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Opinión
La piedra y el iceberg
Esta tragedia habría de marcar un punto de inflexión en la lucha climática, tanto en los esfuerzos de mitigación y adaptación, como en las respuestas inmediatas a sus embates. No debería quedarse en el enésimo episodio de una guerra cultural y partidista cada vez más peligrosa.
Los problemas del Antropoceno/Capitaloceno se han definido como súper perversos: tenemos que aunar la lucha contra el calentamiento global con la del rebasamiento de hasta otros ocho límites planetarios más, incluida la destrucción de la biodiversidad. Todo en un tiempo de emergencias, en medio de interacciones sistémicas inciertas, con una parte no desdeñable de la población negando la situación e incluso entregándose en brazos de la ultraderecha. La acción democrática ecosocial consiste hoy, lo queramos o no, en enfrentar todo a la vez en todas partes. Se suele decir que cuando tapamos una vía de agua, detrás nuestro está saliendo otra. Por eso precisamos también de una mirada sistémica, acción colectiva concertada, enfoques interdisciplinares y acciones glocales, a corto y a largo.
Resulta por tanto urgente organizar desde ya los próximos escenarios de catástrofe, así como implementar medidas que impidan la impune propagación de bulos en las tragedias por venir
Hay que esquivar la pedrada del penúltimo enajenado en cubierta, procurar que no cause más daños, mientras no podemos dejar de intentar virar entre todos y todas el rumbo de nuestro particular transatlántico, entre lágrimas, pues los casquetes de hielo que se desprenden del descomunal iceberg que tenemos enfrente ya están aplastando a parte del pasaje. Sabemos que aún podemos evitar el choque final, pero a cada rato surge un problema, desde capitanes que niegan la existencia misma del iceberg al peligro de motines, donde se mezclan indignaciones justas y oportunismos de corte fascista que se dedican a echar gasolina al fuego. El panorama es cada vez más peligroso, pero por caótica que sea la situación en el barco, no podemos dejar de pensar en cómo esquivar la implacable mole de hielo que nos aguarda.
Hemos de iniciar una reflexión colectiva, escucharnos y marcar prioridades.
La piedra
La ultraderecha está azuzando estos días la indignación popular para provocar estallidos violentos en medio del desastre. El pasado domingo en Paiporta llegaron a golpear literalmente con un palo al presidente del Gobierno. A posteriori, se han producido apoyos públicos de diputados de extrema derecha a la agresión. Previamente se venía ya denunciando una estrategia coordinada de difusión de información falsa en las redes. El general Javier Marcos, jefe de la Unidad Militar de Emergencias, explicaba este lunes en detalle que no podían improvisar el despliegue y que si la Comunidad no le permite entrar en la zona de emergencia, debían esperar. Entre la desesperación, la carencia de efectivos públicos en las zonas más castigadas y la falta de coordinación institucional, la chispa prende rápido.
Resulta por tanto urgente organizar desde ya los próximos escenarios de catástrofe, así como implementar medidas que impidan la impune propagación de bulos en las tragedias por venir. Quienes los construyen y difunden tratan de aprovechar la tendencia humana hacia la negación de los problemas o el pensamiento conspirativo, los cuales se disparan en situaciones límite como las que empezamos a vivir. Se miente así directamente sobre los avisos de la AEMET, como ha hecho el propio Núñez Feijóo, o sobre el supuesto derribo de presas en España, como en este caso ha difundido Santiago Abascal. La expansión de estas tácticas cada vez logra colonizar el pensamiento de más gente. Y está desembocando en confusión y violencia.
Esquivar este primer proyectil resulta pues de la máxima urgencia.
Los capitanes negacionistas
Los postulados negacionistas han conquistado una administración de la importancia de la Generalitat valenciana y en tan solo unos meses de gobierno han tenido que enfrentar la dana más terrible de lo que va de siglo en Europa.
En las próximas semanas va a resultar fundamental clarificar las responsabilidades del president Carlos Mazón, principalmente por las consecuencias de ignorar deliberadamente la crisis climática desde que asumió el cargo hasta su actuación el propio día de la tormenta. Leer que suprimió la Unidad Valenciana de Emergencias nada más llegar al gobierno, porque “no mejoraba ni ampliaba servicios”, hoy causa estupor. La comunidad científica internacional venía advirtiendo repetidamente de que el Mediterráneo se ha convertido en una olla a presión por el calentamiento global, y en los últimos meses habíamos asistido a brutales inundaciones en diversos puntos del norte de África y el Sur de Europa. Parece imposible hacerlo peor.
“Big Oil is killing us”, ha escrito estos días al hilo de las riadas en Valencia Jonathan Watts, editor en asuntos medioambientales del diario británico The Guardian
Como explicaba Cristina Monge estos días, la masa de aire frío en altura que es una dana se descuelga de un frente polar “cada vez más ondulado debido al derretimiento de hielo en el Ártico”. Al situarse sobre la costa valenciana entra en contacto con las altas temperaturas del Mediterráneo, con toda la evaporación generada, dando pie finalmente a la serie de fuertes tormentas sufridas. Hasta el momento se han llevado a cabo dos estudios de atribución al cambio climático de urgencia. El primero concluye que estas tormentas extremas “aumentan en el sur de España a medida que las emisiones de combustibles fósiles calientan el clima”. Mientras, el segundo señala que las danas “son hasta un 15% (7 mm/día) más húmedas en la costa mediterránea de España en el clima actual que en el pasado. Además, el mar Mediterráneo está casi 4 °C más cálido en la actualidad, lo que favorece la formación de tormentas sobre esta cuenca durante los eventos de dana”.
Crisis climática
Crisis climática El incremento de la virulencia en las dana que la comunidad científica lleva años prediciendo
Es entonces, cuando la última dana está desatando su máxima virulencia el pasado martes 29, cuando la AEMET lanza sucesivos avisos de peligro extremo. Pero Mazón se dedicó entonces a desinformar de manera grave a la población. Y siguió con su agenda institucional, quitando hierro a la tormenta.
Sí, había un negacionista al timón, como tenemos otra al frente de la Comunidad de Madrid. Mazón anunció que el temporal amainaba cuando más arreciaba, y la alerta roja llegó a los teléfonos de la ciudadanía valenciana cuando ya era demasiado tarde. Miles de personas habían seguido en sus puestos de trabajo y ahora se veían atrapadas en trampas que para muchas serían mortales.
Seguramente el gran error del gobierno central en esta crisis es no haber retirado a Mazón de su puesto el mismo martes 29 de octubre y no haber declarado el estado de alarma. Pudieron quizá los cálculos o el temor, pues somos conscientes de las acusaciones que se habrían vertido también en este caso desde la oposición. Pero había que haberse lanzado con todo al rescate. Cuando te están arrojando piedras, combatir a los capitanes negacionistas no es del todo fácil. Habrá que pensar mejor el cómo para el futuro.
El iceberg
La industria fósil es el iceberg en la habitación de esta crisis. Este es por tanto el apartado largo del artículo.
Seguramente se van a dedicar ingentes esfuerzos en los próximos días para frenar todo lo anterior. Y esperemos que se logre. Sin embargo, aunque lo consigamos, las emisiones de dióxido de carbono continuarán, las danas por venir serán aún más terribles y las grandes empresas de combustibles fósiles seguirán destinando millonarios dividendos al nihilista fin de fiesta de las oligarquías, que continuarán bailando en primera clase hasta que se hunda todo.
Crear un Ministerio de Transición Ecológica para gestionar el crecimiento económico y un desarrollo sostenible ya no es suficiente en el estadio en el que estamos
“Big Oil is killing us”, ha escrito estos días al hilo de las riadas en Valencia Jonathan Watts, editor en asuntos medioambientales del diario británico The Guardian. Exxon, Shell, BP, Repsol, Endesa… están detrás de unos eventos extremos que alcanzan cifras de muertes insoportables en todo el mundo, también ya en nuestro país. Lo sabemos desde hace décadas, así lo certifica el consenso científico internacional sobre la materia. Este gobierno de coalición no negacionista lo asume como cierto. Pero ante ello, no solo no cerramos la llave del gas, sino que se sigue regando con dinero público a la oligarquía fósil. El calentamiento que provocan sus emisiones está desprendiendo de manera inédita enormes casquetes de hielo contra nosotros. Pero de momento, tanto las direcciones de estas grandes empresas como sus protectores políticos y financieros, están eludiendo su responsabilidad.
Deforestación
Medio ambiente La Comisión Europea sucumbe ante la agroindustria y propone retrasar un año su ley contra la deforestación
El retardismo se podría definir como aquellas prácticas y discursos que, asumiendo la crisis ecosocial y su origen antropogénico, justifican en cambio la inacción o los esfuerzos inadecuados para enfrentarla. Retrasan las medidas urgentes y profundas que la actual emergencia planetaria precisa. Y mientras claman contra los bárbaros, enfatizan siempre su confianza ilustrada en la ciencia. Ponerse la medalla verde ante sus desbarres está casi al alcance de cualquiera. Se entiende así que cuando el negacionismo se expande, le pase como a la extrema derecha en general, que tenga la capacidad de mover el eje de lo aceptable, aunque salga derrotado. Es fácil quedar bien a su lado. Esquivamos el proyectil, apresamos al agresor, alejamos del timón al negacionismo. Misión cumplida, nos decimos. Pero claro, no miramos arriba.
Estamos en un momento en el que ya no vamos a poder volver a navegar tranquilos. Poner cuatro papeleras de reciclaje, o si queremos ser más justos, crear un Ministerio de Transición Ecológica para gestionar el crecimiento económico y un desarrollo sostenible, ya no es suficiente en el estadio en el que estamos.
Si queremos evitar el autosabotaje en el que nos encontramos en forma de mutación ecosocial acelerada de nuestro mundo, debemos asumir que el retardismo es parte central del problema. Hemos de atrevernos a subir a primera clase para frenar de una vez a los que están en el origen de tanta zozobra climática.
Como ha señalado Daniel Innerarity en diversas ocasiones, la emergencia planetaria nos sitúa ante un problema de acción colectiva que exige superar prácticas y conceptos políticos ya obsoletos, procedentes de un Holoceno que no volverá, como la fantasía de que poseemos cierta “soberanía de control”. Ya advertía Isabelle Stengers de que no podemos controlar a Gaia, quizá tan solo mitigar la furia que hemos desatado. Pero es preciso mitigarla y adaptarnos.
Parece así que solo la asunción de responsabilidades compartidas nos puede sacar de este atolladero. Seguramente haya en cada uno de nosotros y nosotras una parte negacionista, o al menos retardista. Lo somos cuando negamos nuestra propia vulnerabilidad, nuestra interdependencia respecto a otras personas o la ecodependencia que nos une a la naturaleza. Lo somos cuando postergamos decisiones importantes, a veces vitales, como ir al médico o pedir ayuda en una emergencia, hasta que ya no nos queda más remedio que hacerlo. Y muchas veces es tarde. Lo somos también cuando asumimos los ritmos tradicionales de nuestra sociedad, sus inercias burocráticas, consumistas o capitalistas. Y lo somos cuando sabemos, o al menos deberíamos saber, que estas son incompatibles con un planeta habitable para la vida humana.
En el año 2022 las ayudas públicas a la industria fósil en nuestro país ascendían a 10.400 millones de dólares. Todo esto mientras tenemos al gobierno más progresista de la historia
Asumir la responsabilidad propia, compartida, en nuestro modo de vida retardista, bien debiera llevarnos a una reacción colectiva de una vez por todas. Pero ello no nos debe despistar en el necesario ejercicio de delimitación de las responsabilidades públicas, principalmente de quienes toman decisiones y no decisiones a sabiendas, provocando el dolor de miles. A las responsabilidades compartidas debemos añadir un necesario complemento: pero diferenciadas.
Entre las prioridades se encuentra ahora la búsqueda de las personas desaparecidas, así como el adecuado soporte público a las familias y a tantas personas que lo han perdido todo. Habrá que focalizarse enseguida también en las actuaciones de la Generalitat en toda esta crisis. Mientras escribimos estas líneas hablamos ya de 214 víctimas mortales. Quizá el pasado 29 de octubre hubiéramos tenido muchas menos víctimas con un gobierno distinto. Pero creemos que vista la virulencia de los desbordes, casi nadie duda de que también hubiéramos tenido víctimas, mientras las descomunales pérdidas materiales y económicas se hubieran seguido produciendo. También tenemos la triste certeza de que seguramente las danas por venir, pensemos en los años 30, van a ser más fuertes todavía.
Es por tanto necesario no dejar de atender al iceberg. La misma mañana de la tragedia se daba cuenta en la prensa española de un estudio en la prestigiosa revista The Lancet donde se certificaba un incremento en todo el mundo del 167% de las muertes por calor en mayores de 65 años hoy respecto a los años 90, el avance de enfermedades infecciosas como el dengue, la malaria o el virus del Nilo occidental por el cambio climático, o la atribución a la quema de combustibles fósiles de al menos un 31% de las 26.900 muertes por contaminación de partículas finas registradas en España en 2021. Pero en la noticia se informa de mucho más: en el año 2022 las ayudas públicas a la industria fósil en nuestro país ascendían a 10.400 millones de dólares. Todo esto mientras tenemos al gobierno más progresista de la historia.
Sabemos también que el Banco Santander es el principal banco español que financia esta industria a nivel global. Ha contribuido por ejemplo, con datos acumulados desde 2014, con cerca de 10.000 millones de dólares en la deforestación del Amazonas. Ante ello, ¿han hecho algo nuestras autoridades al respecto? ¿O este banco sigue operando con toda tranquilidad en nuestro país, sin nadie que le tosa?
Crisis climática
Financiación fósil Santander, BBVA y Caixabank, los bancos españoles que más encienden la crisis climática
Cuando tímidamente se amaga con prorrogar el impuesto a las empresas energéticas, Repsol amenaza con llevarse las inversiones del país y el gobierno inmediatamente, de manera absolutamente vergonzosa, recula. Ha sucedido esta misma semana. “El problema ha terminado”, ha declarado enseguida el consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, ex político del PNV beneficiado de las puertas giratorias. Como recuerda estos días Carlos Sánchez Mato, el gravamen había supuesto 779 millones para una compañía que, por otro lado, estaba recibiendo en el mismo periodo hasta 1.569 millones de euros en subvenciones y ayudas públicas europeas y españolas. Se trata de la principal empresa emisora de dióxido de carbono en nuestro país, entre 2023 y lo que llevamos de año 2024 ha declarado ya un beneficio neto de más de 5.000 millones de euros, y tiene abiertas de par en par las puertas de los colegios e institutos… ¡para formar sobre cambio climático!
Un estado nada sospechoso de comunista como California ha dado ya un giro significativo al lenguaje y a los marcos en los que nos movemos para señalar como criminales a las cinco grandes petroleras norteamericanas en una demanda que se revela histórica. Tras acusar a estas compañías de engañar durante décadas a la ciudadanía, ocultando aquella información que tenían sobre las consecuencias climáticas y ambientales de su actividad, California incorporaba hace unos días una ley para embargar los beneficios precisamente de aquellas grandes empresas que hayan incurrido en publicidad engañosa y competencia desleal.
¿Estamos dispuestos a avanzar ese camino en nuestro país? ¿O seguiremos como corderos en el matadero mientras cuatro oligarcas se siguen enriqueciendo en este nihilista fin de ciclo capitalista? ¿De verdad no sabemos hacerlo mejor como sociedad?
La salida
Esta tragedia, seguramente la mayor inundación del siglo en suelo europeo, ha de suponer un punto de inflexión respecto al retardismo biempensante. Al igual que existe el concepto de cascada climática para designar aquellos puntos de no retorno, irreversibles, a los que nos conducirían desde el derretimiento del permafrost a la conversión del Amazonas en un emisor neto de carbono, existen los puntos de inflexión sociales. Podemos virar el rumbo, construir nuestra propia cascada que nos saque de las peligrosas aguas en torno al iceberg. Salir de ahí precisa de actuar conjuntamente en los planos legal, económico, político y cultural.
Para una verdadera transición ecosocial habrá de acometerse también una profunda reordenación urbanística de cara a adaptarnos lo mejor posible ante lo que viene
Urge dejar de financiar a la industria fósil, faltaría más, pero también urge cerrar por decreto sus emisiones, en un plan participado con los sindicatos, con los y las trabajadoras para acelerar su reconversión en otros empleos ecológicos y de calidad. Para una verdadera transición ecosocial habrá de acometerse también una profunda reordenación urbanística de cara a adaptarnos lo mejor posible ante lo que viene, pues además las actuales infraestructuras responden a un clima que ya no existe. Las medidas necesarias son múltiples y de calado.
Necesitamos ponernos en marcha, en cada localidad e institución, como una comunidad política democrática. Para ello han de reforzarse de manera constructiva nuestros lazos sociales, vamos a necesitar grandes dosis de ciencia ciudadana, de educación y cuidados, de instituciones implicadas a pie de calle y de barro, así como también de lo mejor de ese espíritu, ya valenciano, que ha sacado a miles de personas a la calle armadas de cepillos y provisiones para ayudar a los y las damnificadas por la dana.
Si no cambiamos el modelo socioeconómico y nuestros patrones culturales de manera profunda y urgente, si no empezamos a ser consecuentes con las evidencias científicas disponibles, transformando de arriba abajo, poco a poco pero sin pausa, nuestras ciudades e instituciones, vendrán más tsunamis, nuevos virus, olas de calor más extremas e insoportables para la especie, encontrándonos cada vez más inermes y enfrentados. Hemos de esquivar la piedra y el iceberg. Ambos los tenemos encima. No hay, pues, tiempo que perder.