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Antifascismo
Fascismos y Antifascismos en el siglo XXI
Just like the Pied Piper
Led rats through the streets
We dance like marionettes
Swaying to the symphony
Of destruction.
Megadeth, Symphony of destruction
2017 será recordado como el año de la derechización de Europa. Si alguien asaltó las instituciones no fueron las izquierdas, sino las fuerzas de extrema derecha a lo largo y ancho de todo el continente. Una tendencia que parece haberse consolidado en 2018 tras las elecciones húngaras e italianas. Las primeras han dado una sólida mayoría al ultra-conservador Víktor Orbán (casi el 50%), consagrando a FIDESZ como fuerza política de gobierno. Seguidos por el neofascismo de Jobbik (20%) -ahora algo más moderado en las formas-, señalan el triunfo de la ultraderecha en todo el arco parlamentario de Hungría. El caso italiano está llenando portadas gracias al vicepresidente del tándem Liga Norte – Movimiento 5 Estrellas, Matteo Salvini, cuya política migratoria podría resumirse en dos eslóganes: "Se acabó la buena vida; empiecen a hacer las maletas", refiriéndose a los migrantes sin papeles, e "Italia no puede convertirse en un campo de refugiados". Con estas frases sus próximas medidas son más que previsibles: más centros de internamiento, más expulsiones y un incremento de la vigilancia fronteriza para evitar las entradas.
Por otro lado, el Frente Nacional (FN) francés y Alternativa por Alemania (AfD) -junto con otras fuerzas, como el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) o su homónimo neerlandés (PVV), liderado por Geert Wilders- han irrumpido en la arena mediática y parlamentaria con fuerza. Si bien la líder del FN, Marine Le Pen, no consiguió sus objetivos -sólo dispone de 8 sillas en el parlamento francés-, su figura ha marcado el estilo de los nuevos liderazgos de la extrema derecha: un discurso populista pero presentable, capaz de interpelar a la vieja clase obrera de cuello azul, euroescéptico, soberanista y crítico con la "casta" financiera. Su proyecto se ha centrado en la restitución de un orden político que salvaguarde los derechos del pueblo nacional: un Estado de bienestar cubierto por la bandera francesa, islamófobo y estructuralmente racista. Paradojas, Marine Le Pen ha hecho valer también la carta del feminismo ante la opinión pública: un "feminismo" blanco dirigido como un proyectil contra el uso del velo, que separaría la Francia europea de otras culturas consideradas "atrasadas". Algo parecido sucede con Alice Weidel (AfD), una de las protagonistas de la derechización del Reichstag (94 diputados). Abiertamente lesbiana, ha declarado la guerra al "Islam político" por contravenir la constitución alemana y la igualdad de género -obsesión compartida por Heinz-Christian Strache del FPÖ y Wilders del PVV-. Su solución: expulsar imanes, cerrar mezquitas y cortar cualquier tipo de "financiación extranjera" a las mismas. No está de más señalar que eso del Islam político no deja de ser un constructo ideológico diseñado para estigmatizar a la población musulmana.
La crisis de los refugiados ha servido como un catalizador para construir un frente común entre estas fuerzas, azuzando el miedo colectivo por la "pérdida de la identidad europea" acompañado de la perversa consigna del "no hay para todos". Para justificar estas posiciones, construyen un otro racializado que sirve como chivo expiatorio de la crisis y la incertidumbre económica. Porque, realmente, lo que late en el fondo de toda esta situación son los efectos de la Gran Recesión de 2008. La creciente polarización social, unida a la incapacidad del neoliberalismo para desarrollar una arquitectura institucional mínimamente integradora, ha reavivado una serie de discursos cuya matriz ideológica parece inspirarse en los años 20 y 30 del siglo pasado -si bien su raigambre es colonial-. De algún modo, la emergencia de la extrema derecha en Europa puede verse -al decir de Wolfgang Streeck- como un momento avanzado de la guerra entre el pueblo del Estado (Staatsvolk) y el pueblo del mercado (Marktvolk): sería una consecuencia de la erosión de las democracias occidentales, los derechos civiles y los servicios públicos de las diferentes naciones frente a la capacidad depredadora de inversores, acreedores y finanzas, cuyo juego se produce a escala internacional. De hecho, los Estados son meros "consolidadores de deuda", siempre solícitos ante el humor cambiante de los mercados. En un contexto como este, la renacionalización de la política -en forma de repliegue identitario, racista y soberanista- plantea una alternativa que seduce a una parte importante de los sectores populares en los países del norte. ¿La historia se repite?
Posfacismos: partidos y movimientos
Más que de fascismos al uso, cabría calificar estas nuevas apuestas políticas reaccionarias de "posfacismos". Siguiendo a Enzo Traverso, podríamos decir que los nuevos partidos y movimientos han perdido el lustre utópico de los fascismos clásicos, su mirada hacia el futuro. A través de una revolución conservadora, Mussolini o Hitler prometían un tiempo nuevo caracterizado por la modernización, el industrialismo y un proyecto imperial para sus sociedades -este último constituía la propia mitología de la que se alimentaba el fascismo en todas sus formas de expresión-. Hoy nos encontramos con una ultradrecha defensiva, nostálgica y vuelta hacia un pasado "glorioso" más imaginario que real. Se trata de una serie de partidos autoritarios que -sobre todo- prometen orden, seguridad e identidad más allá de las convulsiones económicas y los conflictos políticos de la época. En cierto sentido, está claro por qué las viejas clases trabajadoras del cinturón del óxido francés y norteamericano -si nos acercamos al fenómeno Trump- han apostado por estas alternativas: tras décadas de empobrecimeinto y relegación, estas formaciones ofrecen un promesa de restauración del honor en clave simbólica y material. La llamada "prioridad nacional" es eso, un Estado benefactor sólo para los hijos de la patria -nunca para quienes vienen de fuera-.
Por otro lado, la emergencia de estas fuerzas políticas se alimenta tanto del vacío dejado por la administración neoliberal como por las izquierdas. Éstas últimas, oscilando cada vez más en torno a las clases medias, han perdido el pie en sectores enteros de las clases trabajadoras. Y además casi con su propio discurso, pues si dejásemos a un lado la xenofobia, el racismo y el autoritarismo, las críticas contra las finanzas, contra lo antidemocrático de la arquitectura de la UE o los tratados comerciales, los discursos serían muy similares. Pero la irrupción de estos partidos no se debe sin más a una indignación que en el norte de Europa se habría decantado electoralmente hacia la derecha. Generación identitaria en Francia, la Casa Pound en Italia o PEGIDA en Alemania han abonado el terreno para que estas formaciones de ultraderecha adquieran relevancia institucional. A través de dinámicas de movimiento en red, movilizaciones, agitación social y estrategias de okupación, estos movimientos han impulsado una tenaz transformación del sentido común en las calles de la vieja Europa. De hecho, el modelo de la Casa Pound se ha exportado a otros países y ciudades, como Madrid. Hogar Social Madrid (HSM), siguiendo de cerca a los italianos y a Amanecer Dorado, sostienen una okupa en el centro de la ciudad que interviene en el tejido barrial haciendo sindicalismo social "sólo para españoles": banco de alimentos, derechos habitacionales sólo para nacionales y otro tipo de apoyos. El plan es adquirir suficiente fuerza como para dar el salto a la política.
En el contexto español, en medio de una recesión que anuncia un recrudecimiento de la crisis, y con una "nueva política" progre, alejada del tejido social que insiste en hablar de orden y patria, existe un campo abonado para que movimientos como el HSM se repliquen y ganen adeptos. Sobre todo en un momento en el que partidos como Ciudadanos experimentan con nuevos discursos de estigmatización de la pobreza -su campaña anti-okupas- y el PP se ve obligado a reestructurarse tras su particular debacle. ¿Será la oportunidad para la emergencia de una fuerza de extrema derecha en España? Hasta ahora todos los intentos han tenido el mismo resultado: el fracaso. Pero es difícil descartar un nuevo impulso.
Pensar el Antifascismo hoy
Si al final de la Segunda Guerra Mundial los términos "democracia" y "antifascismo" estaban soldados en una unidad, y no podía entenderse el uno sin el otro, hoy día esa vieja alianza se ha quebrado. El hecho de que formaciones abiertamente neofascistas estén en los parlamentos es una buena muestra de ello. La cuestión es si los movimientos antifascistas -depositarios de toda una memoria de luchas- son capaces de desplegar una agenda social y política con los valores que derrotaron por vez primera al Leviatán. Lo cierto es que la sociedad actual dista mucho de aquella que vio emerger al antifascismo español en los 80, en los 90 y 2000, está atravesada de otras variables sociales y de movimiento. No sólo hemos tenido un 15M en España, sino que tras el último 8M, el movimiento feminista ha señalado, en gran medida, el camino a seguir. En este sentido, hoy día es impensable un antifascismo que no sea capaz de estar estructurado en torno a claves feministas. ¿Significa esto abandonar las estrategias de autodefensa? En absoluto, pero implica replantear el sujeto del antifascismo con verdadera radicalidad y sus repertorios de intervención. Además, el antifascismo ya no puede ser mayoritariamente blanco, si quiere ser una fuerza social representativa debe ser mestizo, pues así son las calles y los barrios reales, desde el centro a la periferias de las ciudades. ¿Es posible construir un antifascismo social y político que impulse una agenda propia desde los barrios hasta las instituciones? ¿Es posible establecer un dique de este tipo contra la derechización social y ganar terreno? Y es que vincular de nuevo las palabras democracia y antifascismo es una tarea que sólo podrá hacerse desde una alianza amplia, en común y a la ofensiva.
De estas y otras cuestiones hablaremos en el #Mac4Madrid en el taller Antifascismos: estrategias colectivas y movilización social
Este artículo es una síntesis de la ponencia que articulará las discusiones. Puedes leerla aquí El retorno del Leviatán: fascismos y antifascismos en el siglo XXI. Una discusión abierta