País Valenciano
Casals: mantener la cultura propia viva desde la sombra

El concepto de ‘casal’ bebe de la tradición festera valenciana y ha ido ampliando su significado hasta recoger una serie de iniciativas populares que trabajan en la cultura e identidad propias. Los casales, que conviven en su objetivo con otro tipo de espacios como los ateneos o centros sociales, se mueven entre la dificultad de su continuidad en un contexto de rechazo a la catalanidad en el territorio y el empuje de las nuevas generaciones por llegar donde las instituciones no llegan.
Casals 01
Lluís Alexandre Agulló i Garcia mostrando carteles del 9 d'Octubre en el Casal Jaume I d'Elx Miguel Ángel Valero

“El año 88 comienza todo”, concreta Francisco Collado, autor del libro Abriendo Puertas. Okupaciones en València (1988-2006) (Ediciones La Burbuja, 2007) y participante en diversos espacios autogestionados, cuando fija los orígenes del primer casal popular del País Valencià tal y como son entendidos ahora. En aquel momento, personas de diversos colectivos sociales empezaron a preparar la ocupación de lo que un año después se materializaría en el ya extinto Kasal Popular de Palma, ubicado en pleno casco histórico de València. “Fue el inicio de las experiencias de este tipo en la provincia, que ya existían en Euskadi, Catalunya y Madrid”, resume Collado. Poco después, en 1991, comenzaron las andadas de otro espacio: el Kasal Popular Flora, esta vez en el barrio valenciano de Trinidad, que funcionó hasta 1996: “Flora fue como la eclosión, un lugar referencial no solo para la ciudad, sino para el Estado. Había mucha actividad y teníamos cierta repercusión y al mismo tiempo mucha criminalización”. A partir de ese momento, los espacios de este tipo se fueron expandiendo por la provincia.

En Alacant, el primer casal nació más tarde y de otra manera. No era un espacio que ponía en el centro la ocupación como posicionamiento político, ni su puesta en marcha en 1997 vino marcada directamente por la movilización popular: se trataba de un espacio, el Casal Jaume I d’Alacant, impulsado por Acció Cultural del País Valencià (ACPV), una entidad creada en 1971 pero legalizada en 1978 cuyo objetivo es “la promoción de la lengua y cultura propias del País Valencià, así como la conciencia civil que se deriva de ellas”. Uno de sus fundadores y actual presidente de honor de la asociación, Eliseu Climent, explica que la inspiración de ACPV al crear sus casales eran los ateneos republicanos de los años 30, “lugares de dinamización cultural y politización de un sector de la población a la que pertenecían”, centros que ayudaron a “crear un ambiente” para que la República se instalara en el país. Para Climent, mientras los casales de entonces difundían la idea republicana, los de ACPV defienden las ideas “de progreso y de país, a través de una organización transversal, sin partidos”, asegura. 

El histórico líder de ACPV señala que se trata de estructuras “de compromiso popular” en las que toda actividad se realiza “de abajo arriba”. ACPV tradicionalmente se ha financiado, además de las cuotas de los socios, mediante subvenciones de la Generalitat de Catalunya. Con este respaldo económico, desde finales de los 90 y hasta la crisis económica de hace una década, llegaron a contabilizarse cerca de una treintena de casales Jaume I —la marca de ACPV para sus centros sociales— por todo el País Valencià, inicialmente por Alacant y València pero pronto extendiéndose hasta Catalunya y llegando hasta Perpinyà, donde la asociación todavía mantiene un casal activo. 

Uno de los primeros fue el de Elx, el cual coordina desde hace un par de años Lluís Alexandre Agulló i Garcia, hijo de Agustí Agulló, referente local en la defensa de la cultura valenciana que falleció el pasado mes de febrero. Lluís Alexandre explica que ACPV en Elx tiene alrededor de 200 socios que desde su fundación alquilan el bajo que siempre ha sido la sede del casal en la calle Sant Jordi del centro de la ciudad, una antigua fábrica de calzado reconvertida en espacio cultural. El soporte económico de ACPV en estas estructuras permitió profesionalizarlas. En el extinto casal Jaume I d’Alacant había una jornada y media empleada, según narra Aquiles Rubio, profesor de instituto que participó en la iniciativa. Sin embargo, el primer casal de ACPV en el País Valencià llegaría a su fin en 2009 tras “una serie de desavenencias con la dirección del espacio”, según explica Rubio. Dos años después, en 2011, parte del equipo integrante de aquel Casal arrancaría un nuevo proyecto independiente, el Casal Popular Tio Cuc d’Alacant. 

“El nom no fa la cosa”

Hablar de los Casales del País Valencià como una cosa homogénea es incurrir en falsedad. Ni siquiera dividirlos entre populares o impulsados por ACPV es suficiente para clasificarlos. Es cierto que los casales, que reciben ese nombre por la tradición festera valenciana —casales falleros— tienen muchos aspectos en común: son espacios de encuentro y participación autogestionados por quienes forman parte y realizan actividades con, fundamentalmente, tres objetivos —dependiendo del Casal uno tiene más protagonismo que otro—: defender la lengua, historia e identidad propia; difundir la cultura popular y trabajar en la conciencia de clase. 

“Yo creo que el nombre no hace la cosa”, resume Aquiles Rubio, miembro del Casal Popular Tío Cuc, cuando es preguntado por las diferencias entre un casal y otros espacios como los ateneos o los centros sociales. “Creo que es más la terminología que te gusta más o cuál es la tradición de la que provienes para llamarlo de una manera u otra, por ejemplo creo que nosotros preferimos el término casal porque provenimos del mundo de la cultura, pero lo importante de estos espacios es el contenido del trabajo”, expone. Ginés Saura, presidente del Ateneo Viento del Pueblo de Orihuela (Alicante), apunta también a la cuestión identitaria: “Los casales han estado históricamente muy vinculados al nacionalismo, aquí no es el caso porque no es una realidad, en la Vega Baja no existen asociaciones nacionalistas”. 

Cada espacio, de hecho, tiene el foco de su actividad puesto en diferentes cuestiones y depende enormemente del contexto en el que nacieron y en el que se desarrollan en la actualidad. A ello se refiere Collado cuando narra los inicios de los casales de València: “A finales de los 80, el barrio del Carmen estaba totalmente degradado. La heroína era una constante en la ciudad, había mucha gente joven parada, sin perspectiva de futuro, con un gobierno supuestamente de izquierdas que ponía trabas a la gente joven no solo al trabajo sino también a los estudios”. Eso motivó a un grupo de jóvenes pertenecientes a distintos colectivos sociales y políticos a organizarse para responder a esa situación: así empezaron las ocupaciones de espacios donde, además de eventos culturales y acciones en defensa del valencià, se daba respuesta a necesidades básicas, incluida la de acceso a la vivienda. 

Este enfoque es el que cobra protagonismo —por encima de la cuestión cultural o identitaria— en el último casal puesto en marcha en el País Valencià, el Casal Popular el Clot en el barrio del Cabanyal (València). El Sindicat de Barri de Cabanyal, Acció Antifeixista y Cabanyal Horta ya desarrollaban proyectos de cocina de barrio y red de alimentos: la idea era habilitar un espacio donde poner también en marcha una escuela y un gimnasio popular para responder a las necesidades que no estaban siendo cubiertas por las administraciones, narra Julia Garrido, integrante de la iniciativa. Intentaron negociar con el Ayuntamiento la cesión de un espacio y, en vista a la falta de respuesta, lo ocuparon. Pocas horas después eran desalojados por la policía, aunque las negociaciones con el Ayuntamiento continúan, así como los proyectos que ya existían.

“Nuestro proyecto es político y va más allá de cubrir necesidades con una lógica alejada del asistencialismo. Creemos que estas estructuras populares son espacios de convivencia que generan sentido de pertenencia al barrio, que crean comunidad en lucha y que hacen visible que hay alternativas a la lógica del sistema capitalista donde podamos construir colectivamente la forma en la que queremos vivir”, resume Garrido. También hace referencia a la intención, compartida por el resto de casales, de contribuir a la conciencia de clase trabajadora reconociéndose como tal, lo que consideran el primer paso para llegar a un cambio social. Al respecto, Lluís Alexandre Agulló del Jaume I d’Elx indica que los casales de ACPV se crearon “como herramienta para dar respuesta a unas cuestiones que debería hacer la política”, y refiere que una de las razones han sido las más de dos décadas de gobiernos del PP en la Generalitat que “para el tema cultural no han hecho nada, más bien al contrario”, lo cual motivó la creación de estos espacios “para juntar a la gente, a los colectivos y las asociaciones y luchar por la lengua y la cultura”, remata Agulló. 

La cuestión identitaria

Igual que los casales promovidos por Acció Cultural del País Valencià tienen en su vocación el fortalecimiento de la presencia de la cultura y lengua propias en los territorios donde se percibía una pérdida de ellas, el Tío Cuc nació con una vocación similar, pero dándole protagonismo al hacerlo desde la base: “El Casal existe porque vimos que había problemas a los que queríamos dar respuesta: el arrinconamiento del valenciano en la ciudad y la despersonalización que lleva aparejada, la necesidad de impulsar dinámicas y estructuras que dignifiquen la cultura popular en un proceso de pérdida de todos los referentes de la cultura tradicional de la ciudad, el abandono de la memoria histórica, el intento de desdibujar la valencianidad de Alicante y su catalanidad y, un aspecto que no teníamos en cuenta en los orígenes pero que con el desarrollo del Casal ha sido clave, las desigualdades derivadas del machismo”.

Desde Castelló, Héctor Adsuara, miembro del Casal Popular de la Vila-Real, añade la voluntad de descentralizar la lucha y el movimiento social que se concentraba en la ciudad de Castelló cuando enumera los motivos de la existencia del espacio, nacido en 2012 pero con sus antecedentes en el Ateneu que arrancó en el municipio en 2008. Esta voluntad descentralizadora se replica actualmente con el Casal de Nules, de reciente creación, “y las iniciativas que están surgiendo en Onda”, expresa Adsuara. Clara Huesca, que forma parte de la asamblea del Casal Popular de Nules, explica que con la creación de este espacio buscan aglutinar no sólo a la gente del municipio “sino también a la gente de los pueblos de la contornà”. “Comenzamos con un mensaje de Whatsapp, en verano de 2020. Nos costó mucho porque era plena pandemia, no teníamos un espacio físico y hacíamos las asambleas via on line, pero hicimos los estatutos y teníamos claro que queríamos crear un espacio alternativo en Nules, con otra forma de pensar y de hacer”, precisa.

Por su parte, el de memoria histórica es el aspecto más trabajado por el Ateneo Viento del Pueblo, que nació en 2003 con la vocación de poner en valor la figura del poeta oriolano Miguel Hernández, “que en su propia tierra ha sido un gran desconocido y muy perseguido” o reducido a su faceta de “poeta de pueblo y pastor de cabras obviando su compromiso político y revolucionario”, expresa Saura. El presidente del ateneo oriolano reconoce que, en una comarca donde el uso del valenciano no solo no es habitual sino que además es rechazado —”la primera asociación de defensa del castellano surge en Orihuela, con eso te lo digo todo”, ironiza—, esa faceta de la cultura propia es una asignatura pendiente. “Las veces que hemos celebrado actos sobre el valenciano en la comarca, estos han sido boicoteados”, ilustra. 

En cuanto a si la ubicación geográfica de estas iniciativas puede ser un condicionante de su éxito o fracaso —¿es más viable la permanencia de los casales en ciudades o pueblos donde hay un mayor sentimiento identitario?—, las fuentes no tienen una posición clara. Para Aquiles Rubio, la continuidad guarda “más relación con los grados de cohesión social que pueda haber en un sitio o en otro que con los grados de identidad”, aunque, matiza “también es cierto que la identidad ayuda a cohesionar y socializar”. Lugares como Benimaclet y Cabanyal en València, o Alcoi y el barrio de Carolines en menor medida en Alacant, que albergan multitud de iniciativas populares, son ejemplo de ello.

El futuro previsible

Más allá de la cuestión nacionalista, existen cuatro aspectos que sí condicionan la continuidad de los casales, ateneos o centros sociales: la propiedad del espacio físico que ocupan, la financiación, los niveles de participación del colectivo y la acogida de su actividad por parte de la sociedad. Sobre el primero, hay casales que optan por la ocupación, otros por el alquiler del espacio y un tercer grupo presiona para la cesión del mismo a las administraciones, como es el caso de El Clot: “Queremos que el modelo sea una cesión que nos permita desarrollar los proyectos de manera estable y sostenida en el tiempo” explica Julia Garrido. Rubio apunta en la misma dirección: inicialmente intentaron ocupar un local que sirviera de espacio para el Casal Popular Tío Cuc, pero finalmente optaron por el alquiler. “La primera decisión a tomar es dónde decides dirigir tus energías, si prefieres alquilar para garantizar la continuidad del proyecto a largo plazo o si pones en cuestionamiento lo central, la propiedad, y priorizas el enfrentamiento directo”. Collado detecta un cambio en este sentido en los últimos años: “La negociación en la ocupación hasta ahora no se había dado. Nosotros podíamos tener un desalojo al día siguiente, pero no se negociaba con los propietarios, fueran públicos o privados; simplemente ese espacio estaba abandonado y teníamos derecho a utilizarlo”. 

La segunda cuestión, la de la financiación, es solventada por la mayoría de espacios populares —especialmente por aquellos que tienen gastos de alquiler— con las cuotas de personas socias que componen los colectivos, actividades que se autofinancian, eventos y venta de productos como libros o loterías. Los diez años de existencia del Tío Cuc, los más de 20 del Jaume I de Elx, o los 18 del ateneo oriolano muestran que, con compromiso e implicación, estos espacios pueden permanecer en el tiempo. Pero la cuestión de la participación es, precisamente, una preocupación compartida, sobre todo en los casales donde la vertiente cultural tiene un mayor protagonismo. 

Aunque Rubio se muestra satisfecho con el trabajo del Casal en sus diez años de existencia, explica que ya antes de la pandemia había una participación irregular y que el coronavirus no ha hecho más que agravar el problema. “Pienso que hay una dificultad de retomar proyectos colectivos, de socializar, y creo que se debe a una profundización del individualismo y el hecho de que mucha gente se ha acostumbrado a hacer las cosas online… Hemos reducido nuestros espacios de socialización al bar y al restaurante”. La situación del casal Jaume I d’Elx es similar a pesar del apoyo económico de las subvenciones públicas canalizadas a través de ACPV, que tiene algunos casales en propiedad pero otros, como el de Elx, son de alquiler. Agulló explica que “cada vez más, ya sea a ACPV o a cualquier otra asociación, las nuevas generaciones no son de pagar cuotas”. Una situación “jodida, porque realmente las cuotas no es que sean grandes en términos culturales”, algo que Agulló considera “un reflejo” de la mala situación económica de los jóvenes y la sociedad. Adsuara también alude a la dificultad para encontrar relevo generacional en el Casal de Vila-real, “pero tanto de jóvenes como de mayores”.

Desde el Ateneo Viento del Pueblo, Saura se refiere a una “crisis ideológica” cuando piensa en el futuro de estos espacios y reconoce que “no participa tanta gente joven como nos gustaría”. Rubio también cuenta que “cuesta llegar a la gente menor de 30 años”. Sin embargo, no se muestra preocupado por el futuro del Casal Popular Tío Cuc: “El Casal nace en una situación concreta y con personas que hacen un análisis muy concreto y muy particular de la realidad que les envuelve, pero a nosotros no nos preocupa si el Casal seguirá existiendo de aquí a cinco, diez, o veinte años; lo que desearíamos, y para lo que trabajamos, es para que de aquí a cinco, diez o veinte años haya gente de 20, 30 o 40 que defienda el valenciano, la construcción nacional, la memoria histórica, la cultura popular y que trabaje en clave feminista”. 

Pero el último aspecto, el del impacto social, es también complejo. Collado lo resume en un reto: “Tú pregunta a cualquier persona en la calle si conocen estos espacios, que si no estás metido en ese entorno nadie lo sabe. Con Flora se consiguió que mucha gente de la ciudad, desvinculada totalmente a esos temas, supiera que unos chavales habían ocupado un espacio”, aunque añade que también influía el espacio en sí y que estuviera tan céntrico. La valoración de la trayectoria sobre los espacios que representan es positiva por parte de todas las fuentes, aunque sí reconocen que algunos eventos son mejor acogidos que otros. En cualquier caso, tal y como apunta Collado, “hay que pensar en el futuro yendo paso a paso”. En ello concuerda Rubio cuando dice que la única forma de construir una sociedad mejor es trabajar en el presente. Reconoce que no es fácil hacerlo. “No nos han tocado tiempos de expansión de determinadas ideas o formas de entender la sociedad: vivimos tiempos de resistir”. El hecho de que sigan surgiendo iniciativas lideradas en su mayoría por gente joven, que defienden de manera directa o transversal la cultura propia, popular y trabajan desde una perspectiva de clase, a pesar de las dificultades, los ataques y la represión que enfrentan, arroja algo de esperanza para pensar que la resistencia existe y que, quizás, no está siendo en vano.

DIANA DE VIOLENCIA Y REPRESIÓN
La ocupación de espacios y el impulso de las luchas sociales convirtió a los casales en diana para la criminalización, la violencia de la extrema derecha y la represión policial. “Desde la primera patada en la puerta y hasta ahora, la criminalización ha sido constante”, reconoce Collado sobre la histórica campaña de deslegitimación que ataca constantemente al movimiento okupa desde sus inicios. En el caso más reciente, el dispositivo policial que desalojó el Casal del Clot bloqueaba la entrada al espacio en pocas horas después de hacerse efectiva la ocupación, y lo hacía sin orden judicial. Además de la criminalización y la represión institucional, tanto los Casales como sus iniciativas y las personas que los integran han recibido, desde sus inicios, todo tipo de amenazas y ataques violentos de grupos de extrema derecha. En el Kasal de Flora, unos nazis atacaron en la puerta y en el Casal del Riu, recuerda Collado, lanzaron un cóctel molotov. El Casal Popular de Castelló resultó calcinado en julio de 2020, una semana después de que unos individuos sellaran sus puertas y firmaran el ataque como ‘Abascal Army’. En Vila-real, en 2015, un grupo de fascistas lanzaron piedras y botellas al interior del casal causando destrozos y llegando a agredir a una de las integrantes. En Alacant, la placa en homenaje al militante antifascista Miquel Grau en la Plaza de Luceros, instalada a iniciativa del Casal Popular Tío Cuc, ha sido vandalizada en diversas ocasiones, y el propio local ha sufrido alguna que otra agresión. Por su parte, Lluís Alexandre Agulló asegura que cuando su padre estaba al frente del casal recibió amenazas de muerte por teléfono, el suceso más grave entre los ya habituales ataques a la fachada y mobiliario del casal. En las sedes de ACPV, aunque sí ha habido incidentes, defiende Climent, “no ha habido ataques violentos, porque violento fue lo que pasó en la librería Tres i Quatre: tuvimos 20 atentados en 30 años, que se dice pronto; es la librería con más atentados de Europa”. Muestras, todas ellas, de lo que molesta a la extrema derecha la existencia de espacios que sirvan, tanto a personas como a colectivos, para fortalecer redes y desarrollar actividades en torno a la cultura y la identidad valenciana desde un prisma asambleario y antifascista.
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