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Unión Europea
Cómo ingobernar la crisis pandémica del neoliberalismo autoritario. Entre dos derechos iguales, decide la fuerza (y V)
Esta vez la enunciación capitalista lo tiene mucho más difícil para construir el terror psicológico que somete al “hombre endeudado”, para hacer interiorizar a los subalternos la culpa de su querer vivir. Entramos en un periodo en el que la fuerza mayor es el principal apoyo de la fuerza de la ley. Pero en ese antagonismo de fuerzas, sigue vigente lo que escribió el autor del Capital: “Así, pues, aquí se presenta una antinomia. Derecho contra derecho, ambos equitativamente sellados por la ley del intercambio. Entre derechos iguales, decide la fuerza”.
Cómo ingobernar la crisis pandémica del neoliberalismo autoritario
Partiendo de esta hipótesis de la división en dos, como figura de la condensación de contradicciones y antagonismos sincrónicos (millones de personas sin futuro ni seguridad alguna, condenadas a morir o malvivir en la superexplotación de sus vidas) y diacrónicos (la intensificación de las luchas de clases en España y en Europa desde la secuencia que se inicia en 2011), vamos a describir las proposiciones fundamentales que pueden dar como resultado una ruptura emancipadora o, dicho de otra manera, pueden hacer que esta enésima crisis sea ingobernable.
1) puesto que el territorio político y productivo de esta crisis es Europa (y no vale la pena perder más tiempo en explicarlo), la unidad de referencia de las luchas y los antagonismos del dos es Europa. Del mismo modo que enumeramos las luchas y los conflictos y los remitimos al conjunto “Estado español”, todas las luchas locales, regionales y nacionales son luchas que se dan en el diagrama europeo y se evalúan a esa escala de relaciones y de eficacia. En este sentido, los objetivos pueden y deben alcanzarse a escala europea; cualquier “conquista” regional o nacional sólo puede considerarse un primer paso, frágil y susceptible de producir contraefectos negativos, como resultado de la manipulación nacionalista de las diferencias en los niveles de vida de las clases subalternas europeas, del mismo modo que las diferencias de renta y bienestar entre las comunidades autónomas españolas sirven para dividir a las clases populares en torno a las hegemonías españolistas o vasquistas y catalanistas.
Del mismo modo que enumeramos las luchas y los conflictos y los remitimos al conjunto “Estado español”, todas las luchas locales, regionales y nacionales son luchas que se dan en el diagrama europeo y se evalúan a esa escala de relaciones y de eficacia
En la crisis de la deuda pública europea que se inicia en 2010, la unidad de acción de las elites políticas y financieras impuso una estructura norte/sur y centro/periferia en la dinámica del conflicto entre necesidades sociales de cada Estado miembro y políticas de austeridad. Esta unidad era la misma que cerró en falso el proceso institucional de la UE tras el fracaso del Tratado constitucional europeo en 2004-2005, la que entonces incubó a su vez el exploit del soberanismo por parte las extremas derechas europeas. Hoy, sin embargo, esa unidad se ha roto por largo tiempo, ya que ninguna de las opciones de gobernanza que se abren en y tras la pandemia van a ser capaces de construir un bloque monolítico como el que masacró a Grecia en 2010-2015. La geometría que se abre puede permitir bloques regionales, alianzas transversales, intersticios en los que iniciativas de lucha autónoma procedentes de varios países y territorios pueden construir centros de gravedad transeuropeos. Aún no sabemos cómo se resolverá el problema de familia entre el neoliberalismo europeo y los partidos de extrema derecha europea. Lo decisivo es que los centros de gravedad de las luchas intervengan antes de que ese problema se resuelva, antes de que se reconstruya una Santa Alianza. Un cierto progresismo estólido podría decirnos que lo que hay que hacer es todo lo contrario: seguir aliándose con el centro derecha para evitar que éste una su destino a las extremas derechas por el sempiterno odio a la multitud aka “pánico anticomunista”. Pero esa es precisamente la receta que nos ha llevado hasta aquí.
Aún no sabemos cómo se resolverá el problema de familia entre el neoliberalismo europeo y los partidos de extrema derecha europea. Lo decisivo es que los centros de gravedad de las luchas intervengan antes de que ese problema se resuelva, antes de que se reconstruya una Santa Alianza.
Las condiciones y las consecuencias de la pandemia tienen que servirnos para dejar de lado las ilusiones nacionalistas y soberanistas, esto es, la idea de que se pueda derrotar a la propia oligarquía capitalista en un solo país, y de que un Estado nacional pueda enfrentarse a la gobernanza europea sin hacer pagar un precio terrible a sus clases populares no vinculadas orgánicamente al Estado. Al mismo tiempo, la pandemia pone de manifiesto los isomorfismos que recorren Europa de un territorio a otro: en todas partes se impone la primacía de la ganancia y el poder de clase sobre las vidas que trabajan para poder comer y reproducirse. Las condiciones para la convergencia europea de las luchas y las iniciativas están dadas;
2) los principales objetivos de las luchas son la obtención de una renta básica de emancipación (individual, universal e incondicional) y el reparto del trabajo a igual salario; la socialización del dinero (antes conocida como “nacionalización de la banca”) y la socialización comunal (democrática, local, transeuropea) de lo que tenemos que llamar el sector 0 de la producción o sector común, es decir, la sanidad, la vivienda, la educación, la agricultura no especulativa, la producción energética, la investigación científica y las infraestructuras de telecomunicación, así como los datos que todos producimos. De lo que se trata es de garantizar (por la ley de la fuerza hecha fuerza de ley) cotas crecientes de reproducción autónoma de las clases populares en actividades no vinculadas a la producción de guerra y de calentamiento global. Esa garantía no puede ser estable, no puede constitucionalizarse, no puede alumbrar un New Deal con un capitalismo agotado, pero al menos puede persistir, resistir, y eso ya es mucho. Los efectos que un proceso de luchas de este tipo puede tener en la situación europea, con la condición de que alcancen grados de simultaneidad, densidad, extensión y coordinación, sólo pueden ser positivos y, además, constituirían de suyo un acontecimiento inédito en la historia europea.
De lo que se trata es de garantizar (por la ley de la fuerza hecha fuerza de ley) cotas crecientes de reproducción autónoma de las clases populares en actividades no vinculadas a la producción de guerra y de calentamiento global.
En 1943, en medio de la Segunda Guerra mundial, lo que Michal Kalecki escribía en Aspectos políticos del pleno empleo sigue siendo fundamentalmente válido, y lo que en su texto hace referencia al pleno empleo o a la subvención del consumo podemos aplicarlo ahora a la renta básica de emancipación o al reparto del trabajo. Entonces como ahora, se cumple el axioma de que el poder de clase está por encima de la ganancia, y que un núcleo de irracionalidad y fascismo opera en la estructura de poder del capitalismo mundial:
“[...] cabría esperar que los dirigentes empresariales y sus expertos estuvieran más a favor de subvencionar el consumo de masas [...] que la inversión pública; subvencionando el consumo el gobierno no se estaría embarcando en ningún tipo de empresa. Sin embargo, en la práctica no es lo que sucede. Antes bien, estos expertos se oponen mucho más violentamente al consumo de masas que a la inversión pública. Lo que está aquí en juego es un principio de la mayor importancia. Los cimientos de la ética capitalista exigen que «ganes el pan con el sudor de tu frente» —salvo que dispongas de medios propios.
De hecho, bajo un régimen de pleno empleo permanente, el «despido» dejaría de jugar su papel de medida disciplinaria. La posición social del patrono se vería socavada, mientras que la confianza en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría. [...] Pero los dirigentes empresariales aprecian más la «disciplina en las fábricas» y la «estabilidad política» que las ganancias”.
3) el sistema dinámico de contrapoderes que se crea en la expresión de antagonismo del dos precisa de instituciones capaces de mantenerse en el tiempo, de reapropiarse de la gestión y las finalidades de la producción y de condicionar de manera determinante la transición a un modo de producción del común, partiendo de ese “sector 0”, del sector que produce lo humano a través de lo humano en un medio ecosistémico. ¿Qué papel puede jugar aquí la acción legislativa o ejecutiva en los ámbitos nacionales o en el plano europeo? Preguntar esto después del fiasco del citado intento de derogación de la reforma laboral de 2012 facilita la respuesta: puede jugar el papel de reconocer la ley de la fuerza, puede sancionar lo conquistado. La naturaleza de esta crisis profundiza, radicaliza el problema que ya se planteó en el anterior ciclo de luchas contra la austeridad: cualquier reforma real cobra valencia revolucionaria; en la práctica, un proceso de cambio radical comienza con reformas que no se cierran en una regulación estable, sino que, por efecto mismo de la naturaleza profundamente política, de clase, de esta nueva recesión, lo que prima es el sometimiento, la desmoralización, la afirmación del poder de clase del capital como universal mediador y condicionante de la vida humana, por encima de toda estabilización resultante de un pacto, de un Deal;
La naturaleza de esta crisis profundiza, radicaliza el problema que ya se planteó en el anterior ciclo de luchas contra la austeridad: cualquier reforma real cobra valencia revolucionaria
4) el antagonismo del dos en la contramovilización permanente no puede dejar de dividir en dos y de neutralizar políticamente la recomposición de las clases medias en torno a los objetivos de reproducción de la alianza de renta y propiedad en el Estado. Dicho de otra manera, el antagonismo del dos implica un protagonismo popular que disgrega y pone en crisis la hegemonía (de palabra, de presencia, de finalidades, de liderazgos) de la clase media que fía su suerte al Estado financiarizado de la renta parasitaria. Esta es la principal tarea de la construcción del dos y sin duda la más difícil. Seguridad contra seguridad, confianza contra confianza, creencia contra creencia (crédito). Tan sólo tenemos que pensar, en el caso español, en los casi 10 millones de pensionistas y en la capacidad de chantaje y terror de la que disponen el Estado y el sistema financiero, en su capacidad de enfrentar a las generaciones, de impedir las transformaciones por el miedo al desamparo y la muerte.
Dicho de otra manera, el antagonismo del dos implica un protagonismo popular que disgrega y pone en crisis la hegemonía (de palabra, de presencia, de finalidades, de liderazgos) de la clase media que fía su suerte al Estado financiarizado de la renta parasitaria
Si en el pasado ciclo de austeridad no se consiguió echar por tierra la idea de que “la riqueza escasea”, salvo en irrupciones como el 15M, y no por mucho tiempo, ¿volverá ahora a imponerse esa idea, a pesar de que esta década ha servido para ensanchar hasta lo inconcebible la concentración de capital y propiedad? ¿Va a seguir sirviendo la noción de escasez, de “no hay para todos”, como pretexto interiorizado por las clases subalternas que consienta el restablecimiento de las jerarquías y las divisiones de género, raza y clase mediante el uso de las políticas fiscales, sociales y salariales? Ha vuelto el momento de agruparse en torno a lo que en los años sesenta estadounidenses se conoció como la “estrategia Cloward-Piven”. Cuando se habla del New Deal estadounidense se suelen olvidar dos cosas fundamentales: que sólo se tradujo en una redistribución de la riqueza durante la Segunda guerra mundial y que, desde los años Treinta hasta su declive a principios de los Setenta, no sólo no cimentó la unidad de las clases trabajadores, sino que reprodujo activamente las líneas jerárquicas de raza y género dentro de su composición, y en esa medida no dejó de ser un dispositivo de segregación, de reproducción de las divisiones internas de las composiciones de clase conforme a las líneas patriarcales y de colonialidad. Cuando escriben su propuesta, las activistas Frances Piven y Richard Cloward se enfrentan al uso político capitalista del welfare proponiendo otro uso político emancipador: la saturación del sistema segregador con demandas sobreabundantes, al objeto de forzar la universalidad real, la renta garantizada universal que derribe los muros de separación de clase con arreglo la raza y el género, que permita acabar con la pobreza sistémica.
¿Va a seguir sirviendo la noción de escasez, de “no hay para todos”, como pretexto interiorizado por las clases subalternas que consienta el restablecimiento de las jerarquías y las divisiones de género, raza y clase mediante el uso de las políticas fiscales, sociales y salariales?
Esto es algo que ya llevan practicando en el plano del acceso universal a la sanidad redes como Yo Sí Sanidad Universal, y que ahora vuelve a cobrar una importancia decisiva. Otro tanto cabe decir respecto al Ingreso Mínimo Vital y a todas las leyes de rentas mínimas existentes, condicionadas, insuficientes, no individuales, reproductoras de la pobreza en tanto que dispositivo de segregación y miedo en las clases medias. No puede haber rentas básicas individuales, universales e incondicionales si reproducen las líneas de género, clase, raza y nación de su uso capitalista. O, dicho de otra manera, sin atacar las segregaciones internas de las composiciones de clase, es decir, sin luchas interseccionales reales y efectivas, no podremos conquistar rentas básicas de emancipación ni conseguir el reparto del trabajo a igual salario. La lección fundamental del enfoque de Piven y Cloward sigue siendo actual.
Hay algunas nociones claras en esta situación. Si no arrancan las luchas llegará el shock autoritario. Si las luchas no construyen el dos predominará la guerra entre pobres, razas y generaciones. Si no instituimos contrapoderes en Europa no cabe siquiera imaginar gobiernos diferentes. Si el dos europeo no se presenta en sus distintos tiempos y singularidades, añoraremos aún más el siglo XX.
Esta vez la enunciación capitalista lo tiene mucho más difícil para construir el terror psicológico que somete al “hombre endeudado”, para hacer interiorizar a los subalternos la culpa de su querer vivir. Entramos en un periodo en el que la fuerza mayor es el principal apoyo de la fuerza de la ley. Pero en ese antagonismo de fuerzas, sigue vigente lo que escribió el autor del Capital: “Así, pues, aquí se presenta una antinomia. Derecho contra derecho, ambos equitativamente sellados por la ley del intercambio. Entre derechos iguales, decide la fuerza”.
*Puedes descargarte el texto completo de “Entre dos derechos iguales, decide la fuerza” aquí.