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País Vasco
La fuga que no fue y puso en jaque al Régimen
La conformidad del recuento no llega. Esto es, la corneta, ese ruido del demonio, no suena. Son más de las siete y media de la tarde. Los cinco fuguistas respiran la humedad del desván que será su cárcel dentro de la cárcel, donde paradójicamente ya se sienten más libres. Libres de recuento, de escrutinio, de autoridad. Entre la ficción y la memoria, entre las anotaciones recogidas en euskera por Patxi Arana y salvadas por funcionarios del penal tras 54 días de búsqueda, José Antonio Martín Gómez —uno de esos funcionarios— cuenta con delicada linealidad lo ocurrido entre el 9 de diciembre de 1976 y el 31 de enero de 1977 en el Centro Penitenciario de Basauri: un singular intento de huida. Todo ello, incluidos los días previos y los meses posteriores, las causas y las consecuencias, se relata en La otra fuga de Basauri: del empeño al fracaso (Calambur, 2022), una novela ficcionada con tintes de true crime escrita junto al propio Arana, el entonces preso que lideraría la intentona. “La veracidad de la historia, al margen de la ficción complementaria en que se envuelve la misma, creo que queda suficientemente explícita en la secuenciación de los hechos”, dice el autor encargado de cohesionar datos, documentos y conversaciones.
En efecto, la novela está basada en el surrealista proyecto de escapismo de la cárcel de Basauri por parte de cinco presos, tres de ellos políticos y dos comunes. Una fuga que levantaría ampollas en las instituciones penitenciarias. Meses atrás, eran los propios funcionarios quienes estaban reclamando mejorar su situación laboral. Había muerto el dictador y el Régimen agonizaba. De hecho, mientras los fuguistas planeaban los posibles caminos para la evasión, los presos políticos ya exigían una ley que les dejase en libertad por la vía de la amnistía. Entretanto, seis días después de la jornada de la huida, se sometía a referéndum la Ley para la Reforma Política: se prometía que habría convocatoria de elecciones democráticas y se pondría fin al sistema político franquista.
Todo ello llegó a llevarse a la pantalla. Una humillación. La historia fue maltratada por la productora Pausoka y EITB, según denunció en su momento el propio Patxi Arana. El protagonista explicaba entonces que se había tergiversado lo ocurrido, que se había faltado a la verdad y que aquello era insultante. La serie de televisión —Ihesaldia— se creó y emitió sin el permiso de Arana, que pedía tiempo para que se editase el libro con sus notas del diario de la fuga. Los productores gozaron de esas anotaciones aún no publicadas para fabricar una historia edulcorada, según el exrecluso, pero ignoraron la petición del autor de las mismas.
Hacia la libertad
“Poco antes de las seis y media de la tarde del 9 de diciembre de 1976”, escribe Martín Gómez, uno de los presos no aparecía por ninguna parte, y el funcionario que le había permitido salir al economato, corría desencajado a informar al Centro de Vigilancia. Todo se precipitó. En la cárcel, cuando algo pasa, por aburrido que parezca, si se sale un centímetro de la normalidad, todo se precipita.
Tras no uno, sino dos recuentos, se corrobora: han desaparecido tres políticos y dos comunes. Sospechas, dudas y blasfemias (las cárceles, en realidad, solo son sospechas, dudas y blasfemias). Del director de la prisión al funcionario de turno, todos se preguntaban cómo había podido ocurrir. Cómo había podido ocurrir otra vez.
La historia de la fuga puede ser documentada gracias a la memoria de lo ocurrido y las anotaciones recogidas por el preso en fuga, Patxi Arana, salvadas por funcionarios de la propia cárcel
Encontraron una cuerda de unos 15 metros “bien trenzada, con tiras de mantas, sábanas y restos de cordelería varia”, recoge la pluma de José Antonio Martín Gómez, que vivió de cerca aquel jaque. La cuerda encontrada providencialmente les serviría a todos. Para saciar el hambre de explicaciones que se les exigía a los responsables de la cárcel de Basauri —momentáneamente—, para inclinar la balanza de las culpas hacia la Benemérita —que se encargaba de vigilar de muros para afuera— y para despistar lo suficiente a todos ellos mientras los cinco presos comenzaban a trabajar “como topos” conectando aquel desván con el exterior —butrones, excavaciones, galerías, túneles—, hasta conseguir mirar la cárcel desde fuera. Todos creerían que habían huido.
Junto a los reclusos políticos, Patxi Arana —Arana en la novela— José Ignacio Aramaio —Arregui— y Pedro Martínez Ilarduya —Laucirica en la historia ficcionada—, iban dos comunes, Santiago Marcos Tolsa —en la versión novelada de Martín Gómez es tratado como Trauko— al que se le conocía como ‘El fugas’, y José Vicente Daroca —Aroca en la ficción—. Los comunes fueron clave para salir sin ser vistos de las dependencias interiores del penal, pues trabajaban en los talleres, tenían derecho a jornada laboral en tareas de albañilería y disponían de llaves para abrir las cancelas del cuarto de pintura. Para la huida, Arana había pensado varios butrones y agujeros que conectasen el desván donde vivirían con la propia calle, pero para no ser detectados necesitarían escayola, yeso, cemento y otros materiales almacenados en estas zonas solo al alcance de los comunes.
La experiencia de ‘El fugas’ no estaba de más. Marcos Tolsa había entrado en la cárcel de Basauri por atraco y robo armada, como todas las veces anteriores. Estuvo encarcelado en Ourense, Teruel, Carabanchel, Alcalá Meco, Burgos, Puerto de Santa María, Zamora, Herrera de la Mancha… Y se fugó cuatro veces. Una de ellas salió corriendo de los juzgados de Bilbao. La segunda, en Burgos, mediante un butrón. La tercera, vestido de funcionario. Una más, cambiándose de ropa con su hermano y dejándole a este 20 días dentro. Cuenta casi entre risas Marcos Tolsa: “Él me llamaba por su propio nombre. Confundimos a los guardias civiles y a los jueces. Mi hermano entró en la cárcel diciendo que él no había hecho nada. ‘Eso dicen todos’, le contestaban, jaja”.
Del 7 al 9 de diciembre los presos que se darán a la fuga preparan bolsas de comida y bebida. Galletas, chocolate, conservas en lata, embutidos, miel, leche, turrón, fruta… Se hacen con un barrote, un martillo, clavos, una lima, una linterna, pilas, cal, cables. Arana añade una radio. Quiere estar informado allá donde vayan. “Si las radios informan por boca de las autoridades, como parece, quiere decir que de momento se han tragado el paripé de la cuerda…”, pensará el narrador omnisciente de la historia de Martín Gómez una vez han conseguido esconderse los cinco reclusos.
Ladrillo y socavón
Pasarán los días y se toparán con ladrillo, con una habitación que no buscaban con agua que achicar. Las voces de los funcionarios, a ratos, detendrán su trabajo bajo tierra. Tendrán que poner su cuerpo a punto: dormitar y no hacer ni un solo ruido durante las horas de actividad en los talleres que quedaban debajo del desván y trabajar toda la noche, sin descanso. Se tendrán que reponer cuando los túneles caigan. Pensar estrategias nuevas. No caer en ideas temerarias. La libertad está a unos metros, ya queda menos.
Al otro lado, en el Celular, el departamento donde están encerrados el resto de presos políticos, tienen el sustento material y moral que necesitan cuando pasan las jornadas y las posibilidades menguan. La libertad aún les pilla lejos. Cuando alguno de los políticos silba el “Nola kanta”, Arana les lanza una nota por un hueco del tejado. Es la señal. Pide ayuda. Se quedan sin agua, sin desayuno y sin cena. Comienzan a bajar a por un convoy —paquete de comida y ropa— cada día, exponiendo su sombra, por la noche, en el tejado. “¡Adelante!”, o “estamos con vosotros”, piensa el narrador que los políticos de abajo les contestan a los fugados.
Los presos fugados habían lanzado una cuerda para hacer creer a las autoridades que habían huido mientras trabajaban “como topos” en butrones y túneles para escapar
El intento de fuga termina de torcerse, sobre todo moralmente, cuando, tras unas largas lluvias que iban filtrándose en los túneles en los que los cinco presos trabajaban, un camión cargado con escombros queda encallado sobre el suelo a la altura de un túnel varias veces reformulado. El socavón fue tremendo, sobre el pavimento y sobre la probabilidad de salir de allí sin ser detectados. Ipso facto, los presos en fuga comenzaron a pensar en la declaración, creían que iban a ser cazados. Si eso ocurriese, aunque sin mucha credibilidad, dirían que sería un encierro proamnistía. “O mejor, proamnistía e indulto”, recoge la novela con eco en el relato oral y en las anotaciones de Arana. “Una ingenuidad”, sentencia José Antonio Martín Gómez a través del narrador. Nadie les creería.
Se van acabando las opciones de libertad. El sentimiento de derrota se palpa entre los cinco reclusos, cada uno en su cubículo dentro del desván, cada cual con sus greñas, sus harapos, sus miedos y su desconsuelo. Llegan a tramar un último plan que no sale adelante: propondrán una salida pactada al director del Centro Penitenciario de Basauri. Esa salida impediría que el baranda quedase como un incompetente, haría valer su apuesta por la huida a través de la soga encontrada y los presos encontrarían, por fin, la calle.
Martín Gómez explica que él, como funcionario de prisiones, quedó impresionado con el “factor humano” de aquel momento para la historia, “el empeño de buscar la libertad por parte de unas personas, empleando para ello la inteligencia y los medios que tenían a su alcance, así como la capacidad de resistencia de la que hicieron gala durante los 54 días que estuvieron en el desván”. A pesar de que aquel empeño “terminara en fracaso”, reflexiona.
Cazados
El día 30 de enero Arana se da cuenta de que una escalera metálica que los acompañaba ha desaparecido. El trasiego de linternas, cuchicheos y funcionarios nerviosos hace que los cinco presos desaparecidos hasta ahora acepten la derrota. Ya está. Es cuestión de tiempo. Arana cuartea su diario y lo esconde en un ladrillo. Toca esperar. Ahora sí, finalmente sí, las autoridades volverán a encerrar a los cinco reclusos. Dos trabajadores de la prisión han dado con ellos, subidos en aquel tejado: han dado con las tejas que escondían a los escapados en aquel desván. Se acabó: esto es el fracaso. Volverán los recuentos, el escrutinio constante. Quizá, incluso, sean trasladados a una cárcel andaluza.
Así fue. Arana fue trasladado a Córdoba tras pasar algún tiempo, aislado como el resto del grupo escapista en las celdas del departamento de Periodo, donde solían esperar los recién llegados. Celdas individuales y alejadas lo suficiente del Celular, donde el resto de presos políticos lamentaban el final.
El doloroso fracaso no impidió que tuvieran preparada una declaración unánime: ellos no habían hecho ningún agujero, ninguna trampilla, ningún túnel. Todo lo que hayan podido encontrar en el desván ya estaba allí cuando los fugados llegaron, sostendrían.
Un jueves 9 de diciembre de 1976 cinco presos se reían de toda la institución penitenciaria española. La prensa se tragó la estrategia de los cinco reclusos
El 3 de febrero dos funcionarios pasan por la celda de Arana y le entregan sus folios con sus notas en euskera. Uno más se suma para decirle que tiene algunas páginas de su diario, que se las entregará cuando salga. Uno de esos tres fue el que ahora pone sus manos al servicio de la recomposición de la historia, el propio autor del libro, que tuvo la sensibilidad para entender que los hechos eran Historia.
Arana ingresó el 9 de febrero en su nuevo penal, su última cárcel. Llegó la amnistía el 20 de marzo, pero no salió de la cárcel hasta el 13 de abril, fecha en la que se formalizó el proceso. Libertad, por fin. “Había cumplido tres años y nueve días de cárcel, sobre una condena total de 19”, sentencia José Antonio Martín Gómez en su novela.
La historia se contó y se contará a pesar de que el Centro Penitenciario de Basauri no conserve el expediente de fuga de su prisión. “Tal vez, a las autoridades de entonces no les interesase dejar rastro de un acontecimiento que ponía de relieve una cierta, por no decir flagrante, incompetencia, sesgada por los intereses personales del máximo responsable de la prisión”, expone José Antonio Martín Gómez.
Historial del ilusionismo
¿Cómo había podido ocurrir otra vez?, se flagelaban los responsables. Un mes antes del intento empeñado pero fracasado de fuga de los tres políticos y los dos comunes, el 8 de noviembre de 1976, se interceptó el intento de otra obra de escapismo. Un chivatazo, claro, si no, ¿de qué iban a personarse tan decididos a destapar una arqueta bien disimulada esos boqueras? —funcionarios, despectivamente, en jerga taleguera. Tercera intentona del año, según se documenta. No en vano. Todos los errores estaban siendo estudiados por estos cinco presos, sobre todo por Arana, estratégico y comedido. De hecho, la fuga que este mismo encabezó fue un relámpago. Decir y hacer. O pensar y hacer, mejor dicho. Así evitarían que los encarcelados que intercambiaban información con los carceleros aguasen la fiesta.
Patxi Arana, coautor de la historia, con su narración conservada en un diario y su memoria, contaba con la experiencia de otro intento fracasado de fuga en Carabanchel a finales de 1975. Otro chivatazo. Estaba junto al otro preso relacionado con ETA, que en el libro se identifica como Arregui. Esa vez sí: consiguieron ver el penal de Carabanchel por fuera tras excavar un paso subterráneo. Ilusionismo, magia. Decidieron dejar para el día siguiente su salida en libertad y esa fue “su perdición”, como explicita la historia. El 1 de enero de 1976 fueron interceptados. Ambos fueron trasladados a Basauri. Arana se pasó los últimos meses en la prisión de Bizkaia suponiendo que volvería a ser trasladado lejos, con una sentencia condenatoria de 19 años de prisión por parte del Tribunal de Orden Público. Ese era su mayor miedo, volver a salir, obligadamente, fuera de Euskal Herria.
Los cinco presos en fuga siempre tuvieron en mente, cómo no, otro lúcido escape que terminó victorioso para los escapados. De hecho, una y otra fuga se produjeron, como hiladas en el tiempo, durante el mes de diciembre. Ese 11 del último mes de 1969 hasta 15 presos huyeron. De ellos, 10 eran de ETA. El resto, comunes. Se cuenta que aquellos enseguida se hicieron a la mar en Ondarroa, llegaron a Iparralde y luego a París, donde el Gobierno vasco en el exilio les otorgaría condición de refugiados políticos.
Junto a la de 1969, más reciente en la memoria compartida por los reclusos de las cárceles españolas y vascas estaba la fuga de la cárcel de Segovia meses antes, en abril de 1976, donde hasta 29 presos huyeron —24 militantes de ETA y cinco catalanes del FRAP, FAC, MIL y PCE—. Aunque tuvieron éxito en la huida, uno de ellos fue abatido, 21 se entregaron, tres fueron interceptados y solo cuatro consiguieron pasar a Francia.
La hemeroteca
Volviendo a nuestra historia, un jueves 9 de diciembre cinco presos se burlaban de toda la institución penitenciaria española. La prensa se tragó la estrategia de los cinco reclusos. El atrezo en el penal se convirtió en columnas de información destacada en las cabeceras nacionales. “Cinco reclusos se fugan de la prisión de Basauri (Vizcaya)”, recogía La Vanguardia, que seguía: “La búsqueda de los cinco fugitivos es muy intensa, sin que se tenga, de momento, ninguna pista sobre ellos”. ¿Dónde estaban buscando las autoridades? La mancheta catalana estaba acompañada por otras noticias de calado, como los mensajes de Carter de fidelidad y apoyo a la Alianza Atlántica o las opiniones entrecomilladas de Jordi Pujol.
La portada de El País estaba encabezada por un “Fuga de cinco presos del penal de Basauri” trufado, a su alrededor, con más OTAN, con el fin de una huelga de empleados de Gas Madrid y con un anuncio se un “superespectáculo” cabaretero. ABC decía: “Fuerzas de la Guardia Civil han montado controles y servicios de vigilancia por diversos puntos de la provincia, y en especial en las cercanías de Basauri”.
Diario16 acompañaba al fin del conflicto de los trabajadores del gas con una entrevista, una pregunta retórica —“¿Cuánto durará el franquismo sin Franco?”— y la otra gran noticia del día: “Intensa búsqueda de los evadidos de ETA”. A la noticia, con datos de agencia similares al resto de diarios, añadían algo nuevo: las fotos de los dos presos políticos asociados a Euskadi Ta Askatasuna. En El Correo Español - El Pueblo Vasco, la portada también hablaba de los cinco fugados. Al final del diario, además, un recuadro rojo encabezado con un “ÚLTIMA HORA” informaba de “nuevos datos sobre la evasión”. Como si hubiera llegado un informe fotocopiado de alguna comisaría, enunciaban los cargos por los que condenaba a los presos políticos, describían la “oscuridad” del entorno y la intensa actividad de búsqueda. Todo ello, para salvar la honra de un país que apenas emprendía sus primeros gateos hacia la Transición.
Cuando todo el género estaba vendido y el pescado iba a ser ya envuelto con el papel del periódico del día anterior, 54 días después, las autoridades descubrieron la artimaña. Los fugados no eran tales, aunque lo habían intentado. Habían bailado sobre la seguridad penitenciaria, polvorienta, y se habían reído de todas y cada una de las autoridades franquistas implicadas. Meses más tarde, uno de ellos, Pedro Martínez Ilarduya, del PCE(r), daba una entrevista al Boletin del Socorro Rojo, la publicación Solidaridad, donde hablaba sobre tortura, represión y el mediático intento de fuga. “Estuve nueve días en comisaría”, relataba el preso protagonista, ya en libertad. “Fíjate, me arrancaron cuatro dientes. Pero lo peor fue cuando me aplicaron corrientes”, continuaba sobre su primer contacto con las prisiones. “Al poco tiempo de conocernos, no hubo pega para que confiáramos unos en otros y, ¡manos a la obra!”, narraba sobre la estrategia de fuga. Todo estaba pensado: la cuerda que simularía la supuesta fuga, el agujero acondicionado con alimento para 15 días —los que esperaban que iban a ser— e incluso un transistor para estar informados. Trabajaban de noche porque había menor vigilancia. Cavaban el túnel que finalmente les haría salir de ahí en turnos. Picar y sacar tierra. “Para hacer todo esto nos alumbrábamos con dos fluorescentes portátiles que nos habíamos agenciado”, informaba Martínez Ilarduya.
Finalmente llegó la Guardia Civil. Los beneméritos y los funcionarios, todos muy nerviosos, registraron a los fuguistas. “No sé cómo no nos mataron a alguno ya que se les escapó un tiro. La dirección de la prisión nos impuso una sanción de 50 días de incomunicación en [las] celdas”, recoge Solidaridad las palabras de Ilarduya. En efecto, parece que el tiro, que salió limpio por el techo, se le escapó a un cabo nervioso, enseguida abroncado por el sargento. “Los antifascistas no se deben resignar y, por supuesto, tampoco deben esperar ninguna ‘gracia’ de quienes nos han torturado y encarcelado”, terminaba, con este alegato, el preso del PCE(r).
Así acabó el más extraordinario, por raro, intento de fuga de las cárceles del Régimen: una efímera fuga de 54 días que, como el exilio interior practicado por los resistentes del franquismo, fue realidad, paradójicamente, en el interior mismo de la cárcel de Basauri. Toda una celebración de ingenio e imaginación al servicio de la libertad.
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