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“Socialismo o libertad”. Buen recurso propagandístico. Disyuntiva imbécil. La historia es vieja y conocida. Al fin y al cabo, la bestia oligárquica se limita a reproducir una maniobra que no cabe duda de que ha funcionado muchas veces, demasiadas (¡ay!), por incomparecencia teórica y programática de la izquierda.
La estrategia es simple. Por un lado, se jibarizan conceptos y prácticas que estuvieron cargados de contenido emancipatorio: en este caso, la “libertad” queda reducida a un ejercicio de pataleo solipsista llevado a cabo —este es el proyecto y su gran esperanza— por individuos aislados, por niñitos mimados que juegan a francotiradores. Por el otro lado, se cose y se apedaza un enorme saco feo al que se asocia un término supuestamente malsonante: en este caso, el “socialismo”, sinónimo de ahogo y estrechez. A partir de ahí, se procede al lanzamiento de dardos y estacas, a la clavada de todo tipo de cornamentas. Así de fácil. Así de pobre. Así de ignorante.
¿Qué queremos decir cuando decimos “libertad”? ¿Qué queremos decir cuando decimos “socialismo”? Sin lugar a duda, si el significado lo aporta la derecha, preferimos “libertad” y huimos —¡es la peste!— del “socialismo”. La “libertad”, tal y como la entiende la derecha del Reino de España, es un animal mitológico: creen a pies juntillas que la mera igualdad ante la ley es garantía suficiente de su existencia. Fue el ilustrado Anatole France quien dejó escrito de manera provocadora que “la ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan”. Podríamos añadir: esa “libertad” imaginada por la derecha es para la mayoría poco más que la libertad de dormir bajo los puentes y mendigar comida.
Lo que ocurre es que la historia de esta derecha que, a caballo entre el liberalismo a macha martillo y el elitismo estamental, alza y eleva a los cielos la bandera de la “libertad”, es la historia de una derecha que lleva décadas, si no un par de siglos ya, vaciando de contenido el valor y la práctica de este concepto y, a partir de ahí, de las tan cacareadas libertad de empresa e iniciativa privada, incluso de los mercados efectivamente libres y, finalmente, de la libertad del propio individuo. La pregunta es si detrás de todo ello hay solo ignorancia o, también, abierto cinismo demofóbico, falsificación antidemocrática descarada.
Es sabido que la libertad exige unas estrictas condiciones para poder ser disfrutada por todos y todas. Cuando estas condiciones no existen, la libertad es un privilegio reservado para unos pocos: no cabe libertad de empresa ni iniciativa privada sin garantizar posiciones de “invulnerabilidad social” para todos los que estamos llamados a gozar de una ciudadanía plena; tampoco hay mercados realmente libres si no se extirpan las posiciones de privilegio de las que disfrutan unos “monarcas económicos” —así los llamaba Roosevelt— tan dados al rentismo y a impedir la participación de la gente en la vida económica; y, en fin, ni siquiera el propio individuo puede existir plenamente si no se entiende como un sujeto que va cobrando forma y sentido en un rico contexto de interacción social. El deseo inconfesable de esta derecha al vaciar de sentido el concepto es garantizar únicamente la libertad de los grandes poderes privados para imponer sus condiciones al resto. Es decir, su libertad para dominar y explotar a la mayoría.
Y “socialismo”, claro. Porque el socialismo no es un tótem intocable ideado por una colección de sesudos señores barbudos —y por alguna que otra avispada señora— en tierras alemanas, inglesas, rusas o caribeñas. Los socialismos —con todas sus luces y sus sombras, que no han sido pocas— no son otra cosa que el intento de traer a las circunstancias del mundo moderno las luchas y las intuiciones centrales de la larga tradición republicana en su vertiente democrática, que es la que permitió asentar una comprensión cabal de la libertad efectiva.
¿De qué luchas hablamos? Si la historia de la humanidad es una gigantesca serie de dominaciones opresoras, es también la evidencia de multitud de resistencias contra aquellas. Fue Bertolt Brecht quien apuntó que “la injusticia es humana, pero más humana es la lucha contra la injusticia”. Junto a las más infames injusticias encontramos también las luchas para intentar vencer, reducir o suprimir esas realidades. El socialismo se ha inspirado y ha formado parte importante de algunas de estas resistencias, iluminando otras muchas posteriores.
¿Y de qué intuiciones hablamos? Las que afirman que es imposible disfrutar de una existencia libre cuando vivimos a merced del capricho ajeno; cuando, por decirlo con Marx, hemos de pedir cotidianamente permiso para poder vivir. En definitiva, cuando, al carecer de recursos materiales y simbólicos para vivir de manera autónoma, nos vemos forzados a aceptar relaciones sociales —de trabajo, de convivencia, etc.— que sistemáticamente nos minorizan, nos convierten en instrumentos de otros. Sin estos recursos, es inviable decir “no” a personas, normas y situaciones que agreden nuestra libertad.
Que no nos vengan con muñecos de paja, que no comparen las barbaridades del estalinismo con la tradición socialista o con el republicanismo democrático
¿Qué libertad se forjó en estas luchas históricas contra la dominación? La que no está “flotando” por encima de las condiciones materiales de existencia, la que se fundamenta en el acceso incondicional a recursos materiales y simbólicos que hacen posible una vida digna. Una vida que se construye desde la innegable interdependencia humana, pero que respeta la autonomía de todas las partes implicadas y no solo la de las partes aventajadas.
Por ello, quienes hoy reivindican la herencia de la tradición republicana —entre ellos y ellas, también los que nos sentimos parte de la tradición socialista, sí— sitúan en el centro de su agenda política la factura de una política pública de ambición universal e incondicional que, sin dejar de lado el papel de la autogestión comunitaria de espacios y actividades, asegure la reapropiación colectiva de recursos que nunca tuvieron que quedar al albur de las (nada impersonales) “fuerzas del mercado”: ingresos, sanidad, educación, vivienda, cuidados, transporte, cultura, agua, energía, etc. En particular, y quizá como punto de especial compromiso desde hace años por parte de quienes escribimos este texto, reivindicar la herencia de la tradición republicana —y, con ella, la de la socialista— conduce también a la defensa republicana de la renta básica universal e incondicional, una renta básica que, precisamente, garantice de manera efectiva la existencia material a toda la ciudadanía.
Finalmente, quienes hoy reivindican la herencia de la tradición republicana lo hacen, además, desde el convencimiento de que sólo la regeneración de una cultura cívica que convierta lo público-común en la herramienta de todos y todas permitirá que esta acción política opere a través de cauces democráticos e impida la degeneración despótica de las instituciones públicas. Que no nos vengan con muñecos de paja, que no comparen las barbaridades del estalinismo con la tradición socialista —entiéndase bien: la que incluye sindicalismo revolucionario, las mejores socialdemocracias históricas, los laborismos, las distintas corrientes comunistas y el anarquismo obrero— o con el republicanismo democrático. Quizá eso pueda dar sus frutos como recurso demagógico, pero ambas cosas se parecen tanto como la ornitomancia o el tarot a la investigación científica.
La libertad republicana, pues, también erige instituciones que garanticen nuestra autonomía ante este tipo de amenazas e impidan que los Estados se pongan al servicio de intereses privados
Sobra decir que la bestia oligárquica y sus mayordomos a sueldo repetirán obstinada y machaconamente la misma cantinela: escoja usted entre libertad y socialismo —o, en otros términos, entre libertad y república democrática—, que es lo mismo que pedirnos que escojamos entre tortilla y huevo batido a la sartén. ¿Ignorancia o cinismo? Seguramente, ambas cosas: los humanos somos capaces de terminar dando por cierta nuestra propia mitología, sobre todo si, de este modo, nos salen las cuentas y el cuento, de algún modo, cierra. Así está el patio.
Para deshacer bulos históricamente consolidados y nutrir nuestros análisis para una práctica política democratizadora no podemos sino celebrar el boom de estudios republicano-socialistas que viene dándose en los últimos años, que ha tomado la forma de artículos (aquí, aquí, aquí o aquí, entre muchos otros), de manifiestos (aquí o aquí) o de libros como Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017), de Xavi Domènech, o Comuneros. El rayo y la semilla (1520-1521), de Miguel Martínez. Y, en un lugar destacado, El eclipse de la fraternidad, de Antoni Domènech, que ha sido reeditado recientemente. El proyecto filosófico-político de este último autor lleva años siendo cultivado por un amplio programa de investigación y formación en el que ambos estamos particularmente implicados y que, este año, se concreta en la 11ª edición del postgrado Análisis del capitalismo: herramientas republicano-socialistas, auspiciado por la revista Sin Permiso y la Universidad de Barcelona. Un postgrado del que el propio Antoni Domènech fue uno de sus fundadores y que trata de conectar esta tarea de restauración de nuestra tradición democrática con el trabajo de investigadores e investigadoras de todo el mundo.
La libertad es el valor supremo del republicanismo. Esta libertad, claro, debe impedir que los “poderes públicos” se extralimiten en sus funciones y nos acaben gobernando despóticamente. Pero es una libertad que no se olvida de los “poderes privados”, como las grandes fortunas y las multinacionales o los actores privilegiados de cualquier tipo. La libertad republicana, pues, también erige instituciones que garanticen nuestra autonomía ante este tipo de amenazas e impidan que los Estados se pongan al servicio de intereses privados. La libertad es mucho más que lo que pretende esta derecha idiotizada —ya se sabe que los griegos llamaban “idiota” al que solo era capaz de preocuparse por sus asuntos privados—. Así pues, socialismo “y” libertad. Porque hay que acabar con todo este terraplanismo político. Por resistencia ante la dominación y la barbarie.
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Libertad no son "estrictas condiciones", es sentido común.
Nunca entenderé por qué no he podido salir con mi perro al campo, por qué no he podido ir a buscar a mi pareja con el coche al trabajo y tenia que coger ella transporte publico a las 12 de la noche, por qué mi padre de 80 años no podia ir a su huerta cada dia, por qué la solución son multas al pueblo y los políticos nunca tienen la culpa. Todo lo hacen por nuestro bien. Y eso un gobierno de izquierdas. Un anarquista no lo podrá entender nunca. El leninismo pone al país antes que a la persona y se disfraza de libertario. Y sí, yo también he salido esta noche a sentirme libre y no soy del pp.
Me he quedado en el subtítulo, donde se aprecia que la libertad es para “todos y todas” y los privilegios son de unos “pocOs”.
Estamos hartos de juegos ideológicos con el lenguaje. Deberíamos ser todos solidarios los unos con los otros. Y punto.
En la base del espeluznante resultado de la "trumpeta" madriñea no hay solo un problema político (que también), hay un problema moral: las decenas de miles de trabajador@s que han votado por el cayetanismo de Núñez de Balboa desde sus barrios populares, albergan seguramente un ideal de sociedad muy similar al de las élites extractivas. Resulta duro reconocerlo, pero me temo que es así: muchos de ellos quieren un coche último modelo, un perrito de raza y una mucama interna, pero a cambio solo tendrán bares, muchos bares y casas de apuestas en donde se les pueda exprimir hasta el último euro mientras llega un golpe de suerte que los transporte a ese referente soñado, tan lejos de sus barrios. Afortunadamente, creo que la imitadora de Trump acabará cayendo, como cayó su referente en Washington, pero aún le queda dos años por delante para consumar el saqueo.
En general mi vida transcurre en hacer la compra, buscar trabajo, cuidar de la casa, hacer mi habitación, la poesía, la ilustración y la música.
No todo en mi vida es Libertad, pero sí.
Cuando buscas La Libertad, muchas veces, te das cuenta de que La Libertad está ocupada y que tú tienes que ocuparte de ella.
Lo mismo pasa con el lenguaje. A veces, está ocupado y tienes que ocuparte de él.
En mi camino como filólogo me he dado cuenta que detrás del lenguaje hay una Libertad, y, que esa Libertad, se expande a cada párrafo que lees.
No sé si os habéis dado cuenta, pero trabajo con "Magma Cum Laude", y, toda esa cantidad de información que me llega, la proceso con mis capacidades psicológicas.
Ahora estoy leyendo un libro de hace 8.570, y, ese libro, me está contando que la madre sabe y espera que tú hagas las cosas bien.
O sea; ¿entendéis el "sabe? Quiere decir que sabe perfectamente que tú vas a hacer las cosas bien.
No lo voy a llamar "libro curioso" porque es psicología antigua. Y, perdonadme, los antiguos sabían mucho.
¿Qué cómo se llama ese libro?:
"El Saber de La Madre y su Psicología".
Con todo esto quiero decir que, La Libertad, se encuentra donde uno quiere; y, si no, preguntadme que hacía escribiendo sobre "Los Guardianes de La Noche".
En mi mundo terrenal. Con todo el cariño:
-Richie punk-
"LIbertad" con un tipo ondeando la bandera de un esclavista. Sería de risa si no fuera porque ese tipo estaría encantado de volver a tener esclavos.