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Opinión
Snt from my ihpone
Está por todas partes. Todo el mundo habla de lo mismo, las redes están plagadas de reels, tuits, carruseles explicativos. Aparece en todas las conversaciones, la mencionan en todos los programas de series, en todos los podcast. Porque, cuando una serie se viraliza, parece no haber escapatoria. Y cada vez que abres la plataforma que la aloja, ahí está. En primer plano, casi a pantalla completa, recordándote que aún no la has visto. Y tú, claro, sientes curiosidad. O quizás no, pero la ves. Para comentarla, para poder criticarla también, por morbo, por aburrimiento, para no perderte en las conversaciones, aunque sepas que van a durar tan poco que no hablar sobre ello no importa nada en absoluto. Pero en estos tiempos en los que la figura de Líder de Opinión agoniza, todo el mundo corre lo más rápido posible para opinar antes que nadie. ¿Cómo vas a ser tú menos?
Sobre Mi reno de peluche (‘Baby Reindeer’) se han dicho muchas cosas. Desde que se estrenó hace apenas tres semanas, ya ha recibido elogios, pero sobre todo críticas. Muchas con ánimo de cancelación, por la gordofobia, por la transfobia, por la dudosa manera de exponer cómo se cuestiona un hombre cis heterosexual su deseo. Pero nadie parece querer hablar de lo que en realidad nos está contando Richard Gadd. Y, de igual forma, esta serie que está basada en su propia historia, tampoco se presenta a sí misma como lo que es. La sinopsis promete una crónica sobre un hombre que es perseguido por una mujer vulnerable que acaba convirtiéndose en una obsesiva stalker que casi le destroza la vida… pero no es verdad.
‘Mi reno de peluche’ es un relato sobre el abuso y sus consecuencias. Personales, sexuales y sociales. De la convivencia con el odio a uno mismo y el bucle en el que muchas veces caemos las víctimas, entre nosotras, sin ser capaces de evitarlo
Mi reno de peluche es un relato sobre el abuso y sus consecuencias. Personales, sexuales y sociales. De la convivencia con el odio a uno mismo y el bucle en el que muchas veces caemos las víctimas, entre nosotras, sin ser capaces de evitarlo. De castigo. De por qué hay personas abusadas que se convierten en abusadoras y otras que nunca aprendemos a irnos de donde no queremos estar. De por qué hay quienes ejercen la venganza contra otras víctimas y otras que nos enganchamos a quien nos carcome en un bucle infinito.
También nos habla de la diferencia entre quien maltrata porque no sabe relacionarse de otra manera y quien lo hace porque es un monstruo. Porque sí, los monstruos existen y siempre son otros humanos. Y a veces hacemos daño sin querer, pero otras queriendo hacerlo. A veces estamos tan rotas que no sabemos cómo dejar de expandir hacia los demás todo ese dolor. Hay veces que no sabemos cómo dejar de recibirlo. Y le buscamos la lógica a todo, se lo justificamos todo a alguien porque ha caído en las garras del mismo engendro, porque no puede evitarlo, porque tiene la misma herida.
O porque quizá piensas que te lo estás inventado. Si nadie mueve un dedo para ayudarte, quizá es que no sea para tanto. Pero claro, ¿quién va a ayudarte si nadie sabe lo que pasa? Porque tú no dices nada. Porque la quieres. Porque quieres protegerla. Porque tienes miedo. Porque no te acuerdas. Y mientes. Te mientes y mientes a los demás. Y entras en ese juego de realidades manipuladas en las que nadie sabe qué es real. ¿Ha sido así siempre o se torció? ¿Es un patrón? ¿Qué he hecho mal para que me pase esto? Será que lo merezco. Será que esto es a lo que puedo aspirar. Es mi culpa. Y te ves pidiendo perdón una vez más a todo el mundo, menos a ti misma. Por volver, una y otra vez, por no hablar, por no arreglarlo. Por aprovechar los momentos de lucidez para escapar y, aún así, volver de nuevo. ¿Cómo te van a ayudar? ¿Quién va a poder hacerlo si un día te desconectaste de ti misma y ya no sabes cómo volver? Y no consigues verte ni ver a los demás, y nadie ni nada te importa, nada existe más allá de tu dolor. De tu herida. Parafraseando a una de las pocas personas que sí ha hablado sobre el verdadero tema de Mi reno de peluche, Etsy Quesada: “te pasas la vida esperando que alguien vea a través de tu silencio y te socorra. Pero no pasa nunca”.
Esta historia es una herida abierta, expuesta a todas las miradas. Porque suele ser más fácil contarlo ‘a lo grande’. Y es difícil reflexionar hacia lo que Richard Gadd plantea, pero su forma de hacerlo es magistral. Igual que con cualquier víctima, durante la serie hay ocasiones en que sientes empatía hacia él. Otras pena, rabia, incomprensión, piedad, pereza y también asco. Y lo mismo nos hace sentir hacia su acosadora, una probable víctima también, de la que sentimos pena aunque la odiemos. Igual que él. Porque esta serie no va de Martha, aunque todo tenga que ver con ella.
Richard Gadd plantea preguntas para las que parece que aún no estamos preparadas, como qué es fruto del abuso y qué no, y nos pone cara a cara con la vergüenza
Gadd plantea preguntas para las que parece que aún no estamos preparadas, como qué es fruto del abuso y qué no, y nos pone cara a cara con la vergüenza. La que nos damos a nosotras mismas y la que le damos a la sociedad. Da vergüenza admitir que te han violado, da vergüenza sostenerle la mirada a alguien que se deja abusar por un stalker. Y da vergüenza hablar de por qué volvemos una y otra vez a quien nos destroza. Da vergüenza pensar que alguien te ama por encima de todo aunque se enfade y te insulte, te pegue o te deje de hablar. Da vergüenza admitir que quien abusa de ti también te hace feliz. Que su atención intermitente es una más de las adicciones de las que no consigues desengancharse. También que no consigues distinguir el placer de la culpa, que se te han mezclado tanto que no sabes sentir la una sin la otra y tampoco controlarlas. Que no te quieres, que no te respetas y que sabes que siempre será así porque tu abusador siempre está ahí. En cada nuevo abusador que encuentras y te encuentra, cada vez que te acuestas con alguien, cada vez que eres feliz.
Es difícil admitir que como víctima, tú entras en el juego. Y también eres confusa. También haces cosas mal, también haces daño. También te vuelves dependiente de ella. De esa herida que te hace y después te cura. De esa velocidad frenética en la que se meten dos personas que no pueden pensar en qué está pasando en realidad. Y en este bucle de autoengaño, de obsesión y destrucción, en este delirio ajeno cuyos límites se difuminan con los tuyos y no sabes qué es cierto, donde solo hay damnificados. Y también es incómodo admitir que muchas veces dejamos cadáveres emocionales allá por donde pasamos porque nos odiamos a nosotras mismas. Que nos metemos en un bucle en el que no denunciamos cosas evidentes porque no logramos hablar de otras más graves que nos han hecho.
Creo que hay mucha gente cancelando Mi reno de peluche porque plantea una situación que no han vivido, que no entienden, que les da vergüenza y sobre la que tienen prejuicios. También creo que hay muchas personas que no permiten que reflexionemos sobre lo ligado que está en ciertos casos el deseo, de por sí complejo, al abuso sexual. Sea como fuere, aquí va el trigger warning: Mi reno de peluche contiene escenas delicadas que te podrían reavivar las consecuencias del estrés postraumático si has vivido una situación similar, especialmente en el cuarto capítulo. Sea tu caso o no, avisa de esto cuando la recomiendes o critiques. Protégete y protege a los demás.
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Lo mejor de la serie, según confirmo al leer el artículo, es que obliga al espectador, y a quien comenta la obra, a hablar de "personas". Rompe esa clasificación antihumana que dice que existen seres masculinos y femeninos que por naturaleza o historia son enemigos. Lo que existen son humanos, que interaccionan de innumerables formas. Y cualquiera que escribe sobre la serie (según leo) se ve obligado a hablar de personas, que es lo que somos la gente. Toda clasificación posterior obedece a intereses, sean los que sean; la gente no vive siendo parte de un colectivo. La serie destroza la idea impuesta de que un humano consiste en ser sus adjetivos, muestra lo endeble de todas esas etiquetas de moda y muestra que la estúpida manía de clasificar es estúpida.