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Cine
La lucha del cine palestino contra los fantasmas del olvido y la tragedia del presente
En 1935, Ibrahim Hassan Sirhan filmaba la visita del rey saudí Ibn Saud a la ciudad de Jaffa. Aquella película marcaba el origen del cine palestino. Una década más tarde, la embrionaria industria cinematográfica dará un pequeño paso adelante cuando el mismo Hassan Sirhan decida asociarse con Ahmad Hilmi al-Kilani, un joven que había estudiado cine en El Cairo, para promover la primera productora palestina. Pero aquella andadura será corta. La Nakba de 1948 la segó de golpe. Hassan Sirhan, como tantos miles de palestinos, abandonará su tierra huyendo de las bombas israelíes. Todas sus películas desaparecieron. La misma suerte corrió la producción de otros pioneros del cine como Mohammad Kayali y Abde-er-Razak Alja’uni.
Si la Nakba implicaba la negación de la existencia del pueblo palestino, anular su representación cinematográfica se convertirá en objetivo estratégico de Israel. Y la voluntad de crear un cine palestino se convertirá en un acto de resistencia inaceptable para el ocupante. A ella se entregarán desde finales de los años 60 un puñado de jóvenes como Sulafa Mirsal, Mustafa Abu-Ali, Hani Johariya o Salah Abu Hannoud. Con ellos el cine palestino renacerá vinculado a la Organización para la Liberación de Palestina, a través de documentales, realizados con medios muy precarios, que registraban la lucha de su pueblo. Su reto no solo será crear, sino también proteger el patrimonio visual palestino. Es así como surgirá, impulsado por Abu-Ali, el Archivo del Cine Palestino que hasta los años 80 conseguirá reunir un centenar de películas, incluidas algunas cintas anteriores a 1948. Toda una provocación para Israel.
El Archivo del Cine Palestino desaparecerá por completo en 1982 durante la invasión israelí del Líbano y el asedio a Beirut
Tras múltiples vicisitudes, el archivo desaparecerá por completo en 1982 durante la invasión israelí del Líbano y el asedio a Beirut. Aunque algunos dicen que sus fondos pudieron ser trasladados a Irán tras caer en manos de Hezbolá, la mayoría de las hipótesis apuntan a que el archivo fue destruido o robado por el ejército de Israel. El pueblo palestino, al igual que en 1948, volvía a ver cómo su cine desaparecía. Y con él la memoria de varias generaciones, el relato con voz propia de su historia. No sorprende que en 1984 el intelectual Edward Said reivindicara la urgente necesidad de ese relato en un artículo con el significativo título de “Permiso para narrar”.
Desde entonces, el cine palestino sigue reclamando ese “permiso para narrar”. Estos días, el guionista Rami Alayan se encuentra en España para presentar la película A House in Jerusalem, coescrita con su hermano y director del filme Muayad, que compite por la Palmera de Oro en la Sección Oficial de Mostra de València-Cinema del Mediterrani.
Para él, como para el resto de cineastas palestinos, hacer cine es una forma de romper el silencio impuesto a su pueblo, su identidad y su memoria. “Ese silencio forzado está ahí desde el primer día y su mejor ejemplo es la desaparición y el robo de los archivos cinematográficos. No sé si esos archivos se podrán recuperar alguna vez. Pero lo que sí podemos hacer es luchar por nuestro relato. Es en ese marco donde la memoria tiene sentido. La memoria es intangible, oral. Se documenta a través del cine, la poesía, la literatura, de forma que la memoria se está regenerando, nunca podrá ser borrada”, comenta.
Aunque el documental sigue ocupando un papel importante, el cine palestino de los últimos años ha encontrado en la ficción un potente recurso para mantener vivo su relato
Aunque el documental sigue ocupando un papel importante, el cine palestino de los últimos años ha encontrado en la ficción un potente recurso para mantener vivo su relato. Michel Khleifi es posiblemente el gran protagonista de esa transición. Si muy pronto incluirá en sus documentales elementos de ficción, en 1987 se convertirá en el primer realizador palestino presente en el festival de Cannes donde conquistará con su cinta Boda en Galilea el premio internacional de la crítica. El filme logrará también la Concha de Oro del festival de San Sebastián de ese año. Tras él vendrían otros directores como Elia Suleiman, Rashid Masharawi, Nizar Hassan o Arab Nasser y Tarzan Nasser. Con ellos el cine palestino se adentrará por nuevos géneros como el drama, la comedia negra o el thriller.
También la película de los hermanos Alayan recurre al cine de género. Lo hace de una forma pionera pues A House in Jerusalem es la primera película palestina que se adentra en el cine fantástico. La película cuenta la historia de una niña judía nacida en Inglaterra que, tras la muerte de su madre en accidente, se traslada a Jerusalén con su padre pare vivir en una vieja casa comprada por sus abuelos. Allí la pequeña entrará en contacto con el fantasma de una niña palestina atrapada en un pozo abandonado desde la tragedia de la Nakba. La película, inspirada en gran medida en experiencias familiares, busca superar las premisas góticas de las casas antiguas y los fantasmas. Como señala Rami Alayan, la cinta “habla de fantasmas que surgen orgánicamente de la realidad de nuestra tierra natal. Es el concepto del fantasma de los vivos. Con millones de refugiados palestinos, sus descendientes que siguen en el exilio y otros que siguen desplazados de sus hogares hasta la fecha, así como lo que está ocurriendo ahora en Gaza. El concepto de los fantasmas traumatizados de los vivos es pertinente y habla de nuestra triste realidad”.
Alayan destaca la dificultad que existe para promover el cine independiente palestino. Empezando por la financiación. A House in Jerusalem es buen ejemplo de ello. Aunque fue uno de sus primeros guiones, la ambición del proyecto impidió hacerlo realidad hasta que no consiguieron coproductores internacionales. Antes tuvieron que realizar dos filmes con presupuestos y medios modestos, recurriendo para su financiación a amigos y recaudando fondos a través de plataformas. Pero tanto o más complicado que esta financiación es hacer llegar al público estas producciones. “Siempre tienes la sensación de que tu relato es un tabú. Si eres palestino, si creces como palestino, tardas poco en darte cuenta de que hay un discurso que te aliena de la realidad, te das cuenta del silencio sistemático a que está sometido tu propio relato”, comenta.
‘Farha’ fue la primera película palestina incluida en Netflix. La reacción israelí fue implacable y la película ha quedado fuera de la oferta de Neflix en numerosos países, entre ellos España
Esa losa sigue pesando incluso cuando se producen aparentes éxitos. Farha, opera prima de la realizadora Darin J. Sallam que presenta a través de los ojos de una adolescente la tragedia de la Nakba, es buena muestra de ello. El filme se convirtió en 2022 en la primera película palestina incluida en la plataforma Netflix. La reacción israelí fue implacable, con presiones desde el gobierno, campañas de boicot o retirada de ayudas a la única sala que la programó en Israel. La película ha quedado fuera de la oferta de Neflix en numerosos países, entre ellos España. Mientras tanto, la plataforma exhibe sin problemas y máxima difusión otros productos israelíes como la serie Fauda donde se presenta la mirada oficial que transforma al palestino en sinónimo de “terrorista”.
Ocupación israelí
Ocupación mediática Ficción, propaganda y realidad se mimetizan en Israel
Por eso, para Rami Ayalan es crucial la visibilidad que ofrecen al cine palestino festivales como la Mostra de València-Cinema del Mediterrani, que también incluye en la programación de su sección informativa la cinta Alam, de Firas Khoury. “Existe un intento sistemático y deliberado de silenciar el conflicto, de silenciar la verdad —subraya el guionista—; por ello nuestra presencia aquí es muy significativa”. Un cine que reflexiona sobre la memoria y la mantiene viva, mientras el presente sigue marcando sangrientamente la realidad palestina. “Cuando escribimos una historia no somos periodistas, como guionistas la perspectiva es diferente aunque, al mismo tiempo, estamos rodeados por noticias dramáticas que suceden a nuestro alrededor y, por supuesto, nos influyen”, señala Ayalan.
En ocasiones, ese peso del presente se hace insoportable. Está ocurriendo en las últimas semanas con los bombardeos israelíes sobre Gaza: más de un millón de personas desplazadas y más de 5.000 muertos, un tercio de ellos niños. En momentos así el grito urgente de la denuncia arrebata protagonismo al cine. “Miles de personas han sido forzadas a dejar sus casas, hay miles de muertos; lo que está pasando con la ayuda humanitaria, la imposibilidad de que lleguen cosas básicas para que la gente pueda sobrevivir como el agua, la comida o los medicamentos. Se está creando el escenario perfecto para una catástrofe y nada de eso es casual”, afirma Ayalan. Por eso reclama la movilización internacional: “Ahora es momento de actuar, aunque seamos personas normales y corrientes; todos tenemos que contribuir a frenar lo que está pasando. No podemos permanecer callados”.