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País Valenciano
Los municipios afectados por la dana siguen lejos de la normalidad: barrio, rabia y resistencia
En las localidades de Paiporta, Benetússer, Alfafar y La Torre la respuesta institucional sigue siendo insuficiente. Entre el lodo todavía acumulado en los sótanos y garajes, coches amontonados en descampados y las muchas de las viviendas todavía inhabitables, resuena la indignación de un pueblo abandonado por sus dirigentes políticos.
Estas son las voces de quienes todavía luchan por reconstruir sus hogares, sus vecindarios, y sus vidas. Frente a la pasividad de las instituciones, surgen la solidaridad y la resiliencia de un tejido social que trata de contrarrestar las carencias del sistema. Las redes vecinales han asumido el peso de una recuperación que se siente como una lucha diaria por la supervivencia.
Rut M. L., vecina de Benetússer, nos recibe al pie de su edificio. El portal está parcialmente derrumbado y los bajos comerciales se encuentran destrozados. El alumbrado público tampoco ha sido reparado.
El edificio fue decretado con riesgo químico debido al vertido de pinturas de una tienda que ocupaba el bajo. El sótano sigue inundado por esa mezcla de lodo y productos químicos. Es la primera vez que Rut vuelve a su casa desde aquel día. Ella, junto con sus hijos, ha tenido la suerte de poder contar con ayuda familiar, evitando así pasar dos meses en un edificio impregnado por la humedad, el polvo y un irrespirable olor a pintura y disolventes. Sin embargo, otros vecinos no han tenido esa posibilidad y han permanecido aquí, sin que las autoridades les ofrecieran ninguna alternativa habitacional.
Opinión
Dana Crónica desde la distancia de un pueblo destrozado, el mío: Benetússer
El relato de Rut ilustra con crudeza la desprotección vivida. El agua entró en su calle de forma imparable. Recuerda como, en apenas 15 minutos, pasó de ver el agua llegar desde su balcón, a tener que recorrer el edificio para ayudar a sus vecinos a ponerse a salvo. Su vivienda en el cuarto piso se convirtió en un refugio para ella, sus dos hijos, y 23 vecinos más, incluidos tres menores cuyos padres no lograron llegar a tiempo y quedaron atrapados en Sedaví.
“Lo que llegó fue una riada devastadora. Todo lo que hacíamos en esos momentos era intuición pura”. Entre varios de ellos ayudaron a subir a otros vecinos con movilidad reducida de los pisos inferiores: un hombre en silla de ruedas y un anciano que lamentablemente, falleció horas después en el piso de Rut, tras sufrir un infarto sin posibilidad de recibir ayuda médica. “Llamé al 112 innumerables veces, pero no obtuve respuesta. Me quedé con él tratando de tranquilizarlo como pude, sintiendo una impotencia inmensa. Tenía tal desesperación que incluso llegué a pedir auxilio por Twitter”.
València
Dana Vecina de Benetússer: “Estamos en shock, pero sales a trabajar a la calle hasta que el cuerpo aguante”
Este grupo de vecinos de Benetússer trataron también de rescatar personas atrapadas en la calle a través del balcón del primer piso, pero la corriente era demasiado fuerte. “Cuando llegó la alerta a los móviles, había 3 metros de agua en mi calle. Nos pareció una broma cruel.”
Al amanecer los recursos seguían sin llegar. La precaria gestión institucional dejó a Rut y a sus vecinos en una situación de abandono absoluto. “Los primeros dispositivos de emergencia tardaron 48 horas en llegar. No había recursos, no había información. Nos hemos sentido completamente solos”. Después pasaron 9 días sin electricidad hasta que un técnico voluntario les hizo un arreglo provisional de la instalación, que todavía debe ser revisada.
Valencià
Dana Parque Alcosa tras la dana: tus vecinas llegan a donde no lo hace el Estado
Ante la parálisis institucional, la organización vecinal se convirtió en el único salvavidas. El Kolectivo Parke Alkosa, gestionó una red para repartir alimentos, agua y medicamentos. “Sin ellos no hubiéramos comido ni bebido” recalca Rut. Además, otros voluntarios locales y asociaciones como el CSOA L´Horta se movilizaron rápidamente para cubrir las carencias. “Fue algo impresionante. Se elaboraron listas de necesidades, se repartía lo poco que había de forma equitativa, todo coordinado desde el vecindario. Esto nos salvó. La administración no llegó, pero nosotras sí que estuvimos ahí para ayudarnos”
Esta dura experiencia, también le ha dejado a Rut y a sus hijos una herida psicológica. “Hay un daño emocional que no se ve. Muchas familias estamos lidiando con ansiedad, insomnio y pesadillas”. Rut lamenta que los recursos para la salud mental ya eran muy justos antes de que ocurriera esto, y ahora mismo, “la única opción para muchas personas es buscar atención psicológica privada, algo que no todos los afectados podrán permitirse”.
El retraso en las ayudas
A día de hoy esta comunidad de vecinos todavía no ha recibido las ayudas económicas de las administraciones, solo un adelanto parcial de la indemnización del Consorcio de Aseguradoras, que cubrirá únicamente el gasto del ascensor. Denuncian la falta de información y de transparencia en los trámites sumado a la dificultad para contactar con las entidades: “No tenemos ni siquiera el informe de la peritación, no sabemos cuánto vamos a recibir, ni cuándo y es muy difícil poder hacer una planificación adecuada y seguir adelante con tanta incertidumbre.”
En Paiporta la historia se repite. Caminando por sus calles a finales de diciembre, ya bien entrada la navidad todavía se respira polvo y el ambiente se siente insalubre por la humedad que emana de cada planta baja. La gente sigue trabajando en los bajos y viviendas y los niños y niñas de la localidad reivindican su derecho a ser felices pintando estrellas que cuelgan en las fachadas destrozadas, cuyos colores contrastan con el del barro que lo tiñe todo.
“Las primeras semanas no podíamos ni comer. El miedo y la incertidumbre eran insoportables”, relata una vecina de Paiporta que prefiere mantener el anonimato
En el corazón de la localidad me recibe una vecina que prefiere mantener su nombre en el anonimato. Ella vivió momentos de auténtico pánico en el interior de su vivienda cuando, junto con su marido y su hijo, trataron de contener el agua tras la puerta, que finalmente fue derribada por el torrente. Los tres fueron rescatados con una escalera por los vecinos a través del patio interior, mientras veían como todo en su vivienda empezaba a flotar. El suelo del salón se desplomó y un gran agujero se tragó parte de sus muebles y pertenencias. “Las primeras semanas no podíamos ni comer. El miedo y la incertidumbre eran insoportables”, relata.
Ahora, dos meses después su vivienda sigue siendo inhabitable. Como muchas otras familias, tuvieron que buscar refugio en casa de un familiar. “Sin ayudas económicas no hay posibilidad de iniciar las obras y el regreso a casa parece un sueño distante. Lo que más nos duele es el cinismo de las administraciones. Nos han dejado completamente abandonados”.
Esta vecina exige “que los responsables políticos sean procesados judicialmente. Deben pagar penalmente por esta negligencia que ha costado la vida a tantas personas.”
Esta vecina exige “que los responsables políticos sean procesados judicialmente. Deben pagar penalmente por esta negligencia que ha costado la vida a tantas personas.” A pesar del caos y la desesperación que vivió, afirma que la solidaridad de sus vecinos y la ayuda desinteresada de desconocidos que se ofrecieron espontáneamente a colaborar han sido verdaderos actos de amor, y constituyen el lado más humano y esperanzador de esta tragedia.
Colectivos sociales como el Ateneu Llibertari del Cabanyal y Suport Mutu Dana organizaron en esta zona puntos de reparto de suministros esenciales. Gracias a ellos y a otros muchos voluntarios, estos hogares tuvieron una mínima atención ante la emergencia.
Penélope se queja de que la humedad penetra en su casa: “Estamos todo el día con los deshumidificadores y las estufas conectados y por eso, además se nos están disparando las facturas de la luz”
Penélope, vecina también de Paiporta, habla muy preocupada de su madre, de 73 años: “Tiene toda la casa destrozada, así no se puede vivir. Además, debajo de su casa hay un garaje, todavía inundado”. Penélope se queja de que la humedad sube y penetra en todas las estancias de la casa, lo que contribuye a aumentar la sensación de frío. “Estamos todo el día con los deshumidificadores y las estufas conectados y por eso, además se nos están disparando las facturas de la luz”.
Esta vecina subraya que necesitan un aire en casa mínimamente respirable. “Lo primero es que vacíen de una vez los garajes, hasta que eso no se solucione, y hasta que no nos lleguen las ayudas y las indemnizaciones, no podemos empezar a reconstruir las casas”, añade.
La sensación de abandono institucional
Sus relatos reflejan el mismo sentimiento: la sensación de abandono por parte de la Administración. Penélope continúa: “Las administraciones simplemente no están, y hay demasiada burocracia para la concesión de las ayudas, que deberían ser de carácter urgente”. Ella tiene claro que “hemos sufrido un trauma colectivo y nuestro sufrimiento se acrecienta por el abandono institucional. Te sientes olvidado”.
El trauma que ha dejado la experiencia la noche de la riada ha dejado huella: “Tenemos la cabeza llena de sonidos e imágenes que nunca olvidaremos, hemos visto gente llevada por el agua, a la que no hemos podido ayudar. Los han dejado morir”, lamenta Penélope, que expone sus razones para dar a conocer lo sucedido: “Queremos que nuestro testimonio se convierta en un acto de denuncia de la falta de escrúpulos de quienes deberían habernos protegido”.
Penélope también quiere dejar claro que lo mejor que han tenido es la solidaridad: “la gente ha sido la fuerza y el motor en esta catástrofe. Que unos y otros, nos hemos tenido que encontrar en medio de este desastre y comenzar a construir desde la solidaridad”. Un aspecto que contrapone a la desidia que han mostrado los responsables institucionales: “Ante la violencia con la que nos han tratado nuestros responsables políticos, el pueblo se ha unido y se ha dado cuenta de que tenemos que organizarnos en cada barrio para construir una alternativa social, porque ahora sabemos con certeza que no podemos esperar que el estado garantice nuestros derechos”, concluye.
La desolación de La Torre
En la pedanía valenciana de La Torre, la situación sigue siendo desoladora. Ramón Martí, miembro de la asociación de vecinos, y Aniuska Dolz, presidenta de la misma, comparten un panorama marcado por la devastación y la desidia política. Aunque el barro ha sido retirado de las calles, los garajes continúan anegados y los ascensores permanecen dañados, dejando atrapadas en sus hogares a muchas personas mayores o con limitaciones de movilidad. “En Sociópolis, donde hay edificios de hasta 20 plantas, algunos vecinos no han podido salir desde el día del desastre”, me comenta Ramón.
El abastecimiento básico y el transporte también son problemas importantes, que siguen presentes día tras día. “No tenemos supermercado en el barrio. La gente tiene que desplazarse para todo: para comprar comida, llevar a los niños al colegio o ir a trabajar. Todos nos hemos quedado sin coches”. El transporte público tampoco está contribuyendo a paliar la tragedia: “como no han aumentado el número de autobuses en la zona, en horas punta llegan llenos y ni siquiera se detienen en las paradas”.
A esto se le suma el hedor persistente a aguas fecales que emana de los descampados repletos de basura y los sótanos inundados. “Las fincas grandes tienen hasta tres plantas subterráneas llenas de lodo”, indica Aniuska . Sin embargo, el Ayuntamiento de Valencia todavía no ha atendido este problema gravísimo que amenaza la seguridad y salubridad en la pedanía. “No entendemos por qué, siendo una pedanía que pertenece a Valencia, la respuesta municipal ha sido tan mínima. Nos sentimos abandonados por el Ayuntamiento de Valencia. La alcaldesa sólo viene para hacerse fotos de cara a la galería”, critica visiblemente indignada.
Al igual que en el resto de los territorios afectados por la DANA, en esta pedanía de Valencia, la generosidad de miles de voluntarios y el apoyo entre vecinos ha sido el único pilar de apoyo. No obstante, la magnitud de la catástrofe requiere una intervención profesional que los voluntarios solos no pueden suplir. “Ahora mismo lo que más necesitamos es un compromiso real de las instituciones y que las ayudas públicas lleguen a los afectados”.
“Mi hijo tiene una enfermedad pulmonar y estamos respirando moho. Por más que lo limpie, vuelve a aparecer, porque sube del sótano que sigue inundado”, relata Villaescusa
Laura Villaescusa es una vecina de La Torre, con una situación especialmente vulnerable. Esta madre de familia, con dos hijos menores, no sólo enfrenta daños materiales importantes en su vivienda, además la humedad amenaza la salud de su hijo pequeño: “Mi hijo tiene una enfermedad pulmonar y estamos respirando moho. Por más que lo limpie, vuelve a aparecer, porque sube del sótano que sigue inundado”, relata. Villaescusa se queja amargamente que “no podemos seguir viviendo aquí, pero no hemos podido hacer otra cosa, puesto que el Ayuntamiento no nos ha realojado”.
Laura también está preocupada por el impacto psicológico que lo acontecido aquella noche ha dejado en su familia: “Aquella noche murieron nueve personas atrapadas en nuestro garaje. Nos sentimos muy frustrados por no haber podido hacer nada por ellos. Cada noche tenemos pesadillas, mi hijo pequeño se despierta aterrorizado, soñamos continuamente con el agua entrando en casa”. Laura critica duramente la gestión institucional, calificándola de negligente y nefasta. “La alarma que nos llegó, aparte de tarde, era por fuertes lluvias, nadie alertó de que venía una riada. Seguimos estando en el fango y necesitamos ayuda urgente”.
“El Ayuntamiento de Valencia está haciendo enormes esfuerzos en hacer creer que ya estamos bien, pero no es así. Queremos que la gente sepa que es mentira, que se enteren del abandono al que nos ha sometido y lo recuerden cuando voten” , sentencia Ramón
Los vecinos de La Torre no sólo piden ayuda, exigen una respuesta digna y eficaz. “El Ayuntamiento de Valencia está haciendo enormes esfuerzos en hacer creer que ya estamos bien, pero no es así. Queremos que la gente sepa que es mentira, que se enteren del abandono al que nos ha sometido este Ayuntamiento y lo recuerden cuando voten” , sentencia Ramón.
La autoorganización vecinal en Alfafar
En Alfafar algo importante está germinando gracias a la organización vecinal de la cual, El Kolectivo del Parke Alkosa es una parte fundamental. Juanmi Fernández, miembro de este colectivo social y del proyecto comunitario Nosotras Mismas me habla sobre todas las iniciativas que se pusieron en marcha tras la riada y que continúan dando soporte a la comunidad más de dos meses después: “El trabajo no se detiene. Desde este espacio, además de repartir alimentos y enseres básicos, se han recogido las demandas más urgentes: colchones, electrodomésticos, muebles… Todo gestionado desde el propio tejido social, no desde las instituciones”.
En este barrio de Alfafar hay todavía 144 edificios con sótanos anegados, un problema que entraña riesgos sanitarios y de seguridad. El colectivo ha conseguido obtener un informe técnico elaborado por ingenieros y expertos sanitarios que han querido contribuir con la organización y que, detalla de manera exhaustiva la situación de estas viviendas. Pero las soluciones siguen bloqueadas por la dejadez política.
La amenaza de la especulación inmobiliaria se cierne sobre la barriada: “Sabemos de fondos buitre que han empezado a operar en la zona. Están intentando comprar viviendas a un precio irrisorio, aprovechando la desesperación de la gente”, relata Fernández
Por si fuera poco, la amenaza de la especulación inmobiliaria se cierne sobre la barriada. “Sabemos de fondos buitre que han empezado a operar en la zona. Están intentando comprar viviendas a un precio irrisorio, aprovechando la desesperación de la gente”, relata Fernández, que califica este hecho de “saqueo silencioso que exigimos que se detenga”. La solución, argumenta, pasa por “prohibir la compra-venta de viviendas en el barrio si no es para destinarlas a residencia, no podemos permitir que esto se convierta en un negocio para especuladores que no tienen intención de vivir aquí.”
Solo el pueblo salva al pueblo. Explica Fernández que esta frase tan repetida las últimas semanas, no es sólo una evidencia histórica, sino el camino a seguir. “La población civil organizada es la que ha respondido, la que ha salvado vidas, la que sigue siendo el soporte de las comunidades. Estamos construyendo algo que desafiará al modelo vertical y excluyente que sólo sirve para perpetuar desigualdades”.
Ante el abandono institucional, Fernández apuesta por que se consolide y cristalice en estructuras propias la autoorganización vecinal: “Queremos órganos de decisión vecinal vinculantes y por eso vamos a crear Comités Locales de Emergencia y Reconstrucción, donde los propios vecinos tendrán voz y voto”. El activista argumenta que debe ser “las personas que viven en el barrio quienes, junto con el asesoramiento técnico de especialistas, tomen las decisiones sobre lo que es más prioritario para su barrio, y no las grandes empresas atraídas por el dinero público. La participación sin decisión es sólo cosmética.”
Y advierte que “si los políticos no apoyan estos comités locales, tendrán que enfrentarse a una desafección como nunca antes. Estos espacios se van a crear, y nuestros dirigentes están invitados como participantes”. Concretamente, Fernández le pide al alcalde de Alfafar, Juan Ramón Adsuara, “que se dé cuenta de que su pueblo le está reclamando esa participación ciudadana”.
Ya lo han empezado a demostrar. El colectivo ha mapeado cada vivienda, puerta a puerta, identificando necesidades, catalogando heridas y organizando la ayuda. “Nosotros diariamente estamos repartiendo comida a 90 hogares cuyos habitantes están en situación de movilidad reducida y dado que, ningún ascensor del barrio funciona, no pueden salir de casa”, explica Fernández, que cuenta que todos los días hacen ese reparto de comida. Pero no solo son necesidades materiales las que tienen que cubrir, ya que “la reconstrucción aquí también es emocional. Hemos puesto en marcha junto con psicólogas y psicólogos espacios de escucha comunitarios para reconfortar un poco a nuestra comunidad por el trauma que han sufrido. Necesitamos transformar la rabia y el dolor en empoderamiento y acción”.
Fernández quiere lanzar un mensaje revolucionario y esperanzador: “Vamos a secarnos las lágrimas y a empezar a reconstruir juntos. La reconstrucción no puede estar en manos de tenientes generales ni de despachos cerrados. Debe estar en manos de la gente, de la economía social, porque es la única forma de que nadie se quede atrás”.