólico de conocer y expresarse sobre las vidas de un pueblo históricamente masacrado a partir de presenciar sus historias narradas por ellos mismos, con su propia voz.
“Gracias al cine no tenemos esta visión subordinada vertical de quien se acerca con ojos etnográficos blancos a quien vive un conflicto sino que vemos historias contadas desde el propio interior del país”
Por esta razón, consumir cine de los pueblos oprimidos también constituye antídoto contra el paternalismo occidental. Según León, “gracias al cine no tenemos esta visión subordinada vertical de quien se acerca con ojos etnográficos blancos a quien vive un conflicto sino que vemos historias contadas desde el propio interior del país”. Estas historias de vida han sido tradicionalmente eliminadas o censuradas por el propio Estado de Israel, que tiene impedidas las subvenciones públicas a aquellas producciones audiovisuales que no estén registradas exclusivamente como israelíes.
Esta situación de injusticia fue denunciada por la directora y guionista árabe Maha Haj en su película Asuntos personales. Esto, junto con otra realidad de mayor gravedad a todos los niveles como es la falta de reconocimiento del Estado palestino ha tenido graves repercusiones en su cine en el terreno internacional, como ocurrió con Divine Intervention, que se proyectará en el Soviet de Getafe el próximo 10 de marzo. El filme fue propuesto para la categoría de mejor película extranjera en los Óscar de 2003 pero la academia de Hollywood la rechazó porque Palestina no estaba acreditada como país. Tuvieron que transcurrir dos años para que por fin se pudiera exhibir una película palestina en esta gala, Paradise Now, aunque bajo el calificativo de “autoridad palestina” dada la imposibilidad de atribuirse a un Estado concreto. También influyó en el uso de esta denominación que en Estados Unidos muchas personas posicionadas a favor de Israel habrían protestado de haberse utilizado el término “Estado” para designar a Palestina.
El propio Estado sionista ha llegado incluso a protagonizar actos dirigidos estratégicamente borrar toda huella histórico-cultural de la nación palestina como ocurrió después de la Nakba, momento en que muchos realizadores palestinos migraron a países vecinos como el Líbano, donde se estableció un archivo de cine palestino que fue completamente saqueado en 1982 cuando Israel intervino en el sur del país. Ese archivo se destruyó parcialmente, se conservan algunas copias.
El cine palestino “está condenado a ser transnacional”, funciona así casi como una reivindicación de la propia existencia palestina
Hechos como los narrados merman evidentemente la producción interna de largometrajes en Palestina: Por este motivo el cine palestino “está condenado a ser transnacional”, declara León, ya que para sacar las películas adelante éstas tienen que ser coproducciones hechas o bien por países limítrofes con Palestina o por otros como Bélgica o Francia, que suele coproducirlas. Este cine funciona así casi como una reivindicación de la propia existencia palestina, dado que operan todo un conjunto de fuerzas ocupantes que niegan sistemáticamente las vivencias y los relatos del pueblo palestino.
Las próximas proyecciones del ciclo están fechadas para los días 10 de marzo y 14 de abril. El mes que viene se visualizará en primer lugar la mencionada Divine Intervention, que se trata de una coproducción francopalestina dirigida por Elia Suleiman, uno de los directores palestinos más reputados, y galardonada con el Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 2022. Irá seguida de Salt of this sea, de Annemarie Jacir, la primera cineasta palestina en rodar un largometraje. La cinta se enmarca dentro del género de cine de denuncia y versa sobre el conflicto de una pareja que vive en Palestina, la tierra de ella, mientras que él sueña con irse para siempre de ahí.
Finalmente, durante la última sesión se exhibirá Mediterranean fever, un drama que tuvo su premiere estadounidense en el Chicago International Film Festival 2022 y que fue seleccionada por Palestina para el Oscar Internacional 2023, y Paradise Now. Esta última fue rodada íntegramente en Cisjordania durante la segunda Intifada y relata el transcurso de un día en la vida de dos jóvenes palestinos amigos desde la infancia, uno de los cuales decide convertirse en terrorista suicida. La cinta sufrió los ataques constantes de las autoridades israelíes ya que el equipo no sólo debió enfrentarse a diario a la dificultad de pasar por controles fijos y móviles, sino también a tiroteos y lanzamientos de misiles y morteros por parte de soldados israelíes. Todas las vicisitudes que ha tenido el pueblo palestino las sufre también su cine. La identidad del cine es, del mismo modo, la identidad rota de todo un pueblo en constante acto de supervivencia.